sábado, 8 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 28

 


¿Qué acababa de ocurrir? Aquello había sido el sexo más increíble de su vida. Cuando el fuego del deseo empezó a apagarse, aquel pensamiento la asustó. Tenía que distanciarse para recomponer sus defensas. Establecer su independencia después de su divorcio había sido difícil. No quería volver a tener esa dependencia emocional que había tenido con Alejandro.


Cuando la respiración de Pedro se relajó y comenzó a roncar suavemente, se apartó de él y se bajó muy despacio de la cama. Necesitaba pensar en lo que acababa de pasar entre ellos. Se puso la blusa y las braguitas, notando todavía su cuerpo extremadamente sensible. Recogió su falda y el sujetador del suelo, y fue hacia la puerta.


–¿Te marchas? –preguntó él desde la cama, cuando ya tenía la mano sobre el picaporte.


Paula se volvió y, manteniendo la cabeza alta, respondió:

–Me voy a dormir a mi habitación.


Pedro se incorporó y se estiró para desperezarse. Al ver cómo se movían los músculos de su ancho tórax Paula sintió un deseo irreprimible de volver a la cama.


–No te sientes preparada para que durmamos juntos –dedujo masajeándose el cuello con la mano.


–Me gustaría hacerlo –respondió ella. ¡Vaya si quería hacerlo!–, pero no, no me siento preparada.


–Me alegra oír eso. Espero que este fin de semana lo veas de otra manera.


Se bajó de la cama y unos instantes después estaba a su lado. La besó sólo una vez, como si únicamente pretendiera dejar su marca en ella. Luego dio un paso atrás mientras ella salía.


–Mañana tenemos que salir temprano –le dijo–. Buenas noches, que duermas bien.


–Buenas noches –murmuró ella, y Pedro cerró la puerta.


************


A bordo del avión privado de Pedro, Paula observó el océano Atlántico. En la distancia había un pequeño punto, la isla que los esperaba; su destino.


Pedro y ella se habían despertado tarde y no había habido tiempo para hablar. Habían vestido a los niños, habían hecho las maletas, y habían salido corriendo del hotel para subirse con Cortez y su esposa a la limusina que los había llevado al aeropuerto, donde los esperaba el avión de Pedro. Paula había aprovechado el trayecto para llamar a Blanca y explicarle el cambio de planes.


Blanca estaba tan entusiasmada con la promesa que Pedro le había hecho a Paula de proporcionarle contactos, que le dijo que no se preocupara por nada.


Paula miró hacia la puerta abierta de la cabina, donde Pedro iba pilotando con Javier en el asiento del copiloto. La noche anterior volvió a su mente con todo detalle.


–Parece que Javier y Pedro se entienden muy bien –comentó Victoria, sacándola de su ensimismamiento–. Será porque los dos son hombres solitarios.


¿Solitarios? A ella nunca se le habría ocurrido describir así a Pedro. Paula esbozó una sonrisa y tomó un sorbo de café.


–Será por eso. Perdona que esté tan callada –dijo Paula, buscando una excusa que explicara por qué se había abstraído de repente de esa manera. Difícilmente podía decirle que se debía al apuesto hombre que pilotaba el avión–. Es que me parece tan surrealista que esté a punto de pisar la residencia de un rey.


–Bueno, como sabes ya no es rey porque fue depuesto, y es un hombre muy amable y campechano. Pero si te hace sentirte más tranquila te diré que ahora mismo no está en la isla, sino en el continente. Le están haciendo unos chequeos médicos por una operación que tuvo hace poco. Así que tendremos la isla para nosotros solos, aparte del servicio y el personal de seguridad, por supuesto. No sé si Pedro te lo ha dicho, pero incluso hay una niñera, así que podrás despreocuparte un poco de los niños y disfrutar del fin de semana.


–¿Y no vive ningún otro miembro de la familia real en la isla?


–No, todos tienen su casa en otros lugares. Pero ahora que la familia se ha reconciliado van de visita más a menudo.


–Lo que implica más tráfico aéreo hacia la isla –concluyó Paula. Eso explicaba el interés de la familia Medina en Aviones Privados Alfonso.


–Y también más medidas de seguridad –añadió Victoria.


Paula asintió. No podrían haber encontrado a nadie mejor que Pedro, que no sólo tenía una compañía de aviones privados, sino que además había inventado aquel dispositivo de seguridad para los aeropuertos.


–Debe ser extraño tener que vivir rodeado de tantas medidas de seguridad –comentó Paula.


Victoria resopló para apartar un mechón rubio de su frente.


–Peor que eso es la insistencia de la prensa. Hasta los parientes más lejanos tienen que mantenerse alerta para no revelar ningún detalle que pueda poner en peligro la seguridad del rey.


–Es muy triste. Pero comprensible, naturalmente.


Miró hacia la ventanilla y vio que ya estaban llegando a la isla. Las altas palmeras sobresalían entre la vegetación, y en el centro se divisaba lo que parecía una fortaleza, con una serie de edificaciones en torno a una mansión blanca y unos extensos jardines con piscina.



FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 27

 


Paula se inclinó hacia Pedro, ávida de sus caricias. Había ansiado sentir sus manos en su piel desde la primera vez que lo había visto. Estaba enfadada porque de pronto se habían desbaratado sus esperanzas de conseguir un contrato, pero en cierto modo también la había hecho sentirse aliviada. Ahora que ya no había relación laboral entre ellos, no tenía que seguir refrenando la atracción que sentía hacia él.


Sólo había tenido relaciones con dos hombres antes de Alejandro, y después de Alejandro con nadie más. Paula era la clase de persona que sólo daba ese paso tras meses de relación. Aquello era completamente inusual en ella, y no hacía sino poner de relieve lo potente que era esa atracción que sentía hacia Pedro.


La posibilidad de tener un romance con él era una tentación muy grande como para resistirse.


Besó la palma de la mano de Pedro. Aquello le arrancó de la garganta un rugido de deseo que avivó el de ella.


Sin apartar la mano de su mejilla, Pedro inclinó la cabeza para besarla en el cuello, haciendo que una serie de escalofríos deliciosos descendieran por su espalda. Paula echó la cabeza hacia atrás para que pudiera besarla mejor, y él le apartó el cabello con una mano antes de tomarla por la cintura para atraerla hacia sí.


Luego sus labios se lanzaron sobre su cuello, alternando besos y suaves mordiscos. Empujó con la barbilla el cuello de la blusa, raspando ligeramente su piel.


Paula podía notar la tensión en los músculos de Pedro, una tensión que le decía lo mucho que le estaba costando ir despacio. Por eso, el que estuviera mostrándose tan meticuloso la excitó aún más.


Lo agarró por la camisa atrayéndolo más hacia sí. Pedro se puso de pie, la alzó en volandas, y Paula le rodeó el cuello con los brazos para no caerse.


Pedro la llevó a su dormitorio y la depositó en la cama. Luego dio un paso atrás y empezó a desabrocharse la camisa con ella observándolo. Sin embargo, no parecía que le molestara, sino que incluso lo excitaba.


Se quitó la camisa y se desabrochó el cinturón, después se bajó la cremallera de los pantalones, y Paula vio que estaba tan excitado como ella. Su miembro se había puesto rígido y se levantaba orgulloso hacia los músculos de su abdomen. Su pecho, de contornos bien definidos, estaba salpicado de vello dorado. Parecía una escultura de un dios griego, y esa noche era todo suyo…


Sin embargo, mientras lo devoraba con la mirada, Paula se puso nerviosa al pensar que pronto le tocaría a ella desnudarse.


Se giró hacia la mesilla y alargó el brazo para apagar la lámpara, rogando que él no insistiera en que la dejara encendida. Sus ojos se hicieron poco a poco a la oscuridad, que se tornó en penumbra con la luz de la luna, que se filtraba por las finas cortinas blancas de la ventana. Paula esperó, Pedro no dijo nada.


Paula tragó saliva para intentar controlar sus nervios, se incorporó, quedándose sentada, y se sacó la blusa por la cabeza. Pedro se quitó los pantalones, se subió a la cama, y se colocó sobre ella, empujándola suavemente para que se reclinara sobre los almohadones.


Bajó la mano al cierre de su falda, y Paula vio en sus ojos que estaba esperando su consentimiento. Por toda respuesta, Paula entrelazó los dedos en su pelo, lo atrajo hacia sí para besarlo y abrió la boca, ofreciéndose a él. Absorta como estaba en el beso, apenas se dio cuenta cuando Pedro se deshizo hábilmente de su falda y le desabrochó el sujetador. Se notaba cada vez más ansiosa. Quería más, quería que fueran más deprisa. Se agarró a los hombros de Pedro, susurrándole eso mismo al oído, pero él parecía dispuesto a tomarse su tiempo.


Descendió por su cuello con besos y suaves mordiscos, y cuando llegó a sus senos tomó primero un pezón y luego el otro en su boca, succionando y lamiéndolos con la lengua. Las uñas de Paula le arañaron ligeramente la espalda.


La mano de él, que estaba deslizándose entre su cuerpo y el de ella, se detuvo al llegar a su ombligo.


–Desde el otro día, cuando te vi con ese bañador negro con ese escote tan pronunciado, no he podido dejar de pensar en tu ombligo –murmuró Pedro–. Estaba deseando tocarlo; tocarte.


–No te detengas –le rogó ella en un susurro.


Pedro prosiguió con aquel dulce tormento, y pronto la desesperación de Paula era tal que estaba moviendo la cabeza de un lado a otro sobre los almohadones. Rodeó la pierna de Pedro con la suya, apretándose contra su duro muslo. Pedro se apartó de ella, y Paula protestó con un gemido.


–Shhh… –la tranquilizó él, poniendo un dedo sobre sus labios–. Sólo será un segundo.


Abrió el cajón de la mesilla de noche y sacó un paquete de preservativos.


Un segundo después volvía a colocarse sobre ella, y la mente de Paula se quedó en blanco cuando la penetró. Su miembro era tan grande… Le rodeó la cintura con las piernas, abriéndose más para él, deleitándose en la sensación de tenerlo dentro de sí.


De pronto Pedro rodó sobre la espalda y Paula se encontró tumbada sobre él. Se irguió, notando cómo su miembro se hundía aún más en ella. Los ojos de él ardían. La agarró por la cintura, y Paula empujó sus caderas contra las de él.


Echó la cabeza hacia atrás, maravillada por la exquisita sensación que la sacudió. Era el ángulo perfecto; al moverse, la punta del miembro de Pedro había tocado justo el punto más sensible, oculto entre sus piernas. Pedro empezó a sacudir también sus caderas contra las de ella, y cada embestida la excitaba todavía más, hasta que pronto se encontró arañándole el pecho, desesperada por saciar su deseo.


Nunca se había sentido tan fuera de control. Creía que conocía su cuerpo, y los placeres que un hombre podía proporcionarle en la cama, pero nunca había experimentado nada tan intenso como aquello, como aquel ardiente cosquilleo en todo su ser.


Volvieron a cambiar de postura, con él encima de ella embistiéndola más deprisa, con fuerza, mientras la cabeza de su miembro atormentaba ese punto dentro de ella una y otra vez hasta que…


Una miríada de sensaciones explotaron dentro de ella, y vio destellos de luz blanca tras sus párpados cerrados. La boca de Pedro cubrió la suya, ahogando sus jadeos y sus gritos al tiempo que las últimas oleadas de placer la sacudían.


Pedro rodó sobre el costado y la apretó contra su pecho. Los tapó a ambos con las sábanas, y la besó tiernamente en la cabeza mientras le acariciaba la espalda. Paula, que tenía el oído pegado a su pecho, podía oír los fuertes latidos de su corazón.



FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 26

 


Pedro la miró a los ojos y, sin previo aviso, se levantó y se sentó a su lado. Paula, de inmediato, notó ese magnetismo suyo que parecía tirar de ella.


Pedro le pasó un brazo por los hombros, atrayéndola hacia sí, y ella se dejó hacer. Se sentía cómoda, pero a la vez inquieta. ¿Hasta dónde quería dejar que llegase aquello? Aunque él no había vuelto a mencionarlo, no se había olvidado de que le había pedido que se quedara un par de días más. No quería mezclar el trabajo con lo personal.


Habían llegado a su hotel. El coche de caballos se detuvo frente a la fachada y después de que Pedro pagara al conductor entraron y subieron a su suite.


Los niños estaban demasiado adormilados como para bañarlos, así que los metieron directamente en sus cunitas.


Aquella tarde le había dado la oportunidad de aprender más cosas de ella, y estaba empezando a sentirse algo culpable. Paula tenía un gran corazón, pero también parecía tener metida en la cabeza la idea de que podría convencerlo para que contratara los servicios de su pequeña empresa de limpieza. Ya le había dicho que no estaba interesado, pero sospechaba que ella creía que podía hacerle cambiar de opinión.


Tenía que aclarar aquello antes de que las cosas fuesen más lejos. No tenía elección, tenía que ser sincero con ella. Se lo debía cuando menos por lo paciente y cariñosa que estaba siendo con sus hijos.


Cuando salió del dormitorio se encontró con Paula, que venía del cuarto de baño. Seguía vestida con la falda y la blusa que se había puesto para salir, pero estaba descalza.


–Esta tarde mencionaste que querías que me quede un par de días más y me dijiste que hablaríamos luego de ello –dijo Paula.


–Sí, es que ha habido un cambio de planes. No voy a regresar a Charleston mañana por la mañana.


–¿Vas a quedarte aquí? –inquirió ella confundida.


Preocupado por que pudieran despertar a los pequeños, cerró suavemente la puerta y condujo a Paula hacia el sofá.


–No exactamente –dijo, haciéndole un ademán para que tomara asiento. Cuando lo hubo hecho, él se sentó a su lado–. Mañana Cortez y yo vamos a ir a la isla privada del rey; quiere mostrarme la pista de aterrizaje y que hablemos de las posibilidades que habría de mejorar las medidas de seguridad.


–Vaya, eso es estupendo, me alegro por ti –respondió ella con una sonrisa.


El que Paula se alegrara sinceramente por su éxito hizo a Pedro sentirse todavía más culpable.


–Necesito decirte algo.


Ella lo miró con cierto recelo.


–Te escucho.


–Quiero que vengas conmigo –la tomó por la barbilla y la besó–. No por nuestro acuerdo, ni por los niños, sino porque te deseo. Y antes de que lo preguntes, sí, cumpliré mi promesa de recomendar tu empresa a mis contactos, y escucharé tu propuesta, pero eso es todo lo que puedo ofrecerte.


Paula palideció de repente, y abrió mucho los ojos.


–Estás intentando decirme que no tienes la menor intención de considerar mi propuesta. ¿No es eso?


Pedro asintió.


–Tu empresa es demasiado pequeña para las necesidades de la mía; lo siento.


Paula se mordió el labio y se encogió de hombros.


–No tienes que disculparte. Ya me lo dijiste el primer día; pero yo me negué a escucharte.


–Creo que tu empresa va por buen camino –le dijo Pedro–. Y si nos hubiéramos conocido dentro de un año tal vez mi respuesta habría sido diferente.


No pudo evitar preguntarse si las cosas habrían sido distintas también en lo personal: dentro de un año sus hijos serían un poco más mayores, y ya no tendría clavada tan honda la espinita del divorcio.


–Entonces mañana me marcharé –murmuró Paula. Una sombra cruzó por su rostro cuando lo miró. Pedro no estaba seguro de si era enfado o pena, pero decidió arriesgarse e insistir por si fuera lo segundo.


–O podrías venir con los niños y conmigo a la isla. Sólo son dos días.


Paula apretó los labios.


–Puede que tú tengas libres todos los fines de semana, pero Blanca y yo tenemos que trabajar uno sí y otro también para poder sacar adelante la empresa. Además, ya he perdido dos días porque esperaba que pudiera cuajar una propuesta de negocio. No puedo seguir cargando a Blanca con todo.


–Pienso cumplir lo que te he prometido, Paula. Vamos, he sido sincero contigo –le dijo Pedro–. Y pagaré lo que os haga falta si necesitáis contratar a alguien para este fin de semana.


Ella lo miró espantada.


–Ya me has pagado más que suficiente. No se trata del dinero.


–Es igual, no me importa lo que tenga que pagar. Considéralo un extra por lo bien que lo estás haciendo con mis hijos. Además, necesito tu ayuda.


Paula se cruzó de brazos, poniéndose a la defensiva.


–¿Ahora pretendes hacerme creer que quieres que me quede por los gemelos?


–Me gusta lo felices que se les ve cuando estás con ellos. Te adoran.


–Y yo los adoro a ellos, pero aunque acceda a esta descabellada propuesta, dentro de un par de días volveremos cada uno a nuestra vida y ya no los veré más.


–Puede que sí o puede que no –la cortó Pedro tomándola de ambas manos.


¿Por qué había dicho eso? Creía que tenía claro que no quería nada serio.


Paula soltó sus manos.


–No estoy preparada para tener una relación. 


Pedro sintió una punzada en el pecho. ¿No era eso precisamente lo que esperaba oír? ¿Por qué le habían dolido entonces esas palabras?


Puso una mano en la mejilla de Paula.


–No tiene por qué ser una relación.


–¿Y entonces qué, sólo sexo?


El oír aquella palabra de sus labios hizo que una ráfaga de deseo lo sacudiera.


–Ésa es la idea, seguir donde lo dejamos anoche.


Pedro aguardó impaciente su respuesta. Paula esbozó una media sonrisa, y deslizó sus manos lentamente por su camisa como si todavía estuviese pensándoselo. Aquella leve caricia hizo que Pedro se excitara aún más. Los dedos de Paula se detuvieron justo antes de llegar al cinturón y lo miró a los ojos.


–¿Sólo este fin de semana? –inquirió para cerciorarse.


–Sólo este fin de semana –respondió. O algún día más. En ese momento no estaba seguro más que de una cosa: de que la deseaba–. Empezando ahora mismo.



FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 25

 


La tarde estaba siendo perfecta. Había comenzado con un picnic en un parque del siglo XVII cerca del puerto. Los niños habían jugado, habían comido, y se habían manchado todo lo que habían querido.


Luego Pedro había alquilado un coche de caballos para recorrer el casco antiguo de la ciudad al atardecer. Olivia y Baltazar se habían puesto como locos al ver el caballo. Aunque los niños ya tendrían que estar en sus cunitas, Pedro había pagado al conductor para que continuara por la ribera del río. El sonido de los cascos del caballo hizo que los niños se durmieran.


Aquella era una noche tan perfecta que parecía sacada del cuento de Cenicienta. La única diferencia era que Cenicienta tenía un final feliz en el que el príncipe y ella vivían felices para siempre, y para ella aquello sólo era algo temporal.


No podía perder de vista la realidad, ni el hecho de que Pedro Alfonso era un astuto hombre de negocios. Sabía que la deseaba. ¿Podría ser tan retorcido como para estar utilizando a sus hijos para retenerla allí?


Recordó la manera tan intensa en que la había estado mirando unas horas antes, junto a la piscina. Sus ojos habían recorrido su cuerpo con una mirada ardiente, hambrienta.


Años atrás no habría sido incapaz de ponerse en bañador por miedo a que la gente descubriera su secreto y por sus inseguridades. Había superado aquello, pero ante la posibilidad de tener relaciones íntimas con un hombre aquellos temores volvían porque sabía que le preguntarían por qué tenía esas estrías cuando no había tenido ningún hijo. Lo había superado, pero no era algo de lo que la agradase hablar.


Apoyó la barbilla en la cabecita de Baltazar y le preguntó a Pedro, que iba sentado frente a ella con Olivia en brazos:

–¿Qué tal van tus negociaciones con Cortez?


–Parece que vamos avanzando; estamos más cerca de cerrar un trato y mi instinto me dice que hay posibilidades de que consiga añadir a la familia Medina a mi cartera de clientes.


–Bueno, si quiere que sigáis negociando eso tiene que ser buena señal –observó ella.


–Así lo veo yo también –asintió él–. ¿Y tú qué tal has pasado el día? Parecía que estabas divirtiéndote con Victoria.


Los recuerdos de la intensidad con que la había mirado en la piscina y el beso de la noche anterior acudieron a su mente, y la invadió una ola de calor. La brisa jugueteaba con su cabello, desordenándolo. Paula le confesó a Pedro:

–Me siento culpable de llamar a esto trabajo cuando parecen más unas vacaciones.


–Tener que estar pendiente todo el tiempo de dos niños no son vacaciones –apuntó él.


–Pero tú me has echado una mano cada vez que has podido, y Victoria también me ha ayudado mucho hoy.


–Sí, bueno, aunque ninguno de los dos pudimos evitar el incidente de la papilla esta mañana en el desayuno –comentó Pedro riéndose–. Suerte que Cortez es más campechano de lo que esperaba.


Paula cambió con cuidado de postura para que Baltazar estuviera más cómodo.


–Lo de este paseo en coche de caballos ha sido una gran idea –le dijo a Pedro–. A los niños les ha encantado y ahora duermen como benditos.


Pedro sonrió.


–Pasé mucho tiempo en contacto con la naturaleza durante mi infancia, y me gusta que mis hijos disfruten también del aire libre cuando están conmigo.


Ya estaba anocheciendo, y la luz de la luna se reflejaba en las aguas que bañaban el puerto.


–La verdad es que esto es idílico –murmuró ella–: la brisa del mar, el entorno histórico…


–Y el buen tiempo –añadió Pedro–. Me encanta el buen tiempo que hace aquí todo el año.


–Bueno, todo el año… de enero a marzo el viento del océano corta como un cuchillo.


Pedro se echó a reír.


–¡Qué exagerada eres! Para decir eso es evidente que no has estado nunca en Dakota del Norte. A mi tío se le formaban carámbanos en la barba. Del frío.


–¿Me estás tomando el pelo?


–No, en serio. Mis primos y yo salíamos fuera a jugar, hiciera el frío que hiciera; estábamos acostumbrados.


–¿Y qué hacíais para divertiros? –inquirió ella.


–Montábamos a caballo, íbamos de excursión a la montaña, nos deslizábamos por las laderas con nuestros trineos cuando nevaba… Y luego, ya un poco más mayor yo aprendí a pilotar una avioneta y descubrí lo mucho que me gustaba volar.


Paula sonrió. Pedro era mucho más que un hombre de negocios que se había hecho millonario por una idea que había patentado.


–¿Qué me cuentas de ti? ¿Qué querías ser de mayor? 


Ella se encogió de hombros y respondió de un modo evasivo:

–Estudié lo que siempre quise estudiar: Historia del Arte


–¿Pero por qué Historia del Arte precisamente?


–Por mi obsesión con buscar la belleza.


Estaban acercándose peligrosamente a aquella parte de su pasado que la incomodaba. Paula señaló un barco con aspecto antiguo, con sus velas y todo, amarrado al muelle, donde se oían música y risas.


–¿Qué será eso?


Pedro vaciló un instante antes de contestar, como si se hubiera dado cuenta de que estaba intentando desviar la conversación.


–Es una réplica de un barco pirata, el Black Raven. Organizan fiestas para niños y adultos –explicó señalando a una pareja vestida con trajes de época que se dirigía allí–. He pensado que algún día podría alquilarlo para organizar la fiesta de cumpleaños de los niños.


Paula se rió.


–Ya te imagino con una camisa pirata, a lo Jack Sparrow. Seguro que estarías más cómodo, sin tener que estar tirándote de la corbata todo el tiempo.


–Vaya, no sabía que se me notara tanto.


Ella se encogió de hombros y se quedó callada.


–Hay un montón de cosas que espero poder enseñarle mis hijos algún día –dijo Pedro. Señaló el cielo–. Enseñarles a distinguir la Osa Mayor. O mi constelación favorita, el cinturón de Orión. ¿Ves esa estrella anaranjada? Es Betelgeuse, una supernova roja.


–Si hubieras nacido antes de que se inventaran los aviones seguro que habrías sido pirata, y habrías surcado los mares guiándote por las estrellas.


–Para volar también es útil conocerlas –le dijo él–. Cuando iba buscando montañistas perdidos y los instrumentos de navegación del avión se estropeaban, Betelgeuse me salvó en más de una ocasión, evitando que me perdiera.


Paula recordó haber leído algo de eso cuando había buscado información sobre él antes de mandarle su propuesta.


–Ah, sí, al principio tu compañía se dedicaba a hacer búsquedas y rescates en la montaña, ¿no?


–Así es. Es lo que más me gustaba. Bueno, y lo sigue siendo –dijo él con pasión.


–¿Y entonces por qué lo has cambiado por el alquiler de aviones privados?


–Por desgracia buscar y rescatar a gente no da mucho dinero; pero ahora que el negocio está yendo bien espero poder crear una fundación en la que me volcaría más, y dejaría el negocio en manos de otra persona


De pronto las piezas del complejo puzzle que era Pedro empezaban a encajar: el millonario, el padre, el filántropo… Y encima era guapo, pensó Paula. Era un auténtico peligro.




FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 24

 


Los pisos parecían pasar muy despacio. De pronto el ascensor se detuvo y cuando las puertas se abrieron entró el matrimonio anciano con el que se habían encontrado al bajar a desayunar.


Esa vez iban vestidos para salir a bailar y a cenar. La mujer se inclinó hacia Olivia y le preguntó:

–¿Qué pasa, bonita, por qué estás llorando?


–Se ha metido algo en la nariz –explicó Pedro, tenso por la preocupación. Miró la pantalla que indicaba el piso por el que iban, como si eso fuese a hacer que el ascensor fuera más rápido–. La llevamos a urgencias.


Como si notase lo tenso que estaba su padre, Olivia apretó el rostro contra el cuello de Paula.


La mujer miró a su marido y le guiñó un ojo con complicidad. El caballero, que iba muy elegante con su esmoquin, alargó el brazo hacia Olivia.


–¿Qué es eso que tienes detrás de la oreja, pequeña? –dijo, como si fuera a hacer un truco de magia.


La niña giró la cabeza para mirar y entonces la mujer, rápida como el rayo, alargó la mano y deslizó un dedo con fuerza por la nariz de Olivia. Un botón blanco cayó en su mano. La mujer lo levantó para compararlo con los de la camisa de Pedro. ¡Era de su camisa! Ni siquiera se habían dado cuenta de que le faltaba uno, justo debajo del primero.


Sorprendido, Pedro le dio las gracias y se apresuró a guardarlo en el bolsillo antes de que Olivia pudiese echarle mano.


–Debía estar suelto y me lo habrá arrancado antes, cuando la saqué del corralito –dijo.


Paula se había quedado maravillada de la facilidad con que la pareja se las había apañado para sacar el botón de la nariz de Olivia.


–¿Cómo lo han hecho?


El hombre se ajustó la pajarita con una sonrisa.


–Cuando se han tenido varios hijos uno va adquiriendo práctica, y hay cosas que nunca se olvidan. Ya verán como dentro de poco le van pillando el truco.


La pareja salió del ascensor, dejando dentro a Paula y Pedro. Las puertas se cerraron de nuevo, y Paula apoyó la espalda aliviada contra la pared mientras Pedro llamaba a recepción para decirles que podían cancelar el taxi. Volvieron a subir a la suite, pero antes de entrar se detuvo y se volvió hacia Paula.


–Gracias –le dijo.


–¿Por qué? Me siento como si te hubiera defraudado –murmuró.


Se sentía tan aturdida aún por el susto y la preocupación que no podía ni imaginarse como debía sentirse él, que era el padre.


–Por estar a mi lado. Mi familia siempre está diciéndome que me cuesta mucho pedir ayuda, y es verdad. Soy un hombre orgulloso y me cuesta admitir que no puedo hacerlo todo yo solo. Pero ahora tengo que reconocer que tener a alguien a tu lado hace que las cosas sean más fáciles. Como hoy.


Sus ojos verdes esmeralda la miraban de un modo cálido. Paula necesitaba tanto creer en la sinceridad que veía en sus ojos… Se sentía apreciada, valorada como persona.


–No hay de qué.


Por un momento creyó que iba a besarla, y un cosquilleo recorrió sus labios anticipando el momento, pero Pedro miró a los niños y sacó la llave de la suite.


–¿Te parece que nos cambiemos y preparemos la bolsa con las cosas de los niños para irnos? Aún tenemos toda la tarde por delante.


Paula parpadeó y se quedó paralizada un instante, aturdida. ¿Aún tenían toda la tarde por delante? Ella estaba agotada emocionalmente, sin embargo, la idea de pasar fuera la tarde con Pedro y los niños resultaba demasiado tentadora como para declinar.



viernes, 7 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 23

 


Estaba a punto de cerrar un acuerdo con Javier Cortez para proporcionar aviones privados a la familia real de los Medina. Aquello le daría a su compañía el impulso que necesitaba y podría por fin montar una fundación sin ánimo de lucro para operaciones de búsqueda y rescate, lo que siempre había querido hacer. Estaba a un paso, y debería estar feliz, pero en vez de eso estaba inquieto. ¿Y por qué? Porque no podía tener a aquella mujer en la que no podía dejar de pensar.


–Bueno, olvidémonos por ahora de mañana y del trabajo. Ya hablaremos de eso luego. Deberíamos disfrutar del resto de la tarde ya que estamos aquí.


–¿Y qué es lo que tenías en mente exactamente? –inquirió ella, mirándolo recelosa.


Pedro se levantó con la chaqueta en la mano.


–Vamos a salir por ahí.


–¿Con los gemelos? ¿No has tenido ya bastante con la experiencia del desayuno?


Él sonrió y se acercó para levantar en brazos a la pequeña Olivia, que todavía estaba adormilada.


–Confía en mí, todo irá bien.


–Si tú lo dices… –respondió ella acercándose para tomar a Baltazar en brazos.


–Por supuesto que sí. Espera a ver lo que tengo planeado –dijo Pedro–. Ponte algo con lo que estés cómoda. Y no estaría de más llevarnos una muda para los niños, por si se manchan.


Paula todavía no veía muy claro que aquello fuese una buena idea, pero se encogió de hombros y lo siguió dentro del hotel.


Pedro estaba cerrando la puerta detrás de él cuando oyó a Paula emitir un gemido ahogado, como si acabara de darse cuenta de algo.


–¿Te has dejado alguna cosa en la piscina? –inquirió él sin volverse.


Al ver que Paula no contestaba, se giró y vio que estaba mirándolo espantada. ¿Qué diablos…? Fue cuando alzó una mano temblorosa para señalar cuando vio que no estaba mirándolo a él, sino a Olivia, a la que él llevaba en brazos.


Lo que estaba señalando era la cara de Olivia: tenía un bulto en la aleta izquierda de la nariz, como si se hubiese metido algún objeto.


Sentada en el borde del sofá de su suite con Olivia en su regazo, Paula se esforzó por reprimir el pánico mientras trataba de sujetar a la pequeña, que no dejaba de revolverse. La subida en el ascensor había sido desquiciante, con Pedro intentando mirarle la nariz a Olivia, y la niña más agitada por momentos.


¿En qué momento podría haberse metido aquello en la nariz? Y, una pregunta aún más importante: ¿qué era lo que se había metido? Paula contrajo el rostro angustiada. No le había quitado los ojos de encima un segundo mientras habían estado en la piscina, excepto cuando los niños se habían echado a dormir la siesta. ¿Se habría despertado la pequeña en algún momento y ella no se había dado cuenta? ¿Habría encontrado algún objeto pequeño en el corralito?


Pedro se había arrodillado delante de ella, y estaba intentando tomar la cabeza de su hija entre las manos.


–Me parece que podré sacárselo si la sujetas para que pueda empujar con el pulgar por fuera de la nariz.


–Créeme, lo estoy intentando –respondió ella. Pero Olivia no hacía más que chillar y patalear, dándole patadas a su padre en el estómago. La carita se le había puesto roja del sofoco, y estaba perlada con sudor.


Pedro le soltó la cabeza y miró a su alrededor.


–¿Está por ahí el bote de pimienta de la cena de anoche? –le preguntó a Paula.


Ella sacudió la cabeza.


–El servicio de limpieza se lo llevó todo esta mañana. Oh, Dios, Pedro, no sabes cómo lo siento… No sé cómo ha podido pasar…


De pronto se oyó un golpetazo. Paula y Pedro se miraron espantados.


–¡Baltazar!


Los dos se levantaron como un resorte en el instante en que se oyó un llanto detrás del sofá. Paula corrió detrás de Pedro con Olivia en brazos. Baltazar se había quedado sentado en el suelo al caerse, aunque parecía que no estaba llorando porque se hubiese hecho daño, sino por el susto. Había intentado encaramarse a una silla y se había caído.


Pedro se arrodilló a su lado y le frotó los brazos y las piernas con las manos.


–¿Te has hecho daño, hijo? Ya te he dicho que no te subas a los sitios, que te caes –le riñó acariciándole la frente, donde la cicatriz atestiguaba la brecha que se había hecho–. Tienes que ser bueno y hacerle caso a papá.


Pedro lo levantó del suelo y lo apretó contra sí un instante exhalando un suspiro de alivio.


–Toma tú a Baltazar –le dijo a Paula–. Tú te quedas aquí con él y yo me llevo a Olivia a urgencias.


–¿Todavía te fías de mí?


–Pues claro que sí–. Los accidentes ocurren.


Se inclinó hacia ella para tomar a Olivia, pero la pequeña dio un chillido y se agarró con más fuerza al cuello de Paula, apartando la cara, frenética, para rehuir a su padre.


Pedro frunció el ceño.


–Eh… ¿qué pasa, hija? Soy yo, soy papá.


Paula le dio unas palmaditas en la espalda a la pequeña y la acunó moviéndose a un lado y a otro.


–Debe creer que vas a intentar apretarle la nariz otra vez.


–Olivia, hija, no voy a hacerte nada, pero tenemos que irnos –dijo Pedro.


Dejó a Baltazar en el suelo y arrancó de los brazos de Paula a la pequeña, que se puso a llorar de tal modo que su hermano empezó a sollozar.


Pedro, deja que la tome yo en brazos o se pondrá más nerviosa. Podemos ir los dos a urgencias y llevarnos a Baltazar –le propuso.


–Tienes razón. Necesitamos que nos lleven –dijo Pedro. Corrió al teléfono para hablar con la recepción del hotel–. Soy Pedro Alfonso. Pídanos un taxi para que nos lleve a urgencias del hospital más cercano.


Paula se calzó las sandalias que se había puesto para bajar a la piscina. Por suerte le había dado tiempo a echarse un jersey encima del bañador y ponerse un pantalón. Salieron al pasillo y subieron al ascensor. Paula trataba de calmar a Olivia, que por lo menos ya sólo sollozaba y había dejado de chillar.



FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 22

 


Cuando vio a Paula con aquel bañador negro tan sexy Pedro sintió como si algo lo golpeara en el estómago. Se detuvo junto al bar que había a unos metros de la piscina del hotel, y disfrutó de la vista, un placer que se agradecía después del tenso día de negociaciones que había tenido.


Mientras se aplicaba la crema de protección solar en los brazos y se reía de algo que había dicho Victoria, le pareció aún más sexy. Los gemelos dormían la siesta en un corralito colocado a la sombra de una pequeña carpa.


Sólo quedaba una media docena de huéspedes del hotel a esa hora: una pareja joven tomándose una copa en la barra, y una familia jugando con una pelota de playa en la parte poco profunda de la piscina. Él, sin embargo, sólo tenía ojos para aquella diosa del bañador negro.


Debería estar celebrando el éxito de sus negociaciones: Cortez quería que los acompañara ese fin de semana a la isla privada del rey para enseñarle la pista de aterrizaje y analizar unos cuantos detalles. Incluso podía llevar a los niños, le había dicho. El rey tenía a una niñera muy cualificada en la isla para cuando iban a visitarlo sus nietos.


Pedro estaba más decidido que nunca a mantener a Paula a su lado, a ganársela, a seducirla y llevarla a su cama hasta satisfacer esa potente atracción que había entre ellos. Aún no sabía cómo iba a hacerlo, pero no la dejaría ir sin haberlo conseguido.


Se moría por asirla por las caderas y dejar que sus manos se deslizaran por ellas hasta la cara interna de sus muslos para encontrar el calor húmedo entre ambos que estaba seguro que estaba esperándolo.


El ruido de chapoteo en la parte poco profunda de la piscina lo devolvió a la realidad. Tenía que hacer algo para refrenar esa clase de pensamientos en público. Y hasta cuando estuvieran a solas. Tenía que ser paciente. No quería ahuyentarla, se dijo recordando cómo había reaccionado cuando la había besado. Era evidente que había estado tan excitada como él, pero esa mañana, mientras se preparaban para bajar a reunirse con los Cortez en el comedor, había estado evitándolo.


Sin embargo, había tenido la sensación de que había ido ablandándose durante el desayuno. La había pillado mirándolo más de una vez, con una mezcla de confusión y atracción, y el recuerdo del beso escrito en sus ojos.


Se apartó del bar y fue hasta donde estaban Paula y Victoria.


–Buenas tardes, señoras.


Sobresaltada, Paula alzó la mirada hacia él. La vio abrir mucho los ojos, y habría jurado al mirarle los brazos, que se le había la carne de gallina por la excitación.


Paula tomó la bata de playa que había dejado sobre la mesa y se apresuró a ponérsela, pero a Pedro le dio tiempo a ver que se le habían endurecido los pezones. Su propio cuerpo palpitó de excitación, ansiando poder tomar aquellas circunferencias perfectas en las palmas de sus manos.


Pedro, no esperaba que acabarais tan pronto –balbució.


Victoria tomó su cesta de playa.


–Si ya habéis terminado con vuestras negociaciones imagino que mi marido estará libre –le dijo a Pedro poniéndose de pie–, así que si me disculpáis…


Se despidió de ellos y se marchó. Qué a tiempo, pensó Pedro, tomando asiento en la tumbona que había dejado libre, junto a Paula.


–¿Qué tal se han portado los niños?


–No me han dado ningún problema. He apuntado todo lo que han comido y a qué hora se han puesto a dormir la siesta. Haber estado jugando en la piscina los ha dejado agotados –dijo Paula jugueteando con la cinta que cerraba la bata, justo entre sus pechos.


Pedro se obligó a mirarla a la cara.


–Me gustaría que te quedaras con nosotros un par de días más.


Ella lo miró boquiabierta antes de tragar saliva.


–¿Quieres que me quede más tiempo…? No puedo. Mi negocio es un negocio pequeño y…


–¿Y no puede ocuparse tu socia?


–No puedo cargarla con todo indefinidamente. Además, no podemos permitirnos pérdidas.


Ésa precisamente era la razón por la que Pedro no quería contratar los servicios de su compañía, porque era demasiado pequeña y no contaba con los recursos ni el personal necesario. Se inclinó hacia delante apoyando los codos en las rodillas.


–Creía que habías aceptado esa subcontrata para impresionarme y conseguir una entrevista conmigo.


–Y así es –Paula dobló las piernas y se abrazó las rodillas contra el pecho–, pero también hay otras compañías para las que trabajamos, y tengo papeleo del que ocuparme.


–Eso no debe dejarte mucho tiempo para tu vida privada.


Como el sol de la tarde le estaba pegando de pleno, se quitó la chaqueta y se aflojó la corbata. ¡Cómo odiaba la ropa que lo constreñía!


–Es una inversión de futuro –respondió Paula.


–Lo comprendo –Pedro posó la mirada en sus hijos, que dormían plácidamente en el corralito.


–Tú eres un hombre que te has hecho a ti mismo, y eso es admirable. Yo también tengo sueños, y estoy esforzándome por hacerlos realidad –le dijo ella.