sábado, 27 de febrero de 2021

UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 33

 


Estaba tan excitada que necesitaba que esa acción empezase cuanto antes.


Lo miró y tuvo la sensación de que él estaba igual. Se acercó más y empezó a besarla de nuevo. No perdió el tiempo plantándole besos en las mejillas ni en la frente, parecían gustarle los besos profundos, húmedos, apasionados. Y a ella le parecía bien. Sus cuerpos se apretaron mientras el beso aumentó en intensidad.


Paula buscó los botones de su camisa y empezó a desabrochárselos.


Tenía la piel bronceada y el pelo del pecho fuerte. Pensó que tenía que besarlo en la clavícula, que tenía muy marcada y pedía su atención. Tenía la piel caliente y suave. Y el contraste de la piel suave y el pelo fuerte le gustó tanto que se apresuró a quitarle la camisa.


Aquello era estupendo. Solo un juego. Nada serio. No tenían futuro, solo iban a divertirse una noche antes de que ella recuperase su vida y dejase aquello solo para el recuerdo. No podía ser mejor.


Empezó a sacarle la camisa del pantalón y él la ayudó, se la quitó y la tiró a un rincón. Después intento desabrochar la suya, pero los botones eran tan pequeños que Paula tuvo que ayudarlo. Se la desabrochó despacio, haciéndole un pequeño striptease. No obstante, por excitada que estuviese, no podía tirar su ropa al suelo, así que dejó la camisa con cuidado encima de la silla.


—Llevas un sujetador muy sexy —comentó él.


—Gracias.


Era nuevo, de seda verde clara, y le había costado una fortuna.


Pedro se dejó caer sobre la cama con los vaqueros, descalzó, con el torso desnudo. Se cruzó de brazos, marcando sus impresionantes bíceps.


—Si te desnudase yo, lo tiraría todo al suelo, así que es mejor que lo hagas tú misma.


La calidez y el humor de su tono de voz no pudieron disfrazar el salvaje deseo que subyacía en ella. La mezcla hizo que Paula contuviese la respiración.


Si alguna vez había deseado tanto a un hombre, no lo recordaba. Se humedeció los labios, lo miró de manera sensual y se tomó su tiempo para quitarse el sujetador. A juzgar por la expresión de Pedro, el modo en el que se le había acelerado la respiración y la manera de retorcerse las manos, el dinero había sido bien empleado.


—No estoy seguro de poder sobrevivir a esta noche —comentó.


Ella sonrió.


—¡Qué manera de morir!


No era de las que presumía de cuerpo, pero era evidente que Pedro estaba disfrutando con su pequeño espectáculo, lo que hizo que se quitase el sujetador todavía más despacio. Después, lo dejó en el respaldo de la silla. De espaldas a él, se desabrochó la falda y se la quitó, permitiendo que Pedro se regocijase con el tanga a juego. Las medias a la altura del muslo no eran muy prácticas, pero lo que les faltaba de cómodas lo tenían de sexis.


—¡Quién habría pensado que debajo de esa ropa de mujer de negocios escondías semejante lencería! Y ese cuerpo.


La agarró por la cintura antes de que tuviese tiempo de darse la vuelta y la besó en la nuca mientras le acariciaba el vientre y subía después hacia los pechos. Tenía las palmas de las manos calientes y un tanto ásperas, y a Paula le encantó la sensación.


Notó su erección contra el trasero, enfundada en los vaqueros, y se giró a besarlo.


Los vaqueros le colgaban de las caderas, tenía el torso moreno, los hombros salpicados de pecas. Parecía tan sólido que se apoyó en él y se frotó contra su cuerpo sin ninguna vergüenza.


Y él se tambaleó.


Aquel hombre tan grande, fuerte y sexy se tambaleó y puso gesto de dolor.


Ella se llevó la mano a la boca.


—Ah, lo siento. Se me había olvidado tu pierna. ¿Te he hecho daño?


—No. Solo he perdido el equilibrio —respondió él.


Paula supo que lo mejor era no darle más importancia al tema. Fue hacia la cama sabiendo que él la seguiría, y se sentó. Cuando él se acercó, se inclinó hacia delante y lo besó en el vientre, donde una línea de vello desaparecía por la cinturilla del pantalón.


Bajó la cremallera y tiró de los vaqueros.


Y no tardó en darse cuenta de que llevaba todavía menos ropa interior que ella.


No llevaba nada.




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