lunes, 20 de enero de 2020
ADVERSARIO: CAPITULO 6
Molesta, lo condujo al piso superior, abrió la puerta del dormitorio extra.
—La cabaña sólo tiene un cuarto de baño —le advirtió cortante
El veía el jardín a través de la ventana. En ese momento se volvió, se veía muy alto contra el marco de la ventana, la estudiaba y Paula sintió un cosquilleo incómodo que le picaba la piel.
Ese hombre podría volverse un adversario formidable, reconoció intranquila.
¿Un adversario? ¿Por qué tenía que considerarlo en esos términos? Todo lo que tenía que decir era que había cambiado de idea y que el dormitorio no ya no estaba disponible y el se iría, desaparecería de su vida.
—Está bien. Yo me levanto temprano y es muy probable que casi todas las mañanas ya me habré ido a las siete. Laura me dijo que usted trabaja en casa.
El comentario, la tomó por sorpresa, como si no estuviera segura de dónde había llegado o por qué.
—Es muy extraño en esta época encontrar a una mujer con su capacidad y de su edad que trabaje en casa y viva en un sitio tan apartado...
Algo en la manera cínica en que él torcía la boca mientras hablaba, hizo que ella respondiera a la defensiva, casi agresiva.
—Tengo mis razones.
—Sí, supongo que sí —admitió cortés.
Ella volvió a alterarse. El sabía lo de su tía, pero, ¿cómo? ¿Por qué?
—Desde luego que él es casado.
Por encima de la sorpresa que le ocasionaron las palabras, ella pudo percatarse del disgusto, casi del enojo que había en la voz, la condena que encerraba el comentario.
—¿Qué? —Paula lo veía incrédula.
—Es casado. Su amante —Pedro Alfonso repitió sombrío, era aparente que mal interpretaba su reacción—. No es tan difícil adivinar, sabe; vive sola, es obvio que está tensa, ansiosa, bajo presión. Laura me dice que sale casi todas las tardes.
¡Pensaba que ella sostenía una relación con un hombre casado! Paula estaba azorada.
¿Cómo demonios se atrevía...?
—Es obvio que no es una persona adinerada, pues de otra manera no tendría usted la necesidad de tomar un huésped. ¿No se ha puesto a pensar en las consecuencias de lo que hace, no sólo para su esposa y sus hijos, sino para usted misma? Es muy probable que no la deje a ella por usted. Casi nunca lo hacen. Y, ¿qué satisfacción puede obtener una mujer al tener que compartir un hombre con otra mujer...?
Paula no podía creer lo que oía, y sin embargo, para su sorpresa, en vez de negar lo que él decía, escuchó que respondía:
—Bueno, ya que es obvio que no lo aprueba, no querrá quedarse aquí.
—Puede ser que no quiera, pero parece que no tengo otra opción. ¡Encontrar alojamiento aquí es como buscar oro en el Mar del Norte! Me gustaría ocupar la habitación a partir de mañana, si le parece bien. Le puedo proporcionar la renta de los tres meses por adelantado.
Paula estuvo a punto de decirle que había cambiado de opinión, pero se contuvo. ¡Tres meses por adelantado! Calculó a toda prisa y le sorprendió la cantidad que era. Suficiente para cubrir los gastos de su tía y ayudarla con la hipoteca... Quería negarse, pero no podía permitir que su orgullo se interpusiera y evitara que le proporcionara a la tía Maia la comodidad y los cuidados que se merecía.
Pasó saliva para contener el impulso de decirle que su dinero era lo último que necesitaba o quería en su vida, en vez de eso se obligó a decir:
—Muy bien, entonces, si está seguro.
—Lo estoy —su voz carecía de expresión al igual que la de Paula, no había en ella la calidez que ella percibiera por la tarde. Caminaba hacia ella, y por alguna razón la manera casi gatuna en la que se deslizaba, hizo que ella retrocediera nerviosa.
Su actuación era ridícula, se dijo mientras se dirigía a la cocina. Sólo porque él había llegado a una conclusión errónea y sin fundamentos acerca de ella... conclusión que ella de manera deliberada decidió no corregir... ¿Por qué no lo hizo? ¿Estaba demasiado sorprendida como para hacerlo? ¿Estaba su comportamiento controlado más por la autodefensa y la sorpresa que por la necesidad deliberada de crear antagonismo entre ellos?
Cansada, se llevó la mano a la frente, sus pensamientos la desconcertaban, se sentía culpable al permitir, por vez primera desde que se mudara a la cabaña, que alguien diferente a su tía ocupara su mente.
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