Cuando los niños empezaron a salir de sus habitaciones, arreglados y emocionados al ver las mesas cubiertas con elegantes manteles de lino blanco, Pedro bajó a saludarlos y les dijo que fueran ellos mismos cuando llegasen los invitados.
–Es emocionante –dijo Susy, que acababa de aparecer a su lado. –Y estás muy guapo con el esmoquin.
Pedro esbozó una sonrisa. Paula le había ordenado que se pusiera un esmoquin y tenía razón.
–Tú también. Ese vestido es muy bonito.
–Gracias.
–El rancho está precioso –comentó Julián, el capataz.
Los invitados estaban empezando a llegar, algunos en coche, otros en limusina, y Pedro buscó a Paula con la mirada.
Y enseguida la vio.
Había aparcado el Volvo detrás del corral y salía del coche con Maite en brazos. Llevaba el pelo sujeto en un recogido muy original y el vestido plateado se pegaba a su cuerpo como una segunda piel.
Pedro sintió que se le encogía el corazón al mirar a madre e hija, las dos preciosas, las dos llenando un hueco en su corazón que nadie más podía llenar.
Se estremeció entonces, físicamente conmovido por tal pensamiento. No podía hacer nada más que mirarlas, intentando mantener el equilibrio mientras admitía la verdad.
Paula y Maite eran su familia.
Lo había sabido desde el principio, pero se había negado a aceptarlo.
Hector tenía razón: no podía dejarlas ir.
Menudo momento para descubrir eso, pensó.
Cuando se reunió con ellas, Sergio, Cecilia, Hector y Federico se unieron al grupo, dándole golpecitos en la espalda.
Paula sonrió, sus ojos brillaban de alegría.
–Qué bien ha quedado todo, ¿verdad?
–Está maravilloso.
–Y mira a los niños, qué contentos. Están enseñándole el rancho a los invitados como les habíamos pedido.
–Tu trabajo está dando dividendos.
–Todo el mundo ha aportado algo –dijo Paula. –Yo solo he organizado la gala de esta noche, son ellos los que lo llevan durante el resto del año.
Lo único que Pedro quería era decirle que estaba preciosa y pedirle que se quedara, pero no podía hacerlo con tanta gente alrededor.
Inquieto, la tomó del brazo para llevarla aparte.
–Tengo que hablar contigo esta noche, Paula.
–Muy bien –murmuró ella.
–Iré a tu casa después de la gala.
Paula asintió con la cabeza.
–De acuerdo.
Antes de que Pedro pudiese decir nada más, Alberto Overton, un magnate del petróleo, los interrumpió.
–Pedro, ¿cómo estás?
–Me alegro de verte –dijo él, estrechando su mano.
–He venido desde Houston solo porque tú me lo pediste.
–Y te lo agradezco mucho. Voy a presentarte a… –Pedro se volvió, pero Paula se había alejado con tres mujeres que no dejaban de hablar. –Bueno, no importa, mi conspiradora en esta fundación está ocupada ahora mismo.
Durante toda la noche ocurrió lo mismo: Pedro y Paula se encontraban un momento para verse separados por alguien un segundo después.
Después de servir unos aperitivos, los invitados se sentaron a las mesas y, en ese momento, se encendieron las luces. Parecía haber miles de ellas por todas partes, colgando de la cerca del corral, en las ramas de los árboles, sobre la puerta de la tienda y la casa de los niños.
Penny's Song brillaba como una joya.
Pedro tomó a Paula del brazo para llevarla hacia la tarima en la que habían colocado un atril y un micrófono.
–Quiero darles las gracias a todos por haber venido esta noche para apoyar el proyecto –empezó a decir. –Pero ha sido mi mujer, Paula, quien ha organizado esta gala. ¿Quieres decir unas palabras?
Paula se acercó al micrófono y explicó cómo funcionaba el rancho, con turnos para niños que habían estado enfermos, y cómo enriquecía sus vidas y los ayudaba a reintegrarse en la sociedad.
–Espero que se queden después de la cena para tomar parte en el fuego de campamento.
Después de cenar encendieron una gran hoguera frente al corral y los adultos se sentaron en sillas o sobre la hierba mientras los niños cantaban canciones de campamento.
Más de cien personas habían firmado cheques para mantener Penny's Song a flote durante un año. Con esa ayuda, Pedro no tenía la menor duda de que todo iría bien…
Pero entonces Susy se acercó a él, llorando.
–¿Qué ocurre?
–Es mi padre, Pedro. Ha sufrido un infarto… acabo de recibir el mensaje. Llevan un ahora intentando ponerse en contacto conmigo y tengo que irme ahora mismo…
Él le pasó un brazo por los hombros.
–Tranquila, tranquila –murmuró, mirando alrededor. –No te preocupes, Susy. Todo irá bien. Yo mismo te llevaré a casa.