De repente, él estaba allí. Cuando ella fue a girar en el segundo descansillo de la escalera, con la maleta en la mano, casi se tropezó con él. Paula se había imaginado casi cualquier forma de encontrarse de nuevo con él, pero la realidad la sorprendió. El corazón se le aceleró cuando lo vio cara a cara y se quedó con la boca abierta y la mente en blanco.
—Ho… hola —logró decir.
Si Paula hubiera tenido la suficiente presencia de ánimo como para fijarse, habría visto claramente que la sorpresa de Pedro era tan grande o mayor que la suya. Se había deslizado en la casa sin que nadie lo supiera, esperando poder llegar al apartamento de Brian antes de que nadie bajara a cenar. Quería darse una ducha, afeitarse y refrescarse después del agotador viaje. Esperaba estar así listo para la batalla con Paula, si era necesario durante la cena, aunque hubiera gente a su alrededor.
Pero encontrársela así le había destruido todos sus planes. Una vez más se vio reducido a actuar como un escolar, sin saber lo que decir ni cómo actuar. Bueno, sí sabía lo que quería hacer. Le gustaría abrazarla, respirar su olor, sentir su calor. No estaba preparado para la ferocidad con que le asaltó esa necesidad y se agarró a la barandilla para detenerse.
—Hola —le contestó casi sin respiración.
Ella tomó buena nota de su agitación, pero no quiso analizarla en ese momento. Estaba demasiado ocupada mirándolo. Parecía cansado, como si llevara más de un día con la misma ropa puesta. Eso debía de haberla hecho reflexionar; pero fue su mirada la que la afectó más que cualquier otra cosa. No reflejaba ninguna emoción. No podía ver nada en ella, excepto quizás un toque de cautela. ¿Contra qué estaría prevenido? ¡Ciertamente no contra ella!
—No esperaba que volvieras hasta el fin de semana —le dijo.
Se había prometido a sí misma que no le mencionaría el hecho de que no la hubiera llamado.
—Todo ha ido más deprisa de lo que había pensado. Las reuniones fueron muy rápidas y así pudimos terminar con todos los negocios antes —le dijo y se preguntó por qué le estaría contando todo eso. No le debía ninguna explicación. Había apresurado todas las reuniones para poder estar cuanto antes de vuelta con ella. Pero ella podría haber sabido sus intenciones si se hubiera puesto al teléfono.
—Debes de haber estado muy ocupado —le dijo Paula.
—Tanto como tú, supongo.
—¿Qué quieres decir?
Pedro estaba mucho más que anonadado. Ciertamente no necesitaba ese interrogatorio en la escalera después de los dos días que había pasado. Tenía que reconocer que ella había tenido la suficiente presencia de ánimo como para hablar de eso nada más llegar. ¡Pero no iba a ponerse a la defensiva ahora!
—Imagínatelo —le dijo él subiendo un par de peldaños; fue entonces cuando se dio cuenta de la maleta.
—¿Te vas a alguna parte?
—Sí, a ver a Mateo.
Pedro frunció el ceño.
—¿No puedes esperar hasta mañana?
—No, ya lo he arreglado para verle a primera hora de la mañana. Me voy a quedar allí esta noche.
—Ya veo. ¿Es necesario que te vayas ahora mismo?
—Pedro, son tres horas de carretera y me gustaría irme ya. Además, no veo la diferencia que pueda haber para ti si me marcho.
—Me gustaría ir contigo —le dijo.
Ella hizo una pausa; no se esperaba eso.
—¿Por qué?
—¿Y por qué no? Mateo y yo vamos a tener que conocernos. ¿No le resultaría raro que te dejaras en casa a tu nuevo marido?
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