Debía de estar loca, rechazando a un tipo como Pedro Alfonso. Siendo quién era, podía resultar mucho más engreído e inaccesible. ¡Y pensar que la deseaba apasionadamente!
Paula le apartó un mechón de pelo que le tapaba la frente.
—Supongo que no somos tan distintos, al fin y al cabo —dijo la joven, luchando lo indecible para no estrecharlo entre sus brazos.
—¿Hablas en serio?
—Claro. Creo que tienes razón: hemos trabajado tan duro que necesitamos vivir la vida más intensamente. No es que me esté refiriendo a tener una aventura…
—Lo comprendo —contestó Pedro, suavemente.
Paula le acarició esa vez los labios y la barbilla… No podía negar que le apetecía mucho tocar ese cuerpo tan masculino.
La monitora suspiró profundamente. Se moría por que Pedro la besara de nuevo, como lo había hecho el otro día en el establo. Sus cuerpos se habían unido íntimamente, formando un todo… Tenía que existir una solución conjunta para los dos.
—Podríamos ayudarnos entre nosotros, como amigos, claro está.
—Sí, claro. La amistad es muy importante.
Ambos coincidieron en la mirada y Merrie se sintió de algún modo, triunfante.
—Los amigos se besan de vez en cuando, y no tiene por qué haber algo más entre ellos.
—Cielos… —se quejó Pedro, mientras tomaba la nuca de Paula para darle un beso en la boca.
Los dos se sumieron en un apabullante cuerpo a cuerpo, aunque la joven esperaba que esta vez, el beso fuese más dulce y sensual que el anterior. Así, ambos podrían aliviar la tensión que existía entre los dos…
Pero Paula se equivocó, la fuerza que les unía se enfervorizó aun más todavía.
Paula se quedó espantada al comprobar el poder que tenía Pedro sobre sus sentidos. No quería que dejara de besarla nunca más, y echó su cabellera hacia atrás. Aquello excitó a Alfonso, que comenzó a penetrar su boca con la lengua, deleitándose con la suavidad de su interior.
La monitora le acarició los brazos y el torso, recordando lo musculosos que eran.
Jamás podría olvidar aquellos instantes tan ajenos al tiempo y al espacio, que provocaban un auténtico torbellino de pasión.
—Esto es pura ambrosía de placer —murmuró Alfonso, al oído de su guía.
—No —contestó Paula—, se trata del afrodisíaco bizcocho de chocolate que nos hemos tomado de postre.
—No necesito el chocolate por muy afrodisíaco que sea, para que me arrebates el sentido —insistió Pedro incorporándose, y tomándola en sus brazos.
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