viernes, 7 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 22

 


Cuando vio a Paula con aquel bañador negro tan sexy Pedro sintió como si algo lo golpeara en el estómago. Se detuvo junto al bar que había a unos metros de la piscina del hotel, y disfrutó de la vista, un placer que se agradecía después del tenso día de negociaciones que había tenido.


Mientras se aplicaba la crema de protección solar en los brazos y se reía de algo que había dicho Victoria, le pareció aún más sexy. Los gemelos dormían la siesta en un corralito colocado a la sombra de una pequeña carpa.


Sólo quedaba una media docena de huéspedes del hotel a esa hora: una pareja joven tomándose una copa en la barra, y una familia jugando con una pelota de playa en la parte poco profunda de la piscina. Él, sin embargo, sólo tenía ojos para aquella diosa del bañador negro.


Debería estar celebrando el éxito de sus negociaciones: Cortez quería que los acompañara ese fin de semana a la isla privada del rey para enseñarle la pista de aterrizaje y analizar unos cuantos detalles. Incluso podía llevar a los niños, le había dicho. El rey tenía a una niñera muy cualificada en la isla para cuando iban a visitarlo sus nietos.


Pedro estaba más decidido que nunca a mantener a Paula a su lado, a ganársela, a seducirla y llevarla a su cama hasta satisfacer esa potente atracción que había entre ellos. Aún no sabía cómo iba a hacerlo, pero no la dejaría ir sin haberlo conseguido.


Se moría por asirla por las caderas y dejar que sus manos se deslizaran por ellas hasta la cara interna de sus muslos para encontrar el calor húmedo entre ambos que estaba seguro que estaba esperándolo.


El ruido de chapoteo en la parte poco profunda de la piscina lo devolvió a la realidad. Tenía que hacer algo para refrenar esa clase de pensamientos en público. Y hasta cuando estuvieran a solas. Tenía que ser paciente. No quería ahuyentarla, se dijo recordando cómo había reaccionado cuando la había besado. Era evidente que había estado tan excitada como él, pero esa mañana, mientras se preparaban para bajar a reunirse con los Cortez en el comedor, había estado evitándolo.


Sin embargo, había tenido la sensación de que había ido ablandándose durante el desayuno. La había pillado mirándolo más de una vez, con una mezcla de confusión y atracción, y el recuerdo del beso escrito en sus ojos.


Se apartó del bar y fue hasta donde estaban Paula y Victoria.


–Buenas tardes, señoras.


Sobresaltada, Paula alzó la mirada hacia él. La vio abrir mucho los ojos, y habría jurado al mirarle los brazos, que se le había la carne de gallina por la excitación.


Paula tomó la bata de playa que había dejado sobre la mesa y se apresuró a ponérsela, pero a Pedro le dio tiempo a ver que se le habían endurecido los pezones. Su propio cuerpo palpitó de excitación, ansiando poder tomar aquellas circunferencias perfectas en las palmas de sus manos.


Pedro, no esperaba que acabarais tan pronto –balbució.


Victoria tomó su cesta de playa.


–Si ya habéis terminado con vuestras negociaciones imagino que mi marido estará libre –le dijo a Pedro poniéndose de pie–, así que si me disculpáis…


Se despidió de ellos y se marchó. Qué a tiempo, pensó Pedro, tomando asiento en la tumbona que había dejado libre, junto a Paula.


–¿Qué tal se han portado los niños?


–No me han dado ningún problema. He apuntado todo lo que han comido y a qué hora se han puesto a dormir la siesta. Haber estado jugando en la piscina los ha dejado agotados –dijo Paula jugueteando con la cinta que cerraba la bata, justo entre sus pechos.


Pedro se obligó a mirarla a la cara.


–Me gustaría que te quedaras con nosotros un par de días más.


Ella lo miró boquiabierta antes de tragar saliva.


–¿Quieres que me quede más tiempo…? No puedo. Mi negocio es un negocio pequeño y…


–¿Y no puede ocuparse tu socia?


–No puedo cargarla con todo indefinidamente. Además, no podemos permitirnos pérdidas.


Ésa precisamente era la razón por la que Pedro no quería contratar los servicios de su compañía, porque era demasiado pequeña y no contaba con los recursos ni el personal necesario. Se inclinó hacia delante apoyando los codos en las rodillas.


–Creía que habías aceptado esa subcontrata para impresionarme y conseguir una entrevista conmigo.


–Y así es –Paula dobló las piernas y se abrazó las rodillas contra el pecho–, pero también hay otras compañías para las que trabajamos, y tengo papeleo del que ocuparme.


–Eso no debe dejarte mucho tiempo para tu vida privada.


Como el sol de la tarde le estaba pegando de pleno, se quitó la chaqueta y se aflojó la corbata. ¡Cómo odiaba la ropa que lo constreñía!


–Es una inversión de futuro –respondió Paula.


–Lo comprendo –Pedro posó la mirada en sus hijos, que dormían plácidamente en el corralito.


–Tú eres un hombre que te has hecho a ti mismo, y eso es admirable. Yo también tengo sueños, y estoy esforzándome por hacerlos realidad –le dijo ella.




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