lunes, 1 de marzo de 2021

UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 38

 


Pedro frunció el ceño frente al café. Era la tercera taza que se tomaba y no le estaba haciendo el efecto habitual.


Después de una noche como la anterior, debía estar dando saltos de alegría, pero en realidad se sentía igual que cuando se había enterado de la muerte de su abuela. Vacío.


—Date un respiro —se dijo, mirando los posos del café en el fondo de la taza.


Así era exactamente como se sentía, como si Paula lo hubiese exprimido hasta sacar su última gota de sabor y solo hubiese dejado los posos de él.


No solía darle demasiadas vueltas a las cosas, pero, por algún motivo, aquella mujer le había calado hondo y le había hecho verse a sí mismo de manera nada halagadora.


Le había dejado claro que jamás se tomaría en serio a un hombre como él.


No. No a un hombre como él.


A él.


No le encajaba como posible compañero. Él tampoco quería serlo, pero le molestaba que Paula no quisiese volver a acostarse con él por ese motivo.


Y tenía razón, se dijo mientras tiraba los posos del café por el fregadero.


No estaba hecho para vivir en pareja. No con una mujer que quería casarse y tener hijos. Lo más probable era que lo que le molestase fuese solo que no quisiese volver a acostarse con él.


Si le estaba dando demasiadas vueltas al tema era solo porque le sobraba tiempo. Así que tenía ponerse a trabajar lo antes posible y marcharse de Fremont, donde, evidentemente, no encajaba.


Subió al dormitorio de su abuela y se puso unos pantalones cortos, zapatillas y una camiseta.


Ya llevaba cuatro semanas allí. Había llegado el momento de empezar a hacer ejercicio. Salió a la calle y pensó en que tenía que hacer un kilómetro en cuatro minutos.


Llegó al camino y vio a otras tres personas corriendo. Una mujer de mediana edad, con sobrepeso, que casi no podía ni respirar, y otras dos más jóvenes que iban charlando mientras corrían.


Empezó a andar intentando fingir que no le dolía la pierna izquierda.


Aunque Paula había intentado tener cuidado, había tenido que utilizar los músculos de los muslos durante toda la noche y estaba dolorido.


No obstante, había merecido la pena.


Empezó a trotar y todavía no había terminado el circuito cuando ya estaba sudando y tenía la pierna como si le estuviesen clavando vidrios rotos en ella cada vez que ponía el pie en el suelo.


La mujer obesa lo adelantó resoplando.


Él hizo otro medio circuito más y después volvió a casa cojeando y jurando entre dientes.




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