jueves, 6 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 20

 

La luz del sol, que entraba a raudales por la ventana del dormitorio, se derramaba sobre las prendas que Paula había ido colocando en la cama. Allí había más ropa de la que podría necesitar para sólo uno o dos días.


Y había variedad. Era como si la persona que había comprado todo aquello hubiese pensado en cualquier contingencia que pudiese presentarse: ropa informal, un sencillo vestido de cóctel rojo… y hasta un bañador negro demasiado sexy.


Para el desayuno de esa mañana escogió un vestido de tirantes de color aguamarina con un estampado floral y unas sandalias.


Y había otra bolsa que, según había podido entrever con un rápido vistazo, contenía ropa interior, un camisón, y un neceser con cosméticos y artículos de aseo.


Tiempo atrás apenas se habría fijado en el lujo que la rodeaba en aquella suite de hotel porque era a lo que había estado acostumbrada. Ahora sabía lo mucho que había que trabajar para poder vivir incluso modestamente. Se le hacía raro haber vuelto a aquel mundo que años atrás casi se la había tragado.


Decidida a mantener sus valores inamovibles, salió al salón, donde Pedro estaba sentando a los gemelos en el carrito doble que les habían traído.


Al verla aparecer alzó la vista y sonrió. El brillo de sus ojos verdes y los hoyuelos en sus mejillas la atraían como un imán, como si quisieran arrastrarla a ese pequeño círculo de la familia feliz. Eso podría ser peligroso; tenía que mantenerse a distancia por su bien. Además, no era de las mujeres que saltaban así como así a la cama de un extraño. Un extraño que le resultaba más intrigante a cada segundo que pasaba…


–¿Lista? –le preguntó Pedro.


–Creo que sí.


–Me alegra ver que te queda bien la ropa. Aunque para desayunar con los gemelos quizá deberíamos habernos puesto un mono de trabajo.


Antes de que pudiera reírse o responder a eso, sonó el teléfono de Pedro, que alzó una mano.


–Espera un momento, tengo que contestar; es una llamada de trabajo.


Mientras hablaba tomó un maletín del sofá. Luego fue a abrir la puerta y le indicó con un ademán que saliera primera. Paula tomó las asas del carrito y lo empujó fuera, al pasillo, antes de pulsar el botón del ascensor, en el que entraron segundos después.


Un par de plantas más abajo se abrieron las puertas y entró un matrimonio mayor vestido de manera informal, aunque impecables, para ir a hacer turismo.


Al ver a los gemelos el marido se inclinó hacia su esposa y le susurró algo sonriéndole de un modo nostálgico y señalando a los pequeños.


–¡Qué niños tan preciosos tienen! –le dijo la mujer a Paula.


Pero antes de que ella pudiera corregirla el ascensor se detuvo al llegar al vestíbulo y el matrimonio salió antes que ellos. Paula le lanzó una mirada vergonzosa a Pedro. Suerte que estaba agarrando el carrito, porque de pronto las rodillas empezaron a temblarle.


Tenía que intentar calmarse. Dentro de nada estaría desayunando con un miembro de la realeza, algo que la intimidaba bastante a pesar de que sus padres siempre se habían codeado con gente importante. Tal vez pudiera serle útil como un contacto para su pequeño negocio, aunque no comprendía muy bien qué clase de persona invitaba a un desayuno de negocios a dos bebés.



FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 19

 


Después de que Paula se marchara Pedro se quedó sentado un rato en el balcón, mirando la silueta de la ciudad recortada en el cielo. El fuego del beso que habían compartido todavía chisporroteaba en su interior. Apuró el agua con gas de su copa mientras esperaba a que Paula apagara la luz de su mesilla.


Tenía razón en que no sería una buena idea dejarse llevar por la atracción que sentían el uno hacia el otro. Los dos tenían buenas razones para que su relación no pasara de ser meramente profesional. En su caso, bastante complicaciones había ya en su vida, y tenía que intentar mantenerla lo más estable posible por el bien de sus hijos. No quería confundirlos con un desfile interminable de mujeres entrando y saliendo de sus vidas.


Le echó un vistazo al móvil, que descansaba sobre la mesa, donde lo había dejado después de cuatro intentos fallidos de ponerse en contacto con Pamela. Seguía sin devolverle las llamadas, y eso estaba empezando a enfurecerlo. ¿Y si le hubiese pasado algo a los niños? Al menos debería llamarlo para averiguar por qué estaba intentando hablar con ella.


Justo en ese momento el teléfono se puso a vibrar. Se apresuró a tomarlo, pero en la pantalla el nombre que aparecía era el de su prima Carla.


Hasta sus familiares se preocupaban más por mantener el contacto que la madre de sus hijos. Sus primos Carla y Victor, que también se habían criado en Dakota del Norte, se habían mudado a Charleston y él, que ya no tenía ningún otro pariente en el oeste, había hecho lo mismo.


–Hola, Carla. ¿Todo bien?


–Sí, nosotros bien –respondió su prima–. Las niñas por fin se han dormido. Llevo toda la tarde acordándome de ti. Me sabe tan mal no haber podido ayudarte…


–No hacía falta que llamaras para disculparte otra vez, Carla. De verdad que lo entiendo.


–Bueno, en realidad te llamaba por lo de Camila.


Vaya, con todo lo que había pasado se había olvidado por completo de que la esposa de su primo Victor se había puesto de parto.


–¿Cómo está?


–Ha dado a luz justo antes de medianoche a un niño. La madre y el bebé están estupendamente, y su hermanito y su hermanita están deseando ir mañana para conocerlo.


–Felicítalos de mi parte cuando los veas. En cuanto regrese a la ciudad pasaré a hacerles una visita.


–Se lo diré –respondió Carla–. Pero también te llamaba por otra razón. Ahora que Camila ha tenido al bebé, Victor ha ido a recoger a los niños a casa de su hermana Sofia, y ella me ha dicho que no le importaría encargarse de los gemelos. Podrías llevárselos mañana por la mañana a primera hora.


–Es muy amable por su parte, pero no me parece justo…


–Yo podría relevarla dentro de un par de días, cuando el antibiótico empiece a hacer efecto y lo de mis niñas ya no sea tan contagioso –añadió Carla.


No parecía mala idea, pero Pedro vaciló y giró la cabeza hacia el dormitorio donde dormían Paula y los niños.


–No sé, vosotras ya tenéis bastante carga –murmuró.


–Somos parientes, Pedro, y queremos ayudar –insistió Carla.


Pedro sabía que lo decía de corazón, pero lo cierto era que se sentía más tranquilo teniendo a los niños consigo… y que también quería que Paula se quedara. Quería conocerla mejor. Necesitaba tiempo para desentrañar aquella poderosa atracción que había entre ellos.


–Y yo os lo agradezco –respondió él–, pero no es necesario. Tengo ayuda.


–¿Has contratado a una niñera?


–Bueno, en realidad no es una niñera. Es más bien… es una amiga.


–¿Una amiga? –repitió Camila, sin duda con la esperanza de sonsacarle.


–Sí, una amiga.


–Eso es todo lo que vas a contarme, ¿no? –murmuró Camila riéndose.


–No hay mucho más que contar –respondió él.


«Aún», añadió para sus adentros, dejando que sus ojos vagaran de nuevo hacia la puerta del dormitorio. Se imaginó a Paula acurrucada bajo las sábanas, vestida con su camisa.


–Ah, así que la relación todavía está un poco verde –dijo Carla traviesa–. Aunque no demasiado, imagino, o no estaría ahí, contigo y con los niños. Porque hasta donde alcanza mi memoria hace bastante que no sales con una mujer, y no has dejado que ninguna de las mujeres con las que has salido se acercara a los niños.


La perspicacia de su prima lo hizo sentirse incómodo.


–Bueno, creo que ya basta de elucubrar sobre mi vida por una noche, ¿no te parece? –gruñó–. Además, te tengo que dejar.


–No pienso darme por vencida. Cuando vuelvas quiero más detalles –insistió Carla–. Y quiero conocerla. Ya sé que eres un hombre reservado, pero somos familia, y me preocupo por ti.


–Lo sé. Te llamaré cuando vuelva; un beso.


Pedro colgó el teléfono sintiéndose culpable por haber rechazado la ayuda que le había brindado Carla. Claro que tampoco le parecía bien decirle a Paula que volviese a Charleston y hacer que la hermana de su primo tuviese que hacerse cargo de sus hijos sólo porque a su ex se le había ocurrido dejárselos sin avisar.


Lo mirara por donde lo mirara era un desastre. Y, con todo, no podía dejar ir a Paula. Sospechaba que cuando regresase a Charleston pondría toda la distancia posible entre ellos. Necesitaba tiempo con ella ahora.


La imagen de Paula persiguiendo a sus críos recién bañados regresó a su mente en ese momento. Era la viva imagen de la vida familiar que le gustaría tener y que no tenía. Se sentía bien con Paula a su lado.



FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 18

 


Paula se había quedado inmóvil, intentando ignorar sin éxito el cosquilleo que le subía y bajaba por el brazo con cada pasada de los dedos de Pedro. La oscuridad y los sonidos distantes de la noche creaban un ambiente demasiado íntimo que parecía aislarlos del resto del mundo.


Paula dio un paso atrás.


–¿Has buscado ya a otra persona que pueda ocuparse de los niños?


–¿Para qué? –inquirió él–. Ya te tengo a ti.


–Nuestro acuerdo sólo es de veinticuatro horas.


–Creía que habías dicho que no tenías problema en quedarte un día más –apuntó Pedro dando un paso hacia ella–. Incluso llamaste a tu socia para hablarlo con ella.


–Sí, pero eso fue cuando pensaba que sólo se trataba de trabajo.


–Estás enfadada.


–No, no estoy enfadada. Me siento frustrada y decepcionada. Decepcionada con los dos por habernos dejado llevar de esta manera, olvidándonos por completo de lo que nos dicta el sentido común. Mi prioridad es mi negocio igual que para ti lo son tus hijos.


–Sí, pero el que tenga claras mis prioridades no anula la atracción que siento hacia ti –replicó él–. Además, soy perfectamente capaz de separar el placer de los negocios.


Aunque hacía un momento lo había negado, Paula estaba empezando a enfadarse de verdad.


–¡No me estás escuchando! Lo que acaba de pasar no puede volver a repetirse. Apenas nos conocemos, y los dos tenemos puestas muchas expectativas en este viaje, así que te agradecería que no jugaras conmigo. Que te quede bien claro: no-más-besos –le reiteró, pinchándolo en el pecho con un dedo.


Luego entró y se dirigió al dormitorio antes de que Pedro pudiera hacer que su fuerza de voluntad se tambaleara de nuevo. Sin embargo, cuando cruzaba el amplio salón oyó su voz desde el balcón que decía: «Pues es una lástima».


Paula no podía estar más de acuerdo. Conciliar el sueño esa noche le resultaría muy difícil, no sólo porque no dejaría de echarse la culpa por haberse dejado llevar de esa manera, sino también por el deseo frustrado que palpitaba en su interior.



miércoles, 5 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 17

 


La suave presión de los labios de Pedro contra los suyos sorprendió a Paula, que se quedó paralizada unos segundos. Luego el corazón empezó a latirle como loco, y la sorpresa se convirtió en deseo.


Pedro se levantó sin apartar los ojos de ella. Paula se levantó también, y rodearon la mesa para encontrarse el uno en brazos del otro. Paula se agarró a sus hombros aturdida. La había pillado con la guardia baja, se dijo: aquella cena romántica, la luz de la luna, la suave música… Todo eso había disipado las tensiones acumuladas en su cuerpo. Hacía tanto tiempo que no se sentía tan relajada… Había estado tan ocupada intentando levantar cabeza para reconstruir su vida… Incluso el haberse abierto acerca de su divorcio la había hecho sentirse bien. Sin embargo, también había hecho añicos su coraza; la había dejado desprotegida.


Dios, a veces Pedro podía resultar brusco y hasta algo hosco cuando hablaba, pero… vaya si se tomaba su tiempo cuando besaba… Paula subió una mano a su cuello, y sus dedos se enredaron en el corto cabello de él para luego saborear la textura algo áspera de la sombra de barba en sus mejillas.


Los labios de Pedro, que se movían con seguridad sobre los suyos, consiguieron que abriera la boca para dejar paso a su lengua. Paula se apretó más contra él, y su respiración se tornó entrecortada.


El olor del aftershave de Pedro se mezclaba con el aroma salado del mar, y el sabor a especias en su boca sazonaba su beso, tentando sus sentidos e instándola a mandar la lógica a paseo. Las caricias de su lengua le hicieron desear más. Más de él.


Qué fácil sería seguirlo al dormitorio y arrojar a un lado todo el estrés y las preocupaciones igual que las prendas de las que se despojarían. Sin embargo, luego llegaría el amanecer, y con él todas aquellas preocupaciones regresarían multiplicadas por la falta de autocontrol de ambos.


Aquello era una locura y no podía permitirse locuras. Aferrándose a la poca fuerza de voluntad que le quedaba, e incapaz de despegar sus labios de los de él, se apartó de él.


Se apartó, pero no demasiado; apenas unos milímetros. Cada vez que Paua inspiraba sus fosas nasales se veían inundadas por el olor de Pedro. Se notaba mareada, pero no era tanto por la falta de oxígeno como por el efecto que Pedro tenía en ella.


Éste la condujo hasta su silla, cosa que Paula agradeció porque le temblaban las piernas, y él volvió a sentarse también, sin apartar los ojos de ella. No dejó de observarla un segundo.


Paula dejó escapar una risa nerviosa.


–Esto no me lo esperaba.


–¿Lo dices en serio? –inquirió él .


El pulso acelerado en la vena de su cuello era la única señal visible de que el beso que acababan de compartir lo había dejado tan agitado como a ella.


–Yo llevo queriendo besarte desde que subí al avión –añadió Pedro–. En ese momento tuve la sensación de que la atracción era mutua, y ahora sé que lo es.


Iba a contestar a la arrogancia de Pedro pero un pensamiento hizo que un escalofrío la recorriera.


–¿Por eso me pediste que viniera? ¿No para cuidar de tus hijos sino para intentar seducirme?


Se irguió en la silla deseando llevar puesto algo que le diera un aspecto serio y profesional, en vez de un albornoz y la camiseta que él le había prestado.


–Creía que habíamos hecho un trato, y que los dos estábamos de acuerdo en que no se deben mezclar los negocios con lo personal –añadió.


–¿Y entonces por qué has respondido a mi beso? –le espetó él.


–Me he dejado llevar por mi instinto.


–Entonces admites que te sientes atraída por mí.


Paula sabía que negarlo no serviría de nada.


–Sabes que sí, pero eso no implica que quiera tener nada contigo. No va a volver a ocurrir. Y si por eso vas a volverte atrás respecto a nuestro trato, me da igual. No voy a acostarme contigo para conseguir lo que quiero –le dijo poniéndose de pie.


–Eh, eh… espera un momento –le pidió Pedro levantándose también. Rodeó la mesa para colocarse frente a ella y le frotó el brazo con la mano para tranquilizarla–. Me has malinterpretado. Para empezar, no creo que seas la clase de persona que utiliza su cuerpo para abrirse camino en el mundo. Y en segundo lugar, nunca he ofrecido dinero ni privilegios a una mujer a cambio de sexo, ni pienso hacerlo.



FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 16

 


Hacía demasiado tiempo de la última vez que había practicado el sexo. Ésa tenía que ser la razón de aquella reacción desproporcionada que estaba teniendo, se dijo. Y a juzgar por el fuego que había en los ojos de ella, parecía que Paula estaba sintiendo lo mismo.


Pedro estaba empezando a darse cuenta de que tenían algo más en común que aquella fuerte atracción. Los dos habían salido escaldados de un matrimonio que había sido un desastre, los dos se habían volcado en el trabajo, y ninguno de los dos quería una relación seria que pudiera traer complicaciones a su vida.


¿Por qué no dejarse llevar entonces por esa atracción? Sí, podría funcionar, sólo sexo, sin complicaciones, sin ataduras. Había un segundo dormitorio vacío donde no despertarían a los niños, y desde lo suyo con Pamela siempre llevaba preservativos encima. Con un embarazo inesperado ya había tenido bastante.


Además el ambiente no podía ser más romántico, con la luz de la luna bañando el balcón, y Paula no llevaba demasiado debajo del albornoz. ¿Por qué no tantearla?


Tomada la decisión, Pedro sacó la rosa del jarroncito que había en medio de la mesa, y deslizó el rojo capullo por la nariz de Paula, que parpadeó sorprendida, pero no dijo una palabra ni se movió. «Qué diablos», pensó Pedro. Y, envalentonado, trazó el contorno de sus labios con el capullo antes de inclinarse hacia delante y besarla.



FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 15

 


Pedro dejó su copa en la mesa con cuidado. La sangre le hervía en las venas con lo que estaba oyendo, y temía que, de no soltar la copa, la haría añicos.


–A ver si lo he entendido: ¿tu ex te dejó porque no podíais tener un hijo juntos?


–Bingo –respondió ella con una sonrisa tirante.


–Menudo imbécil –dijo Pedro–. Sería un placer ir y patearle el culo en tu nombre.


Paula esbozó una débil sonrisa.


–No es necesario, gracias. Ya no soy tan boba como era antes; ahora, cuando creo que alguien se merece una patada en el culo se la doy yo misma.


–Me alegra oír eso –respondió Pedro.


Admiraba sus agallas y la fuerza interior que tenía. Por lo que le había contado, parecía que había reconstruido su vida después de dos duros golpes que habrían dejado noqueada a la mayoría de la gente.


–Intento no machacarme con aquello. No tenía mucha experiencia escogiendo a la gente que dejaba entrar en mi vida, así que supongo que era de esperar que lo nuestro no funcionara.


–Pues a mí me parece que quien lo estropeó fue él y no tú –Pedro alargó una mano y le acarició suavemente la mano.


Paula abrió mucho los ojos, como sorprendida, pero no apartó su mano.


–Gracias por el voto de confianza, pero estoy segura de que hubo algo de culpa por ambas partes.


–Eso siempre es algo difícil de dilucidar –murmuró él retirando su mano.


–¿Y qué me cuentas de tu ex? ¿Tiene por costumbre irse por ahí y dejarte a los niños?


–No, en realidad no.


La verdad era que Pamela, a pesar de cierta diferencia de opiniones en cuanto al cuidado de sus hijos, era una buena madre. De hecho, cada vez que se los dejaba lloraba como una Magdalena.


–Venga –lo instó Paula–, yo te he contado la patética historia de mi matrimonio; ¿cuál es la tuya?


Pedro prefería no hablar de sus fracasos, pero la luz de la luna y la buena compañía lo empujaron a hacer una excepción.


–Bueno, tampoco fue un drama griego, ni nada de eso. Pamela y yo tuvimos un romance y ella se quedó embarazada –dijo. Lo que Pamela no le había dicho era que a la vez estaba viéndose con otro hombre–. Así que nos casamos por los niños. Lo intentamos, y nos dimos cuenta de que no funcionaba. Cuando los bebés nacieron el divorcio ya estaba en curso.


–Por cómo lo cuentas da la impresión de que lo has llevado todo con mucha calma.


¿Con mucha calma? Nada más lejos de la verdad, pero la vida seguía.


–Tengo a los gemelos. Y Pamela y yo estamos intentando ser unos buenos padres para ellos. Bueno, hasta hoy al menos creía que eso era lo que estábamos haciendo.


Paula alargó una mano para ponerla sobre la suya.


–No puedo decir que entienda lo que tu ex ha hecho hoy, pero creo estáis haciendo un buen trabajo con vuestros hijos. Son unos bebés sanos y preciosos.


El contacto de la suave piel de Paula hizo que una ráfaga de deseo se disparase por las venas de Pedro, pero trató de centrarse en la conversación.


–Bueno, son un par de torbellinos, pero haría cualquier cosa por ellos. Cualquier cosa.



martes, 4 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 14

 


Pedro descubrió, para su sorpresa, que estaba disfrutando mucho de la tarde con Paula y sus hijos. Era casi como si fuesen una familia, pensó pinchando con el tenedor el último trozo de lubina que le quedaba en el plato. Paula, entretanto, ya había empezado con el postre, un pastel de melocotón. Habían dado de comer primero a los bebés y los habían acostado para poder cenar ellos tranquilos en el balcón.


Les habían dispuesto la cena en la mesa de hierro forjado con una solitaria rosa roja entre ambos. La luz de los candelabros que había en la pared, a ambos lados de las puertas abiertas, arrojaba una luz tenue y cálida sobre ellos, y desde dentro llegaban unas suaves notas de música que Pedro había puesto con su iPod. En realidad la idea era conseguir que Olivia y Baltazar se durmieran, pero a la vez creaba un ambiente muy íntimo.


Y a ello contribuía también la belleza que tenía frente a sí. Paula se había cambiado, poniéndose una camiseta que él le había prestado, y encima el albornoz del hotel. Parecía que acabase de levantarse de la cama, y la brisa del océano agitaba su cabello rubio suavemente.


Pedro no había tenido muchas citas desde que se había divorciado, y cuando había tenido alguna se había cuidado mucho de separar aquello de sus hijos.


El tener a Paula a su lado para ocuparse de los niños esa noche había hecho que la tarea resultase la mitad de agotadora, y aquello lo hizo sentirse irritado una vez más por no haber conseguido que su matrimonio funcionase.


Pamela y él habían sabido que no sería fácil, pero los dos habían decidido intentarlo, por sus hijos. O al menos eso era lo que él había pensado, hasta que había descubierto que Pamela no estaba segura siquiera de que él fuera el padre biológico.


Se le hizo un nudo en el estómago. No, diablos, Olivia y Baltazar eran sus hijos. Su apellido estaba escrito en el certificado de nacimiento de ambos, y se negaba a dejar que nadie se los quitase. Pamela le había asegurado que no iba a recurrir la sentencia de custodia compartida, pero ya le había mentido antes, y de tal modo que le costaba confiar en su palabra.


Estudió en silencio a la mujer sentada frente a él, deseando poder saber qué estaría pensando, pero parecía tener un control tan férreo sobre sí que no dejaba traslucir nada.


Sabía que no podía juzgar a todas las mujeres por la mala experiencia que había tenido con Pamela, pero desde luego lo había hecho bastante desconfiado. Quien se dejaba engañar una vez era un ingenuo, pero quien se dejaba engañar dos veces era un idiota.


Además, Paula estaba allí por un único motivo: porque lo necesitaba como trampolín para afianzar su pequeño negocio; no había ido a San Agustín para jugar a papás y mamás con él. Mientras no se olvidara de aquello, todo iría bien, se dijo.


–Se te dan bien los niños –comentó.


–Gracias –respondió ella, como si pensara que sólo lo decía por decir.


–No, lo digo en serio; seguro que serás una madre estupenda algún día.


Ella sacudió la cabeza y apartó el plato con su postre a medio comer.


–No quiero tener hijos sola, y mi experiencia con el matrimonio no resultó bien.


Pedro no le pasó inadvertida la amargura en su voz. Se llevó su copa a los labios para tomar un sorbo y, mirándola por encima del borde, le dijo:

–Lamento oír eso. 


Paula suspiró.


–Me casé con un tipo que parecía perfecto. Ni siquiera le interesaba el dinero de mi familia. De hecho, accedió a firmar un acuerdo prematrimonial ante la insistencia de mi padre para demostrarlo. Me pasé toda mi adolescencia preguntándome si la gente se acercaba a mí porque querían mi amistad o por ser quien era. Me sentí bien al pensar que había encontrado a alguien que me quería de verdad.


–Bueno, se supone que así es como deben de ser las cosas en el amor.


–Sí, es como se supone que deberían ser. Pero estoy segura de que entiendes lo que es cuestionarse los motivos de todas las personas que se acercan a ti. Imagino que a ti también te pasa.


–Hubo un tiempo en que no. Crecí en Dakota del Norte, y mi familia era gente sencilla y trabajadora; eran granjeros –le dijo Pedro–. En mi tiempo libre me iba de acampada, de pesca…


–Qué suerte –murmuró ella–. La mayoría de las amigas que yo tenía en el colegio privado al que iba querían ser mis amigas porque mi madre nos llevaba de compras a Nueva York. Cuando cumplí los dieciséis nos pagó a mis amigas y a mí un viaje a las Bahamas. No me extraña que no tuviera amigas de verdad.


Pedro sintió lástima por ella. Tener que cuestionarse los motivos de la gente siendo un adulto era duro, pero que esa preocupación la hubiese tenido ella de niña… esas cosas podían marcar la vida de una persona. Pensó en sus hijos y se preguntó qué podría hacer para evitarles pasar por eso.


–O sea que tu ex parecía el hombre de tus sueños porque firmó ese acuerdo prenupcial. ¿Y luego…?


–Su única condición era que yo no aceptaría ningún dinero de mi familia –continuó Paula. Había dolor en su mirada, que se tornó de pronto distante, y extrañamente, aunque acababan de conocerse, Pedro sintió ese dolor como si fuera suyo–. El dinero que mi familia quisiera dejarme iría a un fondo para los hijos que tuviéramos, y nosotros viviríamos por nuestros propios medios. Me pareció honorable.


–¿Y qué pasó? –inquirió él, llevándose la copa a los labios para tomar otro sorbo.


–Que era alérgica a su esperma.


Pedro casi se ahogó con el agua que había bebido.


–¿Podrías repetir eso?


–Lo que has oído; era alérgica a sus espermatozoides. Los dos éramos fértiles, pero por algún motivo no éramos compatibles –explicó. Se apoyó en la mesa cruzando los brazos y se inclinó un poco hacia delante–. Yo me sentí triste cuando el médico nos dio la noticia, pero pensé: «Siempre podemos adoptar». El problema fue que Alejandro no pensaba lo mismo.