domingo, 17 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 80

 

Aquel día, Paula se marchó a su casa sin estar segura de lo que debería estar sintiendo. Tenía miedo de esperar que Rafael Cameron aceptara la nueva propuesta de Pedro. Efectivamente, sobre el papel todo tenía sentido y las proyecciones de futuro resultaban muy prometedoras. Sin embargo, eso no significaba que Cameron lo aceptara. Resultaba evidente que había tenido algo en contra de Industrias Worth desde incluso antes de regresar. Los ácidos editoriales de Gabriela en la Gazette habían resumido sus decisiones para que todos los comprendieran. Fueran cuales fueran sus motivos, lo que parecía decidido a cumplir era la total destrucción de la única empresa que mantenía con vida la ciudad. Pau dudaba que se pensara siquiera la nueva propuesta de Pedro, por muy prudentes que fueran sus recomendaciones.


Lo que más le había sorprendido aquel día había sido el aparente y total compromiso de Pedro con la empresa. Estaba preparado para enfrentarse a Rafael Cameron, aun sabiendo que era poco probable que se aceptara su propuesta. Tal vez había cometido un terrible error de juicio con él. Se había dado mucha prisa en acusarle de ser un tiburón financiero como su jefe. Se preguntó si se habría equivocado con él y esto le molestaba.


¿Debería haberle escuchado? ¿Debería haberle permitido que tratara de convencerla para que pensara como él o acaso Pedro tan sólo había estado buscando una razón para dar por terminado su acuerdo? Tal vez se había cansado de ella. Lo que no comprendía era el cambio sobre la granja de la que había hablado con tanto entusiasmo. Había significado mucho para él a muchos niveles y, sin embargo, se había deshecho de ella sin dudarlo. No tenía sentido.


Comenzó a preparar la cena para Facundo y para ella aunque no tenía apetito alguno. Estaba a punto de sacar un pollo del horno cuando oyó que la moto de Facundo se detenía frente a la casa. No tardó en escuchar la puerta y los pasos de su hermano.


–¿Qué pasa? –le preguntó ella cuando entró en la cocina.


Como respuesta, él la tomó entre sus brazos y comenzó a dar vueltas con ella.


–¡Las cosas no podrían ir mejor!


Paula se echó a reír mientras que Facundo volvía a dejarla en el suelo.


–¿Qué ha ocurrido?


Observó el rostro de su hermano. No había estado más animado desde que se graduó en la universidad.


–Buenas noticias. No. Mejor aún. Noticias magníficas.


–Eso ya me lo has dicho.


–Me han exculpado. Me han exonerado. Se me ha pedido perdón por la acusación.


–¡Facundo, eso es maravilloso! Me alegro mucho por ti. Yo jamás debería haber dudado de ti –susurró. Los ojos se le llenaron de lágrimas, que empezaron a caerle por las mejillas.


–Paula –dijo él mientras la tomaba entre sus brazos para darle un fuerte abrazo–. No importa. Sé que no siempre he sido un ángel, pero la última vez en los tribunales lo dije de corazón cuando te prometí que no te volvería a defraudar. Supongo que a partir de ahora me creerás.


Ella asintió y lo abrazó con fuerza.


–No quería echarme a llorar. Lo siento, es una excelente noticia, pero estoy llorando de felicidad.


–Lo sé.


–Bueno, cuéntame qué es lo que ha ocurrido –dijo Paula mientras sacaba el pollo del horno y lo servía.


–Ha sido increíble. Ella no lo sabía, pero la teníamos con la soga al cuello.


–¿A tu supervisora?


–Sí. Alfonso la está interrogando ahora. Por lo que hemos descubierto, ha estado metiendo mano a muchas otras cosas aparte de lo que quería atribuirme a mí.


–Eso es terrible. Y pensar que iba a dejar que tú cargaras con las culpas…


Paula añadió unas judías verdes a los platos y los llevó a la mesa. Facundo se sentó inmediatamente y tomó su tenedor.


–Y eso no es todo –añadió Facundo–. Alfonso me ha felicitado por mis habilidades contables que descubrieron las pistas que condujeron al verdadero culpable. ¿Sabes una cosa? Tal vez sea tan duro como el pedernal, pero, en lo más profundo de su ser, parece que le importa la gente. Cuando pensaba que yo era culpable, se mostró muy duro conmigo, pero ha sido lo suficientemente hombre como para darme la mano y disculparse cuando se ha dado cuenta de que yo era inocente.


El trozo de pollo que Paula acababa de comerse se le atascó en la garganta. Tuvo que tomar un poco de agua para tragarlo. El modo en el que Facundo había descrito a Alfonso no podría haber sido más acertado.


–¿Sabes una cosa? –prosiguió Facundo–. Yo estaba equivocado sobre los motivos de Alfonso. Ciertamente piensa en lo que más nos interesa. Siento haber sido tan duro con vosotros porque tú le ayudaras del modo en el que lo hiciste.


–No te preocupes –consiguió decir Paula–. Ya es agua pasada…


Facundo la miró fijamente, pero no insistió en el tema, algo que Paula le agradeció mucho.


–Se ha tomado muchas molestias por mí en este asunto, Paula. Ha recomendado al jefe de mi división que me ofrezca una beca de la empresa para que pueda volver a estudiar y especializarme en Contabilidad Forense, dado que parece que se me da muy bien. Me dijo que tenía una aptitud natural para ello. Considera que yo seré un pilar para la empresa en el futuro.


Paula casi no podía creer lo que estaba oyendo. Facundo siguió hablando ante las posibilidades que se abrían ante él.


Sin embargo, por mucho que se Paula se alegrara de lo de su hermano, ¿qué ocurriría con ellos si la fábrica se veía obligada a cerrar?


Fuera como fuera, Pedro Alfonso terminaría regresando a Nueva York o al lugar al que Rafael Cameron quisiera enviarlo. Él se llevaría consigo su corazón hecho pedazos.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 79

 

El hecho de haberle dicho que su acuerdo había llegado a su fin no le había servido de nada. Pedro llegó a esta conclusión mientras observaba cómo ella meneaba las caderas mientras se marchaba de su despacho con el trabajo que él acababa de darle.


Se rebulló en el asiento para aliviar la incomodidad que tenía en la entrepierna, una incomodidad que a pesar de sus esfuerzos, no le prestaba atención y se presentaba cada vez que ella estaba a pocos metros de distancia.


Notó con cierto grado de irritación que Paula no parecía sufrir dificultad alguna. Cada día se sentaba serenamente en su escritorio y realizaba su trabajo de un modo ejemplar. Era como si lo que había habido entre ellos no hubiera ocurrido jamás. Como si la pasión que había ardido entre ellos no hubiera existido nunca.


Debería haberse sentido aliviado. Después de todo, él se había tenido que librar de suficientes relaciones a lo largo de su vida como para saber que la respuesta de Paula era una bendición, en especial dado que seguían trabajando juntos. Sin embargo, había una parte de él que había empezado a lamentar haberla liberado de su acuerdo. Sabía que había sido lo correcto, pero, por primera vez en su vida, lo correcto parecía estar completamente equivocado.


La echaba de menos. Lo había admitido. La echaba de menos en su cama, en su vida. Efectivamente, compartían despacho, pero era como si ella estuviera en una burbuja protectora y fuera inmune a todo lo que le rodeaba. Las cosas que más le gustaban de ella, como su sentido del humor, su asombro por todo lo que era nuevo, su habilidad para dar, habían desaparecido para siempre.


El despacho se había transformado en un lugar sombrío. El informe que había presentado a Rafael y al Consejo había sido recibido con bastantes discusiones. Sin embargo, el consenso general indicaba que lo mejor era aceptar sus recomendaciones y, como si todo el mundo lo hubiera presentido, se había empezado a notar una gran animadversión hacia él por parte de los empleados. Afortunadamente, Pedro tenía la cabeza bien alta.


Justo antes de la hora de comer, Paula entró en su despacho. Tenía el rostro más animado de lo que se lo había visto desde hacía días, a pesar de que la animación suponía ira. Una ira directamente dirigida a él.


Le arrojó unos papeles sobre la mesa.


–¿A qué estás jugando? –le preguntó.


Pedro se reclinó en su butaca.


–¿Te importa explicarme a qué te refieres?


–A eso –le respondió ella señalando los papeles–. Estas recomendando exactamente lo opuesto del último informe. ¿Estás tratando de cometer un suicidio profesional? Por lo que tengo entendido, Rafael Cameron está decidido a desmantelar lo que queda de Industrias Worth aunque se pueda encontrar una solución más beneficiosa para nosotros. Ciertamente parecía encantado con tu otro informe. ¿Por qué te molestas con este?


–El informe es lo que es –afirmó Pedro–. He recopilado mis últimos descubrimientos y los he presentado en ese informe. ¿Me estás diciendo que, una vez más, no estás de acuerdo con mi recomendación?


–Por supuesto que no, pero, ¿por qué no dijiste esto en un principio?


Pedro se reclinó sobre la butaca y se colocó las manos en la nuca.


–No disponía de toda la información. Ahora sí. El otro informe era preliminar. Desde entonces, he recibido más información. Esta noche voy a reunirme con Rafael para hablar al respecto. Creo firmemente que esta fábrica es viable si cambian de productos y se especializa. Por supuesto, a Cameron le va a costar mucho dinero realizar estos cambios, pero, a la larga, los beneficios serán enormes. Espero que esa sea la zanahoria que atraiga el interés de Cameron. Además, así la comunidad seguirá siendo saludable económicamente y creará más empleos de los que crea en la actualidad.


Paula lo miró como si le hubieran salido dos cabezas.


–¿Hablas en serio? Si eso sale adelante, harías feliz a mucha gente. La moral está por los suelos. ¿De verdad crees que él lo aceptará?


–Probablemente no, pero no podía dejarlo pasar sin hacérselo ver –dijo él. Se inclinó sobre la mesa y recogió los papeles–. Por mucho que te agradezca la rapidez con la que has trascrito esto, no creo que se lo pueda dar a Rafael con este aspecto. No quiero que tenga excusa alguna para tirarlo a la basura antes de leer su contenido.


Paula se inclinó sobre él y le quitó los papeles de las manos.


–No te preocupes –le dijo–. Estarán perfectamente encuadernados y de nuevo sobre tu escritorio dentro de diez minutos.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 78

 

Oyó que Facundo entraba en la casa. Se lavó rápidamente la cara y se retocó el maquillaje para aparentar normalidad.


Tendría que haberse imaginado que sus esfuerzos serían en vano.


–¿Qué te ha pasado? –preguntó Facundo en el momento en el que la vio.


–Nada –respondió ella.


–Pues a mí no me parece que no haya pasado nada. Dime, Pau. ¿De qué se trata?


–Nada… Tan sólo acabo de cometer la mayor estupidez de toda mi vida –susurró ella–, pero no te preocupes, lo superaré.


Facundo negó con la cabeza.


–¿Te refieres a olvidarte de él?


Paula trató de tragarse el nudo que se le había formado en la garganta. Sólo pudo asentir.


–Ay, Pau. ¿Por qué has tenido que enamorarte de él?


Facundo abrió los brazos para abrazar a su hermana. Pau se reconfortó con la fuerza de su hermano. Resultaba extraño ver cómo los papeles se cambiaban.


–No pude evitarlo, Facundo. Simplemente ocurrió.


Permanecieron así durante mucho tiempo, abrazándose y dándose y recibiendo consuelo. Por fin, Paula se apartó de su hermano.


–Gracias.


–¿Por qué?


–Por no decir que ya me lo habías advertido… Facundo negó con la cabeza.


–Ya eres una mujer hecha y derecha, Pau. Ya va siendo hora de que empieces a cometer tus propios errores en vez de tratar de subsanar los míos.


–¿Qué quieres decir?


–Necesitas una vida propia. Has estado tan entregada a mí y al hecho de asegurarte de que nuestras vidas fueran tan normales como fuera posible que se te olvidó completamente tomarte tiempo para ti. Paula Chaves se perdió por el camino. Te agradezco todo lo que has hecho por mí, en especial renunciar a tus sueños de ir a la universidad para que fuera yo, pero… Dejé de necesitarte hace mucho tiempo. Tengo veinticuatro años, Pau. Tengo que salir adelante yo solo y tú tienes que permitírmelo.


Los ojos de Paula volvieron a llenarse de lágrimas. Facundo tenía razón.


–Está bien. Lo comprendo, pero podría llevarme un tiempo. Sin embargo, lo haré. Por cierto, Pedro me ha dicho que podría ser que fueras exonerado de lo que se te ha acusado. ¿Por qué no me lo has dicho?


Pedro me pidió que no dijera nada hasta que pudiéramos identificar al verdadero culpable.


–Siento mucho haber dudado de ti. Yo sólo…


–Lo sé… –la interrumpió Facundo.





sábado, 16 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 77

 

En el momento en el que ella cerró la puerta, Paula cayó de rodillas. Todo su cuerpo temblaba al tiempo que unos desconsolados sollozos se le escapaban del pecho. Nunca sabría cómo había conseguido contenerse.


Afortunadamente, Facundo no estaba en casa. Cerró los ojos. Había esperado que Pedro hubiera escuchado lo que ella le había dicho aquella tarde. Que hubiera examinado su corazón y hubiera pensado en el informe. Sin embargo, parecía que sus súplicas no habían servido de nada. Igual que el ridículo amor que sentía por él.


El dolor volvió a apoderarse de ella. Los ojos volvieron a escocerle por las lágrimas. Tenía que recuperar el control. Ya lo había hecho antes, cuando sus padres murieron, y podría volver a hacerlo. Pieza a pieza, volvió a reconstruirse y a aprender a comportarse como si no hubiera ocurrido nada. La pena era algo que se guardaba en el interior. Si no se hacía así, podría consumir por completo a una persona.


Desde el principio, había sabido que lo suyo con Pedro no era eterno. Por mucho que él le hubiera llegado al corazón y que ella supiera que jamás volvería a amar del mismo modo. No podía engañarse. Habían sido dos adultos que se habían unido sin promesas ni ilusiones.


Que ella hubiera sido tan estúpida como para no poder mantener la mente separada del corazón había sido culpa suya. Pedro, por su parte, no parecía haber tenido dificultad alguna.


El hecho de que hubiera renunciado a lo que le correspondía tan fácilmente no suponía buenos augurios para la fábrica. Pau había pensado que él era un hombre mejor. Se había equivocado.


Lo único que podía hacer era echar mano de la fuerza y encontrar el modo de salir adelante para poder seguir trabajando con Pedro.



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 76

 


El trayecto que lo separaba de la casita en la que vivían Paula y su hermano era corto. Cuando detuvo el coche frente a la casa, permaneció en su interior unos instantes. Aunque sabía que tenía que hacerlo, todo su ser se negaba a ello. No podía comprenderlo. Tenían un acuerdo del que Paula había cumplido hasta la última coma. Él era el que se había equivocado. Dejarla marchar sería fácil.


Con renovada resolución, salió del coche y se dirigió hacia la puerta principal. Llamó con fuerza y esperó. En el interior, resonaron unos pasos que se acercaban a la puerta y que acrecentaron los latidos de su corazón.


Paula no pudo ocultar su sorpresa cuando abrió la puerta y lo vio allí.


–Pedro, ¿qué estás haciendo aquí?


–Hay algo que tengo que decirte.


–¿Quieres entrar?


Aunque había realizado la invitación, la voz de Paula carecía de la calidez que él siempre había asociado con ella.


–No hace falta. Puedo decirte aquí lo que tengo que decirte igual que en otra parte.


Ella esperó pacientemente con una mano sobre la puerta y la otra sobre el estómago, como si se estuviera preparando para algo muy malo. Pedro respiró profundamente.


–Al ver cómo has reaccionado esta tarde, te libero de nuestro acuerdo. Ya no tienes que fingir ser mi prometida. No me parece justo ni razonable tener que seguir con algo, o con alguien, a quien evidentemente desprecias tanto.


Ella palideció, pero permaneció en silencio. Pedro vio cómo el pulso le latía suavemente en la garganta. Sintió unos enormes deseos de besarla allí, pero ya no tenía derecho. Ella habló por fin.


–Entiendo. ¿Y la granja?


–He hablado con mi padre y le he contado la verdad. No está contento, pero lo solucionaremos.


–Siento oír eso –susurró ella. Entonces, respiró profundamente–. Entonces, todo ha sido una completa pérdida de tiempo.


Pedro quería decirle que no había sido así, pero se limitó a asentir.


–Durante el tiempo que siga trabajando en Vista del Mar, me gustaría que siguieras siendo mi ayudante, si te parece bien.


¿Por qué había dicho eso? En su despacho ya había decidido que seguir trabajando con ella, verla todos los días sería una tortura. Ya había escrito una carta de recomendación para que ella trabajara como asistente personal para otra persona de la empresa. Sin embargo, sabía que no podía dejarla marchar, al menos, no del todo, por muy buenas que fueran sus intenciones.


–Por supuesto. ¿Por qué no? –respondió ella fríamente–. ¿Y el trabajo de Facundo sigue a salvo?


Por supuesto, ella pensaba en su hermano antes que en cualquier cosa.


–Por el momento. Por cierto, he reabierto la investigación sobre el caso de Facundo.


Ella lo miró boquiabierta.


–¿De verdad?


–Tu hermano me presentó un argumento muy convincente y he investigado un poco más el asunto. Parece que tu hermano estaba diciendo la verdad –admitió Pedro.


–¿Significa eso que es inocente?


–Aún no está demostrado, pero así parece.


–Eso es fantástico. ¿Cuánto hace que lo sabes?


–Unos cuantos días. Tendremos identificado al culpable muy pronto. Espero.


–¿Hace unos cuantos días? ¿Y a ninguno de los dos se os ocurrió decirme nada?


–¿Habría supuesto alguna diferencia?


Pedro la miró y observó los sentimientos que se reflejaban en su hermoso rostro. ¿Habría renegado ella de su acuerdo si hubiera sabido antes las novedades sobre Facundo?


–¿Diferencia, dices? Todas las del mundo. No sé ni cómo me puedes preguntar eso. No tienes ni idea del peso que esto ha supuesto para mí. Pensar que mi hermano era un ladrón ha sido…


¿Y el peso que había supuesto para ella acostarse con él? ¿Había sido cada instante por el bien de su hermano? Pedro ya no lo sabría nunca. Se sentía muy vacío. Se alejó un poco de la puerta.


–Bueno, me marcho.


–Espera.


Pedro sintió que algo le florecía en el pecho hasta que vio que ella se estaba quitando el anillo de compromiso del dedo.


–Toma. Ya no lo necesito –dijo mientras se lo ponía en la mano.


Pedro observó el anillo y sintió que se le hacía un nudo en el pecho.


–Puedes quedártelo si quieres.


–No. No lo quiero. De verdad.


La voz de Paula sonaba tan distante… ¿Dónde estaba la cálida y afectuosa mujer que él había conocido? ¿Había perdido todo el respeto por él por aquel estúpido informe?


Pedro se metió el anillo en el bolsillo. No quería volver a verlo ni quería analizar por qué, de repente, se sentía tan a la deriva por el hecho de que ella se lo hubiera devuelto. En realidad, no habían estado comprometidos de verdad ni había habido sentimientos.


–En ese caso, te veré el lunes en el despacho –dijo antes de marcharse.


A sus espaldas, oyó que la puerta se cerraba de un portazo. El sonido resonó en sus oídos. Su intencionalidad era demasiado real.


 

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 75

 

Al final del día, Pedro supo lo que tenía que hacer. Era algo que había sabido que tenía que hacer desde Nueva York, pero que había sido incapaz de realizar. Tenía que romper el vínculo que lo unía a Paula y dejarla regresar a su vida. En aquellos momentos, con la opinión que Paula tenía de él, sería mucho más fácil. Era lo mejor para ella. Por supuesto, si la decisión de cerrar Vista del Mar se hacía realidad, ella se quedaría sin trabajo junto con el resto de los empleados y también su hermano. Sin embargo, los dos eran individuos inteligentes. A través de sus contactos, Pedro se aseguraría de que les ofrecieran trabajo en otra parte. Era lo menos que podía hacer por ellos a largo plazo.


No obstante, a corto plazo, lo que tenía que hacer por Paula era librarla de su acuerdo, pero primero tenía que realizar una llamada muy importante. Debía llamar a su padre.


Cuando Pedro terminó la llamada a su padre, Paula ya se había marchado a casa. Pedro se sentía completamente vacío por dentro. A pesar de que su padre se había enfadado con él por haberle engañado deliberadamente, había parecido más desilusionado por el hecho de que su relación con Paula no hubiera sido real. Sacó un antiácido del cajón y se lo tomó para aliviar la quemazón que sentía en el estómago. Había hecho daño a muchas personas. ¿Por qué? Por un trozo de tierra en el que él no tenía intención alguna de vivir o de cultivar. Su padre seguramente ya había dado luz verde para que pusieran la granja en la agencia inmobiliaria que se encargaría de venderla. Se sintió fatal por ello, pero no podía haber seguido con aquella mentira.


Todas aquellas generaciones de Alfonso a los que había querido honrar y recordar, los trabajadores hombres y mujeres cuya ética había sido tan fuerte como su sueño para aquellas tierras. Los había deshonrado con su comportamiento egoísta.


Tardaría un tiempo en suavizar la tensión con su familia. Su teléfono móvil no dejaba de recibir mensajes de sus hermanos que le exigían que les aclarara si todo había sido una farsa. Había caído en lo más bajo, pero aún le quedaba una cosa por haber. Cuanto antes la hiciera, mejor.



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 74

 

Paula observó al hombre que amaba y se dio cuenta de que, en realidad, no lo conocía. Estaba allí, frente a ella, tan familiar y, al mismo tiempo tan desconocido. Paula comprendió que no tenía ni idea de quién era Pedro Alfonso.


Lo observó mientras él se mesaba el cabello y suspiraba.


–Mira, sé que estás muy disgustada por eso, pero tienes que comprender que me trajeron aquí para hacer un análisis en profundidad de la situación económica de Industrias Worth y realizar recomendaciones en base a lo que descubra. Hacer otra cosa supondría que no estoy haciendo mi trabajo según me han enseñado mis habilidades.


–Malditas sean tus habilidades –susurró ella con los ojos llenos de lágrimas.


Pedro se sorprendió de cuánto le dolía saber que había enojado y había disgustado a Paula tan profundamente. Lo peor de todo era saber lo mucho que había bajado en su estima. Acababa de comprender lo mucho que le importaba su opinión.


Sabía que los resultados del informe no serían recibidos con alegría por el Consejo de Dirección. A nadie le gustaba tener que dejar en el paro a tantos trabajadores, fuera cual fuera el clima económico, pero la conclusión estaba tan clara como la tristeza en el rostro de Paula.


–Es un informe preliminar, Paula. No hay garantía de que Rafael lo lleve a cabo.


–Pero es más que probable, ¿verdad?


Pedro asintió. No podía mentirla sobre algo que tanto la afectaba. Temblaba de incredulidad. Pedro extendió la mano para volver a tocarla, pero ella dio un paso atrás.


–No, por favor –dijo con voz temblorosa.


–¿No? Simplemente estoy haciendo mi trabajo.


–Simplemente no creo que pueda estar contigo en estos momentos.


–¿En estos momentos o nunca?


Ella lo miró con la sorpresa.


–Yo… no lo sé. Necesito pensar al respecto. Necesito marcharme.


Pedro observó en silencio cómo ella se daba la vuelta y se marchaba de su despacho. Durante el resto del día, ella permaneció distante. Respondió a las preguntas que él le hizo, pero utilizando la menor cantidad de palabras posibles.