domingo, 23 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 30

 


Paula observó a Mateo cuando entró en la habitación y se dirigió directamente a la ventana, tan lejos de ella como le resultaba materialmente posible. Ni siquiera la saludó.


Había dejado a Pedro con el tutor y, por un momento, deseó que estuviera allí con ella para apoyarla moralmente o de cualquier otra forma.


Notó las diferencias en el chico nada más verlo. Llevaba el pelo más largo y sus habitualmente cálidos ojos castaños parecían reflejar su preocupación. También había un leve vello en su barbilla y sobre el labio superior. Había cambiado durante esos meses, más que eso, se había hecho mayor… no sólo en estatura como suele ocurrir con los chicos de esa edad, sino que realmente se había hecho mayor. El rostro mostraba una tristeza que parecía permanente y le rompía el corazón saber que ella era la causante de ese aspecto.


—Mateo —le imploró—. Por favor, mírame.


Mateo se dio la vuelta lentamente y se quedó mirándola con frialdad.


—¿Estás aquí por ti misma?


—Sí, por supuesto.


—¿Dónde está tu marido?


Paula dudó un momento.


—¿Es que no estáis de luna de miel? —continuó Mateo.


—Mateo… por favor, deja que te explique.


—¿Que me expliques qué, Paula? Papá murió sólo hace dos meses y tú ya te has vuelto a casar. ¿Desde hace cuánto tiempo estabas saliendo con tu nuevo marido antes de que él muriera?


—¡Mateo! Yo nunca…


—¿Sabes lo que dicen de ti los chicos? ¿Lo sabes?


—No es así. No nos conocíamos. No hasta el mismo día de la boda. Por favor, siéntate y deja que te explique todo lo que sucedió. Deja que te diga lo que tenía que haberte dicho hace ya meses. Por favor.


El rostro de Mateo se quedó como de piedra, pero ella se dio cuenta de que se le movía la nuez como si estuviera a punto de llorar de emoción. Él se acercó al sofá y se sentó.


Paula se aclaró la garganta y trató de explicarle lo mejor que pudo todo lo que le había dicho Patricio acerca de sus problemas económicos. Le contó todo. Le dijo que el matrimonio sería algo temporal y que muy pronto volverían a ser ellos dos solos de nuevo.


—Así que ya ves que nada ha cambiado en realidad. Yo no te he abandonado y empezado una nueva vida. Es un trato comercial.


—¿Y por qué no me lo has dicho antes? Podríamos haberlo arreglado. Siempre hemos hablado de todo… Papá, tú y yo.


—Lo sé y lo siento. Ahora sé que debía de habértelo dicho, pero quería protegerte…


Él se levantó.


—Ya no soy un niño, Paula. ¡Tenías que haberme dicho lo que estaba pasando! ¡Yo puedo cuidarme de mí mismo!


—Mateo, por favor. Habrías tenido que dejar este colegio. ¿Es que no lo entiendes? No hubiera podido permitirme que siguieras aquí.


—¡Yo podría haberlo dejado… habría podido ponerme a trabajar!


—¡No seas ridículo! Tienes sólo catorce años. Y ya sabes lo que pensaba tu padre de este colegio.


Mateo estaba casi llorando.


—Lo sé, y también lo que pensaba de la casa, Paula. ¡Y tú la vendiste! No me preguntaste lo que yo quería. Ahora estás viviendo con él. Tienes una nueva familia. ¡No me necesitas!


Cuando él pasó a su lado hacia la puerta, ella lo agarró del brazo.


—No digas eso, Mateo, no es verdad. Tú eres mi única familia y te quiero. Por favor, escúchame.


Las lágrimas le corrían libremente por el rostro mientras trataba de librarse de ella.


—¡No! —le gritó—. ¡Vuelve con él! ¡No te necesito! ¡No necesito a nadie! ¡Déjame solo!


Salió corriendo hacia la puerta, cerrándola de un portazo, luego salió corriendo hacia el salón, donde casi se dio de bruces con el tutor y Pedro al mismo tiempo.


Pedro entró rápidamente en la habitación y se encontró a Paula llorando.


—¿Qué ha pasado?


Paula lo miró y las lágrimas le corrieron por el rostro. Se levantó luego y se acercó a la mesa para sacar un pañuelo del bolso.


—No quiere olvidarlo, Pedro, y está tan sólo. Le dije lo que no debía. Mis explicaciones parecían tan adecuadas antes de verlo… y, cuando lo vi, incluso a mí me parecieron fútiles, así que imagínate cómo le han debido parecer a él. Yo creía que estaba haciendo lo correcto, pero él ya no es un niño y ahora no sé cómo llegar a él.


Pedro la abrazó. En su interior luchaba la compasión por ella y el resentimiento contra el chico. Paula amaba a Mateo y él le había hecho mucho daño, rehusando el amor que ella le había ofrecido tan libremente. Se dio cuenta de que estaba celoso y se lo recriminó a sí mismo, pero lo que acababa de suceder le hacía hervir la sangre y supo que tenía que hacer algo.


—¿Te importa si volvemos ahora a la posada? Tengo un pequeño dolor de cabeza —le dijo ella. 


Por supuesto. Vámonos.


Se encontraron con el tutor cuando salían.


—Denle tiempo. Los chicos a su edad son muy volubles.


Ella asintió y se dejó conducir al coche por Pedro.




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