lunes, 1 de marzo de 2021

UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 39

 


—¿Se puede saber qué has hecho? —inquirió el doctor Greene cuando se presentó en la clínica.


—He salido a correr.


—¿Estás loco? Solo han pasado cuatro semanas. Te dije que no podías correr hasta que no pasasen seis.


—Ya sabes que me curo pronto —le dijo él con el ceño fruncido—. Mira, he perdido la receta de los analgésicos que me mandaste y necesito otra, nada más.


El médico lo fulminó con la mirada.


—Esta herida requiere un periodo de recuperación de entre ocho y diez semanas. No estás en condiciones de correr.


Pedro apretó los dientes.


—Necesito correr un kilómetro en cuatro minutos para que mi jefe me deje volver al trabajo.


—Lo único que conseguirás esforzándote demasiado pronto es retrasar la recuperación.


—Tiene que haber algo que pueda hacer.


—Fisioterapia.


—¿Fisioterapia? No me he roto la espalda, solo he recibido un balazo.


—Lo sé, y tus músculos necesitan regenerarse. Un buen fisioterapeuta te pondrá en marcha antes que tú solo saliendo a correr.


Pedro se sentía confundido. Y a pesar de no querer admitirlo, confesó:

—Necesito marcharme de esta ciudad.


—¿Por qué?


No iba a contarle al médico que se estaba volviendo loco por culpa de una mezcla confusa de sexo y falta de futuro con una agente inmobiliaria increíble.


—Porque no es el lugar al que pertenezco.


—Eso no es cierto. Has vivido aquí la mayor parte de tu vida. Todo el mundo está orgulloso de ti. Y eres el único miembro vivo de tu familia. ¿Por qué crees que tu abuela te dejó la casa? El dinero no lo necesitas.


Él no se había parado a pensar por qué le habría dejado su abuela la casa.


Había dado por hecho que porque era el miembro más cercano de su familia.


—¿Y si no quiero quedarme? ¿Y si no puedo?


—Tu abuela colaboraba con varias organizaciones benéficas que estarían encantadas de quedarse con esa casa.


Eso le dio una idea. No era rico, como el doctor Greene parecía pensar, pero tampoco le iban mal las cosas. Tal vez pudiese donar la casa de su abuela, lo que terminaría al mismo tiempo con su relación con Paula. No obstante, se aseguraría de que esta recibiese la comisión de la venta. Se lo debía.


El médico le hizo una receta nueva y se la dio.


—Los analgésicos —le dijo—. Y este es el teléfono de una fisioterapeuta que, además, es entrenadora personal. Te ayudará a conseguir hacer ese kilómetro en cuatro minutos. Cuando tu cuerpo esté preparado.


—Gracias, doctor.


Salió cojeando y mientras esperaba a que le diesen el medicamento en la farmacia vio que había salido el último número de World Week.


Lo compró y fue a tomarse un café a Beananza. Tal vez ese lo espabilase más que los que se había tomado en casa por la mañana.




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