Cuando llegó, la cafetería estaba prácticamente vacía. Echó de menos el ambiente de la hora de comer. Pidió un café americano.
—Tú eres el tipo que ha heredado Bellamy —le dijo el camarero.
—Sí.
—Paula y Julia son mis amigas —añadió el camarero—. Han disfrutado mucho decorando tu casa.
—Han hecho un gran trabajo —comentó él, porque era cierto.
Además, Paula también había hecho muy buen trabajo confundiéndolo y estropeándole el día, pero eso no se lo iba a contar a nadie.
Se llevó su café a un rincón, se tomó un par de analgésicos y abrió el World Week.
La cosa se estaba calentando en un país báltico en el que él había estado y que conocía bien. El fotógrafo al que Gabriel había enviado había hecho un trabajo correcto, pero estaba seguro de que él lo habría hecho mejor.
Y eso le fastidió.
Hambruna en África. Las mismas fotos de siempre. Las mismas historias.
Estaba convencido de que él habría encontrado algo nuevo en aquella última tragedia humana.
Había desastres en todo el mundo y otras personas informando de ellos, otras cámaras inmortalizándolos. Sintió ganas de golpear la mesa con la taza de la frustración.
Pasó a las noticias nacionales. Política, más embargos, la derecha religiosa… algunos días le entraban ganas de irse debajo del puente Aurora a vivir con el trol.
Dejó la revista en la barra y se fue a casa. Su teléfono móvil sonó. Vio que era Paula y se puso tan nervioso que le costó descolgar. De repente, el mal humor y el dolor de la pierna desaparecieron.
—Hola —le dijo—. Y, sí, estoy libre esta noche.
Hubo una breve pausa.
—Hola, Pedro. Tengo un cliente nuevo al que le interesa Bellamy. Me gustaría llevarlo mañana sobre las once.
Él se dio cuenta de que no podía limitarse a tener una relación profesional con ella.
Encontraría una organización benéfica a la que darle la casa y después se marcharía. Terminaría su convalecencia en cualquier otro lugar del mundo que no estuviese lleno de recuerdos. Y en el que no hubiese ninguna Paula que le hiciese sentir que no era lo suficientemente hombre.
Se obligó a concentrarse en la conversación.
—¿Un cliente? ¿Un tipo soltero? ¿Para qué quiere un soltero una casa como Bellamy?
—Tal vez tenga pensado sentar la cabeza y formar una familia —le respondió ella en tono neutral, como si no le estuviese clavando un puñal.
—A las once me parece bien —dijo Pedro.
Prefería donar la casa a vendérsela a un hombre soltero, pero todavía no se lo iba a decir a Paula. Antes tenía que informarse bien.
Tampoco le gustaba el tono que esta había tenido con él. Había sido profesional y amable, y ese era el problema, que lo que quería era que le hablase en tono sensual e íntimo.
Se despidió y por primera vez desde que la había conocido decidió que, al día siguiente, se marcharía de casa antes de que ella llegase.
Me gusta mucho esta historia!
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