lunes, 1 de marzo de 2021

UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 40

 


Cuando llegó, la cafetería estaba prácticamente vacía. Echó de menos el ambiente de la hora de comer. Pidió un café americano.


—Tú eres el tipo que ha heredado Bellamy —le dijo el camarero.


—Sí.


—Paula y Julia son mis amigas —añadió el camarero—. Han disfrutado mucho decorando tu casa.


—Han hecho un gran trabajo —comentó él, porque era cierto.


Además, Paula también había hecho muy buen trabajo confundiéndolo y estropeándole el día, pero eso no se lo iba a contar a nadie.


Se llevó su café a un rincón, se tomó un par de analgésicos y abrió el World Week.


La cosa se estaba calentando en un país báltico en el que él había estado y que conocía bien. El fotógrafo al que Gabriel había enviado había hecho un trabajo correcto, pero estaba seguro de que él lo habría hecho mejor.


Y eso le fastidió.


Hambruna en África. Las mismas fotos de siempre. Las mismas historias.


Estaba convencido de que él habría encontrado algo nuevo en aquella última tragedia humana.


Había desastres en todo el mundo y otras personas informando de ellos, otras cámaras inmortalizándolos. Sintió ganas de golpear la mesa con la taza de la frustración.


Pasó a las noticias nacionales. Política, más embargos, la derecha religiosa… algunos días le entraban ganas de irse debajo del puente Aurora a vivir con el trol.


Dejó la revista en la barra y se fue a casa. Su teléfono móvil sonó. Vio que era Paula y se puso tan nervioso que le costó descolgar. De repente, el mal humor y el dolor de la pierna desaparecieron.


—Hola —le dijo—. Y, sí, estoy libre esta noche.


Hubo una breve pausa.


—Hola, Pedro. Tengo un cliente nuevo al que le interesa Bellamy. Me gustaría llevarlo mañana sobre las once.


Él se dio cuenta de que no podía limitarse a tener una relación profesional con ella.


Encontraría una organización benéfica a la que darle la casa y después se marcharía. Terminaría su convalecencia en cualquier otro lugar del mundo que no estuviese lleno de recuerdos. Y en el que no hubiese ninguna Paula que le hiciese sentir que no era lo suficientemente hombre.


Se obligó a concentrarse en la conversación.


—¿Un cliente? ¿Un tipo soltero? ¿Para qué quiere un soltero una casa como Bellamy?


—Tal vez tenga pensado sentar la cabeza y formar una familia —le respondió ella en tono neutral, como si no le estuviese clavando un puñal.


—A las once me parece bien —dijo Pedro.


Prefería donar la casa a vendérsela a un hombre soltero, pero todavía no se lo iba a decir a Paula. Antes tenía que informarse bien.


Tampoco le gustaba el tono que esta había tenido con él. Había sido profesional y amable, y ese era el problema, que lo que quería era que le hablase en tono sensual e íntimo.


Se despidió y por primera vez desde que la había conocido decidió que, al día siguiente, se marcharía de casa antes de que ella llegase.




UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 39

 


—¿Se puede saber qué has hecho? —inquirió el doctor Greene cuando se presentó en la clínica.


—He salido a correr.


—¿Estás loco? Solo han pasado cuatro semanas. Te dije que no podías correr hasta que no pasasen seis.


—Ya sabes que me curo pronto —le dijo él con el ceño fruncido—. Mira, he perdido la receta de los analgésicos que me mandaste y necesito otra, nada más.


El médico lo fulminó con la mirada.


—Esta herida requiere un periodo de recuperación de entre ocho y diez semanas. No estás en condiciones de correr.


Pedro apretó los dientes.


—Necesito correr un kilómetro en cuatro minutos para que mi jefe me deje volver al trabajo.


—Lo único que conseguirás esforzándote demasiado pronto es retrasar la recuperación.


—Tiene que haber algo que pueda hacer.


—Fisioterapia.


—¿Fisioterapia? No me he roto la espalda, solo he recibido un balazo.


—Lo sé, y tus músculos necesitan regenerarse. Un buen fisioterapeuta te pondrá en marcha antes que tú solo saliendo a correr.


Pedro se sentía confundido. Y a pesar de no querer admitirlo, confesó:

—Necesito marcharme de esta ciudad.


—¿Por qué?


No iba a contarle al médico que se estaba volviendo loco por culpa de una mezcla confusa de sexo y falta de futuro con una agente inmobiliaria increíble.


—Porque no es el lugar al que pertenezco.


—Eso no es cierto. Has vivido aquí la mayor parte de tu vida. Todo el mundo está orgulloso de ti. Y eres el único miembro vivo de tu familia. ¿Por qué crees que tu abuela te dejó la casa? El dinero no lo necesitas.


Él no se había parado a pensar por qué le habría dejado su abuela la casa.


Había dado por hecho que porque era el miembro más cercano de su familia.


—¿Y si no quiero quedarme? ¿Y si no puedo?


—Tu abuela colaboraba con varias organizaciones benéficas que estarían encantadas de quedarse con esa casa.


Eso le dio una idea. No era rico, como el doctor Greene parecía pensar, pero tampoco le iban mal las cosas. Tal vez pudiese donar la casa de su abuela, lo que terminaría al mismo tiempo con su relación con Paula. No obstante, se aseguraría de que esta recibiese la comisión de la venta. Se lo debía.


El médico le hizo una receta nueva y se la dio.


—Los analgésicos —le dijo—. Y este es el teléfono de una fisioterapeuta que, además, es entrenadora personal. Te ayudará a conseguir hacer ese kilómetro en cuatro minutos. Cuando tu cuerpo esté preparado.


—Gracias, doctor.


Salió cojeando y mientras esperaba a que le diesen el medicamento en la farmacia vio que había salido el último número de World Week.


Lo compró y fue a tomarse un café a Beananza. Tal vez ese lo espabilase más que los que se había tomado en casa por la mañana.




UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 38

 


Pedro frunció el ceño frente al café. Era la tercera taza que se tomaba y no le estaba haciendo el efecto habitual.


Después de una noche como la anterior, debía estar dando saltos de alegría, pero en realidad se sentía igual que cuando se había enterado de la muerte de su abuela. Vacío.


—Date un respiro —se dijo, mirando los posos del café en el fondo de la taza.


Así era exactamente como se sentía, como si Paula lo hubiese exprimido hasta sacar su última gota de sabor y solo hubiese dejado los posos de él.


No solía darle demasiadas vueltas a las cosas, pero, por algún motivo, aquella mujer le había calado hondo y le había hecho verse a sí mismo de manera nada halagadora.


Le había dejado claro que jamás se tomaría en serio a un hombre como él.


No. No a un hombre como él.


A él.


No le encajaba como posible compañero. Él tampoco quería serlo, pero le molestaba que Paula no quisiese volver a acostarse con él por ese motivo.


Y tenía razón, se dijo mientras tiraba los posos del café por el fregadero.


No estaba hecho para vivir en pareja. No con una mujer que quería casarse y tener hijos. Lo más probable era que lo que le molestase fuese solo que no quisiese volver a acostarse con él.


Si le estaba dando demasiadas vueltas al tema era solo porque le sobraba tiempo. Así que tenía ponerse a trabajar lo antes posible y marcharse de Fremont, donde, evidentemente, no encajaba.


Subió al dormitorio de su abuela y se puso unos pantalones cortos, zapatillas y una camiseta.


Ya llevaba cuatro semanas allí. Había llegado el momento de empezar a hacer ejercicio. Salió a la calle y pensó en que tenía que hacer un kilómetro en cuatro minutos.


Llegó al camino y vio a otras tres personas corriendo. Una mujer de mediana edad, con sobrepeso, que casi no podía ni respirar, y otras dos más jóvenes que iban charlando mientras corrían.


Empezó a andar intentando fingir que no le dolía la pierna izquierda.


Aunque Paula había intentado tener cuidado, había tenido que utilizar los músculos de los muslos durante toda la noche y estaba dolorido.


No obstante, había merecido la pena.


Empezó a trotar y todavía no había terminado el circuito cuando ya estaba sudando y tenía la pierna como si le estuviesen clavando vidrios rotos en ella cada vez que ponía el pie en el suelo.


La mujer obesa lo adelantó resoplando.


Él hizo otro medio circuito más y después volvió a casa cojeando y jurando entre dientes.




domingo, 28 de febrero de 2021

UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 37

 


No se dio cuenta de que se había quedado dormida, pero la alarma de su teléfono móvil la sobresaltó, despertándola. A juzgar por el escozor de los ojos y por la sensación de mareo que tenía, sospechó que había dormido solo unos minutos.


Pedro se incorporó inmediatamente y miró hacia la ventana. Acababa de amanecer.


—¿Qué hora es? —preguntó medio dormido.


—Las seis y media.


—¿Tienes una reunión o algo así?


—No, pero tengo que irme a casa a darme una ducha.


En realidad, había puesto la alarma tan pronto para evitar las incomodidades del día después.


Él la abrazó y volvió a tumbarla.


—Te puedes duchar aquí —le dijo, dándole un beso en el hombro—. Yo te frotaré la espalda.


Paula se sintió tentada, pero supo que había hecho lo correcto reduciendo aquello a una noche. Pedro era demasiado sexy, demasiado maravilloso para no enamorarse de él. Y lo último que quería en su vida era un hombre errante.


Se había prometido a sí misma que no tendría una relación con ningún hombre que no quisiera vivir siempre en un mismo lugar, así que sabía que no debía salir con Pedro.


A regañadientes, se apartó, le sonrió, le dio un beso y se puso en pie.


Notó la madera fría en los pies y se estremeció. Cuanto antes saliese de allí, mejor.


—¿Nos veremos luego? —le preguntó él con voz de sueño.


—No lo sé —respondió ella en tono profesional—. Mañana vendré con unos clientes, pero te lo tengo que confirmar. Con respecto a hoy, no creo que nos veamos salvo que alguien llame y pida ver la casa.


—Hablabas en serio con lo de que iba a ser solo una noche, ¿verdad? — comentó él con incredulidad.


Después de la noche que habían pasado juntos, Paula entendía que pensase que estaba loca. Mientras se vestía, se dijo que la locura sería continuar con aquello. Lo único que podía pasar si se enamoraba de un hombre como Pedro era que le rompiesen el corazón.


—Tiene que ser así, Pedro. ¿No te das cuenta? Tú eres un trotamundos.


Él no la contradijo, se limitó a asentir con la mirada perdida.


Paula salió de la habitación y se dijo a sí misma.


—Y yo todo lo contrario.




UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 36

 


Se sentaron a comer los sándwiches a la mesa de la cocina y bebieron leche. Después de recuperar energías, volvieron a la pequeña cama. Mientras Pedro le acariciaba los pechos y ella le hacía dibujos en el vientre con un dedo, charlaron.


—¿Cómo es te hiciste agente inmobiliaria? —le preguntó él.


—De niña nos mudábamos de casa constantemente. Mi padre era militar. Le encantaba cambiar y vivir en sitios nuevos —le contó—. Como a ti.


—Supongo que sí.


—Cuando te falta algo, te obsesionas con ello. Yo nunca sentí que tuviese un hogar de verdad. Mi madre ni se molestaba en vaciar todas las cajas. ¿Para qué? Así que desde pequeña me aficioné a leer revistas de decoración.


—¿Y no pensaban tus amigos que estabas loca?


—En realidad no tenía amigos. Siempre he envidiado a esas mujeres que tienen amigas de toda la vida. Es cierto que superé mi timidez y aprendí a relacionarme y a proteger mi corazón para que no se me rompiese cada vez que nos marchábamos de un lugar.


Pedro se tumbó de lado, tomó su rostro y le dio un tierno beso.


—Debiste de sentirte muy sola.


—Sí, pero también me hice independiente y autosuficiente, muy buenas cualidades para una agente inmobiliaria.


—¿Dónde están ahora tus padres? —le preguntó él.


—Mi padre falleció hace un par de años. Mi madre volvió a casarse y vive en California. Trabaja en una tienda de muebles y, si puede evitarlo, nunca va a ninguna parte.


—¿Y tú piensas igual que ella?


—No, a mí me encanta viajar, pero quiero tener un hogar al que volver. Supongo que tengo algo de los dos dentro de mí. Llevo cuatro años en el mismo piso, de alquiler. Estoy ahorrando para comprarme una casa —le contó—. Ojalá pudiese permitirme Bellamy. Es mi casa ideal. Una casa para estar toda la vida, tener hijos, tal vez un perro, conocer a los vecinos.


—Es verdad, es una casa para eso.


Paula estaba cansada, pero no quería perder el tiempo durmiendo.


Se sentía cómoda, contándole sus secretos a Pedro en la oscuridad.


—¿Y tú? He visto una fotografía de tu madre, pero nunca hablas de tus padres.


—No hay mucho que contar —admitió él, mirando al techo—. Se divorciaron cuando yo era muy pequeño, así que nunca he conocido a mi padre. Mamá era hippie. Un espíritu libre. Tenía muchos novios y estos no querían tener a un niño pequeño por allí rondando.


Paula se enfadó al oír aquello.


—Solía mandarme a casa de mi abuela a pasar muchas épocas. A los dos nos parecía bien. Cuando un novio la dejaba, me echaba de menos y volvía a por mí —continuó Pedro—. Todo cambió cuando yo tenía catorce años.


Antes de continuar, se giró hacia ella y le acarició los pechos, el vientre…


—Mamá empezó a salir con otro perdedor, pero yo ya no era un niño y estaba harto. Me fui haciendo autoestop hasta la frontera con Canadá. Quería trabajar en una plataforma petrolífera. En la frontera no me dejaron pasar y yo les dije que mi madre estaba muerta, así que llamaron a mi abuela.


Pedro la acarició más abajo y ella tuvo que hacer un esfuerzo para concentrarse en la historia que le estaba contando.


—Esta hizo un trato conmigo. Si terminaba el instituto y vivía con ella, de premio me compraría un billete para que diese la vuelta al mundo.


—¡Qué mujer tan inteligente!


—Sí. Nunca me gritó. Supo cómo tratarme. También me permitió que transformase el cuarto de baño del sótano en un cuarto oscuro y me ayudó a comprarme mi primera cámara de fotos.


—Impresionante.


—¿Puedes abrir las piernas un poco más?


Ella obedeció de buena gana.


—Después de estudiar periodismo, con veintidós años, me compró ese billete. Y estuve en el momento adecuado en el lugar adecuado. En Namibia. Era agosto de 1999. El Ejército de Liberación de Caprivi se quejaba de que el gobierno estaba desatendiendo la región. El día 2 de agosto, las guerrillas atacaron al ejército y a la policía de Namibia. Yo solo llevaba en la zona un par de días, pero fui uno de los primeros fotógrafos que inmortalizó los enfrentamientos.


—Menudas vacaciones —comentó ella, suspirando de placer.


—Le mandé las fotos a Gabriel Wallenberg, que entonces era el que jefe del departamento de África en World Week. Gabriel las publicó y yo empecé a trabajar con la revista, primero como autónomo y, después, contratado. Como he dicho, estaba en el momento adecuado en el lugar adecuado.


«Y con el talento adecuado», pensó ella.


—¿Y tu madre?


—Murió hace unos años. De cáncer.


—Lo siento.


—Sí. Yo también, pero lo gracioso es que echo mucho más de menos a mi abuela. Supongo que, en realidad, fue mi verdadera madre.


La besó y siguió acariciándola, pero con más determinación. Ella alargó la mano y volvió a encontrar su erección. Aquel hombre era increíble.


Pronto se haría de día y no iba a malgastar ni un minuto durmiendo.




UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 35

 


La llenó por dentro, se instaló en su cuerpo y después ambos empezaron a moverse juntos. La conexión cuando sus miradas se cruzaron fue casi más íntima que la de sus cuerpos.


—Esto —le susurró Paula antes de besarlo—, es un momento perfecto.


—Sí, y va a serlo todavía más.


—Umm.


Paula intentó ir despacio para que aquello durase eternamente, pero Pedro metió una mano entre ambos y empezó a acariciarla.


Casi ni la había tocado cuando Paula notó que llegaba al clímax y se echó hacia atrás. Se sintió como si lo estuviese exprimiendo, vio cómo la mirada de Pedro se perdía, pero este seguía acariciándola. Siguió moviéndose con fuerza encima de él. La cama protestó. A ella le daba igual que se rompiese, ya compraría otra.


Pedro la agarró por las caderas y siguió moviéndose contra su cuerpo.


Ella se sintió explotar por dentro y gritó a la vez que él.


—Oh, Dios mío —dijo después, dejándose caer sobre su pecho húmedo, escuchando lo deprisa que le latía el corazón.


Se quedó como estaba porque no quería dejarlo marchar.


Estuvieron en silencio, saboreando la experiencia.


Después de unos minutos, ella lo besó en el cuello y movió la pelvis.


Sorprendida, se dio cuenta de que la erección de Pedro seguía allí.


—¿Has terminado? —le preguntó.


Él se echó a reír.


—Por supuesto.


—¿Pero sigues estando duro?


—Es algo que me ocurre.


—¿El qué?


—Que sigo duro entre un acto y otro.


—¿Quieres decir que puedo continuar? ¿Sin esperar?


—Sí.


Paula nunca había oído hablar de semejante cosa.


—¿Eres… multiorgásmico?


—¿Vamos a analizarlo o vamos a disfrutar de ello? —replicó Pedro.


Ella decidió que sus hechos hablasen por sí solos y empezó a acariciarle los genitales. Después comenzó a jugar y a explorar todas las maneras en las que podían hacer el amor sin que Pedro forzase la pierna.


Nunca se lo había pasado tan bien en la cama.


Jamás.


Pedro era sencillo, generoso, atlético y tenía una resistencia increíble. Ella estaría agotada mucho antes del amanecer.


Dormitaron. Cuando sintieron hambre, a las tres de la madrugada, bajaron a la cocina.


—¿Qué te apetece? —preguntó Paula, abriendo la nevera.


Iba con el albornoz de Pedro, que le quedaba enorme, y él se había puesto solo los vaqueros, nada más. Tal y como a ella le gustaba.


—Un sándwich caliente de queso.


—Con pepinillos.


—Voy a poner a calentar la sartén. Tú, saca la comida.




sábado, 27 de febrero de 2021

UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 34

 


Vio ante sí el pene más bonito de su vida. Largo, grueso y orgullosamente erguido. Se quedó mirándolo, incapaz de mover las manos, y tuvo la sensación de que se erguía todavía más.


No pudo seguir esperando, tenía que tocarlo. Lo envolvió con su mano y lo apretó con cuidado.


—Recuerda que hace tiempo que no he estado con una mujer. No me hagas quedar mal.


—De acuerdo.


Lo soltó y siguió bajándole los pantalones. Cuando vio la herida que tenía en el muslo, contuvo un grito ahogado. No estaba vendada.


—Debió de dolerte mucho —comentó.


—Tenía que habérmela tapado —le dijo él—, pero no sabía que iba a ocurrir esto.


—No. No pasa nada. Solo siento que te ocurriese algo así.


Se dio cuenta de que tenía que tener cuidado para no hacerle daño.


Tendría que ser ella la que llevase las riendas esa noche para que Pedro no hiciese esfuerzos.


En cierto modo, le gustó la idea, en especial, porque eso significaba que él disfrutaría más.


Se arrodilló ante Pedro para terminar de quitarle los vaqueros y luego lo empujó suavemente sobre la cama.


—¿Qué estás haciendo?


Ella le sonrió de manera sensual.


—¿Recuerdas cuando te tumbabas en esta cama y soñabas con que llegase una mujer que te diese todo lo que deseabas?


—Sí.


—Pues yo soy tu sueño hecho realidad.


Él la agarró por la nuca y le dijo con voz ronca:

—No sabes cuánto.


En realidad no era precisamente una mujer atrevida, pero el deseo de no hacerle daño era más fuerte que el miedo a hacer el ridículo.


Se quitó el tanga y le gustó ver cómo la miraba Pedro. Luego, muy despacio, puso una rodilla en la cama y se sentó a horcajadas sobre él.


—Veo que eres una mujer dominante.


—¿Te molesta?


—No.


—Me alegro.


Paula se sonrió a sí misma al pensar en todas las fantasías que había tenido con aquel momento. Se lo había imaginado en la cama de la habitación principal, en la alfombra, delante de la chimenea. Y en todas las demás habitaciones de la casa, en todas las posturas. No obstante, en ninguna de sus fantasías había sido ella la que había tenido el control de la situación.


Y, no obstante, había algo inmensamente erótico en el hecho de llevar la batuta, en la certeza de que tenía el poder de darle placer a Pedro. Se sentía libre, valiente, sexy…


Se inclinó para besarlo apasionadamente mientras empezaba a frotarse contra su erección, disfrutando del momento y haciendo sufrir a Pedro al mismo tiempo.


Nunca había sido de aprovechar el presente, sino más bien de pensar en el futuro, pero había ocasiones, como aquella, en la que sí podía hacerlo. Si miraba al futuro, aunque fuese solo el más inmediato, el día siguiente, todo aquello se terminaría y aquel hombre que tenía debajo ya no sería su amante.


Volvería a ser su cliente.


La placentera sensación de abandono terminaría. En realidad, nunca le había gustado tener aventuras. Siempre había pensado que no merecían la pena, pero un lío de una noche no le preocupaba. Al día siguiente, no estaría pendiente de que Pedro la llamase, ni de si ella quería que lo hiciese. No habría día siguiente, solo un presente perfecto. Le colocó el preservativo, se hundió en él muy despacio, y supo que su presente nunca había sido tan perfecto como aquel.