domingo, 17 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 79

 

El hecho de haberle dicho que su acuerdo había llegado a su fin no le había servido de nada. Pedro llegó a esta conclusión mientras observaba cómo ella meneaba las caderas mientras se marchaba de su despacho con el trabajo que él acababa de darle.


Se rebulló en el asiento para aliviar la incomodidad que tenía en la entrepierna, una incomodidad que a pesar de sus esfuerzos, no le prestaba atención y se presentaba cada vez que ella estaba a pocos metros de distancia.


Notó con cierto grado de irritación que Paula no parecía sufrir dificultad alguna. Cada día se sentaba serenamente en su escritorio y realizaba su trabajo de un modo ejemplar. Era como si lo que había habido entre ellos no hubiera ocurrido jamás. Como si la pasión que había ardido entre ellos no hubiera existido nunca.


Debería haberse sentido aliviado. Después de todo, él se había tenido que librar de suficientes relaciones a lo largo de su vida como para saber que la respuesta de Paula era una bendición, en especial dado que seguían trabajando juntos. Sin embargo, había una parte de él que había empezado a lamentar haberla liberado de su acuerdo. Sabía que había sido lo correcto, pero, por primera vez en su vida, lo correcto parecía estar completamente equivocado.


La echaba de menos. Lo había admitido. La echaba de menos en su cama, en su vida. Efectivamente, compartían despacho, pero era como si ella estuviera en una burbuja protectora y fuera inmune a todo lo que le rodeaba. Las cosas que más le gustaban de ella, como su sentido del humor, su asombro por todo lo que era nuevo, su habilidad para dar, habían desaparecido para siempre.


El despacho se había transformado en un lugar sombrío. El informe que había presentado a Rafael y al Consejo había sido recibido con bastantes discusiones. Sin embargo, el consenso general indicaba que lo mejor era aceptar sus recomendaciones y, como si todo el mundo lo hubiera presentido, se había empezado a notar una gran animadversión hacia él por parte de los empleados. Afortunadamente, Pedro tenía la cabeza bien alta.


Justo antes de la hora de comer, Paula entró en su despacho. Tenía el rostro más animado de lo que se lo había visto desde hacía días, a pesar de que la animación suponía ira. Una ira directamente dirigida a él.


Le arrojó unos papeles sobre la mesa.


–¿A qué estás jugando? –le preguntó.


Pedro se reclinó en su butaca.


–¿Te importa explicarme a qué te refieres?


–A eso –le respondió ella señalando los papeles–. Estas recomendando exactamente lo opuesto del último informe. ¿Estás tratando de cometer un suicidio profesional? Por lo que tengo entendido, Rafael Cameron está decidido a desmantelar lo que queda de Industrias Worth aunque se pueda encontrar una solución más beneficiosa para nosotros. Ciertamente parecía encantado con tu otro informe. ¿Por qué te molestas con este?


–El informe es lo que es –afirmó Pedro–. He recopilado mis últimos descubrimientos y los he presentado en ese informe. ¿Me estás diciendo que, una vez más, no estás de acuerdo con mi recomendación?


–Por supuesto que no, pero, ¿por qué no dijiste esto en un principio?


Pedro se reclinó sobre la butaca y se colocó las manos en la nuca.


–No disponía de toda la información. Ahora sí. El otro informe era preliminar. Desde entonces, he recibido más información. Esta noche voy a reunirme con Rafael para hablar al respecto. Creo firmemente que esta fábrica es viable si cambian de productos y se especializa. Por supuesto, a Cameron le va a costar mucho dinero realizar estos cambios, pero, a la larga, los beneficios serán enormes. Espero que esa sea la zanahoria que atraiga el interés de Cameron. Además, así la comunidad seguirá siendo saludable económicamente y creará más empleos de los que crea en la actualidad.


Paula lo miró como si le hubieran salido dos cabezas.


–¿Hablas en serio? Si eso sale adelante, harías feliz a mucha gente. La moral está por los suelos. ¿De verdad crees que él lo aceptará?


–Probablemente no, pero no podía dejarlo pasar sin hacérselo ver –dijo él. Se inclinó sobre la mesa y recogió los papeles–. Por mucho que te agradezca la rapidez con la que has trascrito esto, no creo que se lo pueda dar a Rafael con este aspecto. No quiero que tenga excusa alguna para tirarlo a la basura antes de leer su contenido.


Paula se inclinó sobre él y le quitó los papeles de las manos.


–No te preocupes –le dijo–. Estarán perfectamente encuadernados y de nuevo sobre tu escritorio dentro de diez minutos.




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