domingo, 27 de junio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 26

 


Paula oyó ruido de voces y se dio cuenta de que la lancha con los invitados debía haber llegado al barco, pero no se movió. No le apetecía hablar con extraños en aquel momento.


Un profundo suspiro escapó de su garganta. Debía haber tenido el peor primer día de luna de miel de la historia. Pero no podía empeorar, de modo que se dio la vuelta.


—Paula —Pedro se acercaba a ella con un traje de lino beige, la camisa abierta en el cuello, el pelo negro echado hacia atrás—. Estaba buscándote. Ya han llegado los invitados —dijo, tomándola del brazo.


Se había equivocado, pensó Paula. Las cosas podían empeorar…


Sentada a la izquierda de Pedro, Paula miró alrededor. La cena del infierno podría llamarse aquello.


Además de Máximo y un chico joven, había siete parejas en total.


Dieciséis alrededor de la mesa en el suntuoso comedor del yate.


Pedro la había presentado como su esposa y habría que estar ciega para no darse cuenta de la incredulidad con la que los invitados habían aceptado la noticia. Todos les dieron la enhorabuena, por supuesto, pero las miradas de las mujeres variaban de la curiosidad a la compasión. Y una de ellas la miró de manera venenosa… Eloisa, naturalmente. Pedro le había presentado a su marido, Carlo Alviano, y a su hijo de veintidós años de un primer matrimonio, Giovanni.


El resto eran parejas estadounidenses, griegas, francesas… una reunión de ricos y famosos, a juzgar por los vestidos y las joyas, que debían valer una fortuna.


Paula miró al joven, Giovanni, sentado a su derecha. Su rostro le resultaba familiar, pero no podría decir por qué. Tenía una belleza clásica, el pelo oscuro, rizado. Quizá era modelo, por eso le sonaba su cara.


Seguramente habría visto fotografías suyas en alguna revista de moda…


—¿Más vino? —Le ofreció el camarero y Paula asintió con la cabeza.


Sabía que estaba bebiendo demasiado, pero le daba igual, pensó, mirando a Eloisa con mórbida fascinación. O, más bien, el minivestido rojo que apenas cubría sus voluptuosos senos.


Estaba sentada a la derecha de Pedro y hacía lo imposible por llamar su atención, tocando su brazo, hablando de cosas del pasado que sólo ellos dos conocían…


En cuanto a su marido, Carlo, que estaba sentado a su lado, era como si no estuviera allí.


¿Por qué lo soportaba él?, se preguntó. Un hombre sofisticado de unos cincuenta años, encantador y propietario de un banco… ah, quizá ésa era la razón por la que Eloisa se había casado con él, pensó cínicamente.




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 25

 


Sabía que la tenía en sus manos. La estaba viendo temblar, de modo que no se había equivocado. En unos días Paula habría olvidado esa tontería de dejarlo. Pero debía ir con cuidado. Naturalmente, estaba enfadada con él porque la había obligado a enfrentarse a la verdad acerca de su familia y a aceptar que su marido no era el príncipe azul que había creído… sino tan humano como cualquiera.


Había llegado donde estaba siendo a veces despiadado para conseguir lo que quería. Y nunca aceptaba un insulto sin vengarse. Cualquier otra cosa era un signo de debilidad y nadie podría acusarlo de eso.


Pero también podía ser encantador…


—Lamento haber discutido contigo, pero tú eres la única mujer que inflama mi pasión. No quería contarte la verdad sobre tu padre, pero que hablases de él como si fuera un santo me ha sacado de quicio. ¿Podemos dejar eso atrás? Te prometo que, si te quedas, no le haré daño a tu familia… —cuando iba a abrazarla, Paula se apartó de un salto.


Pedro se quedó perplejo. Estaba siendo cariñoso con ella… ¿qué más quería? Pero era magnífica, pensó luego. Tan bella, con los ojos brillantes como una diosa, las manos en gesto desafiante sobre las caderas.


—¿Estás loco? Después de lo de hoy, no creería nada de lo que dijeras aunque me lo jurases sobre la Biblia —le espetó.


—¿Ah, no? Entonces confía en esto —replicó él, tomándola por la cintura para tumbarla sobre la cama.


Paula luchó como una mujer poseída mientras él sujetaba sus manos, intentando besarla.


—Paula, para…


La tenía sujeta sobre la cama, aprisionándola con su cuerpo, sujetándola con una mano mientras con la otra apartaba el sujetador para buscar sus pechos con la boca. Una excitación nueva, desconocida para ella, la envolvió entonces y toda idea de resistir se desvaneció.


—Me deseas —dijo Pedro con voz ronca.


—Sí —contestó Paula, envolviéndolo con sus brazos. Lo deseaba, tenía razón, no podía evitarlo.


Involuntariamente se arqueó, disfrutando de la presión del cuerpo masculino. Pedro se movía sensualmente sobre ella, tirando de sus pezones con los labios, chupándolos hasta que perdió la cabeza. Luego, apartó sus braguitas de un tirón y, colocándose entre sus piernas, se introdujo hasta el fondo con una poderosa embestida, la sensación tan intensa que Paula apenas podía respirar.


Entraba y salía de su cuerpo rápida y salvajemente, mirándola a los ojos, sujetándola contra la cama. Paula sintió una explosión de placer tan exquisito que sólo podía jadear mientras Pedro caía sobre ella dejando escapar un gemido ahogado.


Se quedó así, con los ojos cerrados, exhausta y buscando aire, los espasmos aún latiendo en su interior. Luego sintió que Pedro se apartaba de ella, pero Paula mantuvo los ojos cerrados. No podía mirarlo, una profunda sensación de vergüenza y humillación la consumía.


Sabía que no la quería y que sólo se había casado con ella para vengarse de su familia… pero nada había evitado que se derritiera en cuanto la besó. Unos minutos antes del apasionado encuentro, había hecho que dejase de creer en el amor, algo en lo que había creído durante toda su vida. Paula sintió sus manos apartándole el pelo de la cara, sus dedos trazando la curva de sus labios.


—Mírame.


Paula abrió los ojos por fin. Pedro estaba inclinado sobre ella, la determinación marcada en cada ángulo de su brutalmente hermoso rostro.


—Deja de fingir. Tú me deseas y yo también. Incluso puede que ya lleves un hijo mío dentro de ti, así que vamos a dejar de discutir. Estamos casados y así vamos a seguir.


Paula estuvo a punto de decírselo entonces… Ella era una mujer práctica y tomaba la píldora desde que empezaron a salir juntos, por precaución. Pero decidió mantener el secreto. ¿Por qué alimentar su colosal ego contándole cuánto deseaba acostarse con él?


— Y yo no tengo nada que decir, ¿no?


—No —sonrió Pedro, saltando de la cama para abrocharse los pantalones—. Tu cuerpo lo ha dicho por ti.


Era tan increíblemente arrogante, pensó Paula.


Y, de repente, se puso colorada al darse cuenta de que ni siquiera se había desnudado mientras ella… nerviosa, se colocó el sujetador, buscando el pantalón con la mirada.


—Esto es tuyo, creo —dijo Pedro, tirando el pantalón y las braguitas sobre la cama—. Aunque supongo que querrás cambiarte para cenar... nuestros invitados llegarán pronto.


Y luego salió del camarote sin mirar atrás. Paula saltó de la cama y se dirigió directamente a la ducha por tercera vez aquel día. No perdió el tiempo, sabiendo que él volvería pronto para cambiarse.


Después, en bragas y sujetador, volvió a deshacer la maleta. Dejaría que Pedro pensara que estaba de acuerdo con él hasta que pudiese encontrar la manera de abandonarlo sin hacerle daño a su familia.


Eligió un vestido negro sin mangas y, después de ponerse un poco de crema hidratante y brillo en los labios, se pasó un cepillo por el pelo. No pensaba arreglarse mucho más para Pedro y sus amigos.


Y había tenido valor para decirle que podía seguir adelante con su carrera hasta que tuviera un hijo… evidentemente, Pedro Alfonso no tenía respeto ni por ella, ni por su carrera ni por nada. En cuanto a los hijos…


Paula endureció su corazón contra la imagen de un niño de pelo y ojos oscuros, una réplica de Pedro, en sus brazos. Como todos sus tontos sueños, eso no iba a ocurrir jamás.


Después de ponerse unas sandalias negras salió del camarote.


Necesitaba aire fresco.


Subió a la cubierta y, medio escondida por un bote salvavidas, se apoyó en la barandilla para ver cómo la luna se escondía tras el horizonte.


Se quedó allí mucho rato, pensando, intentando encontrar una manera de escapar. Cuando el cielo empezó a oscurecerse sintió la misma oscuridad envolviendo su corazón.


Nunca haría nada que pudiese dañar a su hermano o a su familia, pero después de aquel día su confianza en Pedro había quedado por completo destrozada. ¿Cómo podía amar a un hombre en el que no podía confiar? No era posible.


Sin embargo, había disfrutado en la cama con él y, con amargura, supo que volvería a hacerlo. No podía evitarlo.


Y no tenía más alternativa que seguir con él. Estaba atrapada.




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 24

 


Paula dio un paso atrás, temblando. La capa de hielo en la que se había envuelto cuando Pedro insultó a su padre se había derretido en cuanto la tomó entre sus brazos y estaba furiosa con él y consigo misma…


—¿Qué significaría eso para la empresa? —consiguió preguntar, después de tragar saliva.


—Que la ampliación no podrá realizarse y tendrán serios problemas económicos —contestó él—. Probablemente quedarán a merced de una OPA hostil —añadió, con una sonrisa de triunfo—. Pero, como he dicho antes, tienes dos opciones. Tú eliges, Paula.


No tenía que añadir que sería él quien hiciera esa OPA hostil para quedarse con la empresa. Era evidente.


—Y lo harías, claro.


—Haría lo que tuviese que hacer para retenerte a mi lado.


Un par de horas antes, se habría sentido halagada por esas palabras, pero ahora eran un insulto. Paula sacudió la cabeza mirando sus manos, la alianza de oro en su dedo. Menudo engaño…


Imaginó entonces su futuro con Pedro Alfonso.


No había que ser un genio para saber que debía haber planeado aquello con mucha antelación.


—Si lo que dices es verdad, puedes quedarte con la empresa estemos juntos o no. ¿Por qué quieres que me quede contigo? Según dicen por ahí, puedes tener casi a cualquier mujer... y lo has hecho frecuentemente.


Pedro sonrió, una sonrisa arrogante que a Paula le habría gustado borrar de un bofetón. Aunque ella no era una persona violenta.


—Aunque me halaga que pienses que puedo tener a cualquier mujer, sólo te deseo a ti —contestó, acariciando su cara.




sábado, 26 de junio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 23

 


Pedro estaba furioso. Había intentado concentrarse en el trabajo, pero no había sido capaz y, por fin, había decidido bajar a hacer las paces con Paula… para encontrar cerrada la puerta de su camarote. Aunque daba igual porque él tenía una llave maestra.


—Por encima de mi cadáver.


—No me importaría demasiado, te lo aseguro —replicó ella.


Pedro apartó las manos de sus hombros como si lo quemara. Por un segundo, Paula casi habría podido jurar que veía un brillo de dolor en sus ojos y sintió cierta vergüenza. Ella no deseaba ver a nadie muerto, pero su marido conseguía hacerle decir y hacer cosas que no quería.


—Bueno, creo que puedo decir que, a menos que ocurra un accidente, tu deseo no se hará realidad. Aunque es posible que tenga que vigilarte, querida esposa, porque no tengo intención de dejarte ir. Ni ahora ni nunca.


—No tienes elección —replicó ella—. Este matrimonio se ha roto.


Pedro la miró, perplejo. Su desafío lo enfurecía, pero intentó disimular. Porque, en cierto modo, podía entender su disgusto, su deseo de devolverle el golpe… aunque no agradecía que desease verlo muerto.


—Siempre tenemos elección, Paula —murmuró, apretándola contra su poderoso torso—. Tu elección es muy sencilla: te quedarás conmigo porque soy tu marido. Te comportarás como la perfecta esposa y la perfecta anfitriona con mis invitados y podrás seguir con tu carrera hasta que te quedes embarazada de mi hijo. Algo que estaba implícito en la promesa que hiciste ayer, creo recordar.


Ella lo miró, incrédula.


—Eso fue antes de saber la verdad. Y suéltame ahora mismo.


Estaba rígida, los ojos azules indescifrables. Y eso hizo que Pedro deseara destruir su helado control.


— Tienes dos opciones: una, quedarte conmigo. La otra es volver a casa de tu hermano y su embarazada esposa e informarles de que me has dejado —dijo, acariciando su cuello—. Y luego puedes explicarles que, naturalmente, yo estoy muy disgustado y he decidido cortar toda relación con tu familia. Lo cual, desgraciadamente para la empresa Chaves, significará un inmediato pago del préstamo que les he hecho para la ampliación de la compañía.


Luego, como los buenos predadores, se quedó observándola y esperando hasta que su víctima reconoció cuál iba a ser su destino.




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 22

 



Paula cerró con llave la puerta del camarote y entró en el cuarto de baño intentando controlar las lágrimas. Temblando violentamente, asqueada, se quitó la ropa a tirones para meterse en la ducha. Sólo cuando estaba bajo el grifo dejó que las lágrimas rodasen libremente por su rostro.


Lloró hasta que ya no podía más. Luego, despacio, se irguió y empezó a lavarse cada centímetro de su cuerpo, como si quisiera borrar toda huella de Pedro Alfonso. Intentando a la vez borrar un dolor que seguramente seguiría con ella durante el resto de su vida.


No conocía al hombre que ahora era su marido.


Era Nicolás otra vez, pero peor porque había sido tan tonta como para casarse con él. Nicolás la quería por su fortuna y sus contactos y Pedro


Pedro se había casado con ella sencillamente porque su apellido era Chaves. La había seducido porque creía que su padre había seducido a su hermana. Para vengarse.


La sensación de haber sido engañada era terrible pero, poco a poco, mientras se envolvía en una toalla, el dolor dejó paso a una rabia ciega. Sus padres se habían querido de corazón y, cuando su madre murió, su padre se quedó desolado. Paula estaba convencida de que había sido eso lo que provocó el infarto que lo mató a él poco después.


Fue su madre quien, cuando estaba ya muy enferma, le había dicho que abrazase la vida, que fuera feliz y no perdiese el tiempo preocupándose por cosas que no tenían solución. Y su tío Camilo le había enseñado a ver que nunca sería una bailarina de ballet clásico. De modo que sabía aceptar la derrota.


Un rasgo que Paula había heredado de los Deveral.


Entonces, ¿por qué no podía dejar de pensar en lo que Pedro acababa de contarle? No sabía de dónde había salido la idea de que su padre había mantenido una relación con su hermana, y le daba igual. En cuanto a su matrimonio, para ella había terminado.


Cinco minutos después, con unos pantalones de lino y un top a juego, Paula sacó su maleta del armario y empezó a guardar las cosas que había colocado unas horas antes.


Oyó un golpecito en la puerta, pero no hizo caso.


Nada la importaba salvo irse de allí cuanto antes.


—¿Se puede saber qué estás haciendo?


Pedro estaba en la puerta, echando humo por las orejas.


—¿Cómo te atreves a dejarme fuera de mi propia habitación? — Exclamó, tomándola por los hombros—. ¿A qué estás jugando?


—No estoy jugando a nada, me marcho. El juego ha terminado — contestó ella, sin dar un paso atrás.


Paula no sentía nada por aquel hombre. Era como si estuviera metida en un bloque de hielo.


Las manos sobre sus hombros, su proximidad, no la afectaban en absoluto. Salvo para reforzar su determinación de marcharse. Había sido una tonta casándose con él, pero no iba a dejar que la maltratase.



IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 21

 


Pedro había puesto su mundo patas arriba y Paula ya no estaba segura de nada. No podía mirarlo siquiera.


Agitada, dejó que su mirada resbalase por el puerto del famoso principado. El mar era tan brillante como un espejo, los edificios parecían de postal y el sol brillaba sobre su cabeza, pero no sentía calor alguno. El día anterior había sido una novia enamorada y ahora…


Intentaba recordar el día que se conocieron, sus citas, las cosas que Pedro le había contado, su proposición de matrimonio. Y se dio cuenta de que Pedro nunca había dicho que la amaba.


Ni siquiera en los momentos de pasión había dejado que esas palabras escaparan de sus labios.


Paula tembló al sentir que unos dedos helados apretaban su corazón.


De repente, su vertiginoso noviazgo y la más vertiginosa boda empezaban a derrumbarse ante sus ojos.


—¿Por qué te casaste conmigo, Pedro? —preguntó, mirando sus duras facciones.


—Decidí que era el momento de tener una esposa y un heredero. Te elegí a ti porque eres una mujer preciosa y sensual que convenía a mis intereses —Pedro tomó su mano—. Y estaba en lo cierto.


Paula apartó la mano de golpe, horrorizada por tan cínica afirmación y sabiendo instintivamente que había más.


—Puede que yo sea torpe, pero no soy tonta. Te pusiste en contacto con mi familia tras la muerte de tu madre y yo no creo en las coincidencias, así que dime la verdad. Es evidente que no te has casado conmigo por amor.


—Como quieras —Pedro se encogió de hombros—. Ahora eres mi mujer, Paula Chaves, el apellido que tu padre se negó a asociar con el suyo, tan aristocrático. Satisface mi sentido de la justicia saber que llevarás mi apellido para siempre.


El brillo de triunfo que había en sus ojos oscuros chocó con sus dolidos ojos azules.


—En cuanto al amor, yo no creo en él. Aunque las mujeres parecen necesitarlo desesperadamente. Lo que hubo entre nosotros anoche, lo que seguirá habiendo, es química sexual, no amor.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas, pero parpadeó furiosamente para controlarlas. De modo que así era como una se sentía cuando recibía un golpe mortal, pensó. Todos sus sueños y esperanzas destrozados en un minuto. Durante unos meses, Pedro había sido el hombre de sus sueños. La noche anterior se había convertido en su mujer y había sido la experiencia más asombrosa de su vida.


Pero no había sido amor. Él mismo lo admitía descaradamente.


Para Pedro acostarse con ella era una especie de retribución, de venganza. No amor, nunca amor...


¿Cómo podía haber sido tan ciega? Desde el primer día supo que era un hombre peligroso y había evitado salir con él… debería haber confiado en su instinto, pensó.


Paula tuvo que llevarse una mano al estómago, asqueada al tener que aceptar que el hombre al que había creído amar no existía en absoluto.


—Necesito ir al baño.


—Espera —Pedro la tomó del brazo—. Esto no cambia nada, Paula.


—Esto lo cambia todo para mí —replicó ella—. Suéltame. Tengo que ir al baño.


—Sí, claro.


Pedro se preguntó por qué demonios le había contado la verdad sobre su padre cuando unos minutos antes estaba dándole las gracias al cielo por haber mantenido la boca cerrada.


Pero desde que la vio caminando por el pasillo de la iglesia no había sido él mismo. La noche anterior había perdido el control en la cama, por primera vez en su vida, y ahora había perdido los nervios cuando mencionó a su padre. Estaba volviéndose loco y aquello tenía que terminar.


Supuestamente, la sinceridad era buena en un matrimonio y él había sido sincero, razonó arrogantemente. Era Paula quien no estaba siendo razonable.


—Discutir en la cubierta de un barco no es buena idea. Podemos hablar más tarde. Después de todo, ninguno de los dos va a ir a ningún sitio.


No le pasó desapercibida la amenaza que había en sus palabras y, después de lanzar sobre él una mirada de disgusto, se alejó. ¿De verdad era tan frío, tan insensible como para creer que iban a seguir siendo marido y mujer ahora que sabía por qué se había casado con ella?




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 20

 


Paula vio un brillo de inseguridad en sus ojos oscuros, seguramente algo nuevo para él, y tuvo que sonreír. Pedro lo tenía todo: dinero, poder y estaba acostumbrado a hacer lo que quería sin pensar en nadie más. Las mujeres lo habían complacido durante toda su vida, si había que creer los rumores, pero evidentemente tenía mucho que aprender sobre el matrimonio… los dos tenían que aprender.


—A ver si lo entiendo… ¿has invitado a un montón de gente a ver el Gran Premio de Mónaco durante nuestra luna de miel? ¿Es eso?


—Sí —Pedro se encogió de hombros.


—Una luna de miel completamente diferente a las demás —Paula puso una mano sobre su pecho—. Pero, en fin, yo soy una chica tradicional y si esto es una tradición para ti… ¿por qué no? En realidad, estaría bien conocer a tus amigos. Por el momento sólo he conocido gente con la que te relacionas profesionalmente… y a Máximo, claro. ¿Dónde está, por cierto?


—Está en el puerto —contestó Pedro, sin mirarla a los ojos—. Lo invitados llegarán esta tarde.


Evidentemente estaba avergonzado, pensó ella.


Y, aunque no le volvía loca la idea de pasar el primer fin de semana de su luna de miel con extraños, tuvo que sonreír.


—No te pongas tan serio, tonto. No pasa nada. Sólo hace un par de meses que nos conocernos, pero tenernos toda una vida por delante para entendernos —Paula se puso de puntillas para besarlo—. Mi madre me contó que mi padre y ella se enamoraron a primera vista y se casaron unos meses después. Y tardaron algún tiempo en acostumbrarse el uno al otro… sobre todo porque ninguno de los dos tenía experiencia. Al menos yo he empezado con un gran amante… aunque seas un poquito torpe organizando lunas de miel.


Pedro apretó los dientes cuando mencionó a su padre.


—Torpe —repitió, sin dejar de mirarla.


Con los pantalones cortos y el pelo sujeto en una coleta parecía tener diecisiete años, su juvenil apariencia incrementó esa sensación de culpabilidad que tanto le molestaba.


—¿Me llamas torpe a mí? No irás a decirme que crees esas tonterías, ¿verdad? Puede que tu madre fuera virgen cuando se casó, pero desde luego tu padre no lo era. Te lo aseguro, yo lo sé bien —dijo entonces.


La sonrisa de Paula desapareció.


—¿Tú conocías a mi padre?


—No, no lo conocí nunca. Pero no me hizo falta conocerlo para saber que era un mujeriego.


—Si no conociste a mi padre, no entiendo cómo puedes decir eso — replicó ella, herida—. Además, sé que mi madre no mentía nunca. Tú no eres infalible y, en este caso, estás equivocado.


Pedro vio el desafío en sus ojos azules. Le sorprendía que se atreviera a discutir con él. Poca gente lo hacía y, desde luego, nadie dudaba de su palabra.


—Tu madre debía ser tan ingenua como tú si ignoraba que Elías Chaves era un mujeriego asqueroso y un esnob —replicó, tan furioso que no era capaz de medir sus palabras—. Seguramente sólo se casó con ella porque su padre tenía un título nobiliario…


Sin pensarlo dos veces, Paula levantó la mano para abofetearlo, pero él la sujetó.


—Intentas abofetearme porque te estoy diciendo unas cuantas verdades sobre tu familia.


—Al menos yo tengo una familia —contestó ella.


Y se sintió inmediatamente disgustada consigo misma por caer tan bajo.


Pedro la soltó, dando un paso atrás.


—¿Y sabes por qué no la tengo, Paula? Porque tu padre era un libertino de la peor especie.


—¿Cómo te atreves… ? No lo conocías siquiera y pareces odiarlo.


—Odiarlo es poco. Le desprecio y tengo todo el derecho a hacerlo.


Paula sacudió la cabeza, sin entender. ¿Cómo podía decir esas cosas de su padre? ¿Cómo podía ser tan increíblemente cruel?


—Una vez tuve una hermana, Solange—siguió Pedro—. Tenía dieciocho años, era prácticamente una niña cuando conoció a Elías Chaves. Él la sedujo y la dejó embarazada. Cinco meses después, cuando supo que Chaves iba a casarse con tu madre, se suicidó. Evidentemente, tu padre salía con las dos al mismo tiempo.


Paula se puso pálida. Aunque no sabía nada sobre esa chica, Pedro parecía absolutamente convencido de lo que decía. Pero ella no quería creerlo, no podía creerlo.


—Eso no puede ser verdad. Mi padre nunca habría traicionado a mi madre.


—Es verdad. Las mujeres que se engañan a sí mismas creyéndose enamoradas son un peligro para ellas mismas y para los demás. Mi madre nunca se recuperó de la muerte de mi hermana y yo no supe la verdad hasta años después. Cuando tenía once años me dijeron que había muerto en un accidente. Sólo tras la muerte de mi madre descubrí la verdad.


Paula lo miró, horrorizada. Parecía totalmente convencido.


—¿Cuándo murió tu madre?


—En el mes de diciembre.


Seis meses antes. El dolor por la muerte de su madre y conocer la verdad sobre la muerte de su hermana debían haberlo destrozado. Entonces pensó algo mucho más turbador. Poco después de la muerte de su madre, Pedro había conocido a su hermano y su tío, se había interesado por la familia Chaves y por ella. Una coincidencia… o algo mucho peor.


Paula miró su atractivo rostro, la fuerte columna de su garganta, sus masculinos antebrazos… y se le encogió el corazón cuando vívidas imágenes de su cuerpo desnudo aparecieron en su mente. El cuerpo que había amado la noche anterior. Pedro, el hombre del que estaba enamorada. El hombre que debería amarla…