domingo, 26 de enero de 2020
ADVERSARIO: CAPITULO 25
Cuando la mano de Pedro le tocó el hombro, tratando con gentileza de apartarla, ella se aferró a él, la tela húmeda se resbaló revelando la curva satinada del cuello y el hombro, la suavidad redondeada del brazo y la curva compleja del seno.
—Paula...
Su mente, sus sentidos registraron la protesta, la negación en la voz de Pedro, pero algo más profundo, algo instintivo y femenino, reconoció que detrás de la negación estaba el deseo masculino, la respuesta a su calidad de mujer.
Frenética, se lanzó en su búsqueda, lo deseaba, lo necesitaba, su mente cedía en su totalidad a las exigencias de su cuerpo, de sus sentimientos.
Buscó la mano que lo apartara de su cuerpo, colocó los dedos sobre la muñeca, la inesperada demostración dé fuerza lo tomó por sorpresa por lo que ella se inclinó hacia él, le llevó la mano al seno antes que él pudiera detenerla, tenía los labios suaves, abiertos mientras murmuraba contra los de él.
—Por favor... por favor... Te necesito...
Paula escuchó el jadeo de Pedro, sintió su titubeo y habría reaccionado, habría permitido que la realidad traspasara el tormento de su dolor para percatarse de lo que hacía, si la piel ardiente no hubiera reaccionado de repente al aire fresco y al contacto de la mano de Pedro, el pezón se endureció, presionó la mano, haciendo que él respondiera de inmediato a la tentación, el pulgar trazó círculos sobre la piel suave, la boca, de repente, casi con fiereza, se abrió sobre ella, tomó la iniciativa, la ahogó en una oleada de sensaciones que ella no tuvo fuerza con qué resistir.
Ahora le cubría los senos con las dos manos, le acariciaba el cuerpo de una manera desconocida para ella, la hacía sufrir y desear, la hacía olvidar todo, menos el deseo que ardía fuera de control en su interior.
Ella nunca había experimentado nada igual en toda su vida, nunca soñó que pudiera existir tal anhelo, tal intensidad, tal deseo compulsivo. La abrumaba, hacía que olvidara todo lo demás, hacía que gimiera bajo la presión del beso de Pedro. Se quitó la bata, sus sentidos respondían con fiereza al profundo estremecimiento que ocasionaba la reacción en él, lo presionó con su cuerpo, le acarició los hombros y la espalda con las manos, sintió los músculos tensos bajo la piel al tocarlo, sabía que la deseaba, y glorificándose al saberlo, en el poder de su cuerpo, por su feminidad que lo excitaba, se arqueó contra él mientras Pedro la acariciaba, le cubría los senos con las manos... le acariciaba las costillas, la cintura, las caderas, la acercaba tanto a él, que podía sentir la dureza de su excitación.
Parecía no importarle que, nunca, hubiera hecho nada como eso, que nunca lo hubiera imaginado, ni siquiera se hubiera imaginado a sí misma tan fuera de control, llevada por el deseo, pues siempre estuvo convencida de que una intensidad sexual como esa, sólo podía ser ocasionada por una intensidad igual de amor emocional. Quería a ese hombre... lo necesitaba... sufría por él...
Se lo dijo. Murmuraba las palabras entre gemidos de placer, las pronunciaba temblorosa a su oído cuando él respondía a sus súplicas, le decía cuánto disfrutaba del contacto áspero de las puntas de sus dedos contra su piel, de cómo necesitaba la calidez de la boca, las caricias delicadas de la lengua, la fuerza y el poder del cuerpo, le decía cosas que nunca soñó sabría decir, le comunicaba lo profundo y lo intenso de su necesidad con una sensualidad que ella nunca pensó poseer.
Era casi como si otra persona la controlara... como si hubiera sufrido un cambio poderoso, irresistible de personalidad.
Impaciente, tiró de la camisa, quería tener la libertad para tocarlo de la misma manera con que él la tocaba a ella, casi sollozaba impaciente mientras luchaba con los botones, casi derramó lágrimas de alivio cuando él la ayudó. Las manos de Pedro temblaban un poco cuando tiró de la camisa y empezó a desabrocharse el cinturón.
ADVERSARIO: CAPITULO 24
Cuando llegó a casa, se fue directo a la cama, necesitaba el escape que le podría proporcionar el sueño.
Durmió todo el día. Despertó cuando el sol vespertino entró por su ventana.
Pasaron varios segundos antes que recordara lo ocurrido. Cuando lo hizo, empezó a temblar con violencia. Se sentía enferma por la pérdida.
Llamó el teléfono, pero ella lo ignoró. Todavía no estaba dispuesta a enfrentarse al mundo, a aceptar que la vida de su tía había concluido.
Quería estar a solas con sus recuerdos... con su dolor...
Se levantó y se dio una ducha. Se lavó el cabello y descubrió que estaba demasiado cansada para molestarse en vestirse. Sacó una bata de felpa que su tía le regalara la Navidad anterior, al acariciar la suavidad del material, sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.
Cerró los párpados, los apretó para contener las lágrimas. Al abrir la puerta del cuarto de baño se encontraba frente a la puerta del dormitorio de su tía.
Tambaleante caminó hacia ella y la abrió. El aroma de la colonia de Maia todavía se percibía. Los cepillos y el espejo con mango de plata brillaban sobre el tocador de nogal.
Los padres de su tía le regalaron ese juego cuando ella cumplió veintiún años. Paula se acercó despacio y tomó el espejo. La fecha de nacimiento de Maia y sus iniciales estaban grabadas en él. Tocó el grabado con un dedo. Sintió un dolor ardiente en el corazón, un sufrimiento que sólo al estar entre las posesiones de su tía menguaba un poco, era como si la habitación misma fuera un bálsamo tranquilizante. Miró la cama, recordó cuantas veces de niña, durante los primeros meses después de la muerte de sus padres, corría al dormitorio, subía al lecho y encontraba consuelo entre sus brazos.
¿Le habría dicho a su tía cuánto la amaba... cuánto agradecía todo lo que hizo por ella? ¿Le había mostrado, como ella lo hiciera, lo poderoso de su amor...?
La invadieron sensaciones de culpabilidad y desesperación. Sentía la tremenda necesidad de regresar en el tiempo, de decirle a Maia todas esas cosas que temía no haberle dicho. Advirtió cómo empezaba a temblar, la culpa le reprochaba tantos pequeños detalles. Caminó hacia la puerta, la cerró al salir y se dirigió a su propio dormitorio. Tenía la vista borrosa por las lágrimas. Se sentó sobre la cama, buscó su pañuelo en el bolso de mano, pero temblaba tanto, que lo volteó y el contenido cayó sobre la cama y parte al suelo. Las llaves de su tía estaban sobre la cama a su lado y al verlas, tuvo que volver a la realidad, lanzó un grito de angustia y de negación, el dolor la sobrecogió al verlas, sufría al protestar:
—No... No... No...
Entregada a su pena, no escuchó el auto en el exterior, ni la puerta que se abría, no fue sino hasta que escuchó su voz que se percató de que Pedro Alfonso ya estaba en casa.
—¿Qué pasa? ¿Ocurre algo malo?
Ella se volvió al escuchar la voz, estaba demasiado sorprendida para intentar ocultar su pena, olvidó que llevaba la bata puesta y que ésta se pegaba a su cuerpo revelando que no llevaba nada abajo, no se percató de laa conclusiones a las que llegaba Pedro.
—Concluyó, ¿cierto? —le dijo él, brusco.
Confundida Paulaa pensaba que se refería a la muerte de su tía. Estaba demasiado alterada, sólo asintió con la cabeza cuando él entró en su dormitorio, dándose cuenta del contenido de su bolso sobre la cama y el suelo y en especial del juego extra de llaves de la casa.
—Traté de advertirte que esto pasaría —escuchó que él decía, las palabras rebotaban en ella, carecían de significado, tenía el rostro invadido por el dolor al volverse a verlo sin lograr enfocar la mirada.
—Oh, Dios, ¿cómo pudo hacerte esto? —escuchó que decía Pedro entonces, se sentó a su lado sobre la cama, se acercó a ella, le ofreció el consuelo de sus brazos, su calidez... le ofreció la compasión física que ella tanto necesitaba, la sensación que le produjera su abrazo le recordó el amor que recibiera de su tía, por lo que ciega, lo aceptó, le permitió que la abrazara mientras ella dejaba escapar todo su sufrimiento, apenas se percataba de quién era él, lo único que sabía era que le ofrecía consuelo.
Cuando Paula sintió que Pedro le apartaba el cabello húmedo del rostro y se hizo una cierta distancia entre ellos, ella por instinto reaccionó, se opuso a que se separara, se aferró a él y protestó.
—No... Por favor...
Se sentía tan seguro, tan cálido... el aroma de la piel la consolaba tanto. Quería quedarse así, entre sus brazos, por siempre. Temblaba, sus emociones, sus necesidades cambiaron con tal velocidad de las de una niña a las de una mujer, que apenas notó lo que ocurría, sólo percibía la necesidad intenso de permanecer con él, de obtener una satisfacción a los deseos complejos que la motivaban.
sábado, 25 de enero de 2020
ADVERSARIO: CAPITULO 23
Antes que la mano de la enfermera le apretará más el hombro, Paula supo que se había ido, pero todavía continuaba abrazándola, inclinó la cabeza sobre la de su tía, y dejó escapar las lágrimas que con tanto esfuerzo lograra contener tanto tiempo.
La enfermera comprendía, la dejó que diera rienda suelta a su dolor, antes de obligarla a que soltara a la anciana y acomodara el cuerpo sin vida sobre el lecho.
—¿Puedo... quedarme un rato aquí con ella? —murmuró Paula.
La mujer asintió en silencio y se alejó sin hacer ruido.
Más tarde, Paula no supo cuánto tiempo permaneció allí, sentada al lado de su tía.
Tampoco podía recordar todo lo que le dijera, sólo que habló tanto, que le dolía la garganta, o tal vez era por las lágrimas... sólo sabía que cuando al fin la enfermera le dijo que era hora de que se retirara, se sentía atontada, consciente del hecho de que su tía había muerto y sin embargo todavía incapaz de admitirlo.
Tendría que hacer muchas cosas... lo sabía, y sin embargo, al salir del hospital para ir a casa, no lograba pensar más que en que todo había terminado, que su tía estaba muerta.
ADVERSARIO: CAPITULO 22
DURANTE los días siguientes, Paula tuvo la impresión de que su tía mejoraba, que se recuperaba; entonces, al tercer día, cuando la dejó para ir a casa en busca del descanso que tanto necesitaba, llamó el teléfono sacándola de un sueño profundo.
Por instinto supo, aun antes de contestar que sería del hospital. Diez minutos después de recibida la llamada, ya estaba vestida y se dirigía al lado del lecho de su tía, trataba de recordarse que no le serviría de nada la falta de concentración al conducir, que lo único que le acarrearía sería un accidente.
Triste, pensó que si Pedro Alfonso regresaba en su ausencia, sin duda pensaría que otra vez pasaba la noche con su amante.
Pedro Alfonso. ¿Por qué demonios permitía que entrara en su mente, que ocupara sus pensamientos, sus emociones ahora que necesitaba de toda su energía, de todos sus recursos mentales y emotivos para concentrarse en su tía y en lo que la esperaba?
¿Era porque estaba tan aterrorizada, aun ahora, de fallarle a su tía, de tomar lo último do su fuerza frágil, en vez de dársela, en vez de apoyarla, por lo que se permitía pensar en Pedro? ¿Lo usaba como recurso para alejar sus pensamientos de lo que tenía frente a ella?
Al acercarse al hospital, se le empezó a retorcer el estómago. Ya era bastante difícil aceptar la muerte como un concepto; pero como realidad...
Se estremeció. Estaba tan asustada, admitió, tanto de fallarle a su tía como a ella misma. Nunca antes había presenciado la muerte, y la idea de estar presente en la muerte de su adorada tía...
Sintió alivio cuando al llegar al hospital encontró a Maia consciente y lúcida, aunque parecía muy débil.
—Si quiere que una de nosotras la acompañe, o si nos necesita para cualquier cosa... —le dijo la enfermera amable, al acompañarla al lecho de su tía.
En silencio, Paula negó con la cabeza, se acomodó a un lado de la anciana, tomó entre las suyas la mano frágil.
La sorprendió la sonrisa de Maia; tenía la mirada tan llena de amor y tranquilidad, que, a pesar de estar decidida a no hacerlo, Paula sintió que sus ojos se llenaban de llanto. Lágrimas por ella misma, no por su tía que estaba tan calmada, tan en paz consigo misma, que llorar por ella casi sería un insulto a su valor... un intento de arrebatarle lo que tanto luchó por obtener.
—No, Paula, no lo hagas —le advirtió en voz baja la señora cuando ella trató de ocultarle sus lágrimas—. No es necesario que me ocultes tus sentimientos. Yo misma tengo deseos de llorar un poco. Todavía hay tanto que quisiera hacer... esas rosas, por ejemplo. Quería verte casada, sostener a tus hijos en mis brazos; sin embargo, al mismo tiempo tengo una gran alegría... una calma y una paz inmensas —le apretó los dedos con la mano débil—. No temo a la muerte, Paula, aunque admito que ha habido muchas ocasiones en las que he temido a mi propia muerte, y sin embargo, ahora, no siento ningún temor. No hay dolor, no hay miedo...
Paula pasó saliva, sabía por lo que le dijeron, que le habían administrado suficientes medicamentos como para calmar el dolor físico permitiéndole al mismo tiempo que no perdiera el conocimiento, aunque la enfermera advirtió a Paula que al final su tía perdería y recuperaría la razón y que en ocasiones no la reconocería, o la confundiría con otra persona.
—No es raro que alguien que está a punto de morir imagine que puede ver a alguien muy cercano a sí y que tal vez ha muerto hace tiempo, por lo que no se alarme si esto le ocurre a su tía —le advirtió la enfermera.
La anciana quería hablar, y aunque Paula ansiaba gritarle que no lo hiciera, que no malgastara sus fuerzas, logró contener las palabras, se decía que lo importante ahora eran las necesidades de su tía y no las propias. En ocasiones, como se lo advirtieran, perdía y recuperaba la conciencia, confundía a Paula con su hermana y en otras con la madre de Paula, pero, poco a poco, de manera inexorable, se le escapaba la vida, los dedos que sostenía entre los suyos se enfriaban, sólo el brillo de los ojos azules al volverse a ver a Paula, le decían que todavía había vida en ella.
—Abrázame, Paula... —le suplicó—, tengo tanto miedo...
Y, entonces, casi al momento en que Paula controló su propia angustia para abrazarla con fuerza, una expresión de paz intensa le iluminó el rostro.
Parecía ver más allá de ella, enfocar la vista en algo o en alguien que Paula misma no lograba ver.
Había oscuridad en la sala. La tarde se convirtió en noche.
Como si supiera que era lo que ocurría, la enfermera apareció a un lado de la cama, moviéndose silenciosamente y apoyó la mano sobre el hombro de Paula, le dio calor y fuerza, le retiró el frío que parecía haberla envuelto.
Paula descubrió que apenas podía respirar, apenas podía pasar saliva por lo inmenso de su tensión y angustia. Escuchó que su tía decía algo., un nombre quizá... un resplandor de tal alegría le suavizó el rostro, que Paula por instinto se volvió a ver en la misma dirección, sólo que no logró ver nada a excepción de la oscuridad que rodeaba la cama.
En el silencio pesado de la sala, el sonido de la garganta de su tía al exhalar su último aliento, sonó demasiado fuerte.
ADVERSARIO: CAPITULO 21
Tan pronto como estuvo segura de que se había ido, temblorosa subió al piso alto, hizo un gesto de horror al ver su reflejo en el espejo de su dormitorio.
Se veía muy mal, tenía el maquillaje corrido por las lágrimas, el rostro hinchado y pálido, el cabello en desorden, la ropa arrugada como si hubiera dormido con ella puesta. No era de sorprender que él hubiera pensado...
Empezó a temblar, rodeó su cuerpo con los brazos, tratando de conservar el calor.
¿Por qué la atacó de esa forma, con tal fiereza verbal, de tal manera que sintió su desdén como si fuera un golpe físico? Antes, nunca se enfrentó al desprecio de nadie, nunca se imaginó que lo tuviera que hacer. La juzgaba tan mal, la despreciaba tanto, estaba tan amargado... y, sin embargo, a pesar de todo lo que pensaba de ella, estaba tan preocupado, que esperó hasta que ella regresó a casa... para asegurarse de que estaba bien.
Se sentó sobre la cama. Tenía la mente llena de pensamientos extraños, no relacionados. Se preocupó por ella, a pesar de lo que pensaba de ella. Le importaba...
Sintió un nudo enorme en la garganta. No por él, se aseguró; no, su derrumbe emocional no estaba ocasionado por cualquier reacción que Pedro Alfonso le causara; era sólo una reacción como resultado de la preocupación que ella sentía por su tía.
Eso era lo que la tenía tan vulnerable... tan débil y susceptible a los pensamientos y sentimientos de los otros...de él. Pedro estaba equivocado en la apreciación que tenía de ella, pero, no tenía manera de saber... que las cosas que le dijera eran crueles a la vez que injustificadas, y sin embargo, cuando las dijo, ella sintió que su verdadero enojo y desdén no estaban dirigidos a ella, sino a su supuesto amante.
¿Qué le pasaba?, se preguntó cansada. ¿Por qué se permitía analizar el punto de vista de Pedro Alfonso, por qué reaccionaba de manera tan peligrosa a él? Estaba tan enojada en ese momento, tan furiosa, tan... si no se hubiera sentido tan débil, se habría defendido golpeándolo. Se estremeció al darse cuenta del peligro que encerraban sus reacciones.
Olvídalo, se dijo mientras se desvestía. Olvídalo.
Tienes cosas mucho más importantes de las que preocuparle... mucho más importantes.
ADVERSARIO: CAPITULO 20
Le desagradó descubrir que el auto de Pedro estaba frente a la casa cuando llegó. Al recorrer el sendero hacia la casa, recordó que él dijo algo de un servicio, esperaba que lo hubiera llevado después de que él saliera a trabajar y que su presencia fuera de la cabaña no significara que Pedro estaba adentro.
Abrió la puerta posterior. La cocina estaba inmaculada, y durante un momento pensó que Pedro ya había salido; entonces vio el café listo y escuchó pasos en la escalera, se le tensó el cuerpo cuando éste entró en la cocina.
—Vaya, ya regresaste —la voz de Pedro sonó inexpresiva. Entonces, ¿por qué tenía ella la sensación de que trataba de contener su furia?—. ¿Sueles pasar la noche fuera con frecuencia? —la presionó brusco al dejar salir el enojo que lo invadía—. Sólo me gustaría saberlo para no parecer un tonto con la policía cuando reporte tu desaparición. No hablo de un informe minucioso de tus actividades, no espero una descripción de la manera en la que pasas el tiempo —continuó sarcástico—. Sólo unas cuantas palabras... una nota breve...
Paula todavía no hablaba. Lo inesperado de su ataque, la dejó demasiado sorprendida como para defenderse. No podía creer que él se comportara como un padre iracundo que amonestara a un adolescente difícil.
Se sacudió el sufrimiento y desesperación legado de la noche en vela que pasara en el hospital. Trataba de aclararse la cabeza, de ordenar sus pensamientos... encontrar la manera de defenderse.
—No tengo por qué darte cuenta de mis actos —le dijo molesta—. Esta es mi casa y soy una persona adulta. Si quiero pasar toda la noche fuera, eso es asunto mío y de nadie más.
—Estás equivocada —la interrumpió brusco—. Considero que la esposa de tu amante lo considera tanto su asunto como tuyo. A propósito, ¿en dónde estuvo ella? ¿A dónde te llevo? ¿A un hotelucho sórdido, o te llevó a su casa en ausencia de su esposa y te hizo el amor en la misma cama que comparte con ella? Algunos hombres se sienten muy excitados al hacerlo... y algunas mujeres...
El disgusto en la voz de Pedro hizo que se le pusiera la carne de gallina. ¿En verdad pensaba...sugería que...?
—No importa lo que haya ocurrido entre ustedes anoche. Es obvio que no podía esperar para deshacerse de ti hoy. Un amante poco romántico... pero, la mayoría de los hombres casados no lo son. No pueden darse el lujo de serlo.
Paula ya había escuchado lo suficiente. Sus acusaciones infundadas aunadas a los hechos de la noche, hicieron que perdiera el control, que sus sentimientos se arremolinaran de tal manera que lo único que quería era llorar con amargura.
— ¿Qué sabes de esto? ¿Qué sabes de nada de lo que me pasa? ¿Qué te da el derecho de juzgarme, de condenarme?
Horrorizada, percibió como la amenazaban las lágrimas, sabía que si no se recuperaba, se desharía por completo. No podía enfrentarse a eso ahora. Lo que necesitaba era paz, soledad, sueño... Descubrió que temblaba, casi con violencia, tenía los nervios alterados, el cuerpo tan tenso, que la menor provocación la haría explotar. Quería, descubrió aterrorizada, abrir la boca y gritarle, gritarle hasta que no quedara nada... nada de sufrimiento, enojo, amargura, angustia... nada.
—¿En verdad valió la pena? —escuchó que Pedro preguntaba molesto—. ¿Lo disfrutaste sabiendo que él engaña a alguien para estar contigo, a la mujer que en algún momento le juró amor eterno, justo como te engañará a ti algún día? Eres una mujer inteligente. ¿No puedes ver más allá del presente, ver lo que te depara el futuro... no te das cuenta...?
Paula ya estaba harta.
—Me doy cuenta de que no tienes derecho de hablarme así —le dijo seria.
Se sentía como si hubiera bebido demasiado. Su proceso mental era tan lento, que apenas podía pensar con lógica.
—Y para tu información... —le falló la voz, por los sentimientos acumulados al recordar en donde pasara la noche; la noche que él la acusara de pasar entre los brazos de su amante imaginario, en la cama que él compartía con su esposa, supo que no había manera de decirle la verdad.
Ella sintió que se marcaba, tuvo que apoyar la mano sobre la mesa para no caer. Todo lo que quería era estar sola, tratar de obtener el descanso que tanto necesitaba para que cuando llegara la crisis final; cuando llegaran las horas finales de la vida de su tía, ella tuviera la fuerza suficiente para soportarlas.
—¿Qué haces aquí a esta hora? —preguntó—. Pensé que ya habrías salido al trabajo.
Ella apenas se percató de las conclusiones a las que él llegaba cuando notó la forma en la que se le tensaba el rostro.
—Sí, estoy seguro de que lo hiciste. Supongo que nunca se te ocurrió que estaría preocupado por ti, que cuando regresé y noté que no estaba tu auto... que tú no estabas...
Paula lo miraba incrédula. ¿Trataba de decirle que retrasó su salida porque estaba preocupado por ella? Eso era ridículo... imposible.
—No te creo —le dijo ella con firmeza, reaccionando por instinto a lo que él le decía.
—No, supongo que no —él admitió molesto—. Sin embargo, esa es la verdad. Ahora que ya regresaste... —su subió la manga de la camisa y le dio un vistazo al reloj de pulso. Por alguna razón, esa acción tan masculina, hizo que se le encogiera el estómago y que se le debilitara el cuerpo. Apenas advirtió que él decía algo de tener que pasar un par de días en Londres y que no regresaría hasta finalizar la semana, pero, sentía tal necesidad de estar a solas, que no fue sino hasta más tarde, después de que él se fuera, que comprendió lo que le dijera.
ADVERSARIO: CAPITULO 19
Una vez allí, trató de recuperar la compostura, pero, cada vez que creía que empezaba a relajarse un poco, le regresaban las palabras que le dijera, acompañadas por una imagen mental muy clara y vivida de su cuerpo desnudo.
Desde la ventana de su habitación podía observar el sendero, y no fue sino hasta que vio un taxi que lo recorría que se percató de que iba a buscar a Pedro para llevarlo a su compromiso, entonces, logró bajar a la cocina que, por fortuna, encontró vacía.
Descorazonada, empezó a prepararse su cena, pero entonces llamó el teléfono y se tensó, pensando que podía ser del hospital. Cuando no lo fue, descubrió que la tensión le había destruido el apetito de tal manera, que todo lo que pudo hacer fue comer un poco de ensalada antes de volver a subir a arreglarse para ir al hospital.
Fue entonces, cuando se percató de que habia retrasado el momento de entrar en el cuarto de baño.
Se volvió a sentir acalorada, rechinó los dientes y se obligó a hacerlo, cerró bien la puerta antes de desvestirse y entrar en la ducha.
Una vez allí, se detuvo en el acto de enjabonarse el cuerpo, recordaba la visión y el aroma de Pedro. El cuerpo respondió al estímulo de su mente y el efecto fue tan erótico, tan poderoso que jadeó en protesta, permaneció inmóvil, tratando de negar lo que le ocurría.
¿Qué le pasaba? ¿Por qué se comportaba así y reaccionaba de esa manera a un hombre a quien apenas conocía y que además, le desagradaba? Molesta, so talló la piel hasta casi sangrarla.
No quería recordar lo que sintiera cuando vio el cuerpo desnudo de Pedro, cómo se sintiera cuando vio la reacción que él tuvo. Luchó contra el recuerdo del timbre sutil que hubo en la voz de Pedro cuando él le dijo: A un hombre le parece erótico que su mujer lo observe cuando le hace el amor, cuando admira su cuerpo y encuentra placer en el efecto que ella tiene sobre él...
Se le puso la carne de gallina, a pesar del vapor en el cuarto de baño; sentía los senos pesados, los muslos débiles, un dolor en su interior, y si cerraba los ojos...
Se movió brusca, tomó su ropa interior con violencia, trataba de negar lo que le ocurría, casi lloraba por su incapacidad de comprender por qué reaccionaba así. ¿Tenía que ver con su edad... su soltería... era una manifestación de la manera en la que funcionaba su reloj biológico... o era algo ocasionado por el trauma que le provocaba la enfermedad de su tía, una manera de hacerse a un lado y alejarse de la angustia que la acosaba? Cansada, negó con la cabeza, trataba de apartar a Pedro de sus pensamientos, incluyendo aquellos traicioneros que la llevaban a preguntarse en dónde estaría y con quién. Una cena con un colega, dijo, y ella se preguntaba si sería hombre o mujer. Y si fuera mujer...
Muy alarmada por la dirección que seguían sus ideas, las controló. Era su tía en quien debería pensar ahora, no en Pedro Alfonso. El no ocupaba un lugar real en su vida, y no tenía lugar en sus pensamientos... ni en sus emociones.
Cuando llegó al hospital, su tía estaba consciente e inquieta. Se sentó a su lado y le tomó la mano, tranquilizándola. Sufría por el temor y el amor mientras escuchaba a su tía hablar de su infancia, la confundía con su hermana, quien fuera su propia abuela, pero que no viviera lo suficiente para que Paula la conociera.
Pasaron las horas, largas, agotadoras, durante las cuales en ocasiones su tía emergía del pasado al presente y volvía a ser la adulta preocupada y amorosa que guiara a Paula con tanto cuidado a través del trauma de la pérdida en su infancia, quien le diera tanto, quien ahora la necesitara tanto, admitió Paula mientras hablaban, o más bien mientras su tía hablaba y ella escuchaba.
Por primera ocasión supo del hombre joven con quien su tía esperaba casarse y quien sufriera una muerte trágica en la guerra.
—Fuimos amantes antes de que se fuera, después rogaba haber concebido su hijo —Paula le apretó la mano para consolarla—. Lo deseaba tanto. Lo perdí a él, pero hubiera dado a luz a su hijo. No hay un sufrimiento semejante al desear el hijo de tu amado, y saber que nunca podrá ser. Un día, cuando te enamores, sabrás a lo que me refiero Paula.
Maia estaba cansada, agotada por el esfuerzo de hablar, el dolor se reflejaba en las líneas del rostro que veía a Paula.
—Lo peor de todo es saber que te dejaré sola —le dijo a su sobrina nieta en voz baja.
Paula negó con la cabeza, tratando de ocultar sus lágrimas.
—No estaré sola. Siempre tendré tu amor. Tú me has dado tanto...
—No más de lo que tú me has dado a mí. Cuando murieron tus padres y yo entré en tu vida... le diste un significado a la mía, Paula, no sólo un objetivo, sino también amor —hizo una pausa, después añadió—. Si todo esto es demasiado para ti...
Paula negó con la cabeza.
—No, quiero estar contigo... compartirlo todo contigo.
Cansada su tía le sonrió, le prometió en voz suave que ya no le quitaría demasiado tiempo.
—Es extraño, pensé que cuando llegara el momento, sentiría temor, que tendría que fingir que no estaba atemorizada, pero...no lo estoy. Me siento muy en paz —añadió, cerró los ojos, haciendo que el corazón de Paula latiera por el terror, tuvo que luchar por .contener las lágrimas que amenazaban con escapar de sus ojos. No... Todavía no. Y, entonces, de repente, los volvió a abrir como si hubiera escuchado su grito silencioso y prosiguió—. Todavía no ocurrirá, no será esta noche, pero pronto...
Mientras su tía dormía, Paula permaneció sentada a su lado, temía moverse, las lágrimas le rodaban por las mejillas, por lo que cuando la encontró la enfermera le dijo con firmeza:
—Debes irte a casa a descansar, Paula, si no lo haces cuando tu tía te necesite, estarás demasiado cansada para estar con ella. Has estado aquí toda la noche.— ¡Toda la noche! Sorprendida,Paula miró hacia la ventana y descubrió que ya casi era de día.
—Vete a casa —le repitió la enfermera y al leerle el pensamiento añadió—. Está bien, si por cualquier razón tu tía te necesita, nos pondremos en contacto contigo. Ahora ella duerme tranquila y el dolor está controlado.
—¿Cuánto tiempo le queda? —Paula pasó saliva al hacer la pregunta.
—No mucho—la enfermera movía la cabeza—. Dos días... tal vez tres. Aprendemos a darnos cuenta cuando la muerte es inminente... cuando nuestros pacientes están dispuestos a aceptarla. Ahora sé una buena chica y ve a casa a descansar. Te prometo que tu tía todavía estará aquí cuando regreses.
Al darse cuenta de que la mujer estaba segura de sus palabras, cansada, Paula se puso de pie. Estaba agotada, también acabada en lo emocional y lo mental. La noche cobraba su precio. Tembló un poco cuando se obligó a apartarse del lado del lecho de su tía. No pudo dejar de volverse a verla cuando llegó a la puerta.
Su tía todavía estaría allí cuando regresara, le dijo la enfermera, implícitas estaban las palabras, la encontrarás viva...
A pesar de eso... mientras conducía de regreso a casa en el amanecer claro del día de verano, Paula se prometió que se mantendría muy cerca del teléfono.
Descanso, le ordenaron en el hospital. ¿Cómo podría hacerlo? A la mitad del camino, casi se dio vuelta con el auto para regresar.
Lo único que la detuvo fue que sabía que la regresarían de inmediato.
El hospital, por la necesidad de espacio para los enfermos, tenía pocas comodidades para los parientes de los pacientes que se querían quedar allí. Tenía suerte, vivía bastante cerca del nosocomio como para ir y volver. Ella sabía que su cuerpo necesitaba el sueño y lo imposible que le sería descansar en esa silla a un lado del lecho de su tía; sin embargo, quería estar a su lado cuando llegara el momento final.
Apretó las manos sobre el volante, el camino se borró frente a sus ojos. Se llevó una mano al rostro, se limpió las lágrimas que le impedían ver.
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