Cuando despertó a la mañana siguiente, le dolía la cabeza. Había bebido hasta caer borracho la noche anterior, pero tenía trabajo que hacer y, a juzgar por la posición del sol en el cielo, eran más de las nueve.
Cuando le sonó el móvil, se sentó en la cama y miró alrededor buscando el aparato, que estaba tirado en el suelo, entre el pantalón y los calcetines.
–¿Qué?
–Pedro, soy Raul Onofre, del banco Southwest.
Raul Onofre era un amigo del colegio que lo había enseñado a tocar la guitarra. Solían tocar juntos años atrás, pero ahora Raul era el director del banco más importante de Red Ridge.
–¿Teníamos una cita esta mañana?
–No, no, pero hay una cuestión que me gustaría aclarar. He recibido una llamada de una de nuestras sucursales en Nashville y parece que tu mujer, Paula, ha pedido un préstamo para comprar una casa. No sé por qué razón el papeleo ha llegado hasta mí. Aparentemente, Paula no quiere que cuenten con tus posesiones como aval.
Pedro tardó unos segundos en procesar la noticia. Le molestaba, pero no debería sorprenderle que Paula quisiera comprar una casa en Nashville para Maite y para ella.
Pero una casa en Nashville significaba que su divorcio era definitivo, significaba que Paula iba a seguir adelante sin él.
Sabía que tenía que ser así y, sin embargo, esa realidad fue como una bofetada.
–Agradezco mucho tu llamada, Raul.
–¿Va todo bien?
–Sí, muy bien. Estoy muy ocupado organizando la gala para Penny's Song. Vas a ir, ¿no?
–Por supuesto que sí. Es lo más importante que ha pasado en Red Ridge en una década. Después de tu estelar entrevista en la radio, mi mujer me colgaría si no la llevase.
–Muy bien, entonces nos veremos allí.
Pedro cortó la comunicación y suspiró, intentando enfrentarse con la realidad:
Paula y Maite se irían de Red Ridge en tres días.
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