sábado, 8 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 26

 


Pedro la miró a los ojos y, sin previo aviso, se levantó y se sentó a su lado. Paula, de inmediato, notó ese magnetismo suyo que parecía tirar de ella.


Pedro le pasó un brazo por los hombros, atrayéndola hacia sí, y ella se dejó hacer. Se sentía cómoda, pero a la vez inquieta. ¿Hasta dónde quería dejar que llegase aquello? Aunque él no había vuelto a mencionarlo, no se había olvidado de que le había pedido que se quedara un par de días más. No quería mezclar el trabajo con lo personal.


Habían llegado a su hotel. El coche de caballos se detuvo frente a la fachada y después de que Pedro pagara al conductor entraron y subieron a su suite.


Los niños estaban demasiado adormilados como para bañarlos, así que los metieron directamente en sus cunitas.


Aquella tarde le había dado la oportunidad de aprender más cosas de ella, y estaba empezando a sentirse algo culpable. Paula tenía un gran corazón, pero también parecía tener metida en la cabeza la idea de que podría convencerlo para que contratara los servicios de su pequeña empresa de limpieza. Ya le había dicho que no estaba interesado, pero sospechaba que ella creía que podía hacerle cambiar de opinión.


Tenía que aclarar aquello antes de que las cosas fuesen más lejos. No tenía elección, tenía que ser sincero con ella. Se lo debía cuando menos por lo paciente y cariñosa que estaba siendo con sus hijos.


Cuando salió del dormitorio se encontró con Paula, que venía del cuarto de baño. Seguía vestida con la falda y la blusa que se había puesto para salir, pero estaba descalza.


–Esta tarde mencionaste que querías que me quede un par de días más y me dijiste que hablaríamos luego de ello –dijo Paula.


–Sí, es que ha habido un cambio de planes. No voy a regresar a Charleston mañana por la mañana.


–¿Vas a quedarte aquí? –inquirió ella confundida.


Preocupado por que pudieran despertar a los pequeños, cerró suavemente la puerta y condujo a Paula hacia el sofá.


–No exactamente –dijo, haciéndole un ademán para que tomara asiento. Cuando lo hubo hecho, él se sentó a su lado–. Mañana Cortez y yo vamos a ir a la isla privada del rey; quiere mostrarme la pista de aterrizaje y que hablemos de las posibilidades que habría de mejorar las medidas de seguridad.


–Vaya, eso es estupendo, me alegro por ti –respondió ella con una sonrisa.


El que Paula se alegrara sinceramente por su éxito hizo a Pedro sentirse todavía más culpable.


–Necesito decirte algo.


Ella lo miró con cierto recelo.


–Te escucho.


–Quiero que vengas conmigo –la tomó por la barbilla y la besó–. No por nuestro acuerdo, ni por los niños, sino porque te deseo. Y antes de que lo preguntes, sí, cumpliré mi promesa de recomendar tu empresa a mis contactos, y escucharé tu propuesta, pero eso es todo lo que puedo ofrecerte.


Paula palideció de repente, y abrió mucho los ojos.


–Estás intentando decirme que no tienes la menor intención de considerar mi propuesta. ¿No es eso?


Pedro asintió.


–Tu empresa es demasiado pequeña para las necesidades de la mía; lo siento.


Paula se mordió el labio y se encogió de hombros.


–No tienes que disculparte. Ya me lo dijiste el primer día; pero yo me negué a escucharte.


–Creo que tu empresa va por buen camino –le dijo Pedro–. Y si nos hubiéramos conocido dentro de un año tal vez mi respuesta habría sido diferente.


No pudo evitar preguntarse si las cosas habrían sido distintas también en lo personal: dentro de un año sus hijos serían un poco más mayores, y ya no tendría clavada tan honda la espinita del divorcio.


–Entonces mañana me marcharé –murmuró Paula. Una sombra cruzó por su rostro cuando lo miró. Pedro no estaba seguro de si era enfado o pena, pero decidió arriesgarse e insistir por si fuera lo segundo.


–O podrías venir con los niños y conmigo a la isla. Sólo son dos días.


Paula apretó los labios.


–Puede que tú tengas libres todos los fines de semana, pero Blanca y yo tenemos que trabajar uno sí y otro también para poder sacar adelante la empresa. Además, ya he perdido dos días porque esperaba que pudiera cuajar una propuesta de negocio. No puedo seguir cargando a Blanca con todo.


–Pienso cumplir lo que te he prometido, Paula. Vamos, he sido sincero contigo –le dijo Pedro–. Y pagaré lo que os haga falta si necesitáis contratar a alguien para este fin de semana.


Ella lo miró espantada.


–Ya me has pagado más que suficiente. No se trata del dinero.


–Es igual, no me importa lo que tenga que pagar. Considéralo un extra por lo bien que lo estás haciendo con mis hijos. Además, necesito tu ayuda.


Paula se cruzó de brazos, poniéndose a la defensiva.


–¿Ahora pretendes hacerme creer que quieres que me quede por los gemelos?


–Me gusta lo felices que se les ve cuando estás con ellos. Te adoran.


–Y yo los adoro a ellos, pero aunque acceda a esta descabellada propuesta, dentro de un par de días volveremos cada uno a nuestra vida y ya no los veré más.


–Puede que sí o puede que no –la cortó Pedro tomándola de ambas manos.


¿Por qué había dicho eso? Creía que tenía claro que no quería nada serio.


Paula soltó sus manos.


–No estoy preparada para tener una relación. 


Pedro sintió una punzada en el pecho. ¿No era eso precisamente lo que esperaba oír? ¿Por qué le habían dolido entonces esas palabras?


Puso una mano en la mejilla de Paula.


–No tiene por qué ser una relación.


–¿Y entonces qué, sólo sexo?


El oír aquella palabra de sus labios hizo que una ráfaga de deseo lo sacudiera.


–Ésa es la idea, seguir donde lo dejamos anoche.


Pedro aguardó impaciente su respuesta. Paula esbozó una media sonrisa, y deslizó sus manos lentamente por su camisa como si todavía estuviese pensándoselo. Aquella leve caricia hizo que Pedro se excitara aún más. Los dedos de Paula se detuvieron justo antes de llegar al cinturón y lo miró a los ojos.


–¿Sólo este fin de semana? –inquirió para cerciorarse.


–Sólo este fin de semana –respondió. O algún día más. En ese momento no estaba seguro más que de una cosa: de que la deseaba–. Empezando ahora mismo.



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