martes, 21 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 7





Al entrar en la cocina, él estaba detrás de ella, y sin embargo, cuando ella se tensó y giró sobre los talones, como si él hubiera percibido su indecisión y la manera en que la dominaba, le dejaba espacio libre para enfriar la antipatía mutua que sentían. Buscó en su chaqueta y sacó una chequera.


Nerviosa, Paula se humedeció los labios, hábito remanente de su niñez y que consideraba ya había dominado. Una vez que él escribiera el cheque, una vez que ella lo aceptara, sería demasiado tarde para decir que había cambiado de idea. Sin embargo, mientras lo veía, no logró pronunciar las palabras que hubieran hecho que él desapareciera de su vida...


Después de escribir el cheque, él se enderezó. 


Paula lo dejó en donde estaba, entre ellos sobre la mesa de la cocina. Al volver la cabeza, vio el reloj y se percató de que llegaría tarde a visitar a su tía. De inmediato olvidó todo, una expresión tensa le invadió el rostro.


—Tengo que salir. Yo...


— ¡Amante devota! —Él se burló con desdén—. ¿El es igual? Me pregunto... ¿Piensa en alguna ocasión en la esposa, la familia a quien él le roba el tiempo que pasa con usted? ¿En algún momento se pone en su lugar? ¿Lo hace?


El cheque todavía estaba sobre la mesa. 


Enojada, Paula lo tomó, la voz le temblaba cuando se lo extendió diciendo:
—No tiene que quedarse.


—Por desgracia, sí —le dijo cortante—. Como se lo dije antes, no es fácil encontrar donde alojarse aquí —ignoró la mano extendida que sostenía .el cheque, se volvió a la puerta—. Entonces, hasta mañana por la tarde. ¿Le parece bien a las siete?


Las siete era la hora en que empezaba la visita. 


Negó con la cabeza.


—Sería mejor a las seis, o digamos más tarde, a las diez.


— ¿Pasa todo ese tiempo con usted? Su esposa debe ser una santa, o una tonta —dijo levantando una ceja.


Preocupada porque llegaría tarde a ver a su tía, Paula no perdió tiempo en responder, sólo se acercó a la puerta y, la abrió para que saliera. 


Cuando él se acercó a ella, sintió que se le tensaban los músculos del estómago. Por instinto evitó cualquier contacto físico no sólo con él sino hasta con su ropa. Alfonso se detuvo un instante al llegar a su lado, pensativo la miró un momento por lo que a Paula le fue imposible evitar el escrutinio profundo de su mirada.


—Su esposa no sufre sola, ¿o sí? —le dijo en voz baja—. Sabe, nunca comprenderé a las mujeres como usted; perder tanta energía emotiva en una causa perdida...


— ¿Qué sabe usted de eso? —Paula lo retó, estaba a punto de ceder al impulso de defenderse, aunque su mente le decía que debía librarse de él pues llegaría tarde al hospital.


—Mucho. Mi padre tuvo una serie de amantes antes de que al fin se divorciara de mi madre para casarse con una de ellas. Yo vi el infierno que vivió mi madre, y que vivimos nosotros. Crecí odiando a esas mujeres por apartarlo de nosotros, hasta que al fin me di cuenta de que mi padre era a quien debía odiar, pues ellas también eran sus víctimas.


Sus palabras dejaron a Paula demasiado azorada como para poder responder; y entonces, se fue, rodeó la cabaña y se dirigió a su auto.




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