Por su parte, Pedro pensaba que Samuel Harding no era ningún tonto, debía reconocer que si el rancho tenía tanto éxito se lo debía a su nieta, por ser una excelente relaciones públicas.
—Puede que tu abuelo no quiera venderte la hacienda, por algún motivo que no se atreva a decirte.
—¿Cómo cuál?
—No sé. Quizá no pueda soportar que el negocio se vaya al garete y que eso te rompa el corazón.
—Lo que me rompería el corazón sería, ver el rancho en manos de otra gente —dijo Paula, furiosamente.
Pedro la observó durante un buen rato, antes de volver la mirada hacia el maravilloso paisaje.
A todo esto, Bandido se puso a dormitar con el morro puesto sobre las piernas de Alfonso. En el caso de que se quedaran dormidos, no había que temer a las serpientes. Tanto el perro como los caballos estarían alerta, por si surgía algún imprevisto.
Sin embargo, Pedro no quería dormir. El suave olor que emanaba de la presencia de Paula, le hacía recordar su propia masculinidad… ese cálido deseo que convivía con él, desde el día que la conoció.
Le volvió a acariciar el cabello.
—Debe ser caro asignarle a un único turista los cuidados de un monitor —murmuró Alfonso.
Como Paula no contestaba, pensó que se había quedado dormida.
—No es corriente que un guía se ocupe únicamente de una persona —acabó diciendo la monitora.
—¡Oh! Qué honor.
La joven se echó a reír.
—Lo normal es que cada monitor controle a dos o tres jinetes. Depende del grado de destreza de los turistas.
—Depende de la destreza, ¿eh? —comentó orgullosamente, el joven, mientras se fijaba en el pecho de Paula que ascendía y bajaba rítmicamente, con su respiración.
Deseaba verla desnuda, poder acariciar su piel y tocarle esos pechos que tanto le estaban tentando. Tenía la necesidad de manifestarle su amor, cubriéndola únicamente con su propio aliento.
La voz de Paula le hizo volver a la realidad.
—Tú mismo podrías ser un guía, porque montas muy bien a caballo.
—La verdad es que no entra dentro de mis planes —contestó Pedro, sucintamente.
—Claro. Déjame adivinarlo: los vaqueros no ganan mucho dinero, más bien todo lo contrario.
—Aun cobrando poco, debe ser muy caro contratar a tantos vaqueros.
—Así es el negocio del rancho. Lo que vendemos es recuperar la identidad romántica de la vieja América. Ofrecemos la posibilidad de pasar unos días como lo hacían los pioneros del Oeste, es decir conduciendo el ganado por las montañas, montados a caballo… Es caro, pero se trata de un lujo.
—Y además hacéis trabajar a los turistas como a cualquier vaquero… —dijo sorprendido, Pedro—. Incluso tienen que montar ellos mismos su propia tienda de campaña…
—Por supuesto. Sin embargo, los niños tienen derecho a un descuento. Los menores de catorce años sólo pagan parte de la cuota y los crios de menos de cinco no tienen que abonar ninguna cantidad. No son nuestros clientes potenciales, dado que no realizan ninguna tarea.
—Nunca he pedido que me hicierais un descuento por ser un amigo de la familia —bromeó por lo bajo, Alfonso.
—Tu tienes dinero de sobra, Pedro y no necesitas ninguna rebaja.
Al joven no le preocupaba el dinero, pero se preguntaba si podía permitirse el lujo de exponer su mente al barlovento de Paula, durante los próximos días. Ella podía ser verdaderamente peligrosa para su equilibrio mental.
—Querida, hablando de nuestra amistad… —quiso comentar. Pedro.
—¿Qué ocurre? —preguntó al instante Paula.
—Creo que no va a funcionar —dijo Alfonso, apesadumbrado.
—No veo por qué: estamos en un lugar lleno de aire puro, comiendo excelentemente y viviendo constantemente en plena naturaleza. ¿Qué necesidad tienes de practicar el sexo?
Pedro no podía creer lo que percibían sus oídos. A veces, Paula le dejaba con la boca abierta.
—No puedo seguir pensando que somos sólo amigos —dijo Pedro, sinceramente.
—Pero si estábamos de acuerdo…
—No me importa que estuviésemos de acuerdo —comentó el joven, frustradamente—. He intentado tener una relación sólo de amistad contigo, pero la verdad es que no puedo parar de pensar en ti, a lo largo del día y de la noche. También tomé la decisión de ser rastrero e intentar seducirte vilmente, pero tampoco he podido hacerlo. No eres el tipo de mujer que sugiera un comportamiento tan solapado.
—No estoy de acuerdo, Pedro. Puedes intentar seducirme perfectamente.
—No me lo digas dos veces…
Paula alzó la barbilla orgullosamente. La verdad es que más que seducirla, habría que gobernarla, teniendo en cuenta lo fuerte que era su carácter.
—De acuerdo. No puedo seducirte… Pero, una relación ardiente y sin complicaciones te sentaría muy bien —le ofreció Alfonso—. Te puedo garantizar que iba a ser realmente apasionada.
—Lo siento, pero no me interesan los ligues pasajeros.
—No me estoy refiriendo a eso —dijo Pedro, respirando con dificultad.
Los ojos de Paula mostraban la batalla que estaba teniendo lugar en su alma: por una parte el cuerpo le indicaba un camino, pero su cerebro le conducía por la senda opuesta.
—Por mucho que durara varios meses, mi relación contigo seguiría siendo pasajera —murmuró Paula, testarudamente.
—No lo creo —respondió Pedro, pensando que hacer el amor con ella podía ser una de las sensaciones más intensas y especiales de su vida—. Por favor, querida, dame una oportunidad. Yo sé que te sientes atraída por mí; además has trabajado tan duro para alcanzar tus metas personales, que no has tenido tiempo de disfrutar de los placeres de la vida. Te lo digo, por experiencia. Deberíamos aprender a relajarnos mutuamente.
La joven respondió airadamente:
—No sabes lo que me estás pidiendo.
—Pero… —Alfonso prefirió callarse.
Los hombres y las mujeres tenían una visión del sexo bien distinta. Tenía que admitir que los varones eran mucho menos exigentes a la hora de elegir a una compañera.
Pedro se quedó pensando que no tenía la más mínima idea de lo que buscaban las mujeres en una relación sentimental. Le sorprendió la idea de que, quizá, no tenía mucho que ofrecerle a Paula, más allá del sexo.
—¿Por qué para ti, tiene que ser todo para siempre? —preguntó Alfonso desesperado. Nunca había deseado tanto a alguien, como deseaba a Paula. ¡Ella era tan distinta a las mujeres que solía frecuentar! Paula no era calculadora; era honesta y voluntariosa.
—Es que soy así —dijo la vaquera, mordiéndose el labio y devolviéndole la mirada a su acompañante.