sábado, 25 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 20




Le desagradó descubrir que el auto de Pedro estaba frente a la casa cuando llegó. Al recorrer el sendero hacia la casa, recordó que él dijo algo de un servicio, esperaba que lo hubiera llevado después de que él saliera a trabajar y que su presencia fuera de la cabaña no significara que Pedro estaba adentro.


Abrió la puerta posterior. La cocina estaba inmaculada, y durante un momento pensó que Pedro ya había salido; entonces vio el café listo y escuchó pasos en la escalera, se le tensó el cuerpo cuando éste entró en la cocina.


—Vaya, ya regresaste —la voz de Pedro sonó inexpresiva. Entonces, ¿por qué tenía ella la sensación de que trataba de contener su furia?—. ¿Sueles pasar la noche fuera con frecuencia? —la presionó brusco al dejar salir el enojo que lo invadía—. Sólo me gustaría saberlo para no parecer un tonto con la policía cuando reporte tu desaparición. No hablo de un informe minucioso de tus actividades, no espero una descripción de la manera en la que pasas el tiempo —continuó sarcástico—. Sólo unas cuantas palabras... una nota breve...


Paula todavía no hablaba. Lo inesperado de su ataque, la dejó demasiado sorprendida como para defenderse. No podía creer que él se comportara como un padre iracundo que amonestara a un adolescente difícil.


Se sacudió el sufrimiento y desesperación legado de la noche en vela que pasara en el hospital. Trataba de aclararse la cabeza, de ordenar sus pensamientos... encontrar la manera de defenderse.


—No tengo por qué darte cuenta de mis actos —le dijo molesta—. Esta es mi casa y soy una persona adulta. Si quiero pasar toda la noche fuera, eso es asunto mío y de nadie más.


—Estás equivocada —la interrumpió brusco—. Considero que la esposa de tu amante lo considera tanto su asunto como tuyo. A propósito, ¿en dónde estuvo ella? ¿A dónde te llevo? ¿A un hotelucho sórdido, o te llevó a su casa en ausencia de su esposa y te hizo el amor en la misma cama que comparte con ella? Algunos hombres se sienten muy excitados al hacerlo... y algunas mujeres...


El disgusto en la voz de Pedro hizo que se le pusiera la carne de gallina. ¿En verdad pensaba...sugería que...?


—No importa lo que haya ocurrido entre ustedes anoche. Es obvio que no podía esperar para deshacerse de ti hoy. Un amante poco romántico... pero, la mayoría de los hombres casados no lo son. No pueden darse el lujo de serlo.


Paula ya había escuchado lo suficiente. Sus acusaciones infundadas aunadas a los hechos de la noche, hicieron que perdiera el control, que sus sentimientos se arremolinaran de tal manera que lo único que quería era llorar con amargura.


— ¿Qué sabes de esto? ¿Qué sabes de nada de lo que me pasa? ¿Qué te da el derecho de juzgarme, de condenarme?


Horrorizada, percibió como la amenazaban las lágrimas, sabía que si no se recuperaba, se desharía por completo. No podía enfrentarse a eso ahora. Lo que necesitaba era paz, soledad, sueño... Descubrió que temblaba, casi con violencia, tenía los nervios alterados, el cuerpo tan tenso, que la menor provocación la haría explotar. Quería, descubrió aterrorizada, abrir la boca y gritarle, gritarle hasta que no quedara nada... nada de sufrimiento, enojo, amargura, angustia... nada.


—¿En verdad valió la pena? —escuchó que Pedro preguntaba molesto—. ¿Lo disfrutaste sabiendo que él engaña a alguien para estar contigo, a la mujer que en algún momento le juró amor eterno, justo como te engañará a ti algún día? Eres una mujer inteligente. ¿No puedes ver más allá del presente, ver lo que te depara el futuro... no te das cuenta...?


Paula ya estaba harta.


—Me doy cuenta de que no tienes derecho de hablarme así —le dijo seria.


Se sentía como si hubiera bebido demasiado. Su proceso mental era tan lento, que apenas podía pensar con lógica.


—Y para tu información... —le falló la voz, por los sentimientos acumulados al recordar en donde pasara la noche; la noche que él la acusara de pasar entre los brazos de su amante imaginario, en la cama que él compartía con su esposa, supo que no había manera de decirle la verdad.


Ella sintió que se marcaba, tuvo que apoyar la mano sobre la mesa para no caer. Todo lo que quería era estar sola, tratar de obtener el descanso que tanto necesitaba para que cuando llegara la crisis final; cuando llegaran las horas finales de la vida de su tía, ella tuviera la fuerza suficiente para soportarlas.


—¿Qué haces aquí a esta hora? —preguntó—. Pensé que ya habrías salido al trabajo.


Ella apenas se percató de las conclusiones a las que él llegaba cuando notó la forma en la que se le tensaba el rostro.


—Sí, estoy seguro de que lo hiciste. Supongo que nunca se te ocurrió que estaría preocupado por ti, que cuando regresé y noté que no estaba tu auto... que tú no estabas...


Paula lo miraba incrédula. ¿Trataba de decirle que retrasó su salida porque estaba preocupado por ella? Eso era ridículo... imposible.


—No te creo —le dijo ella con firmeza, reaccionando por instinto a lo que él le decía.


—No, supongo que no —él admitió molesto—. Sin embargo, esa es la verdad. Ahora que ya regresaste... —su subió la manga de la camisa y le dio un vistazo al reloj de pulso. Por alguna razón, esa acción tan masculina, hizo que se le encogiera el estómago y que se le debilitara el cuerpo. Apenas advirtió que él decía algo de tener que pasar un par de días en Londres y que no regresaría hasta finalizar la semana, pero, sentía tal necesidad de estar a solas, que no fue sino hasta más tarde, después de que él se fuera, que comprendió lo que le dijera.



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