Paula oyó ruido de voces y se dio cuenta de que la lancha con los invitados debía haber llegado al barco, pero no se movió. No le apetecía hablar con extraños en aquel momento.
Un profundo suspiro escapó de su garganta. Debía haber tenido el peor primer día de luna de miel de la historia. Pero no podía empeorar, de modo que se dio la vuelta.
—Paula —Pedro se acercaba a ella con un traje de lino beige, la camisa abierta en el cuello, el pelo negro echado hacia atrás—. Estaba buscándote. Ya han llegado los invitados —dijo, tomándola del brazo.
Se había equivocado, pensó Paula. Las cosas podían empeorar…
Sentada a la izquierda de Pedro, Paula miró alrededor. La cena del infierno podría llamarse aquello.
Además de Máximo y un chico joven, había siete parejas en total.
Dieciséis alrededor de la mesa en el suntuoso comedor del yate.
Pedro la había presentado como su esposa y habría que estar ciega para no darse cuenta de la incredulidad con la que los invitados habían aceptado la noticia. Todos les dieron la enhorabuena, por supuesto, pero las miradas de las mujeres variaban de la curiosidad a la compasión. Y una de ellas la miró de manera venenosa… Eloisa, naturalmente. Pedro le había presentado a su marido, Carlo Alviano, y a su hijo de veintidós años de un primer matrimonio, Giovanni.
El resto eran parejas estadounidenses, griegas, francesas… una reunión de ricos y famosos, a juzgar por los vestidos y las joyas, que debían valer una fortuna.
Paula miró al joven, Giovanni, sentado a su derecha. Su rostro le resultaba familiar, pero no podría decir por qué. Tenía una belleza clásica, el pelo oscuro, rizado. Quizá era modelo, por eso le sonaba su cara.
Seguramente habría visto fotografías suyas en alguna revista de moda…
—¿Más vino? —Le ofreció el camarero y Paula asintió con la cabeza.
Sabía que estaba bebiendo demasiado, pero le daba igual, pensó, mirando a Eloisa con mórbida fascinación. O, más bien, el minivestido rojo que apenas cubría sus voluptuosos senos.
Estaba sentada a la derecha de Pedro y hacía lo imposible por llamar su atención, tocando su brazo, hablando de cosas del pasado que sólo ellos dos conocían…
En cuanto a su marido, Carlo, que estaba sentado a su lado, era como si no estuviera allí.
¿Por qué lo soportaba él?, se preguntó. Un hombre sofisticado de unos cincuenta años, encantador y propietario de un banco… ah, quizá ésa era la razón por la que Eloisa se había casado con él, pensó cínicamente.
Ayyyyyyyy, no puede haber tanta maldad. Me tiene muy atrapada esta historia.
ResponderBorrarLas que va a pasar pobre Pau!
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