sábado, 26 de junio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 22

 



Paula cerró con llave la puerta del camarote y entró en el cuarto de baño intentando controlar las lágrimas. Temblando violentamente, asqueada, se quitó la ropa a tirones para meterse en la ducha. Sólo cuando estaba bajo el grifo dejó que las lágrimas rodasen libremente por su rostro.


Lloró hasta que ya no podía más. Luego, despacio, se irguió y empezó a lavarse cada centímetro de su cuerpo, como si quisiera borrar toda huella de Pedro Alfonso. Intentando a la vez borrar un dolor que seguramente seguiría con ella durante el resto de su vida.


No conocía al hombre que ahora era su marido.


Era Nicolás otra vez, pero peor porque había sido tan tonta como para casarse con él. Nicolás la quería por su fortuna y sus contactos y Pedro


Pedro se había casado con ella sencillamente porque su apellido era Chaves. La había seducido porque creía que su padre había seducido a su hermana. Para vengarse.


La sensación de haber sido engañada era terrible pero, poco a poco, mientras se envolvía en una toalla, el dolor dejó paso a una rabia ciega. Sus padres se habían querido de corazón y, cuando su madre murió, su padre se quedó desolado. Paula estaba convencida de que había sido eso lo que provocó el infarto que lo mató a él poco después.


Fue su madre quien, cuando estaba ya muy enferma, le había dicho que abrazase la vida, que fuera feliz y no perdiese el tiempo preocupándose por cosas que no tenían solución. Y su tío Camilo le había enseñado a ver que nunca sería una bailarina de ballet clásico. De modo que sabía aceptar la derrota.


Un rasgo que Paula había heredado de los Deveral.


Entonces, ¿por qué no podía dejar de pensar en lo que Pedro acababa de contarle? No sabía de dónde había salido la idea de que su padre había mantenido una relación con su hermana, y le daba igual. En cuanto a su matrimonio, para ella había terminado.


Cinco minutos después, con unos pantalones de lino y un top a juego, Paula sacó su maleta del armario y empezó a guardar las cosas que había colocado unas horas antes.


Oyó un golpecito en la puerta, pero no hizo caso.


Nada la importaba salvo irse de allí cuanto antes.


—¿Se puede saber qué estás haciendo?


Pedro estaba en la puerta, echando humo por las orejas.


—¿Cómo te atreves a dejarme fuera de mi propia habitación? — Exclamó, tomándola por los hombros—. ¿A qué estás jugando?


—No estoy jugando a nada, me marcho. El juego ha terminado — contestó ella, sin dar un paso atrás.


Paula no sentía nada por aquel hombre. Era como si estuviera metida en un bloque de hielo.


Las manos sobre sus hombros, su proximidad, no la afectaban en absoluto. Salvo para reforzar su determinación de marcharse. Había sido una tonta casándose con él, pero no iba a dejar que la maltratase.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario