domingo, 26 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 25





Cuando la mano de Pedro le tocó el hombro, tratando con gentileza de apartarla, ella se aferró a él, la tela húmeda se resbaló revelando la curva satinada del cuello y el hombro, la suavidad redondeada del brazo y la curva compleja del seno.


—Paula...


Su mente, sus sentidos registraron la protesta, la negación en la voz de Pedro, pero algo más profundo, algo instintivo y femenino, reconoció que detrás de la negación estaba el deseo masculino, la respuesta a su calidad de mujer. 


Frenética, se lanzó en su búsqueda, lo deseaba, lo necesitaba, su mente cedía en su totalidad a las exigencias de su cuerpo, de sus sentimientos.


Buscó la mano que lo apartara de su cuerpo, colocó los dedos sobre la muñeca, la inesperada demostración dé fuerza lo tomó por sorpresa por lo que ella se inclinó hacia él, le llevó la mano al seno antes que él pudiera detenerla, tenía los labios suaves, abiertos mientras murmuraba contra los de él.


—Por favor... por favor... Te necesito...


Paula escuchó el jadeo de Pedro, sintió su titubeo y habría reaccionado, habría permitido que la realidad traspasara el tormento de su dolor para percatarse de lo que hacía, si la piel ardiente no hubiera reaccionado de repente al aire fresco y al contacto de la mano de Pedro, el pezón se endureció, presionó la mano, haciendo que él respondiera de inmediato a la tentación, el pulgar trazó círculos sobre la piel suave, la boca, de repente, casi con fiereza, se abrió sobre ella, tomó la iniciativa, la ahogó en una oleada de sensaciones que ella no tuvo fuerza con qué resistir.


Ahora le cubría los senos con las dos manos, le acariciaba el cuerpo de una manera desconocida para ella, la hacía sufrir y desear, la hacía olvidar todo, menos el deseo que ardía fuera de control en su interior.


Ella nunca había experimentado nada igual en toda su vida, nunca soñó que pudiera existir tal anhelo, tal intensidad, tal deseo compulsivo. La abrumaba, hacía que olvidara todo lo demás, hacía que gimiera bajo la presión del beso de Pedro. Se quitó la bata, sus sentidos respondían con fiereza al profundo estremecimiento que ocasionaba la reacción en él, lo presionó con su cuerpo, le acarició los hombros y la espalda con las manos, sintió los músculos tensos bajo la piel al tocarlo, sabía que la deseaba, y glorificándose al saberlo, en el poder de su cuerpo, por su feminidad que lo excitaba, se arqueó contra él mientras Pedro la acariciaba, le cubría los senos con las manos... le acariciaba las costillas, la cintura, las caderas, la acercaba tanto a él, que podía sentir la dureza de su excitación.


Parecía no importarle que, nunca, hubiera hecho nada como eso, que nunca lo hubiera imaginado, ni siquiera se hubiera imaginado a sí misma tan fuera de control, llevada por el deseo, pues siempre estuvo convencida de que una intensidad sexual como esa, sólo podía ser ocasionada por una intensidad igual de amor emocional. Quería a ese hombre... lo necesitaba... sufría por él...


Se lo dijo. Murmuraba las palabras entre gemidos de placer, las pronunciaba temblorosa a su oído cuando él respondía a sus súplicas, le decía cuánto disfrutaba del contacto áspero de las puntas de sus dedos contra su piel, de cómo necesitaba la calidez de la boca, las caricias delicadas de la lengua, la fuerza y el poder del cuerpo, le decía cosas que nunca soñó sabría decir, le comunicaba lo profundo y lo intenso de su necesidad con una sensualidad que ella nunca pensó poseer.


Era casi como si otra persona la controlara... como si hubiera sufrido un cambio poderoso, irresistible de personalidad.


Impaciente, tiró de la camisa, quería tener la libertad para tocarlo de la misma manera con que él la tocaba a ella, casi sollozaba impaciente mientras luchaba con los botones, casi derramó lágrimas de alivio cuando él la ayudó. Las manos de Pedro temblaban un poco cuando tiró de la camisa y empezó a desabrocharse el cinturón.





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