La llenó por dentro, se instaló en su cuerpo y después ambos empezaron a moverse juntos. La conexión cuando sus miradas se cruzaron fue casi más íntima que la de sus cuerpos.
—Esto —le susurró Paula antes de besarlo—, es un momento perfecto.
—Sí, y va a serlo todavía más.
—Umm.
Paula intentó ir despacio para que aquello durase eternamente, pero Pedro metió una mano entre ambos y empezó a acariciarla.
Casi ni la había tocado cuando Paula notó que llegaba al clímax y se echó hacia atrás. Se sintió como si lo estuviese exprimiendo, vio cómo la mirada de Pedro se perdía, pero este seguía acariciándola. Siguió moviéndose con fuerza encima de él. La cama protestó. A ella le daba igual que se rompiese, ya compraría otra.
Pedro la agarró por las caderas y siguió moviéndose contra su cuerpo.
Ella se sintió explotar por dentro y gritó a la vez que él.
—Oh, Dios mío —dijo después, dejándose caer sobre su pecho húmedo, escuchando lo deprisa que le latía el corazón.
Se quedó como estaba porque no quería dejarlo marchar.
Estuvieron en silencio, saboreando la experiencia.
Después de unos minutos, ella lo besó en el cuello y movió la pelvis.
Sorprendida, se dio cuenta de que la erección de Pedro seguía allí.
—¿Has terminado? —le preguntó.
Él se echó a reír.
—Por supuesto.
—¿Pero sigues estando duro?
—Es algo que me ocurre.
—¿El qué?
—Que sigo duro entre un acto y otro.
—¿Quieres decir que puedo continuar? ¿Sin esperar?
—Sí.
Paula nunca había oído hablar de semejante cosa.
—¿Eres… multiorgásmico?
—¿Vamos a analizarlo o vamos a disfrutar de ello? —replicó Pedro.
Ella decidió que sus hechos hablasen por sí solos y empezó a acariciarle los genitales. Después comenzó a jugar y a explorar todas las maneras en las que podían hacer el amor sin que Pedro forzase la pierna.
Nunca se lo había pasado tan bien en la cama.
Jamás.
Pedro era sencillo, generoso, atlético y tenía una resistencia increíble. Ella estaría agotada mucho antes del amanecer.
Dormitaron. Cuando sintieron hambre, a las tres de la madrugada, bajaron a la cocina.
—¿Qué te apetece? —preguntó Paula, abriendo la nevera.
Iba con el albornoz de Pedro, que le quedaba enorme, y él se había puesto solo los vaqueros, nada más. Tal y como a ella le gustaba.
—Un sándwich caliente de queso.
—Con pepinillos.
—Voy a poner a calentar la sartén. Tú, saca la comida.
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