sábado, 8 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 27

 


Paula se inclinó hacia Pedro, ávida de sus caricias. Había ansiado sentir sus manos en su piel desde la primera vez que lo había visto. Estaba enfadada porque de pronto se habían desbaratado sus esperanzas de conseguir un contrato, pero en cierto modo también la había hecho sentirse aliviada. Ahora que ya no había relación laboral entre ellos, no tenía que seguir refrenando la atracción que sentía hacia él.


Sólo había tenido relaciones con dos hombres antes de Alejandro, y después de Alejandro con nadie más. Paula era la clase de persona que sólo daba ese paso tras meses de relación. Aquello era completamente inusual en ella, y no hacía sino poner de relieve lo potente que era esa atracción que sentía hacia Pedro.


La posibilidad de tener un romance con él era una tentación muy grande como para resistirse.


Besó la palma de la mano de Pedro. Aquello le arrancó de la garganta un rugido de deseo que avivó el de ella.


Sin apartar la mano de su mejilla, Pedro inclinó la cabeza para besarla en el cuello, haciendo que una serie de escalofríos deliciosos descendieran por su espalda. Paula echó la cabeza hacia atrás para que pudiera besarla mejor, y él le apartó el cabello con una mano antes de tomarla por la cintura para atraerla hacia sí.


Luego sus labios se lanzaron sobre su cuello, alternando besos y suaves mordiscos. Empujó con la barbilla el cuello de la blusa, raspando ligeramente su piel.


Paula podía notar la tensión en los músculos de Pedro, una tensión que le decía lo mucho que le estaba costando ir despacio. Por eso, el que estuviera mostrándose tan meticuloso la excitó aún más.


Lo agarró por la camisa atrayéndolo más hacia sí. Pedro se puso de pie, la alzó en volandas, y Paula le rodeó el cuello con los brazos para no caerse.


Pedro la llevó a su dormitorio y la depositó en la cama. Luego dio un paso atrás y empezó a desabrocharse la camisa con ella observándolo. Sin embargo, no parecía que le molestara, sino que incluso lo excitaba.


Se quitó la camisa y se desabrochó el cinturón, después se bajó la cremallera de los pantalones, y Paula vio que estaba tan excitado como ella. Su miembro se había puesto rígido y se levantaba orgulloso hacia los músculos de su abdomen. Su pecho, de contornos bien definidos, estaba salpicado de vello dorado. Parecía una escultura de un dios griego, y esa noche era todo suyo…


Sin embargo, mientras lo devoraba con la mirada, Paula se puso nerviosa al pensar que pronto le tocaría a ella desnudarse.


Se giró hacia la mesilla y alargó el brazo para apagar la lámpara, rogando que él no insistiera en que la dejara encendida. Sus ojos se hicieron poco a poco a la oscuridad, que se tornó en penumbra con la luz de la luna, que se filtraba por las finas cortinas blancas de la ventana. Paula esperó, Pedro no dijo nada.


Paula tragó saliva para intentar controlar sus nervios, se incorporó, quedándose sentada, y se sacó la blusa por la cabeza. Pedro se quitó los pantalones, se subió a la cama, y se colocó sobre ella, empujándola suavemente para que se reclinara sobre los almohadones.


Bajó la mano al cierre de su falda, y Paula vio en sus ojos que estaba esperando su consentimiento. Por toda respuesta, Paula entrelazó los dedos en su pelo, lo atrajo hacia sí para besarlo y abrió la boca, ofreciéndose a él. Absorta como estaba en el beso, apenas se dio cuenta cuando Pedro se deshizo hábilmente de su falda y le desabrochó el sujetador. Se notaba cada vez más ansiosa. Quería más, quería que fueran más deprisa. Se agarró a los hombros de Pedro, susurrándole eso mismo al oído, pero él parecía dispuesto a tomarse su tiempo.


Descendió por su cuello con besos y suaves mordiscos, y cuando llegó a sus senos tomó primero un pezón y luego el otro en su boca, succionando y lamiéndolos con la lengua. Las uñas de Paula le arañaron ligeramente la espalda.


La mano de él, que estaba deslizándose entre su cuerpo y el de ella, se detuvo al llegar a su ombligo.


–Desde el otro día, cuando te vi con ese bañador negro con ese escote tan pronunciado, no he podido dejar de pensar en tu ombligo –murmuró Pedro–. Estaba deseando tocarlo; tocarte.


–No te detengas –le rogó ella en un susurro.


Pedro prosiguió con aquel dulce tormento, y pronto la desesperación de Paula era tal que estaba moviendo la cabeza de un lado a otro sobre los almohadones. Rodeó la pierna de Pedro con la suya, apretándose contra su duro muslo. Pedro se apartó de ella, y Paula protestó con un gemido.


–Shhh… –la tranquilizó él, poniendo un dedo sobre sus labios–. Sólo será un segundo.


Abrió el cajón de la mesilla de noche y sacó un paquete de preservativos.


Un segundo después volvía a colocarse sobre ella, y la mente de Paula se quedó en blanco cuando la penetró. Su miembro era tan grande… Le rodeó la cintura con las piernas, abriéndose más para él, deleitándose en la sensación de tenerlo dentro de sí.


De pronto Pedro rodó sobre la espalda y Paula se encontró tumbada sobre él. Se irguió, notando cómo su miembro se hundía aún más en ella. Los ojos de él ardían. La agarró por la cintura, y Paula empujó sus caderas contra las de él.


Echó la cabeza hacia atrás, maravillada por la exquisita sensación que la sacudió. Era el ángulo perfecto; al moverse, la punta del miembro de Pedro había tocado justo el punto más sensible, oculto entre sus piernas. Pedro empezó a sacudir también sus caderas contra las de ella, y cada embestida la excitaba todavía más, hasta que pronto se encontró arañándole el pecho, desesperada por saciar su deseo.


Nunca se había sentido tan fuera de control. Creía que conocía su cuerpo, y los placeres que un hombre podía proporcionarle en la cama, pero nunca había experimentado nada tan intenso como aquello, como aquel ardiente cosquilleo en todo su ser.


Volvieron a cambiar de postura, con él encima de ella embistiéndola más deprisa, con fuerza, mientras la cabeza de su miembro atormentaba ese punto dentro de ella una y otra vez hasta que…


Una miríada de sensaciones explotaron dentro de ella, y vio destellos de luz blanca tras sus párpados cerrados. La boca de Pedro cubrió la suya, ahogando sus jadeos y sus gritos al tiempo que las últimas oleadas de placer la sacudían.


Pedro rodó sobre el costado y la apretó contra su pecho. Los tapó a ambos con las sábanas, y la besó tiernamente en la cabeza mientras le acariciaba la espalda. Paula, que tenía el oído pegado a su pecho, podía oír los fuertes latidos de su corazón.



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