lunes, 20 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 5





Algunas noches, después de regresar de su visita al hospital, se sentía tan falta de energía y tan desgastada en lo emocional, que no soportaba la idea de comer, aunque la lógica y la inteligencia le decían que necesitaba la energía que una dicta bien balanceada le podía proporcionar.


Se asomó a la ventana y vio el auto que se detenía frente a la reja. Era un BMW gris acero. 


Se veía arrogante y fuera de lugar en el exterior de su humilde cabaña.


Al bajar, pensaba que ese Pedro Alfonso ya consideraría que la cabaña no era adecuada antes que ella abriera la puerta. Tuvo que admitir que en realidad no deseaba todo el alboroto, la responsabilidad que significaría compartir su bogar con alguien. Temía que las obligaciones que le acarrearía, amenazarían la necesidad que tenía de dedicar cada segundo libre de que disponía a estar con su tía para que se recuperara y regresara a casa


Cuando abrió la puerta, las frías palabras de saludo y presentación que tenía a flor de labios, desaparecieron de su mente y confundida reconoció al hombre.


Cuando él dio un paso al frente, Paula, tuvo que aceptar que por su silencio, de alguna manera perdió el control de la situación, pues fue él quien rompió el silencio y extendió la mano para saludar.


— ¿Señorita Chaves? Mi nombre es Pedro Alfonso. Me indicó Laura Mather que tiene un dormitorio que está dispuesta a alquilar. Creo que le explicó la situación; busco un sitio en dónde alojarme un tiempo mientras trabajo en la localidad.


Mientras hablaba, caminó al frente, y Paula descubrió que ella, de manera casi automática, daba un paso atrás, permitiéndole pasar al vestíbulo.


No fue sino hasta que él se detuvo, que ella se percató de que las sombras en el vestíbulo habían ocultado su rostro negándole la ventaja de reconocerla como ella lo hizo al instante.


Ahora, al verla bajo la luz, por el cambio de su expresión, supo que la reconocía por su infortunado encuentro por la tarde. Además, no parecía agradarle mucho volver a verla.


Su reacción le volvió a traer toda la culpa e incomodidad que sintiera esa tarde. Antes, cuando de manera grosera ignoró el momento breve de regocijo compartido que él le ofreciera, ella se consoló pensando que era posible que nunca se volvieran a ver y que su mal humor y actitud desagradable eran algo que no se reforzaría con un encuentro futuro. Pero, se habría equivocado, advirtió que se sonrojaba bajo la mirada fría que le recordaba lo desagradable que fue. Tuvo que controlar el deseo infantil de cerrar la puerta y dejarlo fuera para no tener que enfrentarse a esa mirada que la estudiaba y hacía que se sintiera tan incómoda.


Le dio la impresión de que él esperaba que ella hablara, y, puesto que ya estaba en el interior, no tenía más opción que fingir que no ocurrió nada esa tarde, y que ninguno de los dos había decidido que no había manera de que compartieran el mismo techo...


—Sí, Laura me explicó la situación —admitió Paula—. Si quiere pasar a la cocina, podremos discutirlo.


Ella le pidió a Laura que no mencionara a su tía, ni su enfermedad, pues no buscaba la lástima de nadie.


El sol de la tarde entraba por la ventana iluminando la cocina. Era la habitación favorita de su tía, le traía muchos recuerdos. Así se lo hizo saber la primera vez que estuvieron allí. Por ese motivo Paula se negó a cambiar la antigua estufa Aga por otra más moderna, y tampoco se deshizo de los gabinetes ni el mueble de cajones. En vez de ello, hizo todo lo posible por que el ambiente se mantuviera acogedor para placer de la tía Maia, aunque en ocasiones encontraba que limpiar el fregadero de piedra porosa era desastroso para sus uñas. La estufa no era tan eficiente como el horno eléctrico que tenía en el apartamento en Londres, pero, tal vez sólo era que todavía no se acostumbraba a usarla... Tuvo varios fracasos culinarios antes de empezar a apreciar los encantos de la estufa.


Una vez en la cocina, ella esperó. Pensaba que vería el disgusto y desdén en los asombrosos ojos de Pedro Alfonso cuando la comparara con la comodidad de la cocina moderna a la que con toda seguridad estaba acostumbrado. Para su sorpresa, pareció agradarle, acariciaba la superficie del mueble de cajones y comentó:
—Mediados del siglo diecinueve, ¿no? Muy bello... sólido y bien hecho. Pieza práctica sin excesos, muy buen diseño. El diseño es uno de mis pasatiempos —la ilustró—. Por eso... —se detuvo—, _Lo siento, estoy seguro que no le interesan mis opiniones acerca de los muebles modernos —le dijo seco, y añadió con un tono más irónico—: Y sé que no quiere que le haga perder su tiempo.


Ella pensó que se refería a su comportamiento de la tarde y se sonrojó hasta que él añadió:
--Laura me advirtió que quería que esta entrevista fuera breve. De hecho ella insistió en que busca un huésped que exija el mínimo de su tiempo —la veía de manera extraña, era una mezcla de cinismo y curiosidad y comentó—: Si no es algo demasiado personal, ¿por qué quiere un huésped?


Paula estaba demasiado cansada como para mentir y, además, ¿qué importaba lo que él pensara? Los dos sabían que él no querría quedarse.


—Necesito el dinero —le dijo breve.


Hubo una pequeña pausa y él manifestó irónico:
—Bueno, al menos es sincera. Necesita el dinero, pero sospecho con toda seguridad que no le interesa la compañía...


Por alguna razón, la manera en que él se percató de su sentir, hizo que ella se moviera incómoda, quiso poder indicarle con los hombros que no le importaba en lo absoluto lo que él pensara.


—Como Laura le indicó, no tengo tiempo que perder, señor Alfonso. Lamento que haya hecho un viajé innecesario hasta aquí, pero considerando las circunstancias, no creo...


— ¡Espere un momento! —la interrumpió—. ¿Trata de decirme que ya cambió de idea, que ya no quiere un huésped?


—Bueno, no creo que quiera hospedarse aquí...


—¿Por qué no? —lo preguntó. La mirada con que la observaba, era penetrante.


Paula no supo qué decir. Sentía que le ardía la piel, le volvía el rostro color amapola.


—Bueno, la cabaña está lejos... es muy pequeña, y espero... al menos, asumo...


—Asumir no resulta —la interrumpió tranquilo. Con demasiada suavidad, Paula reconoció incómoda—. Y si piensa que soy el tipo de hombre que se desanima por lo que ocurrió esta tarde... No tengo que agradarle, señorita Chaves; de hecho, si he de ser sincero con usted, lo único que me desanimaba un poco era el hecho de que usted es una joven soltera —él ignoró el jadeo de enojo que Paula dejó escapar y continuó—: No quiero decir con esto que condeno a todo el sexo femenino por las tonterías de una minoría muy reducida, pero estoy seguro de que tomará en cuenta, que hasta no conocerla, me preocupaba que fuera miembro de esa minoría... —Paula no podía escuchar más.


—Si piensa que busco un huésped por otra razón además de que necesito el dinero... —ella empezó.


—Desde luego que no —la interrumpió sin elevar la voz- , ahora que ya la conocí. Me gustaría ver el dormitorio si se puede, por favor...


¡Quería ver el dormitorio! Paula lo veía atónita. 


Estaba segura de que él no querría quedarse. 


En verdad, estaba segura.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario