sábado, 26 de junio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 20

 


Paula vio un brillo de inseguridad en sus ojos oscuros, seguramente algo nuevo para él, y tuvo que sonreír. Pedro lo tenía todo: dinero, poder y estaba acostumbrado a hacer lo que quería sin pensar en nadie más. Las mujeres lo habían complacido durante toda su vida, si había que creer los rumores, pero evidentemente tenía mucho que aprender sobre el matrimonio… los dos tenían que aprender.


—A ver si lo entiendo… ¿has invitado a un montón de gente a ver el Gran Premio de Mónaco durante nuestra luna de miel? ¿Es eso?


—Sí —Pedro se encogió de hombros.


—Una luna de miel completamente diferente a las demás —Paula puso una mano sobre su pecho—. Pero, en fin, yo soy una chica tradicional y si esto es una tradición para ti… ¿por qué no? En realidad, estaría bien conocer a tus amigos. Por el momento sólo he conocido gente con la que te relacionas profesionalmente… y a Máximo, claro. ¿Dónde está, por cierto?


—Está en el puerto —contestó Pedro, sin mirarla a los ojos—. Lo invitados llegarán esta tarde.


Evidentemente estaba avergonzado, pensó ella.


Y, aunque no le volvía loca la idea de pasar el primer fin de semana de su luna de miel con extraños, tuvo que sonreír.


—No te pongas tan serio, tonto. No pasa nada. Sólo hace un par de meses que nos conocernos, pero tenernos toda una vida por delante para entendernos —Paula se puso de puntillas para besarlo—. Mi madre me contó que mi padre y ella se enamoraron a primera vista y se casaron unos meses después. Y tardaron algún tiempo en acostumbrarse el uno al otro… sobre todo porque ninguno de los dos tenía experiencia. Al menos yo he empezado con un gran amante… aunque seas un poquito torpe organizando lunas de miel.


Pedro apretó los dientes cuando mencionó a su padre.


—Torpe —repitió, sin dejar de mirarla.


Con los pantalones cortos y el pelo sujeto en una coleta parecía tener diecisiete años, su juvenil apariencia incrementó esa sensación de culpabilidad que tanto le molestaba.


—¿Me llamas torpe a mí? No irás a decirme que crees esas tonterías, ¿verdad? Puede que tu madre fuera virgen cuando se casó, pero desde luego tu padre no lo era. Te lo aseguro, yo lo sé bien —dijo entonces.


La sonrisa de Paula desapareció.


—¿Tú conocías a mi padre?


—No, no lo conocí nunca. Pero no me hizo falta conocerlo para saber que era un mujeriego.


—Si no conociste a mi padre, no entiendo cómo puedes decir eso — replicó ella, herida—. Además, sé que mi madre no mentía nunca. Tú no eres infalible y, en este caso, estás equivocado.


Pedro vio el desafío en sus ojos azules. Le sorprendía que se atreviera a discutir con él. Poca gente lo hacía y, desde luego, nadie dudaba de su palabra.


—Tu madre debía ser tan ingenua como tú si ignoraba que Elías Chaves era un mujeriego asqueroso y un esnob —replicó, tan furioso que no era capaz de medir sus palabras—. Seguramente sólo se casó con ella porque su padre tenía un título nobiliario…


Sin pensarlo dos veces, Paula levantó la mano para abofetearlo, pero él la sujetó.


—Intentas abofetearme porque te estoy diciendo unas cuantas verdades sobre tu familia.


—Al menos yo tengo una familia —contestó ella.


Y se sintió inmediatamente disgustada consigo misma por caer tan bajo.


Pedro la soltó, dando un paso atrás.


—¿Y sabes por qué no la tengo, Paula? Porque tu padre era un libertino de la peor especie.


—¿Cómo te atreves… ? No lo conocías siquiera y pareces odiarlo.


—Odiarlo es poco. Le desprecio y tengo todo el derecho a hacerlo.


Paula sacudió la cabeza, sin entender. ¿Cómo podía decir esas cosas de su padre? ¿Cómo podía ser tan increíblemente cruel?


—Una vez tuve una hermana, Solange—siguió Pedro—. Tenía dieciocho años, era prácticamente una niña cuando conoció a Elías Chaves. Él la sedujo y la dejó embarazada. Cinco meses después, cuando supo que Chaves iba a casarse con tu madre, se suicidó. Evidentemente, tu padre salía con las dos al mismo tiempo.


Paula se puso pálida. Aunque no sabía nada sobre esa chica, Pedro parecía absolutamente convencido de lo que decía. Pero ella no quería creerlo, no podía creerlo.


—Eso no puede ser verdad. Mi padre nunca habría traicionado a mi madre.


—Es verdad. Las mujeres que se engañan a sí mismas creyéndose enamoradas son un peligro para ellas mismas y para los demás. Mi madre nunca se recuperó de la muerte de mi hermana y yo no supe la verdad hasta años después. Cuando tenía once años me dijeron que había muerto en un accidente. Sólo tras la muerte de mi madre descubrí la verdad.


Paula lo miró, horrorizada. Parecía totalmente convencido.


—¿Cuándo murió tu madre?


—En el mes de diciembre.


Seis meses antes. El dolor por la muerte de su madre y conocer la verdad sobre la muerte de su hermana debían haberlo destrozado. Entonces pensó algo mucho más turbador. Poco después de la muerte de su madre, Pedro había conocido a su hermano y su tío, se había interesado por la familia Chaves y por ella. Una coincidencia… o algo mucho peor.


Paula miró su atractivo rostro, la fuerte columna de su garganta, sus masculinos antebrazos… y se le encogió el corazón cuando vívidas imágenes de su cuerpo desnudo aparecieron en su mente. El cuerpo que había amado la noche anterior. Pedro, el hombre del que estaba enamorada. El hombre que debería amarla…




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