martes, 21 de enero de 2020
ADVERSARIO: CAPITULO 9
No fue sino hasta que empezaba a conciliar el sueño, que recordó que no mencionó a Pedro Alfonso a su tía. Mañana se lo diría, mañana.
No, debía ser hoy, reconoció confundida.
Impaciente culpaba a Pedro Alfonso por el hecho de que aunque estaba cansada tanto en lo mental como físicamente, tan pronto como él se deslizó a su mente, todo deseo de dormir desapareció.
Paula descubría con creciente frecuencia que su sueño era breve y que no se relajaba y que sus primeros pensamientos al abrir los ojos eran para su tía. Tal vez su incapacidad para dormir bien, era un legado de esas semanas cuando la señora no lograba conciliar el sueño y cuando Paula, ignorando sus protestas, se sentaba a su lado, le hablaba, trataba de ayudarla a superar la intensidad del dolor. Ahora su tía recibía el beneficio de los cuidados y experiencia del personal del hospital, pero Paula no podía retomar el hábito de una noche de sueño reparador.
Se levantó mucho antes de las siete, tomó su desayuno, o más bien intentó hacerlo, apenas comió un poco de cereal. Ahora, mientras vagaba por el jardín, sin prestar atención a la manera en que el rocío de la mañana humedecía su ropa deportiva, se detuvo para estudiar uno de los botones en uno de los rosales que ella y su tía ordenaran el otoño anterior. Eran rosas especiales, variedades antiguas que cultivaban por su aroma y por la perfección de sus flores. Al observarlas, en busca de alguna plaga, la garganta le dolió por la presión que ejercían las lágrimas que no se atrevía a derramar.
Cuando regresó a la cocina por un par de tijeras y un canasto, con cuidado cortó una media docena de botones, fue una decisión impulsiva, que hizo que le temblaran las manos por la emoción al colocar las flores en el canasto. ¿Por qué las cortaba si su tía pronto estaría en casa para verlas? ¿Qué era lo que su subconsciente trataba de decirle?
Por un momento se sintió tentada a destruir los botones, pisotearlos sobre el suelo, para olvidar la fuerte corriente de conciencia que la llevó a cortarlas; como si una parte profunda de ella ya admitiera que su tía nunca las volvería a ver florecer en su entorno natural. Un dolor agudo, penetrante, la atravesó. No... ¡No era cierto!
Mientras ella tensaba todo el cuerpo obligándolo a rechazar el torbellino de sus pensamientos, ella vio que alguien cruzaba el jardín y se acercaba.
Después de varios segundos reconoció a Pedro Alfonso, pasaron varios más para que lograra controlarse lo suficiente como para preguntarse qué era lo que hacía allí. No esperaba verlo sino hasta esa tarde.
El, como ella, vestía ropa deportiva, no había anunciado su llegada. Breve explicó que corría todas las mañanas.
—Cuando la vi en el jardín, pensé en preguntarle si podría traer mis cosas más temprano en vez de esperar hasta la noche. Me gustaría dejar la habitación del hotel antes de la hora de la comida.
Al considerar la distancia del único hotel decente del pueblo a la cabaña, Paula comprendió por que el tenía músculos tan tensos y se mantenía en tan buena condición. Era natural si recorría una distancia como esa todas las mañanas.
Mucha gente usaba el sendero que pasaba a un lado de la cabaña en dirección a la granja, ella estaba tan acostumbrada a verlos, que ahora apenas notaba su paso, de allí que no lo hubiera visto antes. Su intromisión en un estado reflexivo, sombrío y doloroso, hacía que se sintiera vulnerable, ansiaba que se retirara, y sin embargo, todavía estaba demasiado triste como para encontrar una respuesta rápida a su pregunta.
No había razón alguna por la que no pudiera ocupar el dormitorio durante la tarde; después de todo, ella estaría en casa, trabajando, a pesar de eso, ella deseaba decir que no. ¿Quería que viviera allí con ella? Ya no tenía opción, y sería tonto permitir que sus propias emociones la privaran de un ingreso que tanto necesitaba. Ella no había preocupado a su tía con su situación financiera tan limitada, quería que la anciana concentrara toda su energía mental en la lucha contra el cáncer, no quería que se preocupara por su sobrina.
—Rosales antiguos. Mi abuela solía cultivarlos —el comentario rompió la guardia de Paula.
Observó que Pedro Alfonso se aproximó a contemplar el rosal más cercano.
— ¿No se llevaba bien con ella? —algo en el tono de Pedro hizo que Paula hiciera la pregunta.
—Por el contrario —le dijo—, ella fue la única fuente de estabilidad durante mi infancia. Su casa, su jardín, fueron siempre el lugar adonde podía escapar cuando las cosas no marchaban bien en mi casa. Era la madre de mi padre y a pesar de ello, nunca estuvo de su lado. Creo que se culpaba de su promiscuidad, de su falta de lealtad. Ella lo crió sola, verá; su marido, mi abuelo, murió en activo durante la guerra. Ella disfrutaba mucho de su jardín, allí olvidaba la ausencia de su marido y las fallas de su hijo. Murió cuando yo tenía catorce años...
Sin quererlo, Paula respondió con sus emociones a todo lo que no se había dicho, al dolor que ocultaba la dureza de la voz de Pedro.
—Debió extrañarla mucho.
Hubo una pausa muy larga, tan larga, que ella pensó que Pedro no la escuchó, entonces, él habló con más dureza todavía.
—Sí, cierto. Tanto, que destruí todo su jardín de rosales... Fue un acto tonto de vandalismo que despertó el enojo de mi padre, pues argumentó que al hacerlo reduje el valor de la casa, que en ese momento ya estaba en venta, y que originó otra discusión entre mis padres. En ese entonces mi padre vivía la etapa intermedia de un romance, no era un buen momento para hacer que se enojara. Mi madre y yo reconocíamos el progreso de sus aventuras por su estado de ánimo. Cuando iniciaba lo rodeaba un aire de bohemio, se mostraba alegre. Al incrementarse la relación; él se mostraba eufórico; casi llegaba al éxtasis cuando alcanzaba la realidad física. Después de eso, seguía una etapa en la que parecía como si estuviera drogado, y pobre del que se atreviera, aún sin querer, a interponerse entre él y el objeto de su deseo. Más tarde, en el período de enfriamiento, se podía uno acercar un poco más a él, estaba menos obsesionado. Era un buen momento para lograr su atención.
Paula lo escuchaba en silencio horrorizada, quería rechazar el desagrado que había en las palabras que él pronunciaba en ese tono inexpresivo, sabía cuánto dolor, cuánta angustia debían cubrir. Sin querer, sentía compasión por él.
De repente Pedro encogió los hombros, como si se desembarazara de una carga molesta, tenía un tono más ligero y más cínico cuando volvió a hablar.
—Desde luego, que como adulto, uno se da cuenta que no sólo un miembro de la pareja es culpable de las desavenencias en un matrimonio. Me atrevo a decir que mi madre también jugó su papel en la destrucción de su relación, aunque de niño no me percaté de ello. Lo que sí sé es que mi padre nunca debió casarse. Era el tipo de hombre que no se puede dedicar a una sola mujer...
Pedro se inclinó al frente y miró la canasta de Paula.
— ¿Rosas... regalo para su amante? —La sonrisa era muy cínica—. ¿No debe ser al revés? ¿No debería ser él quien le regalara las rosas, quien las colocara todavía húmedas por el rocío encima de su almohada como en las antiguas tradiciones románticas? Pero, lo olvidaba, él no puede estar con usted por las mañanas, ¿o sí? Tiene que regresar al lecho matrimonial. No me sorprende que usted pretenda quedarse con esta cabaña. Es ideal como escondite para unos amantes; alejada del resto del mundo, un Paraíso secreto, apartado, privado. ¿En algún momento se pregunta como vivirá su otra vida, como será su esposa? Sí, desde luego, ¿no? No podría dejar de hacerlo. ¿Ora por que quede libre, o finge estar contenta con las cosas como están, agradecida por poder disfrutar de la pequeña parte de su tiempo que le puede dar, pensando que algún día será diferente; que algún día, él será libre?
—No es así —Paula protestó enojada—. Usted no...
— ¿Yo no qué? —la interrumpió—. ¿No comprendo? ¿Como su esposa? ¿Cómo con su sexo engaña al amor? —Le dio la espalda—. ¿Le parece bien que regrese esta tarde con mis cosas, o... interfiere con su vida privada?
—No, en lo absoluto —respondió Paula furiosa—. De hecho...
—Bien, estaré aquí como a las tres —le dijo, empezaba a alejarse hacia la verja, con los movimientos gráciles de un atleta natural.
Impotente, Paula lo veía, se preguntaba por qué no actuó cuando tuvo la oportunidad y le dijo no sólo lo equivocado que estaba en sus conclusiones, sino también que ella cambió de idea y ya no estaba dispuesta a que se alojara en su casa. Era demasiado tardo para desear que sus reacciones hubieran sido más veloces.
Se había ido.
El perfume de las rosas la rodeaba. Con ternura, tocó uno de los botones. Pobre, niño, debió sentirse desolado cuando perdió a su abuela.
Ella comprendía bien las emociones que lo llevaron a destruir sus rosales... el dolor y la frustración. Debió considerarse tan solo, abandonado. Para ella, era fácil comprender lo que él vivió. Demasiado fácil, se advirtió mientras caminaba de regreso a la casa. Se recordó que no era con el niño con quien trataría sino con el hombre y que ese hombre llegó con precipitación a la conclusión más errónea o injusta acerca de ella, basado en sospechas y muy pocos conocimientos.
ADVERSARIO: CAPITULO 8
-ESTAS muy callada, Paula. ¿Todavía estás preocupada por mí? —Paula miró el rostro pálido de su tía. En realidad, pensaba en Pedro Alfonso y en la manera en que le revelara un aspecto muy íntimo de su vida al salir de la cabaña. Tendría que decirle que estaba equivocado, explicarle... aunque no fuera todo, al menos, lo suficiente como para que el comprendiera que era su tía la que consumía tanto de su tiempo y no un amante casado que no existía.
Ella frunció el ceño. Admitió que debió ser muy duro para él ver cómo se desintegraba la relación entre sus padres, sentir cómo el amor y confianza que pudo sentir por su padre se destruían, como era obvio ocurrió. Pobre niño... se controló, sacudió la cabeza, molesta. ¿Qué demonios hacía, sentir compasión por alguien que sugirió que ella...? se mordió el labio enojada, no deseaba admitir que si él la juzgó mal, en parte era por su propia culpa.
En realidad no estaba segura de por qué se sentía tan reacia a que él (o nadie) supiera la verdad. ¿Era por que al enfrentarse al interés y la simpatía de los demás, se vería obligada a enfrontarse a la realidad de la gravedad de la enfermedad de su tía? ¡No... No! Trató de desviar sus pensamientos, los alejó de lo que todavía no estaba dispuesta a admitir... Su tía estaba mejor... Ese mismo, día le comentó lo bien que se sentía, y sin embargo, cuando Paula contempló la pequeña figura sobre la cama, el temor era como dedos helados, muy helados, que le rodearan el corazón.
Miró el rostro de la anciana y vio el cansancio que reflejaba. Le sostenía la mano, se sentía tan frágil, tan fría.
—Paula... —la tía le sonreía por encima de su cansancio—, no debes... no debes...
Dejó de hablar y, antes que su tía pudiera terminar lo que estuvo a punto de decir, Paula empezó a contarle del jardín, a describir las flores que empezaban a abrir, con la voz trataba de negar el tremendo temor que sentía.
—Pero, tú misma las verás pronto. Tan pronto como estés bien y regreses a casa... —pensó que había escuchado un suspiro de su tía. La presión de esos dedos frágiles que la sostenían aumentó un poco más. Paula sintió que empezaba a temblar, en tanto el temor y el amor la invadían.
Como siempre, el tiempo precioso que pasaba al lado de su tía, transcurrió demasiado rápido, y llegó el momento en que tenía que irse. La enfermera que estaba a cargo, se acercó a ella cuando salía. Paula le sonrió y empezó a hablarle.
—Mi tía Maia se ve mucho mejor desde que llegó aquí. Le he hablado del jardín. Ella siempre quiso uno. Pronto brotarán las rosas. Las compramos el año pasado. Tal vez regrese a casa a tiempo para que las disfrute y...
—Paula, tu tía está muy bien —la interrumpió la enfermera—, pero, tienes que darte cuenta... —se detuvo cuando una de las enfermeras se acercó a ella veloz, se disculpó y prestó atención a lo que le decía—. ¡Oh, ciclos!, me temo que tengo que retirarme, pero...
Al ver que la mujer se alejaba a toda prisa, Paula luchó para ignorar la tensión y el temor que sentía. En ocasiones, citando hablaba con su tía del jardín, del futuro, ella la veía con tal compasión, con una expresión de preocupación, que Paula sentía como si... ¿Como si qué?
Como si la tía Maia supiera y aceptara algo que ella no sabía... o no quería saber.Temblaba cuando subió al auto, helada por el temor.
Como siempre, cuando ella sufría así, Paula descubrió que la única manera para controlar el terror y la presión de sus pesares desesperados, era entregarse al trabajo, lo que hacía imposible que sus pensamientos permanecieran en la verdad que su inteligencia le decía existía, pero que su corazón se negaba a admitir.
Era casi la una de la mañana antes que ella admitiera que estaba tan cansada que si no dejaba de trabajar, era posible que se quedara dormida en donde estaba.
Le confesó a Laura Mather, que tuvo mucha suerte al encontrar una agencia con suficiente trabajo como para poder hacerlo en casa, pero Laura la corrigió diciéndole con franqueza que la de la suerte era ella y que si en algún momento le interesaba algo permanente, sólo tenía que decírselo.
Laura sabía cuál era la razón que la llevó a salir de Londres, pero, era una de las muy pocas personas que lo sabían. El medico era otra, y el personal reducido del hospital, además de la mujer del granjero, su vecino más próximo, y quien antes que la tía Maia ingresara al hospital, era una visita frecuente que les llevaba huevo fresco y verduras y compartía con la tía Maia su amor por el campo. La tía era una persona muy reservada, y crió a Paula de la misma manera, y además... la chica se apoyó sobre el respaldo de la silla, se frotó los ojos para aliviar la tensión ocasionada por mantenerlos fijos en la pantalla, y admitió que una de las razones por las que se mostraba tan reacia a hablar de la enfermedad de su tía con otros, era porque al hacerlo, consideraba que mantenía la situación a raya, se negaba a admitir que la enfermedad afectara sus vidas. Era cómo si al negar su existencia, de alguna manera pudiera fingir que no existía.
¿Que era lo que hacía?, se preguntó. ¿Era por eso que prefería permitir que alguien como Pedro Alfonso creyera que sostenía un romance con un hombre casado en vez de admitir la verdad?
Bueno, si ella tenía un problema psicológico, lo mismo tenía él. ¿Cómo demonios llego a la opinión que tenía de ella, sin evidencia alguna?
No era posible relacionar los hechos y llegar a eso. Hasta un tonto se habría dado cuenta de que no había nada ilícito en su actuación. Era obvio que el trauma de su niñez le dejó una impresión muy profunda, justo como la que a ella le dejó el temor de estar sola, sin alguien a quien pudiera considerar suyo. ¿Era por eso que temía tanto perder a su tía? ¿No tanto por la anciana, sino por su propio egoísmo?
Paula se estremeció, se rodeó el cuerpo con los brazos como si tratara de protegerse de la oscuridad de los pensamientos que cruzaban por su mente. Era porque era demasiado tarde... porque estaba demasiado cansada... porque estaba sola... porque todavía sufría los efectos de las emociones que Pedro Alfonso le removiera...
Pedro Alfonso. Se detuvo inquieta y contuvo un bostezo. Nunca debió permitir que le entregara ese cheque. Debió indicarle con firmeza que había cambiado de opinión, que ya no quería un huésped. Pero, eso no hubiera sido la verdad; ella no quería un huésped, mas necesitaba el ingreso que significaría con desesperación. Lo que no quería era un huésped como Pedro Alfonso, y lo que es más, sospechaba que él era consciente de sus sentimientos. A pesar de su encanto, de la calidez que ella viera ese día cuando él respondió, con humor a su pequeña confrontación, era obvio que existía otro hombre bajo esa superficie tranquila; un hombre brusco y decidido cuya pose exterior relajada, ocultaba a un hombre de voluntad de acero. Se estremeció, admitía que no era el aire nocturno fresco que entraba en su dormitorio lo que hacía que los vellos se le pusieran de punta.
ADVERSARIO: CAPITULO 7
Al entrar en la cocina, él estaba detrás de ella, y sin embargo, cuando ella se tensó y giró sobre los talones, como si él hubiera percibido su indecisión y la manera en que la dominaba, le dejaba espacio libre para enfriar la antipatía mutua que sentían. Buscó en su chaqueta y sacó una chequera.
Nerviosa, Paula se humedeció los labios, hábito remanente de su niñez y que consideraba ya había dominado. Una vez que él escribiera el cheque, una vez que ella lo aceptara, sería demasiado tarde para decir que había cambiado de idea. Sin embargo, mientras lo veía, no logró pronunciar las palabras que hubieran hecho que él desapareciera de su vida...
Después de escribir el cheque, él se enderezó.
Paula lo dejó en donde estaba, entre ellos sobre la mesa de la cocina. Al volver la cabeza, vio el reloj y se percató de que llegaría tarde a visitar a su tía. De inmediato olvidó todo, una expresión tensa le invadió el rostro.
—Tengo que salir. Yo...
— ¡Amante devota! —Él se burló con desdén—. ¿El es igual? Me pregunto... ¿Piensa en alguna ocasión en la esposa, la familia a quien él le roba el tiempo que pasa con usted? ¿En algún momento se pone en su lugar? ¿Lo hace?
El cheque todavía estaba sobre la mesa.
Enojada, Paula lo tomó, la voz le temblaba cuando se lo extendió diciendo:
—No tiene que quedarse.
—Por desgracia, sí —le dijo cortante—. Como se lo dije antes, no es fácil encontrar donde alojarse aquí —ignoró la mano extendida que sostenía .el cheque, se volvió a la puerta—. Entonces, hasta mañana por la tarde. ¿Le parece bien a las siete?
Las siete era la hora en que empezaba la visita.
Negó con la cabeza.
—Sería mejor a las seis, o digamos más tarde, a las diez.
— ¿Pasa todo ese tiempo con usted? Su esposa debe ser una santa, o una tonta —dijo levantando una ceja.
Preocupada porque llegaría tarde a ver a su tía, Paula no perdió tiempo en responder, sólo se acercó a la puerta y, la abrió para que saliera.
Cuando él se acercó a ella, sintió que se le tensaban los músculos del estómago. Por instinto evitó cualquier contacto físico no sólo con él sino hasta con su ropa. Alfonso se detuvo un instante al llegar a su lado, pensativo la miró un momento por lo que a Paula le fue imposible evitar el escrutinio profundo de su mirada.
—Su esposa no sufre sola, ¿o sí? —le dijo en voz baja—. Sabe, nunca comprenderé a las mujeres como usted; perder tanta energía emotiva en una causa perdida...
— ¿Qué sabe usted de eso? —Paula lo retó, estaba a punto de ceder al impulso de defenderse, aunque su mente le decía que debía librarse de él pues llegaría tarde al hospital.
—Mucho. Mi padre tuvo una serie de amantes antes de que al fin se divorciara de mi madre para casarse con una de ellas. Yo vi el infierno que vivió mi madre, y que vivimos nosotros. Crecí odiando a esas mujeres por apartarlo de nosotros, hasta que al fin me di cuenta de que mi padre era a quien debía odiar, pues ellas también eran sus víctimas.
Sus palabras dejaron a Paula demasiado azorada como para poder responder; y entonces, se fue, rodeó la cabaña y se dirigió a su auto.
lunes, 20 de enero de 2020
ADVERSARIO: CAPITULO 6
Molesta, lo condujo al piso superior, abrió la puerta del dormitorio extra.
—La cabaña sólo tiene un cuarto de baño —le advirtió cortante
El veía el jardín a través de la ventana. En ese momento se volvió, se veía muy alto contra el marco de la ventana, la estudiaba y Paula sintió un cosquilleo incómodo que le picaba la piel.
Ese hombre podría volverse un adversario formidable, reconoció intranquila.
¿Un adversario? ¿Por qué tenía que considerarlo en esos términos? Todo lo que tenía que decir era que había cambiado de idea y que el dormitorio no ya no estaba disponible y el se iría, desaparecería de su vida.
—Está bien. Yo me levanto temprano y es muy probable que casi todas las mañanas ya me habré ido a las siete. Laura me dijo que usted trabaja en casa.
El comentario, la tomó por sorpresa, como si no estuviera segura de dónde había llegado o por qué.
—Es muy extraño en esta época encontrar a una mujer con su capacidad y de su edad que trabaje en casa y viva en un sitio tan apartado...
Algo en la manera cínica en que él torcía la boca mientras hablaba, hizo que ella respondiera a la defensiva, casi agresiva.
—Tengo mis razones.
—Sí, supongo que sí —admitió cortés.
Ella volvió a alterarse. El sabía lo de su tía, pero, ¿cómo? ¿Por qué?
—Desde luego que él es casado.
Por encima de la sorpresa que le ocasionaron las palabras, ella pudo percatarse del disgusto, casi del enojo que había en la voz, la condena que encerraba el comentario.
—¿Qué? —Paula lo veía incrédula.
—Es casado. Su amante —Pedro Alfonso repitió sombrío, era aparente que mal interpretaba su reacción—. No es tan difícil adivinar, sabe; vive sola, es obvio que está tensa, ansiosa, bajo presión. Laura me dice que sale casi todas las tardes.
¡Pensaba que ella sostenía una relación con un hombre casado! Paula estaba azorada.
¿Cómo demonios se atrevía...?
—Es obvio que no es una persona adinerada, pues de otra manera no tendría usted la necesidad de tomar un huésped. ¿No se ha puesto a pensar en las consecuencias de lo que hace, no sólo para su esposa y sus hijos, sino para usted misma? Es muy probable que no la deje a ella por usted. Casi nunca lo hacen. Y, ¿qué satisfacción puede obtener una mujer al tener que compartir un hombre con otra mujer...?
Paula no podía creer lo que oía, y sin embargo, para su sorpresa, en vez de negar lo que él decía, escuchó que respondía:
—Bueno, ya que es obvio que no lo aprueba, no querrá quedarse aquí.
—Puede ser que no quiera, pero parece que no tengo otra opción. ¡Encontrar alojamiento aquí es como buscar oro en el Mar del Norte! Me gustaría ocupar la habitación a partir de mañana, si le parece bien. Le puedo proporcionar la renta de los tres meses por adelantado.
Paula estuvo a punto de decirle que había cambiado de opinión, pero se contuvo. ¡Tres meses por adelantado! Calculó a toda prisa y le sorprendió la cantidad que era. Suficiente para cubrir los gastos de su tía y ayudarla con la hipoteca... Quería negarse, pero no podía permitir que su orgullo se interpusiera y evitara que le proporcionara a la tía Maia la comodidad y los cuidados que se merecía.
Pasó saliva para contener el impulso de decirle que su dinero era lo último que necesitaba o quería en su vida, en vez de eso se obligó a decir:
—Muy bien, entonces, si está seguro.
—Lo estoy —su voz carecía de expresión al igual que la de Paula, no había en ella la calidez que ella percibiera por la tarde. Caminaba hacia ella, y por alguna razón la manera casi gatuna en la que se deslizaba, hizo que ella retrocediera nerviosa.
Su actuación era ridícula, se dijo mientras se dirigía a la cocina. Sólo porque él había llegado a una conclusión errónea y sin fundamentos acerca de ella... conclusión que ella de manera deliberada decidió no corregir... ¿Por qué no lo hizo? ¿Estaba demasiado sorprendida como para hacerlo? ¿Estaba su comportamiento controlado más por la autodefensa y la sorpresa que por la necesidad deliberada de crear antagonismo entre ellos?
Cansada, se llevó la mano a la frente, sus pensamientos la desconcertaban, se sentía culpable al permitir, por vez primera desde que se mudara a la cabaña, que alguien diferente a su tía ocupara su mente.
ADVERSARIO: CAPITULO 5
Algunas noches, después de regresar de su visita al hospital, se sentía tan falta de energía y tan desgastada en lo emocional, que no soportaba la idea de comer, aunque la lógica y la inteligencia le decían que necesitaba la energía que una dicta bien balanceada le podía proporcionar.
Se asomó a la ventana y vio el auto que se detenía frente a la reja. Era un BMW gris acero.
Se veía arrogante y fuera de lugar en el exterior de su humilde cabaña.
Al bajar, pensaba que ese Pedro Alfonso ya consideraría que la cabaña no era adecuada antes que ella abriera la puerta. Tuvo que admitir que en realidad no deseaba todo el alboroto, la responsabilidad que significaría compartir su bogar con alguien. Temía que las obligaciones que le acarrearía, amenazarían la necesidad que tenía de dedicar cada segundo libre de que disponía a estar con su tía para que se recuperara y regresara a casa
Cuando abrió la puerta, las frías palabras de saludo y presentación que tenía a flor de labios, desaparecieron de su mente y confundida reconoció al hombre.
Cuando él dio un paso al frente, Paula, tuvo que aceptar que por su silencio, de alguna manera perdió el control de la situación, pues fue él quien rompió el silencio y extendió la mano para saludar.
— ¿Señorita Chaves? Mi nombre es Pedro Alfonso. Me indicó Laura Mather que tiene un dormitorio que está dispuesta a alquilar. Creo que le explicó la situación; busco un sitio en dónde alojarme un tiempo mientras trabajo en la localidad.
Mientras hablaba, caminó al frente, y Paula descubrió que ella, de manera casi automática, daba un paso atrás, permitiéndole pasar al vestíbulo.
No fue sino hasta que él se detuvo, que ella se percató de que las sombras en el vestíbulo habían ocultado su rostro negándole la ventaja de reconocerla como ella lo hizo al instante.
Ahora, al verla bajo la luz, por el cambio de su expresión, supo que la reconocía por su infortunado encuentro por la tarde. Además, no parecía agradarle mucho volver a verla.
Su reacción le volvió a traer toda la culpa e incomodidad que sintiera esa tarde. Antes, cuando de manera grosera ignoró el momento breve de regocijo compartido que él le ofreciera, ella se consoló pensando que era posible que nunca se volvieran a ver y que su mal humor y actitud desagradable eran algo que no se reforzaría con un encuentro futuro. Pero, se habría equivocado, advirtió que se sonrojaba bajo la mirada fría que le recordaba lo desagradable que fue. Tuvo que controlar el deseo infantil de cerrar la puerta y dejarlo fuera para no tener que enfrentarse a esa mirada que la estudiaba y hacía que se sintiera tan incómoda.
Le dio la impresión de que él esperaba que ella hablara, y, puesto que ya estaba en el interior, no tenía más opción que fingir que no ocurrió nada esa tarde, y que ninguno de los dos había decidido que no había manera de que compartieran el mismo techo...
—Sí, Laura me explicó la situación —admitió Paula—. Si quiere pasar a la cocina, podremos discutirlo.
Ella le pidió a Laura que no mencionara a su tía, ni su enfermedad, pues no buscaba la lástima de nadie.
El sol de la tarde entraba por la ventana iluminando la cocina. Era la habitación favorita de su tía, le traía muchos recuerdos. Así se lo hizo saber la primera vez que estuvieron allí. Por ese motivo Paula se negó a cambiar la antigua estufa Aga por otra más moderna, y tampoco se deshizo de los gabinetes ni el mueble de cajones. En vez de ello, hizo todo lo posible por que el ambiente se mantuviera acogedor para placer de la tía Maia, aunque en ocasiones encontraba que limpiar el fregadero de piedra porosa era desastroso para sus uñas. La estufa no era tan eficiente como el horno eléctrico que tenía en el apartamento en Londres, pero, tal vez sólo era que todavía no se acostumbraba a usarla... Tuvo varios fracasos culinarios antes de empezar a apreciar los encantos de la estufa.
Una vez en la cocina, ella esperó. Pensaba que vería el disgusto y desdén en los asombrosos ojos de Pedro Alfonso cuando la comparara con la comodidad de la cocina moderna a la que con toda seguridad estaba acostumbrado. Para su sorpresa, pareció agradarle, acariciaba la superficie del mueble de cajones y comentó:
—Mediados del siglo diecinueve, ¿no? Muy bello... sólido y bien hecho. Pieza práctica sin excesos, muy buen diseño. El diseño es uno de mis pasatiempos —la ilustró—. Por eso... —se detuvo—, _Lo siento, estoy seguro que no le interesan mis opiniones acerca de los muebles modernos —le dijo seco, y añadió con un tono más irónico—: Y sé que no quiere que le haga perder su tiempo.
Ella pensó que se refería a su comportamiento de la tarde y se sonrojó hasta que él añadió:
--Laura me advirtió que quería que esta entrevista fuera breve. De hecho ella insistió en que busca un huésped que exija el mínimo de su tiempo —la veía de manera extraña, era una mezcla de cinismo y curiosidad y comentó—: Si no es algo demasiado personal, ¿por qué quiere un huésped?
Paula estaba demasiado cansada como para mentir y, además, ¿qué importaba lo que él pensara? Los dos sabían que él no querría quedarse.
—Necesito el dinero —le dijo breve.
Hubo una pequeña pausa y él manifestó irónico:
—Bueno, al menos es sincera. Necesita el dinero, pero sospecho con toda seguridad que no le interesa la compañía...
Por alguna razón, la manera en que él se percató de su sentir, hizo que ella se moviera incómoda, quiso poder indicarle con los hombros que no le importaba en lo absoluto lo que él pensara.
—Como Laura le indicó, no tengo tiempo que perder, señor Alfonso. Lamento que haya hecho un viajé innecesario hasta aquí, pero considerando las circunstancias, no creo...
— ¡Espere un momento! —la interrumpió—. ¿Trata de decirme que ya cambió de idea, que ya no quiere un huésped?
—Bueno, no creo que quiera hospedarse aquí...
—¿Por qué no? —lo preguntó. La mirada con que la observaba, era penetrante.
Paula no supo qué decir. Sentía que le ardía la piel, le volvía el rostro color amapola.
—Bueno, la cabaña está lejos... es muy pequeña, y espero... al menos, asumo...
—Asumir no resulta —la interrumpió tranquilo. Con demasiada suavidad, Paula reconoció incómoda—. Y si piensa que soy el tipo de hombre que se desanima por lo que ocurrió esta tarde... No tengo que agradarle, señorita Chaves; de hecho, si he de ser sincero con usted, lo único que me desanimaba un poco era el hecho de que usted es una joven soltera —él ignoró el jadeo de enojo que Paula dejó escapar y continuó—: No quiero decir con esto que condeno a todo el sexo femenino por las tonterías de una minoría muy reducida, pero estoy seguro de que tomará en cuenta, que hasta no conocerla, me preocupaba que fuera miembro de esa minoría... —Paula no podía escuchar más.
—Si piensa que busco un huésped por otra razón además de que necesito el dinero... —ella empezó.
—Desde luego que no —la interrumpió sin elevar la voz- , ahora que ya la conocí. Me gustaría ver el dormitorio si se puede, por favor...
¡Quería ver el dormitorio! Paula lo veía atónita.
Estaba segura de que él no querría quedarse.
En verdad, estaba segura.
ADVERSARIO: CAPITULO 4
Se negó a derramar lo que ella sabía serían las lágrimas de lástima por sí misma. Se dirigió a las escaleras llevando el trabajo que había recogido. Sabía que su revisión la mantendría ocupada el resto de la tarde y parte de la noche, pero no le importaba. Necesitaba el dinero si quería quedarse en la cabaña, y tenía que hacerlo, pues necesitaba un hogar para que su tía regresara en cuanto pudiera dejar el hospital.
Y lo dejaría. Regresaría a casa. Tenía que hacerlo.
Cansada, Paula subió a su oficina en donde tenía el computador. La cabaña era vieja y en el ático cientos de familias de pájaros habían hecho su hogar. Los últimos ocupantes arañaban sobre su cabeza mientras ella trabajaba. Al principio la alarmaron y la molestaron, pero ya estaba acostumbrada al ruido y ahora apreciaba su compañía. La cabaña fue ocupada durante los primeros años por trabajadores del campo, pero su propietario la vendió junto con la tierra que la rodeaba. Estaba ubicada en un buen sitio, le dijeron los agentes de bienes raíces. Con tanta tierra se podía ampliar y garantizar la intimidad, además estaba rodeada por tierra de cultivo y al final de un camino que no conducía a ningún lado. Pero Paula no hubiera podido hacer ampliación alguna aunque lo hubiera querido. Apenas lograba cubrir los pagos de la hipoteca, y también tenía los gastos del hospital y los propios, y los del auto pequeño del que no podía prescindir ahora que la tía Maia estaba recluida en el hospital.
Le empezó a doler la cabeza, las letras en la pantalla frente a ella le empezaban a bailar y a borrarse. Se frotó los ojos, cansada y miró su reloj, no podía creer todo el tiempo que pasara trabajando. Le dolía todo el cuerpo, tenía los huesos molidos después de pasar tanto tiempo sentada en la silla.
Había perdido peso esos últimos meses, peso que algunos dirían no se podía dar el lujo de perder. No era una mujer alta, tenía rasgos delicados que ahora se agudizaban, denotando la tremenda presión a la que estaba sometida.
El cabello-claro que siempre llevaba muy bien cortado en Londres, ahora le llegaba al hombro; no tenía ni el dinero ni la energía para cortárselo. Las luces que le aplicaron en el caro salón de belleza londinense estaban sustituidas por los efectos del sol, el cutis también había ganado una calidez de durazno por la exposición a sus rayos. Ella nunca se consideró una mujer sensual ni atractiva, pero nunca quiso serlo, la complacía su rostro pulcro oval y la seriedad reflejada en los ojos grises.
Tenía sus admiradores, hombres que como ella estaban demasiado ocupados ascendiendo la escalera profesional como para querer buscar una relación permanente, hombres que, aunque la admiraban y deseaban su compañía, a la vez apreciaban su decisión de concentrarse en su carrera. Hombres que la respetaban.
Sí, su carrera era el único interés en su vida, hasta que se dio cuenta de lo enferma que estaba la tía Maia. Al principio su tía protestó, le indicó que no había necesidad de que llegara al extremo de dejar su carrera, su vida bien estructurada, pero Paula no la escuchó. Por cierto sentido de obligación tomó su decisión, así se lo indicó una de sus amigas. Pero, no era así, lo hizo por amor. Nada más, ni nada menos, y nunca hubo un momento en que lamentara haberlo hecho. Todo lo que lamentaba era haber estado tan entregada a edificar su propia vida que no se percató de lo enferma que estaba su tía. Nunca se perdonaría ese egoísmo, aunque la tía Maia le aseguró una y otra vez que ni ella misma sabía qué era lo que le ocurría por lo que ignoró ciertos signos de advertencia que debieron llevarla a consultar un médico mucho antes.
El sonido de un auto que recorría el sendero que conducía a la cabaña le advirtió de la llegada del posible huésped. Era alguien que manifestó necesitar alojamiento unos cuantos meses en tanto se encargaba de los aspectos financieros de una pequeña compañía local que una empresa con matriz en Londres recién había adquirido.
Paula sabía muy poco del hombre mismo, además de que la agencia para la que ella trabajaba lo recomendó como persona respetable y confiable. Cuando ella expresó sus dudas en cuanto a que alguien tan bien colocado y adinerado como el director de un grupo empresarial quisiera alojarse en la casa de alguien en vez de rentar algo, Laura Mather, encargada de la agencia, le informó que Pedro Alfonso no encajaba en el estereotipo normal del hombre de negocios y que cuando se acercó a ella solicitando ayuda, le dijo que todo lo que necesitaba era un lugar en donde pasar la noche y en el que los movimientos de los otros miembros de la familia no lo molestaran. Estaba dispuesto a pagar bien, y como Laura misma se lo señaló cuando trató de convencerla de que lo aceptara como huésped, él era la solución a sus problemas financieros.
Cansada, Paula se puso de pie, se apoyó en el respaldo de la silla cuando se marcó un poco. Se dio cuenta de que no había comido desde la cena de la noche anterior, y aún entonces, apartó el plato después de apenas haberlo tocado.
Tal vez la disciplina de tener que proporcionar alimento a su huésped la obligara a comer con mayor regularidad. Esas últimas semanas desde que su tía ingresara al hospital, preparar los alimentos y comer sola se le hacía más y más pesado.
domingo, 19 de enero de 2020
ADVERSARIO: CAPITULO 3
El todavía sonreía, tenía la boca muy masculina curveada mostrando la misma diversión que se reflejaba en sus ojos dorados. Estaba bronceado, efecto de su permanencia prolongada en el exterior. Tenía el cabello oscuro y grueso, con tintes dorados en donde lo tocaba el sol.
Era bien parecido: si se era el tipo de mujer que disfruta de ese machismo, admitió Paula de mala gana. En lo personal, ella siempre prefirió la inteligencia a los músculos, y en ese momento no le interesaba ninguna de las dos cosas.
Irritada, y al mismo tiempo a la defensiva y vulnerable sin saber por qué, en vez de devolver la sonrisa con la calidez amistosa que se merecía, ella se alteró y molesta, le indicó que le permitiera el paso y dejara de estorbar.
Más tarde, todavía alterada, todavía consciente del tiempo que había perdido, Paula esperaba el cambio de luces del semáforo para cruzar hacia el sitio en donde dejara el auto, miró a un escaparate y vio su propio reflejo. Tenía el ceño fruncido, con una expresión de amargura que le marcaba los labios, el cuerpo tenso, tanto, que de manera automática trató de relajarse.
No lo logró, tuvo que admitir cuando cambiaron las luces y cruzó al otro lado. La asombró darse cuenta cuánto cambió en esos últimos momentos, había perdido todo su sentido del humor y el optimismo.
Recordó la incomodidad de su reacción frente al hombre en la calle, alguien alegre trató de volver un momento de irritación en uno agradable, con un intercambio cálido de sonrisas. Su tía se hubiera sorprendido por su comportamiento ante ese hombre; siempre insistía no sólo en la importancia de los buenos modales, sino en la necesidad de tratar a los demás con calidez y bondad. Su tía era de la vieja escuela, e imbuyó en Paula un conjunto de valores y un patrón de comportamiento que tal vez estaba un poco alejado de la forma moderna.
Para su vergüenza, Paula reconoció que el tiempo que viviera en Londres aunado a la tensión de los últimos meses, empezaba a reducir esa actitud de interés por los demás que su tía consideraba tan importante. Era demasiado tarde como para desear haber sido menos brusca con ese desconocido, para desear haber respondido a sus buenos modales agradables con un buen humor semejante, en vez de reaccionar con tanta rudeza. Pero, era poco probable que lo volviera a ver. Así sería mejor, pues ella no dejó de notar la forma en que su sonrisa amistosa se endureció cuando olla reaccionó de manera tan poco cortés, y un gesto de seriedad, de alejamiento, sustituyó la sonrisa cansada, Paula abrió la puerta de entrada. La visita al hospital le dejó agotada y muy temerosa. No importaba cuánto tratara de negarlo, podía ver lo débil que estaba su tía, lo frágil que estaba. Era casi como si la piel se volviera transparente. Y al miso tiempo, parecía tan tranquila, tan en paz consigo misma, tan elevada, como si se distanciara de ella, del mundo, de la vida... y eso era lo que aterraba a Paula.
— ¡No! ¡No! —Paula se mordió el labio al darse cuenta de que había emitido su protesta en voz alta. Ella no quería perder a su tía, no quería...
No quería quedarse sola como una niña que llora en la oscuridad. Se mostraba egoísta, se dijo criticándose; sólo pensaba en sus propias emociones y necesidades, y no en las de su tía...
Durante toda la visita habló con regocijo desesperado de la cabaña y el jardín, le dijo a su tía que pronto volvería a casa para verlo ella misma, le hablaba como si las palabras fueran un mantra especial; del gato que adoptara la cabaña como su hogar, de los rosales que plantaran juntas en el otoño y que ahora lucían botones que pronto florecerían. Su tía era hábil en el jardín, era lo que siempre anheló, regresar a sus raíces, al ambiente del pueblo pequeño en el que creciera. Esa era la razón que en principio llevó a Paula a comprar la cabaña, su tía... su Lía que ya no vivía allí, su tía que... Paula advirtió cómo el pánico se hacía mayor en su interior, parecía una bola de nieve que creciera a cada instante y no se atrevía a enfrentarse a ella. Temía perder a su tía, la embargaba la desesperación al sólo pensarlo.
La cabaña no era muy grande, tenía tres dormitorios, un cuarto de baño y una habitación pequeña que ella usaba como su oficina en el piso superior, en el inferior había una estancia acogedora y un comedor que nunca usaban, preferían la comodidad de la cocina. El jardín era grande; el paraíso de un jardinero con sus filas de árboles frutales, su estanque y sus verduras. Pero, la tía Maia era la jardinera, no ella, y la tía Maia... Paula tragó lágrimas de enojo al recordar la apariencia del rostro de su tía cuando por vez primera vio la cabaña. Era la expresión de una niña maravillada por el placer que le proporcionaba lo que veía. Eso fue lo que hizo que Paula diera el paso final y comprara la cabaña, aunque sabía que apenas podría cubrir los pagos. La compró para la tía Maia. Vivieron en ella casi tres meses antes que la salud de su tía se empezara a deteriorar, antes que los médicos comenzaran a hablar de una operación, antes que necesitara mayores cuidados de los que ella le podía proporcionar.
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