viernes, 12 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 38

 


Durante los últimos días, cuando había pensado en no tenerlo cerca, en no ver su sonrisa ni sentir sus abrazos, Paula se había sentido vacía por dentro.


Pero sabía que lo superaría. No tenía elección.


–No he tenido hijos, pero considero a Pedro como si fuese hijo mío.


–Y él tiene mucha suerte de tenerla. Quiero que sepa que no tengo intención de hacerle daño.


–A veces hacemos daño a los demás aunque no queramos.


Paula estaba de acuerdo. Estaba segura de que su madre no había pretendido hacerle daño, pero se lo había hecho.


Elisa debió de creerla, porque sonrió y le dijo:

–¿Quiere que le enseñe yo la casa mientras vuelve Pedro?


–Me encantaría. Y gracias por las flores. ¿Son del jardín?


–Sí –respondió Elisa orgullosa–. Siempre me han encantado. Aunque, con los años, cada vez me cuesta más cuidarlas. Me duelen las rodillas al agacharme.


–Son preciosas –comentó Paula–. Algunas tienen colores que no había visto nunca antes.


–Vamos a verlas –le dijo Elisa, agarrándola del brazo.


Paula no sabía por qué, pero le parecía importante que el ama de llaves la aceptase. En realidad, era una tontería, porque después de aquel fin de semana no volvería a verla.


************************


Eran las nueve y media cuando Pedro y Claudio terminaron de trabajar en el despacho que había encima de los establos.


–Siento haberte entretenido tanto –se disculpó Claudio mientras Pedro cerraba el ordenador.


–Lo primero es el rancho –contestó este–. Ya lo sabes.


–La verdad es que tengo ganas de que vuelvas.


Los últimos meses no habían sido sencillos para Claudio que, a pesar de llevar cinco años trabajando en el rancho, no tenía experiencia como capataz. Pero la noche que Pedro había sorprendido a Mauro, el anterior capataz, con Alicia, le había dicho que hiciese las maletas y se marchase para siempre. Y Claudio le había parecido el mejor sustituto.


–Sé que has tenido mucha presión y quiero que sepas que has hecho muy buen trabajo –le dijo.


–Lo que Mauro te hizo… –comentó Claudio–. No debería contártelo, pero la noche que lo despediste, varios hombres lo siguieron hasta el pueblo y le dieron una buena lección.


Pedro hizo una mueca, sabía que tenía varios expresidiarios entre sus hombres, pero eran hombres leales. A él no le gustaba la violencia, pero no le extrañaba que hubiesen reaccionado así.


–Haré como si no lo supiera.


–Solo lo hicieron porque te respetan y porque, aunque todos sospechábamos lo que estaba pasando, ninguno te lo dijimos y después nos sentimos mal.


–Si te sirve de consuelo, no os habría creído. Me tenía atontado.


–Paula es muy guapa.


Pedro no pudo evitar sonreír.


–Sí.


Cada vez estaba más convencido de que no quería que su relación se terminase después de la gala. Sabía que una relación a distancia no sería fácil, pero ya se les ocurriría algo.


Eso, si Paula lo perdonaba por haberle mentido, claro.


–Me quedé muy sorprendido cuando me dijiste que ibas a traerla –añadió Claudio–. Hablamos bastante y no me habías dicho que estabas saliendo con nadie.


–Es que la conocí el viernes pasado.


Claudio arqueó las cejas.


–Llevo cinco años y medio trabajando aquí y, contando a Alicia, sólo has traído a tres mujeres. Así que Paula debe de ser muy especial.


–Nunca había conocido a nadie igual.


–Entonces, deberías decirle quién eres. No soy un experto, pero creo que una relación basada en mentiras tiene pocas probabilidades de salir bien.


–Lo tendré en mente –le contestó Pedro–. Ahora, tengo que volver con ella.


–Lo sé, vete –le dijo Claudio–. Por cierto, te sienta bien la barba. Deberías dejártela cuando volvieses.


–Qué gracia, Elisa me ha dicho que si no me la afeito en cuanto salga a la luz toda la verdad, me la afeitará ella con una navaja.


Claudio se echó a reír porque la creía capaz.


–Vete. Yo cerraré el despacho.


Pedro tomó el botellín de cerveza vacío y fue hacia la casa. Era completamente de noche. Había querido dar un paseo con Paula, pero ya no podría hacerlo hasta el día siguiente. Al menos, como los documentos y las yeguas estaban preparados, no tendría que levantarse al amanecer. También esperaba que la compra se realizase pronto y poder disfrutar del día con Paula cuanto antes. Entró en la casa e iba a subir al dormitorio cuando oyó voces en la cocina.


Se acercó y apoyó la oreja en la puerta. Elisa y Paula estaban hablando y riendo, y parecía que se llevaban bien.


Así que tenía tiempo para prepararle una sorpresa a Paula.


Sabía que esta jamás se creería que su jefe le dejaría utilizar su cama, pero seguro que no le parecía tan mal que usasen su bañera.





APARIENCIAS: CAPÍTULO 37

 


Entraron en un enorme salón con las paredes cubiertas de madera y una gran chimenea de piedra. Los muebles parecían prácticos y, al mismo tiempo, eran elegantes y con estilo. Y todo estaba impecable y limpio. En el extremo opuesto al que estaban había unas puertas dobles que debían de dar a la cocina, porque Elisa se dirigió hacia ellas.


–La casa es increíble –comentó Paula mientras subían las escaleras–. Tu jefe debe de tener mucho dinero.


–Supongo que le va bien –respondió él, haciéndole entrar en una habitación–. Aquí es.


Era una habitación grande, decorada con muebles rústicos, tal vez eran antiguos. La cama no era excesivamente grande, pero eso no era problema, porque solían dormir abrazados. En la mesita de noche había un jarrón con flores, probablemente de los lechos que había plantados delante de la casa.


Pedro dejó el equipaje en la cama.


–Esta habitación no tiene baño, así que tendremos que utilizar el del pasillo.


–No pasa nada.


Pedro se acercó a ella y la abrazó.


–Hemos salido tan deprisa que no hemos tenido tiempo de estar a solas ni un minuto hoy.


–Es verdad.


Se inclinó y la besó en el cuello. Ella suspiró y cerró los ojos.


–¿Qué te parece si dejamos el paseo para mañana y nos metemos en la cama temprano?


Ella lo abrazó por el cuello.


–La verdad es que tengo mucho sueño.


–Pues lo siento, pero no tenía pensado dejarte dormir.


Eso era precisamente lo que había esperado Paula. Y estaba preparada para ello. Como sabía que a Pedro le gustaba la lencería sexy había aprovechado la hora de la comida para ir a comprarse un conjunto de encaje color azul eléctrico de Victoria’s Secret. Y se lo había puesto al pasar por casa después del trabajo.


Pedro la besó en la garganta, en la mandíbula, y acababa de llegar a sus labios cuando llamaron suavemente a la puerta.


Paula levantó la vista y vio a un hombre en la puerta, que estaba abierta.


Era grande, como Pedro, e iba vestido de vaquero.


–Hola, je… Pedro.


Este la soltó y dijo:

–Paula, este es Claudio Andersen, uno de los hombres. Claudio, Paula Chaves.


–Encantado –respondió el hombre, tocándose el sombrero a modo de saludo–. Siento interrumpir, pero estaba preparando los documentos de mañana y he pensado que deberías echarles un vistazo antes de que los imprima. Ya sabes cómo se me da lo de los ordenadores. Y las yeguas están listas, si quieres verlas también.


–Ahora voy.


Claudio asintió.


–Encantado de conocerla, señora –le dijo a Paula antes de desaparecer por el pasillo.


–Supongo que lo nuestro va a tener que esperar –comentó Pedro.


–No te preocupes, lo primero es el trabajo.


Paula pensó que Pedro debía de sentirse orgulloso de poder leer los documentos de la venta. Y ella se sentía orgullosa de él por haberlo conseguido.


–No tardaré.


–No tengas prisa, me entretendré deshaciendo la maleta.


Pedro le dio un beso y fue hacia la puerta, la cerró al salir y Paula oyó el ruido de sus botas al bajar las escaleras.


Se giró hacia la cama y abrió la maleta. No había cajoneras en la habitación, pero sí un enorme armario de pino, que abrió. Solo había perchas vacías y un par de mantas. Sacó la ropa y la guardó. Pensó en vaciar el petate de Pedro, pero le dio miedo que a este no le gustase la idea. Podía tener algo privado dentro.


Volvieron a llamar a la puerta, con más fuerza. Y Elisa preguntó:

–¿Se puede?


–¡Adelante!


La puerta se abrió y Elisa entró con una botella de agua en una mano y una copa de vino en la otra.


–He traído también el vino, por si cambiaba de opinión.


–¿Seguro que no pasa nada?


–¿No es menor de edad, no?


Paula se echó a reír.


–No. Es solo que ya ha sido todo un detalle por parte de su jefe permitir que nos quedemos en la casa. No quiero abusar de su generosidad.


–Le aseguro que no le importará. Le gusta tener invitados en casa.


–¿Trajo Pedro a Alicia alguna vez? –preguntó Pala, y al ver el ceño fruncido de Elisa se dio cuenta de que no era asunto suyo. Se ruborizó–. Lo siento. Ni siquiera sé por qué lo he preguntado.


–No pasa nada, pero me sorprende que se lo haya contado. No suele hablar de ese tema.


–Me ha contado que la sorprendió con el capataz.


–Esa mujer le rompió el corazón y, durante un tiempo, pensé que no se iba a recuperar jamás. Hacía mucho tiempo que no lo veía tan contento. Y estoy segura de que tiene mucho que ver con usted.


Pedro me importa mucho.


–Ya lo veo, pero quiero que sepa que, aunque no lo parezca, Pedro sigue siendo muy vulnerable. Y no quiero que vuelva a sufrir.


Era evidente que a Elisa también le importaba, pero no se daba cuenta de que Pedro no estaba interesado en tener una relación seria con ella. Con un poco de suerte, ninguno de los dos haría daño al otro.




APARIENCIAS: CAPÍTULO 36

 


Paula no sabía nada de ranchos, pero nada más llegar a la carretera que llevaba al Copper Run se dio cuenta de que era muy grande. Enclavados en un valle verde de las montañas San Bernardino, la casa principal, el granero y los establos no eran para nada lo que ella había imaginado.


Le dio vergüenza admitir que no solo había esperado encontrarse con un negocio mucho más pequeño, sino que también se lo había imaginado más rústico y modesto, más humilde. La casa era casi una mansión, y los establos,  enormes.


Todo era moderno y estaba bien mantenido.


Los pastos verdes rodeados de vallas blancas parecían interminables y había en ellos más caballos de los que se podían contar a simple vista, y de todos los tamaños y colores. Las vistas al llegar a la casa, con el sol poniéndose sobre los picos nevados de las montañas, eran espectaculares, grandiosas.


Era normal que Pedro no quisiera marcharse de allí. Ella llevaba solo un minuto y ya lamentaba que el viaje fuese a ser tan corto.


Pedro detuvo la camioneta delante de la casa y bajaron. Paula aspiró hondo el aire fresco de la montaña y, sin más, notó cómo se deshacía lentamente de todo el estrés acumulado del trabajo.


–¿Qué te parece? –le preguntó Pedro.


–Es precioso.


Había varios hombres cerca de los establos, observándolos. Era evidente que estaban hablando de ellos, pero estaban demasiado lejos para que Paula pudiese oír lo que decían.


–Es un rancho muy grande.


–Sí, señora.


Ella sonrió al oír que la llamaba «señora».


–¿Y estarás a cargo de todo?


–Sí.


Guau. Tal vez no le hubiese dado a su puesto de capataz la importancia que tenía en realidad.


Era una enorme responsabilidad.


Pedro sacó el equipaje de la parte trasera de la camioneta.


–Vamos a instalarnos y te lo enseñaré todo.


Estaban subiendo las escaleras del porche cuando se abrió la puerta de la casa y salió una mujer mayor a saludarlos. Era diminuta, llevaba el pelo corto, blanco y rizado, e iba con unos pantalones de poliéster rosa, una camisa hawaiana y zapatillas de deporte.


–Señor Dilson –dijo, sonriendo de manera cariñosa–. Me alegro de que haya vuelto.


–Y yo de estar aquí –respondió él dándole un abrazo y un beso en la mejilla. Luego se giró hacia Paula–. Elisa, esta es Paula Chaves. Paula, Elisa Williams. Ha sido el ama de llaves de Copper Run desde antes de que yo naciese.


–Encantada de conocerla, señorita Chaves –dijo Elisa, dándole un fuerte apretón de manos–. ¿Les preparo algo de comer? Hay unos restos de estofado de la cena.


–Hemos cenado antes de salir –le respondió Pedro.


–¿Y si preparo algo de beber mientras se instala su invitada? –preguntó Elisa.


–Yo me tomaría una cerveza –le contestó él–. ¿Y tú, Paula? Estoy seguro de que hay alguna botella de chardonnay en la despensa.


Ella pensó que sería abusar demasiado de la amabilidad de su jefe.


–Con un vaso de agua me conformo –respondió.


–De acuerdo –dijo Elisa, abriéndoles la puerta–. He preparado la habitación que hay al lado de la del señor.




jueves, 11 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 35

 


Un rato después, tumbada a su lado, escuchando su respiración, lenta y profunda, sintiendo el calor de su cuerpo desnudo, sintió una paz interior, una felicidad, que le era completamente ajena. Nunca había sentido aquella necesidad de estar tan cerca de un hombre.


¿Sería eso lo que sentía uno al enamorarse? ¿Acaso era posible hacerlo en menos de una semana?


Si era amor, tenía menos de tres semanas para superarlo. Porque aunque ella quisiese más de aquella relación, era evidente que Pedro no. Y era normal, después de lo que le había hecho su prometida. Además, aunque considerase en algún momento volver a casarse, dudaba que quisiera hacerlo con alguien como ella. Eran demasiado diferentes. No obstante, podían disfrutar del tiempo que les quedaba juntos.


Aunque luego sufriesen un poco al separarse. O mucho.


***********************************


Decidido. Se había vuelto completamente loco.


¿Cómo podía haberle pedido a Paula que lo acompañase al rancho? Era evidente que no había pensado antes de hablar, porque iba a ser una pesadilla logística.


–¿Estás loco? –le preguntó su ama de llaves, Elisa, cuando la llamó para contárselo el jueves por la tarde.


Solo había dos personas que sabían lo que estaba haciendo en Vista del Mar y una de ellas era ella.


–Creo que sí –le respondió.


Ya no podía echarse atrás. Paula parecía emocionada con la idea de acompañarlo y lo cierto era que él también quería llevarla. Quería compartir una parte de su vida con ella.


Estaría bien poder hacerlo sin descubrir su tapadera.


–¿Puedes preparar la habitación que hay al lado de la mía y poner sábanas limpias en la cama? –le pidió a Elisa–. Nos instalaremos allí.


–¿No quieres dormir en tu habitación?


–¿Piensas que va a creerse que mi jefe me deja su dormitorio?


–Es verdad.


–También necesito que recorras la casa y quites cualquier cosa en la que aparezca mi nombre, o fotografías en las que salga yo.


–Eso no me va a costar mucho, porque solo tenías fotografías con la fresca esa, y las quemaste todas.


A Elisa nunca le había caído bien Alicia, siempre había pensado que era una niña mimada y egoísta. Y Alicia había insistido muchas veces en que despidiese a Elisa, quejándose de que la miraba mal y la trataba como a una extraña. Desde que la había echado al descubrir el engaño, Elisa se refería a ella como «la fresca».


Elisa, una mujer menuda, pero con carácter, había sido como su madre desde que había llegado al rancho. En ocasiones lo trataba más como un adolescente que como a su jefe, pero él la adoraba.


–¿Qué vas a hacer con los hombres? –le preguntó.


–Claudio va a hablar con ellos.


Su capataz era la otra persona que conocía su plan.


–Seguro que alguno mete la pata y te llama jefe.


–Paula piensa que me van a dar el puesto de capataz cuando vuelva al rancho, así que utilizaré esa excusa si ocurre. Mientras que nadie utilice mi nombre completo, no habrá ningún problema.


–Aun así, creo que estás jugando con fuego. Lo que significa que te debe de gustar mucho esa mujer. ¿Cuánto tiempo hace que la conoces, una semana?


–Ni siquiera.


–A la fresca tardaste tres semanas en traerla.


–Paula es distinta a las demás. Piensa que soy un peón de rancho sin estudios y parece que no le importa. Y ambos tenemos en común una niñez muy difícil. Me gusta. Me siento bien cuando estoy con ella. Y el sexo…


–¡Entendido! –gritó Elisa.


Pedro se echó a reír.


–Se va a llevar una buena sorpresa cuando se entere de la verdad –añadió ella.


–Supongo que sí.


Sobre todo, porque podía destrozar su reputación profesional. Y, aunque no tenía elección, en los últimos días había empezado a desear no averiguar nada malo de la fundación. Si sus sospechas eran ciertas podía hacerle daño a mucha gente. A Ana, que dirigía la fundación, e incluso a su hermana Emma, que estaba en la junta. Por no mencionar a los voluntarios.


–Es posible que se enfade contigo.


–Sí, lo sé.


De hecho, era inevitable. La cuestión era cuánto se enfadaría.


–Si de verdad te importa, ¿crees que merece la pena arriesgarse?


–No tengo elección. Tengo que hacerlo. Por los habitantes de Vista del Mar.


–¿Estás seguro de que lo haces por ellos? Sé que sientes que le fallaste a tu padre. ¿No estarás intentando aliviar tu culpabilidad.


Un mes antes habría tenido clara la respuesta a esa pregunta. En esos momentos, ya no estaba tan seguro.





APARIENCIAS: CAPÍTULO 34

 


Aunque Paula había pensado que no era posible, el sexo con Pedro era cada vez mejor.


Nada más llegar a su apartamento, habían empezado a besarse y a quitarse la ropa. Pedro parecía saber qué debía hacer exactamente para volverla loca.


Después de hacer el amor, ensayaron para la gala con Pedro desnudo. Y luego volvieron a hacer el amor. Después, Paula debía haberse vestido para volver al despacho a terminar los preparativos de una boda que tenía al fin de semana siguiente, pero, en su lugar, se quedaron en la cama, sudorosos, agotados, con las piernas entrelazadas, acariciándose.


–¿Qué prefieres que prepare para cenar el viernes, comida italiana o mexicana? –le preguntó.


–Precisamente de eso quería hablarte –le contestó él–. No va a poder ser.


A Paula le sorprendió sentirse tan decepcionada, pero intentó que no se le notase. Tenían una relación informal, que Pedro cancelase una cena no tenía importancia.


–Ah, bueno, no pasa nada.


–No es que no quiera venir, sino que tengo que estar en el rancho el sábado por la mañana para ver a un ganadero. Está en juego una venta muy importante.


–¿No debería ser tu jefe quien se ocupase de eso?


–Lo haría en circunstancias normales, pero se marcha de viaje ese fin de semana y quiere que esté yo en su lugar.


–Eso está bien, ¿no? Quiero decir, que confíe tanto en ti.


–Sí, pero odio tener que cancelar la cena. Tal vez podríamos posponerla al sábado. A no ser que…


Paula lo miró, parecía pensativo.


–¿Que qué?


–Que quieras… acompañarme.


–¿Al rancho?


–Podríamos ir el viernes cuando terminases de trabajar y volver el domingo por la mañana temprano. Solo perderías un día de trabajo. Piénsalo.


Paula pensó que podía permitirse perder un día, dado que la organización de la gala iba muy avanzada y su reunión con el señor Cameron unas horas antes había salido muy bien.


–¿Y dónde dormiría?


Él sonrió.


–No te preocupes, que no te voy a meter en el barracón con los hombres, si es eso lo que estás pensando.


–Me preguntaba si habría algún hotel cerca del rancho.


–A mi jefe no le importará que utilicemos una de las habitaciones que hay libres en la casa principal. Además, podemos ir a dar un paseo hasta el río y montar a caballo. Y te llevaré al pueblo, seguro que te gusta Wild Ridge.


La oferta era tentadora, aunque cualquier cosa que le hubiese propuesto Pedro le habría parecido bien.


–¿Estás seguro de que a tu jefe no le importará?


–Completamente.


Había algo en su mirada que decía que aquello era muy importante para él.


Y Paula no podía negar que sentía curiosidad por ver dónde vivía. Por verlo en su elemento. Además, solo sería un día. Uno de los diecisiete que les quedaban juntos. Y quería pasar el máximo tiempo posible en su compañía.


–Entonces, iré –le dijo–. Estoy deseando ver el rancho.


Pedro sonrió. Era evidente que estaba contento y eso la ponía contenta a ella también.


–¿A qué hora podrás estar lista el viernes? –le preguntó él.


–¿Qué tal sobre las seis?, y ¿qué ropa debo llevar?


–Cómoda. Por el día hace calor y por la noche, frío.


–¿Me llevo el pijama de franela?


–No voy a dejar que te pongas pijama –respondió él, dándole un apasionado beso.


Luego empezó a acariciarla otra vez y, a pesar de que Paula necesitaba descansar, no pudo decirle que no. En esa ocasión hicieron el amor muy despacio, de manera tierna y dulce. Cuando terminaron y Pedro se levantó de la cama para vestirse, no quería dejarlo marchar, así que lo agarró de la mano para que volviese a su lado.


–Es tarde. ¿Por qué no te quedas a dormir?


–¿Estás segura? –le preguntó él.


–Sí –le respondió, tirándole de la mano para que se metiese de nuevo en la cama.




APARIENCIAS: CAPÍTULO 33



El aire le soltó varios mechones del pelo a Paula y ella se los metió detrás de las orejas.


–Cuando veo tu pelo así me entran ganas de despeinarte –le dijo él.


–De eso quería hablarte –le dijo ella–. No de mi pelo, sino de nuestra… relación.


–De acuerdo.


–Sé que ya hemos hablado del tema, pero quiero dejar las cosas claras. Es una relación informal, ¿verdad?


–Ese era el plan, sí.


Paula parecía aliviada.


–Bien. Es solo… que no estaba segura de haber sido lo suficientemente clara.


–Sí, ya lo fuiste la primera vez.


Era irónico, que en la mayoría de las relaciones que había tenido, siempre hubiese sido él quien hubiese querido dejar claro que eran relaciones sin compromiso.


Había estado más de un año con Alicia antes de considerar que su relación era una relación seria. Y cuando por fin encontraba una mujer que lo veía tal y como era, alguien con quien quizá desease tener algo serio, era ella la que tenía problemas con el compromiso.


Aunque él tampoco estuviese preparado para comprometerse en esos momentos, sabía que podía llegar el momento y, si así era, haría todo lo que estuviese en su mano para convencer a Paula de que era lo mejor. Porque aunque se hiciese la dura, en realidad era frágil y vulnerable.


–No tiene mucho sentido pensar en una relación seria si voy a marcharme de la ciudad el día después de la gala –le dijo él.


Lo que le daba dos semanas y media para decidir adónde iba a ir a parar su relación.


–Entonces, divirtámonos hasta entonces.


Él sonrió.


–Encantado, sobre todo, si nos divertimos sin ropa.


–Sí –admitió ella, avanzando un paso y humedeciéndose los labios, como si fuese a darle un beso, pero antes de hacerlo, retrocedió–. Aquí no podemos hacerlo.


–¿Hacer el qué? –le pregunto Pedro, acercándose más.


Paula volvió a retroceder.


–Lo que estás pensando. Besarnos, tocarnos.


–Meter la mano debajo de tu falda y…


–Exacto.


–¿Llevas liguero, como el otro día?


Ella frunció el ceño.


–¿Cómo sabes que lo llevaba?


–Porque se te levantó la falda al subir a la camioneta y lo vi. Resulta que es una de mis prendas favoritas.


–Pues tal vez lo lleve hoy también.


–Necesito comprobarlo.


–Aquí, no.


–No nos ve nadie –le dijo él, abrazándola por la espalda y metiendo la mano debajo de su falda.


Pedro, por favor –le rogó ella, aunque no quisiese que parase.


Él le dio un beso en el cuello y le subió un poco más la falda. Entonces vio que llevaba un liguero de encaje rojo.


Supo que debía parar, pero le metió la mano entre los muslos y la hizo gemir. Le acarició el sexo y notó cómo se le entrecortaba la respiración y apretaba las piernas.


Iba a meter los dedos por debajo de las braguitas de encaje cuando oyó voces acercándose desde el aparcamiento, así que sacó la mano y retrocedió.


Paula se giró a mirarlo, se alisó la falda y le dijo en voz alta:

–¿Volvemos dentro, señor Dilson?


Pedro sonrió. Paula tenía las mejillas sonrojadas y los ojos de un color violeta muy intenso.


–Por supuesto, señorita Chaves.


Pasó delante de ella para abrirle la puerta y una vez dentro, Paula le dijo en un susurro:

–No puedo creer que te haya permitido hacer eso. No sé lo que me pasa.


–¿Te ha gustado?


–Claro que sí.


–Pues asúmelo, guapa, en el fondo eres una chica mala. Tan mala que deseas que te lleve a algún lugar donde pueda desnudarte.


Supo que Paula quería darle la razón, pero se resistió.


–Tengo que prepararte para la gala. Se nos está acabando el tiempo.


–Estoy seguro de que, siendo creativa, podrías enseñármelo todo en tu cama.


–No.


Él alargó la mano para acariciarle la mejilla.


–Piensa en lo mucho que nos divertiríamos.


Ella miró hacia el otro lado del salón, donde debía de tener pensado trabajar con él y luego, hacia la puerta. Luego suspiró y dijo:

–Eres una mala influencia para mí.


Pedro sonrió.


–Y eso te encanta.


Ella le dio la razón con una sonrisa.


–Voy a por mi maletín y marchémonos de aquí.








miércoles, 10 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 32

 


Pedro no podía decir lo mismo. Asintió y se metió las manos en los bolsillos.


–¿Así que ese es tu jefe? –le preguntó a Paula cuando Rafael se hubo marchado.


–En realidad, no –respondió ella–. Yo soy mi propia jefa. Aunque sí se puede considerar mi cliente. No obstante, no suelo tratar con él, sino con Ana Rodríguez. ¿Por qué me lo preguntas?


–Porque me ha parecido un cretino.


Paula frunció el ceño.


–¿Por qué dices eso?


Pedro se encogió de hombros.


–Es solo una opinión.


–Pensé que le dabas a todo el mundo el beneficio de la duda.


¿Eso le había dicho? Lo que no podía contarle era que ya conocía a Rafael Cameron.


–Te ha mirado el trasero cuando te has girado –comentó–. Me parece poco profesional y chabacano.


Ella sonrió.


Pedro la miró callado.


Pedro, ¿estás celoso?


–No. Bueno, tal vez un poco.


–Bueno, pues por si te quedas más tranquilo, Rafael Cameron no es mi tipo. Es demasiado… estirado. Ya te he dicho que me gustan más los chicos malos, ¿recuerdas?


Él olió su perfume y deseó besarla, pero se contuvo.


–El señor Cameron es muy exigente y ha estado dos horas repasando todos los detalles de la gala –añadió ella.


–¿Y está satisfecho con tu trabajo?


–Con casi todo. Ha realizado un par de pequeños cambios en el menú. Y me ha repetido un montón de veces que quiere que todo salga perfecto.


Pedro se preguntó qué cara pondría Rafael cuando destapase su engaño en la gala.


No tardaría mucho en saber exactamente qué era lo que ocurría. Tenía un amigo de la universidad experto en acceder a información de sistemas informáticos y, si todo salía bien, no tardaría en enviarle una copia de los archivos contables de la fundación. Luego se los pasaría a un conocido que era contable, que los analizaría y le diría si había algo sospechoso en ellos.


No iba a ser barato, y a Pedro no le gustaba hacer cosas que no fuesen legales, pero merecía la pena.


Lo único que le preocupaba era afectar a Paula, aunque era posible que nadie la culpase de algo que estaba completamente fuera de su control.


Eso no significaba que ella no fuese a enfadarse cuando se enterase de la verdad. O, tal vez, teniendo en cuenta que también había tenido un pasado complicado, comprendería su necesidad de enmendar sus errores. Y apreciaría sus esfuerzos por salvar la ciudad y el modo de vida de todas las personas que dependían de la fábrica. Si los rumores eran ciertos, Rafael tenía planeado dividir Industrias Alfonso y venderla por partes, lo que sería muy perjudicial para la economía local. Por eso él tenía que hacer algo, y pronto. Si le demostraba a toda la ciudad que la fundación era un fraude, tal vez esta se levantase contra Rafael y luchase para salvar la fábrica. Así, no solo saldría ganando la ciudad, sino que su propia familia se vería vengada.


No quería hacerle daño a Paula, pero aquello lo superaba. Los superaba a ambos, y tenía que hacérselo entender.


–Bueno –empezó Paula, girándose hacia los ventanales que daban al mar–, ¿qué te parece el salón? ¿No es perfecto?


–Bonitas vistas –respondió Pedro.


La última vez que había estado allí había sido en un baile del instituto. Su último año en el instituto. Después, su padre lo había mandado a un internado en la costa este. Era cierto que había sido un muchacho complicado, que incluso había estado al borde de la delincuencia juvenil. Había sentido resentimiento por su padre, por haber hecho que su madre se suicidase y por eso había querido ponerle las cosas difíciles.


Había pedido a gritos que le dedicasen atención, pero su padre ni siquiera había intentado acercarse a él. Solo había tenido tiempo para su princesa, Emma.


De hecho, le había dicho a Pedro que ella era el motivo por el que lo mandaba a un internado, para que su comportamiento no la afectase.


Así que casi no había tenido tiempo de llorar la pérdida de su madre cuando lo habían separado de su familia y le habían obligado a hacer amigos nuevos. Cosa que, hasta entonces, siempre le había resultado fácil.


No obstante, la adaptación había sido muy dura. Por eso no había vuelto a ver a su familia en todos aquellos años. Y desde que había comprado el rancho, ocho años antes, ni su padre ni su hermana habían ido a verlo a él. Ni siquiera los había invitado a la boda. Por desgracia, en la gala tendría que verlos a ambos, y no tenía ningunas ganas.


Deseó poder hablar con Paula y contarle todo aquello. No era de los que hablaban de sus sentimientos, pero sabía que ella lo comprendería. Al fin y al cabo, su madre también la había abandonado al entregarse al alcohol en vez de pensar en su hija.


Si él tenía hijos alguna vez, haría las cosas de otra manera. Aprendería de los errores de sus padres. El bienestar de sus hijos sería su prioridad, pero antes tenía que encontrar a la persona adecuada para tenerlos. Alguien con quien pudiese pasar el resto de su vida.


¿Podría ser Paula esa mujer?


–¿Por qué no damos un paseo por el exterior antes de empezar? –le sugirió esta, señalando hacia las puertas de cristal que daban a un porche con vistas a la cala.


Pedro asintió y la siguió. La brisa era fresca y la cala estaba prácticamente vacía. Había un par de niños jugando en la arena, bajo la atenta mirada de unas mujeres jóvenes que debían de ser sus niñeras, no sus madres, pero el agua estaba demasiado fría para meterse.