La luz del sol, que entraba a raudales por la ventana del dormitorio, se derramaba sobre las prendas que Paula había ido colocando en la cama. Allí había más ropa de la que podría necesitar para sólo uno o dos días.
Y había variedad. Era como si la persona que había comprado todo aquello hubiese pensado en cualquier contingencia que pudiese presentarse: ropa informal, un sencillo vestido de cóctel rojo… y hasta un bañador negro demasiado sexy.
Para el desayuno de esa mañana escogió un vestido de tirantes de color aguamarina con un estampado floral y unas sandalias.
Y había otra bolsa que, según había podido entrever con un rápido vistazo, contenía ropa interior, un camisón, y un neceser con cosméticos y artículos de aseo.
Tiempo atrás apenas se habría fijado en el lujo que la rodeaba en aquella suite de hotel porque era a lo que había estado acostumbrada. Ahora sabía lo mucho que había que trabajar para poder vivir incluso modestamente. Se le hacía raro haber vuelto a aquel mundo que años atrás casi se la había tragado.
Decidida a mantener sus valores inamovibles, salió al salón, donde Pedro estaba sentando a los gemelos en el carrito doble que les habían traído.
Al verla aparecer alzó la vista y sonrió. El brillo de sus ojos verdes y los hoyuelos en sus mejillas la atraían como un imán, como si quisieran arrastrarla a ese pequeño círculo de la familia feliz. Eso podría ser peligroso; tenía que mantenerse a distancia por su bien. Además, no era de las mujeres que saltaban así como así a la cama de un extraño. Un extraño que le resultaba más intrigante a cada segundo que pasaba…
–¿Lista? –le preguntó Pedro.
–Creo que sí.
–Me alegra ver que te queda bien la ropa. Aunque para desayunar con los gemelos quizá deberíamos habernos puesto un mono de trabajo.
Antes de que pudiera reírse o responder a eso, sonó el teléfono de Pedro, que alzó una mano.
–Espera un momento, tengo que contestar; es una llamada de trabajo.
Mientras hablaba tomó un maletín del sofá. Luego fue a abrir la puerta y le indicó con un ademán que saliera primera. Paula tomó las asas del carrito y lo empujó fuera, al pasillo, antes de pulsar el botón del ascensor, en el que entraron segundos después.
Un par de plantas más abajo se abrieron las puertas y entró un matrimonio mayor vestido de manera informal, aunque impecables, para ir a hacer turismo.
Al ver a los gemelos el marido se inclinó hacia su esposa y le susurró algo sonriéndole de un modo nostálgico y señalando a los pequeños.
–¡Qué niños tan preciosos tienen! –le dijo la mujer a Paula.
Pero antes de que ella pudiera corregirla el ascensor se detuvo al llegar al vestíbulo y el matrimonio salió antes que ellos. Paula le lanzó una mirada vergonzosa a Pedro. Suerte que estaba agarrando el carrito, porque de pronto las rodillas empezaron a temblarle.
Tenía que intentar calmarse. Dentro de nada estaría desayunando con un miembro de la realeza, algo que la intimidaba bastante a pesar de que sus padres siempre se habían codeado con gente importante. Tal vez pudiera serle útil como un contacto para su pequeño negocio, aunque no comprendía muy bien qué clase de persona invitaba a un desayuno de negocios a dos bebés.
Qué carácter Pau, Me encanta esta historia.
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