La vaquera no podía ser más feliz, estaba en Montana, en pleno contacto con la naturaleza y con aquel hombre, que le hacía disfrutar tanto de las sensaciones como ningún otro hombre había sabido hacer.
—Pedro, ¿me puedes decir a qué viene todo esto? —preguntó Paula, desorientada.
—Pídeme lo que quieras que te lo voy a dar…
Los dientes de Alfonso brillaban, más blancos que nunca, lo que hacía contraste con el bronceado de su cuerpo. La joven sabía que Pedro era perfecto, pero no hasta el punto de imaginárselo en una cabina de rayos UVA.
—¿Cómo un broker que está trabajando durante todo el día, puede estar tan moreno? —le susurró Paula, al oído.
—Es que mi despacho da a una terraza… No, en serio, suelo ocuparme del jardín de casa, en cuanto tengo tiempo.
Su casa contaba con mucho terreno. Tenía muchos árboles y arbustos que componían un paisaje bello y sereno, un auténtico compendio equilibrado de naturaleza y sofisticación.
—No necesitas a un jardinero.
—No.
—Pensé que era un símbolo de status y que no podías pasar sin él.
La expresión de su rostro mostró cierta amargura.
—Sé que no vas a creerme, pero el dinero no lo es todo para mí, Paula. Y además, si me gusta el trabajo duro, ¿para qué voy a contratar a un jardinero?
—Tienes razón —añadió la guía, pensando lo mucho que le había sorprendido Pedro.
En efecto, Alfonso le había parecido en un principio, un ser volcado en su trabajo y que valoraba excesivamente el dinero. Pero desde que lo convenció para que fuera a Montana, estaba mucho más natural y relajado. Era una pena que su profesión se desarrollara en un escueto despacho.
Paula se puso a juguetear dibujando los rasgos de su rostro con el dedo índice. De pronto, Pedro lo atrapó con la boca y comenzó a succionarlo sensualmente.
Su acompañante sentía que iba a derretirse de un momento a otro, sobre la manta de cuadros.
—Puede que no sea una buena idea continuar así…
—Sería un auténtico error parar de besarnos y acariciarnos —respondió Alfonso, con voz ahogada.
Sin embargo, aunque no había pensado besarla, había sido ella la que le había inducido a ello. No cabía duda de que Paula procedía de una familia de pioneros, cuya obstinación y perseverancia, habían levantado un rancho contra viento y marea. ¡La determinación era lo último que había que perder!
Pedro le deshizo la trenza y esparció sus cabellos sobre los hombros. No pudo evitar imaginar lo bella que estaría, haciendo el amor en una cama…
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