¿Qué acababa de ocurrir? Aquello había sido el sexo más increíble de su vida. Cuando el fuego del deseo empezó a apagarse, aquel pensamiento la asustó. Tenía que distanciarse para recomponer sus defensas. Establecer su independencia después de su divorcio había sido difícil. No quería volver a tener esa dependencia emocional que había tenido con Alejandro.
Cuando la respiración de Pedro se relajó y comenzó a roncar suavemente, se apartó de él y se bajó muy despacio de la cama. Necesitaba pensar en lo que acababa de pasar entre ellos. Se puso la blusa y las braguitas, notando todavía su cuerpo extremadamente sensible. Recogió su falda y el sujetador del suelo, y fue hacia la puerta.
–¿Te marchas? –preguntó él desde la cama, cuando ya tenía la mano sobre el picaporte.
Paula se volvió y, manteniendo la cabeza alta, respondió:
–Me voy a dormir a mi habitación.
Pedro se incorporó y se estiró para desperezarse. Al ver cómo se movían los músculos de su ancho tórax Paula sintió un deseo irreprimible de volver a la cama.
–No te sientes preparada para que durmamos juntos –dedujo masajeándose el cuello con la mano.
–Me gustaría hacerlo –respondió ella. ¡Vaya si quería hacerlo!–, pero no, no me siento preparada.
–Me alegra oír eso. Espero que este fin de semana lo veas de otra manera.
Se bajó de la cama y unos instantes después estaba a su lado. La besó sólo una vez, como si únicamente pretendiera dejar su marca en ella. Luego dio un paso atrás mientras ella salía.
–Mañana tenemos que salir temprano –le dijo–. Buenas noches, que duermas bien.
–Buenas noches –murmuró ella, y Pedro cerró la puerta.
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A bordo del avión privado de Pedro, Paula observó el océano Atlántico. En la distancia había un pequeño punto, la isla que los esperaba; su destino.
Pedro y ella se habían despertado tarde y no había habido tiempo para hablar. Habían vestido a los niños, habían hecho las maletas, y habían salido corriendo del hotel para subirse con Cortez y su esposa a la limusina que los había llevado al aeropuerto, donde los esperaba el avión de Pedro. Paula había aprovechado el trayecto para llamar a Blanca y explicarle el cambio de planes.
Blanca estaba tan entusiasmada con la promesa que Pedro le había hecho a Paula de proporcionarle contactos, que le dijo que no se preocupara por nada.
Paula miró hacia la puerta abierta de la cabina, donde Pedro iba pilotando con Javier en el asiento del copiloto. La noche anterior volvió a su mente con todo detalle.
–Parece que Javier y Pedro se entienden muy bien –comentó Victoria, sacándola de su ensimismamiento–. Será porque los dos son hombres solitarios.
¿Solitarios? A ella nunca se le habría ocurrido describir así a Pedro. Paula esbozó una sonrisa y tomó un sorbo de café.
–Será por eso. Perdona que esté tan callada –dijo Paula, buscando una excusa que explicara por qué se había abstraído de repente de esa manera. Difícilmente podía decirle que se debía al apuesto hombre que pilotaba el avión–. Es que me parece tan surrealista que esté a punto de pisar la residencia de un rey.
–Bueno, como sabes ya no es rey porque fue depuesto, y es un hombre muy amable y campechano. Pero si te hace sentirte más tranquila te diré que ahora mismo no está en la isla, sino en el continente. Le están haciendo unos chequeos médicos por una operación que tuvo hace poco. Así que tendremos la isla para nosotros solos, aparte del servicio y el personal de seguridad, por supuesto. No sé si Pedro te lo ha dicho, pero incluso hay una niñera, así que podrás despreocuparte un poco de los niños y disfrutar del fin de semana.
–¿Y no vive ningún otro miembro de la familia real en la isla?
–No, todos tienen su casa en otros lugares. Pero ahora que la familia se ha reconciliado van de visita más a menudo.
–Lo que implica más tráfico aéreo hacia la isla –concluyó Paula. Eso explicaba el interés de la familia Medina en Aviones Privados Alfonso.
–Y también más medidas de seguridad –añadió Victoria.
Paula asintió. No podrían haber encontrado a nadie mejor que Pedro, que no sólo tenía una compañía de aviones privados, sino que además había inventado aquel dispositivo de seguridad para los aeropuertos.
–Debe ser extraño tener que vivir rodeado de tantas medidas de seguridad –comentó Paula.
Victoria resopló para apartar un mechón rubio de su frente.
–Peor que eso es la insistencia de la prensa. Hasta los parientes más lejanos tienen que mantenerse alerta para no revelar ningún detalle que pueda poner en peligro la seguridad del rey.
–Es muy triste. Pero comprensible, naturalmente.
Miró hacia la ventanilla y vio que ya estaban llegando a la isla. Las altas palmeras sobresalían entre la vegetación, y en el centro se divisaba lo que parecía una fortaleza, con una serie de edificaciones en torno a una mansión blanca y unos extensos jardines con piscina.