jueves, 6 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 19

 


Después de que Paula se marchara Pedro se quedó sentado un rato en el balcón, mirando la silueta de la ciudad recortada en el cielo. El fuego del beso que habían compartido todavía chisporroteaba en su interior. Apuró el agua con gas de su copa mientras esperaba a que Paula apagara la luz de su mesilla.


Tenía razón en que no sería una buena idea dejarse llevar por la atracción que sentían el uno hacia el otro. Los dos tenían buenas razones para que su relación no pasara de ser meramente profesional. En su caso, bastante complicaciones había ya en su vida, y tenía que intentar mantenerla lo más estable posible por el bien de sus hijos. No quería confundirlos con un desfile interminable de mujeres entrando y saliendo de sus vidas.


Le echó un vistazo al móvil, que descansaba sobre la mesa, donde lo había dejado después de cuatro intentos fallidos de ponerse en contacto con Pamela. Seguía sin devolverle las llamadas, y eso estaba empezando a enfurecerlo. ¿Y si le hubiese pasado algo a los niños? Al menos debería llamarlo para averiguar por qué estaba intentando hablar con ella.


Justo en ese momento el teléfono se puso a vibrar. Se apresuró a tomarlo, pero en la pantalla el nombre que aparecía era el de su prima Carla.


Hasta sus familiares se preocupaban más por mantener el contacto que la madre de sus hijos. Sus primos Carla y Victor, que también se habían criado en Dakota del Norte, se habían mudado a Charleston y él, que ya no tenía ningún otro pariente en el oeste, había hecho lo mismo.


–Hola, Carla. ¿Todo bien?


–Sí, nosotros bien –respondió su prima–. Las niñas por fin se han dormido. Llevo toda la tarde acordándome de ti. Me sabe tan mal no haber podido ayudarte…


–No hacía falta que llamaras para disculparte otra vez, Carla. De verdad que lo entiendo.


–Bueno, en realidad te llamaba por lo de Camila.


Vaya, con todo lo que había pasado se había olvidado por completo de que la esposa de su primo Victor se había puesto de parto.


–¿Cómo está?


–Ha dado a luz justo antes de medianoche a un niño. La madre y el bebé están estupendamente, y su hermanito y su hermanita están deseando ir mañana para conocerlo.


–Felicítalos de mi parte cuando los veas. En cuanto regrese a la ciudad pasaré a hacerles una visita.


–Se lo diré –respondió Carla–. Pero también te llamaba por otra razón. Ahora que Camila ha tenido al bebé, Victor ha ido a recoger a los niños a casa de su hermana Sofia, y ella me ha dicho que no le importaría encargarse de los gemelos. Podrías llevárselos mañana por la mañana a primera hora.


–Es muy amable por su parte, pero no me parece justo…


–Yo podría relevarla dentro de un par de días, cuando el antibiótico empiece a hacer efecto y lo de mis niñas ya no sea tan contagioso –añadió Carla.


No parecía mala idea, pero Pedro vaciló y giró la cabeza hacia el dormitorio donde dormían Paula y los niños.


–No sé, vosotras ya tenéis bastante carga –murmuró.


–Somos parientes, Pedro, y queremos ayudar –insistió Carla.


Pedro sabía que lo decía de corazón, pero lo cierto era que se sentía más tranquilo teniendo a los niños consigo… y que también quería que Paula se quedara. Quería conocerla mejor. Necesitaba tiempo para desentrañar aquella poderosa atracción que había entre ellos.


–Y yo os lo agradezco –respondió él–, pero no es necesario. Tengo ayuda.


–¿Has contratado a una niñera?


–Bueno, en realidad no es una niñera. Es más bien… es una amiga.


–¿Una amiga? –repitió Camila, sin duda con la esperanza de sonsacarle.


–Sí, una amiga.


–Eso es todo lo que vas a contarme, ¿no? –murmuró Camila riéndose.


–No hay mucho más que contar –respondió él.


«Aún», añadió para sus adentros, dejando que sus ojos vagaran de nuevo hacia la puerta del dormitorio. Se imaginó a Paula acurrucada bajo las sábanas, vestida con su camisa.


–Ah, así que la relación todavía está un poco verde –dijo Carla traviesa–. Aunque no demasiado, imagino, o no estaría ahí, contigo y con los niños. Porque hasta donde alcanza mi memoria hace bastante que no sales con una mujer, y no has dejado que ninguna de las mujeres con las que has salido se acercara a los niños.


La perspicacia de su prima lo hizo sentirse incómodo.


–Bueno, creo que ya basta de elucubrar sobre mi vida por una noche, ¿no te parece? –gruñó–. Además, te tengo que dejar.


–No pienso darme por vencida. Cuando vuelvas quiero más detalles –insistió Carla–. Y quiero conocerla. Ya sé que eres un hombre reservado, pero somos familia, y me preocupo por ti.


–Lo sé. Te llamaré cuando vuelva; un beso.


Pedro colgó el teléfono sintiéndose culpable por haber rechazado la ayuda que le había brindado Carla. Claro que tampoco le parecía bien decirle a Paula que volviese a Charleston y hacer que la hermana de su primo tuviese que hacerse cargo de sus hijos sólo porque a su ex se le había ocurrido dejárselos sin avisar.


Lo mirara por donde lo mirara era un desastre. Y, con todo, no podía dejar ir a Paula. Sospechaba que cuando regresase a Charleston pondría toda la distancia posible entre ellos. Necesitaba tiempo con ella ahora.


La imagen de Paula persiguiendo a sus críos recién bañados regresó a su mente en ese momento. Era la viva imagen de la vida familiar que le gustaría tener y que no tenía. Se sentía bien con Paula a su lado.



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