domingo, 28 de febrero de 2021

UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 37

 


No se dio cuenta de que se había quedado dormida, pero la alarma de su teléfono móvil la sobresaltó, despertándola. A juzgar por el escozor de los ojos y por la sensación de mareo que tenía, sospechó que había dormido solo unos minutos.


Pedro se incorporó inmediatamente y miró hacia la ventana. Acababa de amanecer.


—¿Qué hora es? —preguntó medio dormido.


—Las seis y media.


—¿Tienes una reunión o algo así?


—No, pero tengo que irme a casa a darme una ducha.


En realidad, había puesto la alarma tan pronto para evitar las incomodidades del día después.


Él la abrazó y volvió a tumbarla.


—Te puedes duchar aquí —le dijo, dándole un beso en el hombro—. Yo te frotaré la espalda.


Paula se sintió tentada, pero supo que había hecho lo correcto reduciendo aquello a una noche. Pedro era demasiado sexy, demasiado maravilloso para no enamorarse de él. Y lo último que quería en su vida era un hombre errante.


Se había prometido a sí misma que no tendría una relación con ningún hombre que no quisiera vivir siempre en un mismo lugar, así que sabía que no debía salir con Pedro.


A regañadientes, se apartó, le sonrió, le dio un beso y se puso en pie.


Notó la madera fría en los pies y se estremeció. Cuanto antes saliese de allí, mejor.


—¿Nos veremos luego? —le preguntó él con voz de sueño.


—No lo sé —respondió ella en tono profesional—. Mañana vendré con unos clientes, pero te lo tengo que confirmar. Con respecto a hoy, no creo que nos veamos salvo que alguien llame y pida ver la casa.


—Hablabas en serio con lo de que iba a ser solo una noche, ¿verdad? — comentó él con incredulidad.


Después de la noche que habían pasado juntos, Paula entendía que pensase que estaba loca. Mientras se vestía, se dijo que la locura sería continuar con aquello. Lo único que podía pasar si se enamoraba de un hombre como Pedro era que le rompiesen el corazón.


—Tiene que ser así, Pedro. ¿No te das cuenta? Tú eres un trotamundos.


Él no la contradijo, se limitó a asentir con la mirada perdida.


Paula salió de la habitación y se dijo a sí misma.


—Y yo todo lo contrario.




UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 36

 


Se sentaron a comer los sándwiches a la mesa de la cocina y bebieron leche. Después de recuperar energías, volvieron a la pequeña cama. Mientras Pedro le acariciaba los pechos y ella le hacía dibujos en el vientre con un dedo, charlaron.


—¿Cómo es te hiciste agente inmobiliaria? —le preguntó él.


—De niña nos mudábamos de casa constantemente. Mi padre era militar. Le encantaba cambiar y vivir en sitios nuevos —le contó—. Como a ti.


—Supongo que sí.


—Cuando te falta algo, te obsesionas con ello. Yo nunca sentí que tuviese un hogar de verdad. Mi madre ni se molestaba en vaciar todas las cajas. ¿Para qué? Así que desde pequeña me aficioné a leer revistas de decoración.


—¿Y no pensaban tus amigos que estabas loca?


—En realidad no tenía amigos. Siempre he envidiado a esas mujeres que tienen amigas de toda la vida. Es cierto que superé mi timidez y aprendí a relacionarme y a proteger mi corazón para que no se me rompiese cada vez que nos marchábamos de un lugar.


Pedro se tumbó de lado, tomó su rostro y le dio un tierno beso.


—Debiste de sentirte muy sola.


—Sí, pero también me hice independiente y autosuficiente, muy buenas cualidades para una agente inmobiliaria.


—¿Dónde están ahora tus padres? —le preguntó él.


—Mi padre falleció hace un par de años. Mi madre volvió a casarse y vive en California. Trabaja en una tienda de muebles y, si puede evitarlo, nunca va a ninguna parte.


—¿Y tú piensas igual que ella?


—No, a mí me encanta viajar, pero quiero tener un hogar al que volver. Supongo que tengo algo de los dos dentro de mí. Llevo cuatro años en el mismo piso, de alquiler. Estoy ahorrando para comprarme una casa —le contó—. Ojalá pudiese permitirme Bellamy. Es mi casa ideal. Una casa para estar toda la vida, tener hijos, tal vez un perro, conocer a los vecinos.


—Es verdad, es una casa para eso.


Paula estaba cansada, pero no quería perder el tiempo durmiendo.


Se sentía cómoda, contándole sus secretos a Pedro en la oscuridad.


—¿Y tú? He visto una fotografía de tu madre, pero nunca hablas de tus padres.


—No hay mucho que contar —admitió él, mirando al techo—. Se divorciaron cuando yo era muy pequeño, así que nunca he conocido a mi padre. Mamá era hippie. Un espíritu libre. Tenía muchos novios y estos no querían tener a un niño pequeño por allí rondando.


Paula se enfadó al oír aquello.


—Solía mandarme a casa de mi abuela a pasar muchas épocas. A los dos nos parecía bien. Cuando un novio la dejaba, me echaba de menos y volvía a por mí —continuó Pedro—. Todo cambió cuando yo tenía catorce años.


Antes de continuar, se giró hacia ella y le acarició los pechos, el vientre…


—Mamá empezó a salir con otro perdedor, pero yo ya no era un niño y estaba harto. Me fui haciendo autoestop hasta la frontera con Canadá. Quería trabajar en una plataforma petrolífera. En la frontera no me dejaron pasar y yo les dije que mi madre estaba muerta, así que llamaron a mi abuela.


Pedro la acarició más abajo y ella tuvo que hacer un esfuerzo para concentrarse en la historia que le estaba contando.


—Esta hizo un trato conmigo. Si terminaba el instituto y vivía con ella, de premio me compraría un billete para que diese la vuelta al mundo.


—¡Qué mujer tan inteligente!


—Sí. Nunca me gritó. Supo cómo tratarme. También me permitió que transformase el cuarto de baño del sótano en un cuarto oscuro y me ayudó a comprarme mi primera cámara de fotos.


—Impresionante.


—¿Puedes abrir las piernas un poco más?


Ella obedeció de buena gana.


—Después de estudiar periodismo, con veintidós años, me compró ese billete. Y estuve en el momento adecuado en el lugar adecuado. En Namibia. Era agosto de 1999. El Ejército de Liberación de Caprivi se quejaba de que el gobierno estaba desatendiendo la región. El día 2 de agosto, las guerrillas atacaron al ejército y a la policía de Namibia. Yo solo llevaba en la zona un par de días, pero fui uno de los primeros fotógrafos que inmortalizó los enfrentamientos.


—Menudas vacaciones —comentó ella, suspirando de placer.


—Le mandé las fotos a Gabriel Wallenberg, que entonces era el que jefe del departamento de África en World Week. Gabriel las publicó y yo empecé a trabajar con la revista, primero como autónomo y, después, contratado. Como he dicho, estaba en el momento adecuado en el lugar adecuado.


«Y con el talento adecuado», pensó ella.


—¿Y tu madre?


—Murió hace unos años. De cáncer.


—Lo siento.


—Sí. Yo también, pero lo gracioso es que echo mucho más de menos a mi abuela. Supongo que, en realidad, fue mi verdadera madre.


La besó y siguió acariciándola, pero con más determinación. Ella alargó la mano y volvió a encontrar su erección. Aquel hombre era increíble.


Pronto se haría de día y no iba a malgastar ni un minuto durmiendo.




UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 35

 


La llenó por dentro, se instaló en su cuerpo y después ambos empezaron a moverse juntos. La conexión cuando sus miradas se cruzaron fue casi más íntima que la de sus cuerpos.


—Esto —le susurró Paula antes de besarlo—, es un momento perfecto.


—Sí, y va a serlo todavía más.


—Umm.


Paula intentó ir despacio para que aquello durase eternamente, pero Pedro metió una mano entre ambos y empezó a acariciarla.


Casi ni la había tocado cuando Paula notó que llegaba al clímax y se echó hacia atrás. Se sintió como si lo estuviese exprimiendo, vio cómo la mirada de Pedro se perdía, pero este seguía acariciándola. Siguió moviéndose con fuerza encima de él. La cama protestó. A ella le daba igual que se rompiese, ya compraría otra.


Pedro la agarró por las caderas y siguió moviéndose contra su cuerpo.


Ella se sintió explotar por dentro y gritó a la vez que él.


—Oh, Dios mío —dijo después, dejándose caer sobre su pecho húmedo, escuchando lo deprisa que le latía el corazón.


Se quedó como estaba porque no quería dejarlo marchar.


Estuvieron en silencio, saboreando la experiencia.


Después de unos minutos, ella lo besó en el cuello y movió la pelvis.


Sorprendida, se dio cuenta de que la erección de Pedro seguía allí.


—¿Has terminado? —le preguntó.


Él se echó a reír.


—Por supuesto.


—¿Pero sigues estando duro?


—Es algo que me ocurre.


—¿El qué?


—Que sigo duro entre un acto y otro.


—¿Quieres decir que puedo continuar? ¿Sin esperar?


—Sí.


Paula nunca había oído hablar de semejante cosa.


—¿Eres… multiorgásmico?


—¿Vamos a analizarlo o vamos a disfrutar de ello? —replicó Pedro.


Ella decidió que sus hechos hablasen por sí solos y empezó a acariciarle los genitales. Después comenzó a jugar y a explorar todas las maneras en las que podían hacer el amor sin que Pedro forzase la pierna.


Nunca se lo había pasado tan bien en la cama.


Jamás.


Pedro era sencillo, generoso, atlético y tenía una resistencia increíble. Ella estaría agotada mucho antes del amanecer.


Dormitaron. Cuando sintieron hambre, a las tres de la madrugada, bajaron a la cocina.


—¿Qué te apetece? —preguntó Paula, abriendo la nevera.


Iba con el albornoz de Pedro, que le quedaba enorme, y él se había puesto solo los vaqueros, nada más. Tal y como a ella le gustaba.


—Un sándwich caliente de queso.


—Con pepinillos.


—Voy a poner a calentar la sartén. Tú, saca la comida.




sábado, 27 de febrero de 2021

UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 34

 


Vio ante sí el pene más bonito de su vida. Largo, grueso y orgullosamente erguido. Se quedó mirándolo, incapaz de mover las manos, y tuvo la sensación de que se erguía todavía más.


No pudo seguir esperando, tenía que tocarlo. Lo envolvió con su mano y lo apretó con cuidado.


—Recuerda que hace tiempo que no he estado con una mujer. No me hagas quedar mal.


—De acuerdo.


Lo soltó y siguió bajándole los pantalones. Cuando vio la herida que tenía en el muslo, contuvo un grito ahogado. No estaba vendada.


—Debió de dolerte mucho —comentó.


—Tenía que habérmela tapado —le dijo él—, pero no sabía que iba a ocurrir esto.


—No. No pasa nada. Solo siento que te ocurriese algo así.


Se dio cuenta de que tenía que tener cuidado para no hacerle daño.


Tendría que ser ella la que llevase las riendas esa noche para que Pedro no hiciese esfuerzos.


En cierto modo, le gustó la idea, en especial, porque eso significaba que él disfrutaría más.


Se arrodilló ante Pedro para terminar de quitarle los vaqueros y luego lo empujó suavemente sobre la cama.


—¿Qué estás haciendo?


Ella le sonrió de manera sensual.


—¿Recuerdas cuando te tumbabas en esta cama y soñabas con que llegase una mujer que te diese todo lo que deseabas?


—Sí.


—Pues yo soy tu sueño hecho realidad.


Él la agarró por la nuca y le dijo con voz ronca:

—No sabes cuánto.


En realidad no era precisamente una mujer atrevida, pero el deseo de no hacerle daño era más fuerte que el miedo a hacer el ridículo.


Se quitó el tanga y le gustó ver cómo la miraba Pedro. Luego, muy despacio, puso una rodilla en la cama y se sentó a horcajadas sobre él.


—Veo que eres una mujer dominante.


—¿Te molesta?


—No.


—Me alegro.


Paula se sonrió a sí misma al pensar en todas las fantasías que había tenido con aquel momento. Se lo había imaginado en la cama de la habitación principal, en la alfombra, delante de la chimenea. Y en todas las demás habitaciones de la casa, en todas las posturas. No obstante, en ninguna de sus fantasías había sido ella la que había tenido el control de la situación.


Y, no obstante, había algo inmensamente erótico en el hecho de llevar la batuta, en la certeza de que tenía el poder de darle placer a Pedro. Se sentía libre, valiente, sexy…


Se inclinó para besarlo apasionadamente mientras empezaba a frotarse contra su erección, disfrutando del momento y haciendo sufrir a Pedro al mismo tiempo.


Nunca había sido de aprovechar el presente, sino más bien de pensar en el futuro, pero había ocasiones, como aquella, en la que sí podía hacerlo. Si miraba al futuro, aunque fuese solo el más inmediato, el día siguiente, todo aquello se terminaría y aquel hombre que tenía debajo ya no sería su amante.


Volvería a ser su cliente.


La placentera sensación de abandono terminaría. En realidad, nunca le había gustado tener aventuras. Siempre había pensado que no merecían la pena, pero un lío de una noche no le preocupaba. Al día siguiente, no estaría pendiente de que Pedro la llamase, ni de si ella quería que lo hiciese. No habría día siguiente, solo un presente perfecto. Le colocó el preservativo, se hundió en él muy despacio, y supo que su presente nunca había sido tan perfecto como aquel.






UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 33

 


Estaba tan excitada que necesitaba que esa acción empezase cuanto antes.


Lo miró y tuvo la sensación de que él estaba igual. Se acercó más y empezó a besarla de nuevo. No perdió el tiempo plantándole besos en las mejillas ni en la frente, parecían gustarle los besos profundos, húmedos, apasionados. Y a ella le parecía bien. Sus cuerpos se apretaron mientras el beso aumentó en intensidad.


Paula buscó los botones de su camisa y empezó a desabrochárselos.


Tenía la piel bronceada y el pelo del pecho fuerte. Pensó que tenía que besarlo en la clavícula, que tenía muy marcada y pedía su atención. Tenía la piel caliente y suave. Y el contraste de la piel suave y el pelo fuerte le gustó tanto que se apresuró a quitarle la camisa.


Aquello era estupendo. Solo un juego. Nada serio. No tenían futuro, solo iban a divertirse una noche antes de que ella recuperase su vida y dejase aquello solo para el recuerdo. No podía ser mejor.


Empezó a sacarle la camisa del pantalón y él la ayudó, se la quitó y la tiró a un rincón. Después intento desabrochar la suya, pero los botones eran tan pequeños que Paula tuvo que ayudarlo. Se la desabrochó despacio, haciéndole un pequeño striptease. No obstante, por excitada que estuviese, no podía tirar su ropa al suelo, así que dejó la camisa con cuidado encima de la silla.


—Llevas un sujetador muy sexy —comentó él.


—Gracias.


Era nuevo, de seda verde clara, y le había costado una fortuna.


Pedro se dejó caer sobre la cama con los vaqueros, descalzó, con el torso desnudo. Se cruzó de brazos, marcando sus impresionantes bíceps.


—Si te desnudase yo, lo tiraría todo al suelo, así que es mejor que lo hagas tú misma.


La calidez y el humor de su tono de voz no pudieron disfrazar el salvaje deseo que subyacía en ella. La mezcla hizo que Paula contuviese la respiración.


Si alguna vez había deseado tanto a un hombre, no lo recordaba. Se humedeció los labios, lo miró de manera sensual y se tomó su tiempo para quitarse el sujetador. A juzgar por la expresión de Pedro, el modo en el que se le había acelerado la respiración y la manera de retorcerse las manos, el dinero había sido bien empleado.


—No estoy seguro de poder sobrevivir a esta noche —comentó.


Ella sonrió.


—¡Qué manera de morir!


No era de las que presumía de cuerpo, pero era evidente que Pedro estaba disfrutando con su pequeño espectáculo, lo que hizo que se quitase el sujetador todavía más despacio. Después, lo dejó en el respaldo de la silla. De espaldas a él, se desabrochó la falda y se la quitó, permitiendo que Pedro se regocijase con el tanga a juego. Las medias a la altura del muslo no eran muy prácticas, pero lo que les faltaba de cómodas lo tenían de sexis.


—¡Quién habría pensado que debajo de esa ropa de mujer de negocios escondías semejante lencería! Y ese cuerpo.


La agarró por la cintura antes de que tuviese tiempo de darse la vuelta y la besó en la nuca mientras le acariciaba el vientre y subía después hacia los pechos. Tenía las palmas de las manos calientes y un tanto ásperas, y a Paula le encantó la sensación.


Notó su erección contra el trasero, enfundada en los vaqueros, y se giró a besarlo.


Los vaqueros le colgaban de las caderas, tenía el torso moreno, los hombros salpicados de pecas. Parecía tan sólido que se apoyó en él y se frotó contra su cuerpo sin ninguna vergüenza.


Y él se tambaleó.


Aquel hombre tan grande, fuerte y sexy se tambaleó y puso gesto de dolor.


Ella se llevó la mano a la boca.


—Ah, lo siento. Se me había olvidado tu pierna. ¿Te he hecho daño?


—No. Solo he perdido el equilibrio —respondió él.


Paula supo que lo mejor era no darle más importancia al tema. Fue hacia la cama sabiendo que él la seguiría, y se sentó. Cuando él se acercó, se inclinó hacia delante y lo besó en el vientre, donde una línea de vello desaparecía por la cinturilla del pantalón.


Bajó la cremallera y tiró de los vaqueros.


Y no tardó en darse cuenta de que llevaba todavía menos ropa interior que ella.


No llevaba nada.




UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 32

 


—Yo… ah —fue lo último que dijo Paula hasta mucho tiempo después, mientras Pedro la besaba y le recordaba por qué había estado teniendo pensamientos lujuriosos desde que la había besado por primera vez.


En aquella ocasión fue diferente. Paula no tenía dudas. Había puesto sus normas.


Esa noche, Pedro era su amante.


Al día siguiente, volvería a ser su cliente.


No pasaba nada. Y cuanto más profundizaba Pedro el beso, más lo deseaba ella. Se inclinó hacia delante y se apoyó en su cuerpo mientras él le acariciaba la espalda. Su boca jugó con ella, la sedujo.


Le dio la mano y la llevó escaleras arriba. No utilizó el bastón, pero se agarró a la barandilla con la otra mano. Paula notó cómo el calor pasaba de una mano a otra y se le aceleró el corazón.


Subió despacio para no adelantarse a él a pesar de que lo que quería era echar a correr y tumbarse en la cama.


Cuando llegaron al primer piso y Pedro tiró de ella para llevarla al dormitorio, Paula se quedó quieta.


—¿Qué pasa?


—Tengo un cepillo de dientes en el otro cuarto de baño —confesó.


—¡Cómo no!


—¿No te importa si…?


—Te doy cinco minutos. Si no estás en mi cama en cinco minutos, romperé el trato.


Ella se estremeció ante su actitud viril, de hombre de las cavernas.


—No tardaré —le prometió.


Se lavó los dientes en tiempo récord y, sorprendida, al mirarse al espejo se dio cuenta de que estaba ruborizada y le brillaban los ojos. Se pasó un peine y tomó un par de preservativos que había dejado allí cuando había empezado a tener pensamientos que nada tenían que ver con compradores, vendedores, ni calendarios de amortizaciones.


Volvió a recorrer el pasillo y entró en la habitación. Había pasado mucho menos de cinco minutos.


Pedro salió del baño y se quedó en el medio de la habitación, mirándola. La expresión de sus ojos hizo que a Paula le temblasen las piernas. Se acercó a él lentamente, lo abrazó por el cuello y lo besó.


Sonrió al notar que sus labios sabían a menta.


—Tú también te has lavado los dientes.


—He imaginado que me echarías de la cama si no lo hacía —refunfuñó él.


Luego asumió el control del beso y la apretó contra su cuerpo para que pudiese sentir la fuerza de su pasión.


—Ven —le dijo poco después.


—¿Adónde?


Pedro le dio la mano y la sacó de la habitación.


—A mi antigua habitación. Tengo la sensación de que me estaría metiendo en un lío si tuviese sexo en la cama de mi abuela.


—Pero tu cama es pequeña.


—Lo sé, pero en esta no puedo.


—De acuerdo.


Paula intentó ser comprensiva a pesar de que le encantaba la enorme cama con dosel.


Cuando entraron en la otra habitación, ella encendió la mesilla y apartó la colcha de la pequeña cama.


—¿Te traías aquí a las chicas cuando eras adolescente? —le preguntó.


—La verdad es que me las llevaba al sótano. ¿Prefieres que vayamos allí?


—No tengo ganas de bajar las escaleras. Y seguro que tú tampoco.


—Tal vez después.


Ella arqueó las cejas.


—Tenemos toda la noche. Y no te voy a dejar dormir ni un minuto.


A Paula estuvo a punto de escapársele un gemido, pero consiguió contenerlo. Pedro la estaba volviendo loca solo con prometerle toda una noche de acción.




UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 31

 


Paula se lo estaba pasando muy bien. No le sorprendía que Pedro le hubiese dicho que sí con tanto entusiasmo, de hecho, lo que le habría sorprendido habría sido lo contrario, teniendo en cuenta la química que había entre ambos, pero la animó ver que se quedaba atónito con su pregunta.


Gloria tenía razón. Había sido demasiado cauta, le había dado demasiado miedo que le hiciesen daño. Le había preocupado demasiado un futuro que no podía predecir.


Vio cómo la expresión de los ojos de Pedro cambiaba, de sorpresa a especulación. Dio un paso al frente sin apoyarse en el bastón. De hecho, solo lo utilizaba cuando salía a la calle.


—Llevo deseando llevarte a esa enorme cama desde el momento en que te vi —le dijo, levantando la mano y acariciándole un mechón de pelo.


Ella rio.


—Pues yo creo que no te hizo ninguna gracia verme. Intentaste echarme de la casa.


—Es cierto, pero eso no significa que no desease acostarme contigo. Los hombres somos capaces de pensar dos cosas a la vez, ¿sabes? En especial, si una de ellas es sexo.


Se acercó más y a Paula le gustó sentir su calor.


—¿Cómo es que has cambiado de idea? —quiso saber Pedro.


—¿La verdad?


—Por supuesto.


Si iba a acostarse con él, al menos tenía que contarle el motivo.


—Porque no puedo dejar de pensar en ello —confesó, encogiéndose de hombros—. No me deja trabajar. No soy de las que se pasa el día soñando despierta, suelo ser muy eficiente.


—Ya me había dado cuenta.


—Y tengo la sensación de que, si lo hago, dejaré de pensar en ello.


—¡Qué romántico!


Pedro se acercó un poco más y fue a besarla, pero Paula le dijo:

—Tengo algunas normas.


Él dejó de avanzar y sonrió.


—¡Cómo no! —dijo—. ¿Quieres que me lave las manos antes? ¿Que cambie las sábanas? ¿Que me lave los dientes?


—No —respondió ella riendo—. Bueno, lo de que te laves los dientes puede ser una buena idea. Yo también me los lavaré.


—Estás fatal, ¿lo sabías?


—No iba a pedirte nada de eso. Solo estaba pensando en poner algunas normas básicas.


—Las reglas del sexo son muy sencillas. Nadie sale herido y todo el mundo disfruta —comentó él, acercándose todavía más—. Y me voy a asegurar de que tú disfrutes mucho.


Paula notó calor por todo el cuerpo. Pedro estaba hablando medio en broma, pero también medio en serio. Y ella tenía la sensación de que era un hombre generoso en la cama.


—Eso no, quiero decir, que estoy segura de que sí, pero… —balbució, sacudiendo la cabeza—. Esto es ridículo. La única norma que quería poner es que seamos claros: se trata solo de una noche.


Eso pareció sorprenderlo.


—¿Solo una noche?


—Sí.


—Pero si ni siquiera hemos empezado.


—Bueno, pues lo he estado pensando y solo quiero eso.


—No sé —dijo él, rascándose la mejilla—. No trabajo bien bajo presión.


Ella bajó la vista a su pierna herida.


—En tu profesión siempre se trabaja bajo presión. He visto las fotografías que has hecho en África, durante el tiroteo en el que saliste herido. Son increíbles.


—Gracias, pero eso es diferente.


Lo que Paula no le dijo fue que le había dado miedo imaginárselo en un lugar tan peligroso. No podía enamorarse de un hombre así. Debía tener cuidado. Tal vez fuese una tontería acostarse con él, aunque fuese solo una vez, pero estaba cansada de vivir siempre de manera tan rígida. Además, sus fantasías con Pedro le estaban haciendo perder mucho tiempo, así que lo mejor sería acostarse con él y terminar con aquello cuanto antes.


No obstante, Pedro no estaba reaccionando tal y como ella había imaginado.


—No sé. Nunca he sido de los que tienen aventuras de una noche — continuó este—. Al menos, desde la universidad. Me siento utilizado.


Ella se echó a reír.


—No te estoy utilizando.


—¿Solo una noche de sexo? ¿Y si yo quiero más? ¿Cómo llamarías a eso?


—Supongo que lo llamaría pasarlo bien una noche. Nadie estaría utilizando a nadie.


—Yo no lo veo así —le dijo él retrocediendo—. No me parece buena idea. Ahora no estoy en un buen momento, ni mental ni físico.


La sorpresa de Paula al ver que un hombre rechazaba sexo sin ataduras desapareció al verlo dudar. Y, de repente, comprendió su comportamiento.


Lo que le pasaba era que temía no estar a la altura debido a su pierna. Tal vez no todo en él funcionase tan bien como le había dicho.


Debía de pensar que estaba jugando con él, cuando ella lo único que quería era que no le hiciesen daño.


Pedro —empezó, sin saber qué quería decirle—. Pedro. Eres el hombre más sexy e interesante que he conocido en mucho tiempo.


Él no pareció sentirse halagado. Se quedó donde estaba, escuchándola, mirándola.


—La cosa es que tengo una vida profesional muy intensa, y que estoy muy centrada en ella. No me quiero distraer con una relación.


—¿Quién ha hablado de tener una relación? —fue su respuesta—. Solo he dicho que no me gustan las aventuras de una noche. Soy demasiado mayor para esas tonterías. Y pensaba que tú también.


—Sí, a mí tampoco suelen gustarme, pero… Es muy difícil. Tengo un pequeño problema con los hombres con los que me acuesto y… no quiero enamorarme de ti y que me rompas el corazón para después volver a un país en guerra. Así que tengo que poner en una balanza las ganas de acostarme contigo y el miedo a perderte. Y la única manera de equilibrar ambas cosas es poniéndome una meta a muy corto plazo.


—Una noche.


—Sí.


—Es la mayor locura que he oído nunca.


Paula se sintió decepcionada. Quería pasar una noche con él, una noche que después recordaría sin poner en riesgo su corazón.


—Entonces, ¿no quieres hacerlo?


Él la fulminó con la mirada.


—Por supuesto que quiero. Soy un hombre. Hace meses que no estoy con una mujer. Tropiezo contigo cada dos por tres y hueles muy bien, eres muy guapa. Sí, acepto el trato, pero no me gusta —refunfuñó.


Paula sonrió al verlo enfadado.


—Lo comprendo —respondió, respirando hondo. De repente, estaba nerviosa.


Se sacó la agenda electrónica y la abrió por la semana en curso.


—De acuerdo. ¿Cuándo quieres hacerlo?


Él alargó la mano y le quitó la agenda para dejarla encima de la mesa.


—¿Qué tal ahora?


—¿Ahora? Tenía pensado traerme el camisón y mis cosas.


—No vas a necesitar camisón —le informó Pedro, volviéndose a acercar.