martes, 21 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 8



-ESTAS muy callada, Paula. ¿Todavía estás preocupada por mí? —Paula miró el rostro pálido de su tía. En realidad, pensaba en Pedro Alfonso y en la manera en que le revelara un aspecto muy íntimo de su vida al salir de la cabaña. Tendría que decirle que estaba equivocado, explicarle... aunque no fuera todo, al menos, lo suficiente como para que el comprendiera que era su tía la que consumía tanto de su tiempo y no un amante casado que no existía.


Ella frunció el ceño. Admitió que debió ser muy duro para él ver cómo se desintegraba la relación entre sus padres, sentir cómo el amor y confianza que pudo sentir por su padre se destruían, como era obvio ocurrió. Pobre niño... se controló, sacudió la cabeza, molesta. ¿Qué demonios hacía, sentir compasión por alguien que sugirió que ella...? se mordió el labio enojada, no deseaba admitir que si él la juzgó mal, en parte era por su propia culpa.


En realidad no estaba segura de por qué se sentía tan reacia a que él (o nadie) supiera la verdad. ¿Era por que al enfrentarse al interés y la simpatía de los demás, se vería obligada a enfrontarse a la realidad de la gravedad de la enfermedad de su tía? ¡No... No! Trató de desviar sus pensamientos, los alejó de lo que todavía no estaba dispuesta a admitir... Su tía estaba mejor... Ese mismo, día le comentó lo bien que se sentía, y sin embargo, cuando Paula contempló la pequeña figura sobre la cama, el temor era como dedos helados, muy helados, que le rodearan el corazón.


Miró el rostro de la anciana y vio el cansancio que reflejaba. Le sostenía la mano, se sentía tan frágil, tan fría.


—Paula... —la tía le sonreía por encima de su cansancio—, no debes... no debes...


Dejó de hablar y, antes que su tía pudiera terminar lo que estuvo a punto de decir, Paula empezó a contarle del jardín, a describir las flores que empezaban a abrir, con la voz trataba de negar el tremendo temor que sentía.


—Pero, tú misma las verás pronto. Tan pronto como estés bien y regreses a casa... —pensó que había escuchado un suspiro de su tía. La presión de esos dedos frágiles que la sostenían aumentó un poco más. Paula sintió que empezaba a temblar, en tanto el temor y el amor la invadían.


Como siempre, el tiempo precioso que pasaba al lado de su tía, transcurrió demasiado rápido, y llegó el momento en que tenía que irse. La enfermera que estaba a cargo, se acercó a ella cuando salía. Paula le sonrió y empezó a hablarle.


—Mi tía Maia se ve mucho mejor desde que llegó aquí. Le he hablado del jardín. Ella siempre quiso uno. Pronto brotarán las rosas. Las compramos el año pasado. Tal vez regrese a casa a tiempo para que las disfrute y...


—Paula, tu tía está muy bien —la interrumpió la enfermera—, pero, tienes que darte cuenta... —se detuvo cuando una de las enfermeras se acercó a ella veloz, se disculpó y prestó atención a lo que le decía—. ¡Oh, ciclos!, me temo que tengo que retirarme, pero...


Al ver que la mujer se alejaba a toda prisa, Paula luchó para ignorar la tensión y el temor que sentía. En ocasiones, citando hablaba con su tía del jardín, del futuro, ella la veía con tal compasión, con una expresión de preocupación, que Paula sentía como si... ¿Como si qué? 


Como si la tía Maia supiera y aceptara algo que ella no sabía... o no quería saber.Temblaba cuando subió al auto, helada por el temor.


Como siempre, cuando ella sufría así, Paula descubrió que la única manera para controlar el terror y la presión de sus pesares desesperados, era entregarse al trabajo, lo que hacía imposible que sus pensamientos permanecieran en la verdad que su inteligencia le decía existía, pero que su corazón se negaba a admitir.


Era casi la una de la mañana antes que ella admitiera que estaba tan cansada que si no dejaba de trabajar, era posible que se quedara dormida en donde estaba.


Le confesó a Laura Mather, que tuvo mucha suerte al encontrar una agencia con suficiente trabajo como para poder hacerlo en casa, pero Laura la corrigió diciéndole con franqueza que la de la suerte era ella y que si en algún momento le interesaba algo permanente, sólo tenía que decírselo.


Laura sabía cuál era la razón que la llevó a salir de Londres, pero, era una de las muy pocas personas que lo sabían. El medico era otra, y el personal reducido del hospital, además de la mujer del granjero, su vecino más próximo, y quien antes que la tía Maia ingresara al hospital, era una visita frecuente que les llevaba huevo fresco y verduras y compartía con la tía Maia su amor por el campo. La tía era una persona muy reservada, y crió a Paula de la misma manera, y además... la chica se apoyó sobre el respaldo de la silla, se frotó los ojos para aliviar la tensión ocasionada por mantenerlos fijos en la pantalla, y admitió que una de las razones por las que se mostraba tan reacia a hablar de la enfermedad de su tía con otros, era porque al hacerlo, consideraba que mantenía la situación a raya, se negaba a admitir que la enfermedad afectara sus vidas. Era cómo si al negar su existencia, de alguna manera pudiera fingir que no existía. 


¿Que era lo que hacía?, se preguntó. ¿Era por eso que prefería permitir que alguien como Pedro Alfonso creyera que sostenía un romance con un hombre casado en vez de admitir la verdad?


Bueno, si ella tenía un problema psicológico, lo mismo tenía él. ¿Cómo demonios llego a la opinión que tenía de ella, sin evidencia alguna? 


No era posible relacionar los hechos y llegar a eso. Hasta un tonto se habría dado cuenta de que no había nada ilícito en su actuación. Era obvio que el trauma de su niñez le dejó una impresión muy profunda, justo como la que a ella le dejó el temor de estar sola, sin alguien a quien pudiera considerar suyo. ¿Era por eso que temía tanto perder a su tía? ¿No tanto por la anciana, sino por su propio egoísmo?


Paula se estremeció, se rodeó el cuerpo con los brazos como si tratara de protegerse de la oscuridad de los pensamientos que cruzaban por su mente. Era porque era demasiado tarde... porque estaba demasiado cansada... porque estaba sola... porque todavía sufría los efectos de las emociones que Pedro Alfonso le removiera...


Pedro Alfonso. Se detuvo inquieta y contuvo un bostezo. Nunca debió permitir que le entregara ese cheque. Debió indicarle con firmeza que había cambiado de opinión, que ya no quería un huésped. Pero, eso no hubiera sido la verdad; ella no quería un huésped, mas necesitaba el ingreso que significaría con desesperación. Lo que no quería era un huésped como Pedro Alfonso, y lo que es más, sospechaba que él era consciente de sus sentimientos. A pesar de su encanto, de la calidez que ella viera ese día cuando él respondió, con humor a su pequeña confrontación, era obvio que existía otro hombre bajo esa superficie tranquila; un hombre brusco y decidido cuya pose exterior relajada, ocultaba a un hombre de voluntad de acero. Se estremeció, admitía que no era el aire nocturno fresco que entraba en su dormitorio lo que hacía que los vellos se le pusieran de punta.





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