domingo, 26 de enero de 2020
ADVERSARIO: CAPITULO 24
Cuando llegó a casa, se fue directo a la cama, necesitaba el escape que le podría proporcionar el sueño.
Durmió todo el día. Despertó cuando el sol vespertino entró por su ventana.
Pasaron varios segundos antes que recordara lo ocurrido. Cuando lo hizo, empezó a temblar con violencia. Se sentía enferma por la pérdida.
Llamó el teléfono, pero ella lo ignoró. Todavía no estaba dispuesta a enfrentarse al mundo, a aceptar que la vida de su tía había concluido.
Quería estar a solas con sus recuerdos... con su dolor...
Se levantó y se dio una ducha. Se lavó el cabello y descubrió que estaba demasiado cansada para molestarse en vestirse. Sacó una bata de felpa que su tía le regalara la Navidad anterior, al acariciar la suavidad del material, sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.
Cerró los párpados, los apretó para contener las lágrimas. Al abrir la puerta del cuarto de baño se encontraba frente a la puerta del dormitorio de su tía.
Tambaleante caminó hacia ella y la abrió. El aroma de la colonia de Maia todavía se percibía. Los cepillos y el espejo con mango de plata brillaban sobre el tocador de nogal.
Los padres de su tía le regalaron ese juego cuando ella cumplió veintiún años. Paula se acercó despacio y tomó el espejo. La fecha de nacimiento de Maia y sus iniciales estaban grabadas en él. Tocó el grabado con un dedo. Sintió un dolor ardiente en el corazón, un sufrimiento que sólo al estar entre las posesiones de su tía menguaba un poco, era como si la habitación misma fuera un bálsamo tranquilizante. Miró la cama, recordó cuantas veces de niña, durante los primeros meses después de la muerte de sus padres, corría al dormitorio, subía al lecho y encontraba consuelo entre sus brazos.
¿Le habría dicho a su tía cuánto la amaba... cuánto agradecía todo lo que hizo por ella? ¿Le había mostrado, como ella lo hiciera, lo poderoso de su amor...?
La invadieron sensaciones de culpabilidad y desesperación. Sentía la tremenda necesidad de regresar en el tiempo, de decirle a Maia todas esas cosas que temía no haberle dicho. Advirtió cómo empezaba a temblar, la culpa le reprochaba tantos pequeños detalles. Caminó hacia la puerta, la cerró al salir y se dirigió a su propio dormitorio. Tenía la vista borrosa por las lágrimas. Se sentó sobre la cama, buscó su pañuelo en el bolso de mano, pero temblaba tanto, que lo volteó y el contenido cayó sobre la cama y parte al suelo. Las llaves de su tía estaban sobre la cama a su lado y al verlas, tuvo que volver a la realidad, lanzó un grito de angustia y de negación, el dolor la sobrecogió al verlas, sufría al protestar:
—No... No... No...
Entregada a su pena, no escuchó el auto en el exterior, ni la puerta que se abría, no fue sino hasta que escuchó su voz que se percató de que Pedro Alfonso ya estaba en casa.
—¿Qué pasa? ¿Ocurre algo malo?
Ella se volvió al escuchar la voz, estaba demasiado sorprendida para intentar ocultar su pena, olvidó que llevaba la bata puesta y que ésta se pegaba a su cuerpo revelando que no llevaba nada abajo, no se percató de laa conclusiones a las que llegaba Pedro.
—Concluyó, ¿cierto? —le dijo él, brusco.
Confundida Paulaa pensaba que se refería a la muerte de su tía. Estaba demasiado alterada, sólo asintió con la cabeza cuando él entró en su dormitorio, dándose cuenta del contenido de su bolso sobre la cama y el suelo y en especial del juego extra de llaves de la casa.
—Traté de advertirte que esto pasaría —escuchó que él decía, las palabras rebotaban en ella, carecían de significado, tenía el rostro invadido por el dolor al volverse a verlo sin lograr enfocar la mirada.
—Oh, Dios, ¿cómo pudo hacerte esto? —escuchó que decía Pedro entonces, se sentó a su lado sobre la cama, se acercó a ella, le ofreció el consuelo de sus brazos, su calidez... le ofreció la compasión física que ella tanto necesitaba, la sensación que le produjera su abrazo le recordó el amor que recibiera de su tía, por lo que ciega, lo aceptó, le permitió que la abrazara mientras ella dejaba escapar todo su sufrimiento, apenas se percataba de quién era él, lo único que sabía era que le ofrecía consuelo.
Cuando Paula sintió que Pedro le apartaba el cabello húmedo del rostro y se hizo una cierta distancia entre ellos, ella por instinto reaccionó, se opuso a que se separara, se aferró a él y protestó.
—No... Por favor...
Se sentía tan seguro, tan cálido... el aroma de la piel la consolaba tanto. Quería quedarse así, entre sus brazos, por siempre. Temblaba, sus emociones, sus necesidades cambiaron con tal velocidad de las de una niña a las de una mujer, que apenas notó lo que ocurría, sólo percibía la necesidad intenso de permanecer con él, de obtener una satisfacción a los deseos complejos que la motivaban.
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