lunes, 20 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 4




Se negó a derramar lo que ella sabía serían las lágrimas de lástima por sí misma. Se dirigió a las escaleras llevando el trabajo que había recogido. Sabía que su revisión la mantendría ocupada el resto de la tarde y parte de la noche, pero no le importaba. Necesitaba el dinero si quería quedarse en la cabaña, y tenía que hacerlo, pues necesitaba un hogar para que su tía regresara en cuanto pudiera dejar el hospital. 


Y lo dejaría. Regresaría a casa. Tenía que hacerlo.


Cansada, Paula subió a su oficina en donde tenía el computador. La cabaña era vieja y en el ático cientos de familias de pájaros habían hecho su hogar. Los últimos ocupantes arañaban sobre su cabeza mientras ella trabajaba. Al principio la alarmaron y la molestaron, pero ya estaba acostumbrada al ruido y ahora apreciaba su compañía. La cabaña fue ocupada durante los primeros años por trabajadores del campo, pero su propietario la vendió junto con la tierra que la rodeaba. Estaba ubicada en un buen sitio, le dijeron los agentes de bienes raíces. Con tanta tierra se podía ampliar y garantizar la intimidad, además estaba rodeada por tierra de cultivo y al final de un camino que no conducía a ningún lado. Pero Paula no hubiera podido hacer ampliación alguna aunque lo hubiera querido. Apenas lograba cubrir los pagos de la hipoteca, y también tenía los gastos del hospital y los propios, y los del auto pequeño del que no podía prescindir ahora que la tía Maia estaba recluida en el hospital.


Le empezó a doler la cabeza, las letras en la pantalla frente a ella le empezaban a bailar y a borrarse. Se frotó los ojos, cansada y miró su reloj, no podía creer todo el tiempo que pasara trabajando. Le dolía todo el cuerpo, tenía los huesos molidos después de pasar tanto tiempo sentada en la silla.


Había perdido peso esos últimos meses, peso que algunos dirían no se podía dar el lujo de perder. No era una mujer alta, tenía rasgos delicados que ahora se agudizaban, denotando la tremenda presión a la que estaba sometida.


El cabello-claro que siempre llevaba muy bien cortado en Londres, ahora le llegaba al hombro; no tenía ni el dinero ni la energía para cortárselo. Las luces que le aplicaron en el caro salón de belleza londinense estaban sustituidas por los efectos del sol, el cutis también había ganado una calidez de durazno por la exposición a sus rayos. Ella nunca se consideró una mujer sensual ni atractiva, pero nunca quiso serlo, la complacía su rostro pulcro oval y la seriedad reflejada en los ojos grises.


Tenía sus admiradores, hombres que como ella estaban demasiado ocupados ascendiendo la escalera profesional como para querer buscar una relación permanente, hombres que, aunque la admiraban y deseaban su compañía, a la vez apreciaban su decisión de concentrarse en su carrera. Hombres que la respetaban.


Sí, su carrera era el único interés en su vida, hasta que se dio cuenta de lo enferma que estaba la tía Maia. Al principio su tía protestó, le indicó que no había necesidad de que llegara al extremo de dejar su carrera, su vida bien estructurada, pero Paula no la escuchó. Por cierto sentido de obligación tomó su decisión, así se lo indicó una de sus amigas. Pero, no era así, lo hizo por amor. Nada más, ni nada menos, y nunca hubo un momento en que lamentara haberlo hecho. Todo lo que lamentaba era haber estado tan entregada a edificar su propia vida que no se percató de lo enferma que estaba su tía. Nunca se perdonaría ese egoísmo, aunque la tía Maia le aseguró una y otra vez que ni ella misma sabía qué era lo que le ocurría por lo que ignoró ciertos signos de advertencia que debieron llevarla a consultar un médico mucho antes.


El sonido de un auto que recorría el sendero que conducía a la cabaña le advirtió de la llegada del posible huésped. Era alguien que manifestó necesitar alojamiento unos cuantos meses en tanto se encargaba de los aspectos financieros de una pequeña compañía local que una empresa con matriz en Londres recién había adquirido.


Paula sabía muy poco del hombre mismo, además de que la agencia para la que ella trabajaba lo recomendó como persona respetable y confiable. Cuando ella expresó sus dudas en cuanto a que alguien tan bien colocado y adinerado como el director de un grupo empresarial quisiera alojarse en la casa de alguien en vez de rentar algo, Laura Mather, encargada de la agencia, le informó que Pedro Alfonso no encajaba en el estereotipo normal del hombre de negocios y que cuando se acercó a ella solicitando ayuda, le dijo que todo lo que necesitaba era un lugar en donde pasar la noche y en el que los movimientos de los otros miembros de la familia no lo molestaran. Estaba dispuesto a pagar bien, y como Laura misma se lo señaló cuando trató de convencerla de que lo aceptara como huésped, él era la solución a sus problemas financieros.


Cansada, Paula se puso de pie, se apoyó en el respaldo de la silla cuando se marcó un poco. Se dio cuenta de que no había comido desde la cena de la noche anterior, y aún entonces, apartó el plato después de apenas haberlo tocado.


Tal vez la disciplina de tener que proporcionar alimento a su huésped la obligara a comer con mayor regularidad. Esas últimas semanas desde que su tía ingresara al hospital, preparar los alimentos y comer sola se le hacía más y más pesado.



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