Cuando llegaron a la habitación de la posada, Pedro le dijo que tenía que hacer algunas llamadas de negocios, y que iba a utilizar el teléfono del salón para no molestarla.
Realmente tenía algo que hacer, pero no tenía nada que ver con sus negocios. Casi inmediatamente estaba de vuelta en el colegio, frente al sorprendido tutor.
—¡Señor Alfonso! ¿Ha olvidado algo?
—Algo así. Me gustaría hablar con Mateo.
El tutor miró por encima del hombro de Pedro, como si buscase a Paula.
—La señora Alfonso…
—No, sólo yo.
—Sígame. Estaba muy afectado cuando volvió a su habitación. Veré si quiere hablar con usted. Podrá encontrarse con él en la misma habitación.
—Está bien.
Pedro se dirigió a la habitación y se sentó, no muy seguro de lo que le podía decir al muchacho, pero decidido a hablar con él.
Después de unos minutos que le parecieron una eternidad, Mateo apareció en la puerta. Pedro se aclaró la garganta y se le acercó con la mano extendida.
—Hola, Mateo. Yo soy Pedro Alfonso. No nos conocemos, pero tu padre y el mío eran buenos amigos.
El saludo de Mateo fue firme y Pedro se dio cuenta de que la simple mención de J.C. había sido suficiente como para conseguir que el chico se interesara.
—Sí —le contestó Mateo—. Sé quién es usted. Es el nuevo marido de Paula. ¿Lo ha enviado ella?
—No. En realidad, ni siquiera sabe que estoy aquí. Pensé que tú y yo debíamos de hablar un poco, conocernos.
Mateo lo miró a los ojos, pero no le contestó.
—Le hiciste mucho daño hoy.
Mateo se dio la vuelta.
—¿Por qué no me dejáis los dos en paz? De todas formas, eso es lo que realmente queréis.
—Eso no es cierto, Paula te quiere y te dijo la verdad acerca de nuestro matrimonio. Es un trato comercial, nada más.
Mateo volvió a mirarlo.
—No lo creo.
—Es cierto. Pregúntaselo a Patricio Bradly. Todo lo que ella ha hecho ha sido por ti. No planeó esto, pero era la mejor forma de salir de una mala situación. Puedes ver esto ¿no?
—¿Y por qué no me lo dijo? ¿Por qué tuvo que intentar hacerme ver que todo iba bien?
—No quería preocuparte más de lo que ya estabas. Pensó que el dinero, o mejor, la falta de dinero, sería demasiado para ti después de la muerte de tu padre. Puede que estuviera equivocada, pero lo hizo de corazón. Paula te quiere.
—¿Y a usted? ¿Lo quiere a usted también?
La pregunta le tomó por sorpresa y se encogió de hombros.
—No lo sé. Es un poco pronto para eso ¿No crees? —le dijo sonriendo.
—A usted le gusta. ¿No es así?
—Sí, me gusta. ¿Alguna objeción?
Mateo se le quedó mirando un momento, luego se encogió también de hombros.
—No me importa.
Pedro casi se rió ante ese farol, pero logró controlarse.
—Mateo, sé que estás herido. Sé también que has pasado mucho durante los últimos años. Ha habido cosas que no podías controlar, que te han hecho mucho daño. Pero ahora puedes controlar lo que estás sintiendo hacia Paula. Dale el beneficio de la duda. Habla con ella; cuéntale lo que sientes.
—Lo que usted quiere es que la perdone ¿no? Que perdone y olvide. Pero eso no es tan fácil como parece.
—No te estoy diciendo que sea fácil. Ni siquiera estoy diciendo que estés equivocado. Todo esto ha sido llevado muy mal. Pero ha sido un trato de negocios y, desafortunadamente, en esos tratos no se tienen en cuenta los sentimientos.
Pedro se le acercó y se puso justo delante. Le sorprendió ver que era solamente un poco más alto que el muchacho. Mateo estaba haciéndose un hombre.
—Lo que ahora necesitas tener en tu vida es a alguien en quién apoyarte, alguien a quién amar. Esa es Paula. No tires todo por la ventana; nunca encontrarás a nadie como ella.
Pedro le puso una mano sobre el hombro y se dispuso a marchar, sin saber qué más decirle, sintiendo que podía haber hecho más daño que bien con ese acto impulsivo de volver para hablar con él.
—Parece como si estuviera hablando más acerca de usted mismo que de mí —dijo Mateo.
Pedro se volvió, impresionado por la intuición del chico.
—Tal vez lo estaba haciendo.
Salió de la habitación, resistiendo la tentación de volverse para ver la reacción de Mateo.