—Yo… ah —fue lo último que dijo Paula hasta mucho tiempo después, mientras Pedro la besaba y le recordaba por qué había estado teniendo pensamientos lujuriosos desde que la había besado por primera vez.
En aquella ocasión fue diferente. Paula no tenía dudas. Había puesto sus normas.
Esa noche, Pedro era su amante.
Al día siguiente, volvería a ser su cliente.
No pasaba nada. Y cuanto más profundizaba Pedro el beso, más lo deseaba ella. Se inclinó hacia delante y se apoyó en su cuerpo mientras él le acariciaba la espalda. Su boca jugó con ella, la sedujo.
Le dio la mano y la llevó escaleras arriba. No utilizó el bastón, pero se agarró a la barandilla con la otra mano. Paula notó cómo el calor pasaba de una mano a otra y se le aceleró el corazón.
Subió despacio para no adelantarse a él a pesar de que lo que quería era echar a correr y tumbarse en la cama.
Cuando llegaron al primer piso y Pedro tiró de ella para llevarla al dormitorio, Paula se quedó quieta.
—¿Qué pasa?
—Tengo un cepillo de dientes en el otro cuarto de baño —confesó.
—¡Cómo no!
—¿No te importa si…?
—Te doy cinco minutos. Si no estás en mi cama en cinco minutos, romperé el trato.
Ella se estremeció ante su actitud viril, de hombre de las cavernas.
—No tardaré —le prometió.
Se lavó los dientes en tiempo récord y, sorprendida, al mirarse al espejo se dio cuenta de que estaba ruborizada y le brillaban los ojos. Se pasó un peine y tomó un par de preservativos que había dejado allí cuando había empezado a tener pensamientos que nada tenían que ver con compradores, vendedores, ni calendarios de amortizaciones.
Volvió a recorrer el pasillo y entró en la habitación. Había pasado mucho menos de cinco minutos.
Pedro salió del baño y se quedó en el medio de la habitación, mirándola. La expresión de sus ojos hizo que a Paula le temblasen las piernas. Se acercó a él lentamente, lo abrazó por el cuello y lo besó.
Sonrió al notar que sus labios sabían a menta.
—Tú también te has lavado los dientes.
—He imaginado que me echarías de la cama si no lo hacía —refunfuñó él.
Luego asumió el control del beso y la apretó contra su cuerpo para que pudiese sentir la fuerza de su pasión.
—Ven —le dijo poco después.
—¿Adónde?
Pedro le dio la mano y la sacó de la habitación.
—A mi antigua habitación. Tengo la sensación de que me estaría metiendo en un lío si tuviese sexo en la cama de mi abuela.
—Pero tu cama es pequeña.
—Lo sé, pero en esta no puedo.
—De acuerdo.
Paula intentó ser comprensiva a pesar de que le encantaba la enorme cama con dosel.
Cuando entraron en la otra habitación, ella encendió la mesilla y apartó la colcha de la pequeña cama.
—¿Te traías aquí a las chicas cuando eras adolescente? —le preguntó.
—La verdad es que me las llevaba al sótano. ¿Prefieres que vayamos allí?
—No tengo ganas de bajar las escaleras. Y seguro que tú tampoco.
—Tal vez después.
Ella arqueó las cejas.
—Tenemos toda la noche. Y no te voy a dejar dormir ni un minuto.
A Paula estuvo a punto de escapársele un gemido, pero consiguió contenerlo. Pedro la estaba volviendo loca solo con prometerle toda una noche de acción.
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