jueves, 17 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 45

 

Paula respiró profundamente mientras se miraba al espejo por última vez. Llevaba un vestido de lentejuelas plateadas que se ajustaba a su cuerpo como un guante, con un escote en la espalda que llegaba hasta donde era considerado decente, y se había hecho un recogido en la mejor peluquería de Red Ridge.


«Quieres sexo», había dicho Pedro la última vez que se vistió para él. Y tenía razón. Pero aquella noche había mucho más en juego. Lo quería todo y si él no estaba dispuesto a dárselo sabría que no había futuro para ellos.


–Bueno, vamos allá.


Maite sonrió desde su cuna, mostrando dos manchitas blancas que empezaban a salirle en la encía de abajo. Pronto tendría dientes, pero en aquel momento esas dos manchitas blancas le parecían diamantes.


Con la ayuda de Elena, Paula le puso un vestido de tafetán rosa, con calcetines y zapatos del mismo color y un lacito en el pelo que, afortunadamente, Maite no intentó arrancarse. La niña parecía notar que aquel día iban a hacer algo emocionante.


–Gracias otra vez por venir con nosotros, Elena. Voy a necesitar refuerzos.


–Esta noche tiene usted mucho que hacer. No se preocupe por Maite, yo me encargo de ella.


–Lo sé –dijo Paula. –Y Sergio ayudará también.


El ama de llaves la miró de arriba a bajo.


–Estás usted guapísima, parece una princesa. Y Maite también.


–Sí, es verdad. Con ese vestido rosa parece un angelito –Paula había pasado toda la mañana en Penny's Song dando los últimos retoques a la gala, pasando al lado de Pedro varias veces mientras daba órdenes y lo comprobaba todo. Pero había llegado el momento. –Creo que es hora de irnos.


Aquella noche se jugaba mucho y rezaba para que hubiese un final feliz. Porque aquella era su última oportunidad.


Pedro aparcó el coche a veinte metros de la entrada del rancho y se apoyó en el capó del Mercedes durante unos segundos, con la chaqueta del esmoquin colgada al hombro. Aún no habían llegado los invitados y podía oír el piafar de algún caballo. En menos de media hora, Penny's Song estaría lleno de vida pero, por el momento, los niños estaban descansando y Pedro absorbió el silencio, sintiéndose orgulloso de lo que había creado allí.


La transformación de Penny's Song para la elegante gala era asombrosa e incluso el tiempo estaba cooperando, la brisa nocturna refrescaba el aire.


Pronto, el horizonte se llenaría de tonos anaranjados, como un halo sobre las cumbres rojizas de las montañas, a juego con las luces que Paula había colocado por todas partes. Quería que los invitados viesen Penny's Song en toda su gloria y estaba a punto de conseguirlo.


Pedro dejó escapar un suspiro, recordando lo que le había dicho Héctor unos días antes: «No seas idiota. Si tienes alguna duda, no la dejes ir».


No podía dejar de pensar en ello.


«No la dejes ir».




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