sábado, 25 de enero de 2020
ADVERSARIO: CAPITULO 19
Una vez allí, trató de recuperar la compostura, pero, cada vez que creía que empezaba a relajarse un poco, le regresaban las palabras que le dijera, acompañadas por una imagen mental muy clara y vivida de su cuerpo desnudo.
Desde la ventana de su habitación podía observar el sendero, y no fue sino hasta que vio un taxi que lo recorría que se percató de que iba a buscar a Pedro para llevarlo a su compromiso, entonces, logró bajar a la cocina que, por fortuna, encontró vacía.
Descorazonada, empezó a prepararse su cena, pero entonces llamó el teléfono y se tensó, pensando que podía ser del hospital. Cuando no lo fue, descubrió que la tensión le había destruido el apetito de tal manera, que todo lo que pudo hacer fue comer un poco de ensalada antes de volver a subir a arreglarse para ir al hospital.
Fue entonces, cuando se percató de que habia retrasado el momento de entrar en el cuarto de baño.
Se volvió a sentir acalorada, rechinó los dientes y se obligó a hacerlo, cerró bien la puerta antes de desvestirse y entrar en la ducha.
Una vez allí, se detuvo en el acto de enjabonarse el cuerpo, recordaba la visión y el aroma de Pedro. El cuerpo respondió al estímulo de su mente y el efecto fue tan erótico, tan poderoso que jadeó en protesta, permaneció inmóvil, tratando de negar lo que le ocurría.
¿Qué le pasaba? ¿Por qué se comportaba así y reaccionaba de esa manera a un hombre a quien apenas conocía y que además, le desagradaba? Molesta, so talló la piel hasta casi sangrarla.
No quería recordar lo que sintiera cuando vio el cuerpo desnudo de Pedro, cómo se sintiera cuando vio la reacción que él tuvo. Luchó contra el recuerdo del timbre sutil que hubo en la voz de Pedro cuando él le dijo: A un hombre le parece erótico que su mujer lo observe cuando le hace el amor, cuando admira su cuerpo y encuentra placer en el efecto que ella tiene sobre él...
Se le puso la carne de gallina, a pesar del vapor en el cuarto de baño; sentía los senos pesados, los muslos débiles, un dolor en su interior, y si cerraba los ojos...
Se movió brusca, tomó su ropa interior con violencia, trataba de negar lo que le ocurría, casi lloraba por su incapacidad de comprender por qué reaccionaba así. ¿Tenía que ver con su edad... su soltería... era una manifestación de la manera en la que funcionaba su reloj biológico... o era algo ocasionado por el trauma que le provocaba la enfermedad de su tía, una manera de hacerse a un lado y alejarse de la angustia que la acosaba? Cansada, negó con la cabeza, trataba de apartar a Pedro de sus pensamientos, incluyendo aquellos traicioneros que la llevaban a preguntarse en dónde estaría y con quién. Una cena con un colega, dijo, y ella se preguntaba si sería hombre o mujer. Y si fuera mujer...
Muy alarmada por la dirección que seguían sus ideas, las controló. Era su tía en quien debería pensar ahora, no en Pedro Alfonso. El no ocupaba un lugar real en su vida, y no tenía lugar en sus pensamientos... ni en sus emociones.
Cuando llegó al hospital, su tía estaba consciente e inquieta. Se sentó a su lado y le tomó la mano, tranquilizándola. Sufría por el temor y el amor mientras escuchaba a su tía hablar de su infancia, la confundía con su hermana, quien fuera su propia abuela, pero que no viviera lo suficiente para que Paula la conociera.
Pasaron las horas, largas, agotadoras, durante las cuales en ocasiones su tía emergía del pasado al presente y volvía a ser la adulta preocupada y amorosa que guiara a Paula con tanto cuidado a través del trauma de la pérdida en su infancia, quien le diera tanto, quien ahora la necesitara tanto, admitió Paula mientras hablaban, o más bien mientras su tía hablaba y ella escuchaba.
Por primera ocasión supo del hombre joven con quien su tía esperaba casarse y quien sufriera una muerte trágica en la guerra.
—Fuimos amantes antes de que se fuera, después rogaba haber concebido su hijo —Paula le apretó la mano para consolarla—. Lo deseaba tanto. Lo perdí a él, pero hubiera dado a luz a su hijo. No hay un sufrimiento semejante al desear el hijo de tu amado, y saber que nunca podrá ser. Un día, cuando te enamores, sabrás a lo que me refiero Paula.
Maia estaba cansada, agotada por el esfuerzo de hablar, el dolor se reflejaba en las líneas del rostro que veía a Paula.
—Lo peor de todo es saber que te dejaré sola —le dijo a su sobrina nieta en voz baja.
Paula negó con la cabeza, tratando de ocultar sus lágrimas.
—No estaré sola. Siempre tendré tu amor. Tú me has dado tanto...
—No más de lo que tú me has dado a mí. Cuando murieron tus padres y yo entré en tu vida... le diste un significado a la mía, Paula, no sólo un objetivo, sino también amor —hizo una pausa, después añadió—. Si todo esto es demasiado para ti...
Paula negó con la cabeza.
—No, quiero estar contigo... compartirlo todo contigo.
Cansada su tía le sonrió, le prometió en voz suave que ya no le quitaría demasiado tiempo.
—Es extraño, pensé que cuando llegara el momento, sentiría temor, que tendría que fingir que no estaba atemorizada, pero...no lo estoy. Me siento muy en paz —añadió, cerró los ojos, haciendo que el corazón de Paula latiera por el terror, tuvo que luchar por .contener las lágrimas que amenazaban con escapar de sus ojos. No... Todavía no. Y, entonces, de repente, los volvió a abrir como si hubiera escuchado su grito silencioso y prosiguió—. Todavía no ocurrirá, no será esta noche, pero pronto...
Mientras su tía dormía, Paula permaneció sentada a su lado, temía moverse, las lágrimas le rodaban por las mejillas, por lo que cuando la encontró la enfermera le dijo con firmeza:
—Debes irte a casa a descansar, Paula, si no lo haces cuando tu tía te necesite, estarás demasiado cansada para estar con ella. Has estado aquí toda la noche.— ¡Toda la noche! Sorprendida,Paula miró hacia la ventana y descubrió que ya casi era de día.
—Vete a casa —le repitió la enfermera y al leerle el pensamiento añadió—. Está bien, si por cualquier razón tu tía te necesita, nos pondremos en contacto contigo. Ahora ella duerme tranquila y el dolor está controlado.
—¿Cuánto tiempo le queda? —Paula pasó saliva al hacer la pregunta.
—No mucho—la enfermera movía la cabeza—. Dos días... tal vez tres. Aprendemos a darnos cuenta cuando la muerte es inminente... cuando nuestros pacientes están dispuestos a aceptarla. Ahora sé una buena chica y ve a casa a descansar. Te prometo que tu tía todavía estará aquí cuando regreses.
Al darse cuenta de que la mujer estaba segura de sus palabras, cansada, Paula se puso de pie. Estaba agotada, también acabada en lo emocional y lo mental. La noche cobraba su precio. Tembló un poco cuando se obligó a apartarse del lado del lecho de su tía. No pudo dejar de volverse a verla cuando llegó a la puerta.
Su tía todavía estaría allí cuando regresara, le dijo la enfermera, implícitas estaban las palabras, la encontrarás viva...
A pesar de eso... mientras conducía de regreso a casa en el amanecer claro del día de verano, Paula se prometió que se mantendría muy cerca del teléfono.
Descanso, le ordenaron en el hospital. ¿Cómo podría hacerlo? A la mitad del camino, casi se dio vuelta con el auto para regresar.
Lo único que la detuvo fue que sabía que la regresarían de inmediato.
El hospital, por la necesidad de espacio para los enfermos, tenía pocas comodidades para los parientes de los pacientes que se querían quedar allí. Tenía suerte, vivía bastante cerca del nosocomio como para ir y volver. Ella sabía que su cuerpo necesitaba el sueño y lo imposible que le sería descansar en esa silla a un lado del lecho de su tía; sin embargo, quería estar a su lado cuando llegara el momento final.
Apretó las manos sobre el volante, el camino se borró frente a sus ojos. Se llevó una mano al rostro, se limpió las lágrimas que le impedían ver.
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