miércoles, 16 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 41

 


Paula estaba sentada en la terraza del hotel, detrás de una verja de hierro forjado cubierta de azaleas. El restaurante del hotel, Calderone’s, era famoso por sus tortillas mexicanas, su guacamole y sus margaritas de diferentes sabores. Diecisiete ni más ni menos. Y aquel día le habría gustado probar alguno.


Maite estaba en su cochecito, a punto de quedarse dormida.


–Mi hermano llegará pronto –le dijo. –Viene de California y estoy deseando verlo…


–Ya estoy aquí. Puntual como siempre.


Paula levantó la cabeza al escuchar esa voz tan familiar.


–¡Sergio! –exclamó, saltando de la silla para echarle los brazos al cuello. –No me lo puedo creer. Has venido de verdad.


–Te dije que vendría.


–Lo sé, pero ha pasado tanto tiempo. Y te he echado de menos.


–Yo también a ti.


Paula estudió su rostro, una costumbre que no había perdido nunca. Sergio estaba totalmente recuperado, pero era como si tuviese que mirarlo durante unos segundos para grabar en su mente la imagen del chico sano que era después de haber estado a punto de morir cuando era niño.


–Aún no conoces a Maite.


–No, no la conozco –Sergio se puso en cuclillas para mirar a la niña. –Hola, preciosa. Soy tu tío Sergio y pienso mimarte mucho.


–Ya le has enviado una docena de juguetes.


Sergio miró a su hermana con una sonrisa en los labios.


–Ahora eres una mamá. Tenía que verlo para creerlo.


–Lo soy –asintió Paula. –Y estoy intentando acostumbrarme a la idea, aunque no es fácil.


–Ya imagino.


–Yo nunca hago las cosas de manera normal, ¿verdad?


–Ni yo tampoco. Pero eso está bien.


Sergio no pensaba nunca en el pasado y siempre había tenido una actitud positiva. Algunos decían que eso era lo que lo había mantenido con vida.


Paula se alegró al saber que su empresa de videojuegos iba bien. Su hermano siempre había sido un diseñador extraordinario de otros mundos.


Estar solo en una habitación de hospital durante tanto tiempo, alejado de la vida real, había despertado su imaginación y mientras otros niños jugaban al baloncesto o al fútbol o montaban una banda de rock, Sergio inventaba juegos en su cabeza. Y Paula se alegraba de que su tiempo en el hospital no hubiera sido tiempo perdido.


Ahora vivía en California, donde estaba su empresa, o viajando por todo el país para vender sus ideas.


–No sabía si querrías venir –le dijo. –Imagino que estás harto de enfermedades y lo entiendo.


–Pero yo entiendo a esos niños mejor que nadie, así que ponme a trabajar.


–Lo haré, te lo aseguro. Espero que ya te hayas instalado en el hotel porque nos vamos a Penny's Song en cuanto terminemos de almorzar.


–¿Pedro está ayudándote?


–Sí, mucho –respondió ella. –Nos entendemos bien –añadió, sabiendo que su hermano era demasiado discreto como para preguntar por su divorcio. –Los dos estamos comprometidos con el proyecto, así que no ha habido ningún problema.


Y ahora que Sergio estaba allí, sus días y sus noches estarían ocupados. Era una bendición en muchos sentidos, aunque la entristecía porque su secreta aventura con Pedro había terminado.


–¿Has hablado con mamá y papá últimamente? –le preguntó su hermano.


–Hablo con ellos dos o tres veces por semana y parecen estar pasándolo bien en Florida. Los he invitado a venir, pero… en fin, han pensado que sería un poco incómodo. Ya sabes, por el divorcio. ¿Hablas con ellos a menudo?


–No, la verdad es que no. Viajo mucho y cuando estoy en casa siempre tengo cosas que hacer –respondió Sergio, sin mirarla.


Su hermano estaba ocultándole algo, Paula se daba cuenta.


–¿Pasa algo?


–Nada, es que necesito un poco de espacio. Hablamos, pero no como antes. Ya no estoy enfermo y me cansa tener que dar explicaciones sobre mi salud, sobre si me cuido o no… quiero vivir una vida normal.


Paula sonrió, comprensiva. Sergio y ella tenían problemas opuestos. Sus padres estaban perpetuamente preocupados por él y siempre habían pensado que la eficiente Paula podía cuidar de sí misma. Ni siquiera habían ido a conocer a Maite, su nieta. Habían prometido ir a Nashville el mes siguiente, pero Paula no estaba segura de que fuera verdad.


–Lo entiendo, pero es casi como una segunda naturaleza para ellos estar preocupados por ti.


–Lo sé y agradezco mucho todo lo que hicieron por mí… y también sé lo que mi enfermedad te costó a ti.


–No, eso no es verdad –se apresuró a decir Paula. No podía dejar que Sergio sufriese por ella. –A mí no me costó nada.


–Sí te costó, pero vamos a dejarlo. Cuéntame cosas de Maite.


Paula se sentía feliz al verlo tan sano, tan contento. Su vida era estupenda y nada podría satisfacerla más.




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