viernes, 12 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 36

 


Paula no sabía nada de ranchos, pero nada más llegar a la carretera que llevaba al Copper Run se dio cuenta de que era muy grande. Enclavados en un valle verde de las montañas San Bernardino, la casa principal, el granero y los establos no eran para nada lo que ella había imaginado.


Le dio vergüenza admitir que no solo había esperado encontrarse con un negocio mucho más pequeño, sino que también se lo había imaginado más rústico y modesto, más humilde. La casa era casi una mansión, y los establos,  enormes.


Todo era moderno y estaba bien mantenido.


Los pastos verdes rodeados de vallas blancas parecían interminables y había en ellos más caballos de los que se podían contar a simple vista, y de todos los tamaños y colores. Las vistas al llegar a la casa, con el sol poniéndose sobre los picos nevados de las montañas, eran espectaculares, grandiosas.


Era normal que Pedro no quisiera marcharse de allí. Ella llevaba solo un minuto y ya lamentaba que el viaje fuese a ser tan corto.


Pedro detuvo la camioneta delante de la casa y bajaron. Paula aspiró hondo el aire fresco de la montaña y, sin más, notó cómo se deshacía lentamente de todo el estrés acumulado del trabajo.


–¿Qué te parece? –le preguntó Pedro.


–Es precioso.


Había varios hombres cerca de los establos, observándolos. Era evidente que estaban hablando de ellos, pero estaban demasiado lejos para que Paula pudiese oír lo que decían.


–Es un rancho muy grande.


–Sí, señora.


Ella sonrió al oír que la llamaba «señora».


–¿Y estarás a cargo de todo?


–Sí.


Guau. Tal vez no le hubiese dado a su puesto de capataz la importancia que tenía en realidad.


Era una enorme responsabilidad.


Pedro sacó el equipaje de la parte trasera de la camioneta.


–Vamos a instalarnos y te lo enseñaré todo.


Estaban subiendo las escaleras del porche cuando se abrió la puerta de la casa y salió una mujer mayor a saludarlos. Era diminuta, llevaba el pelo corto, blanco y rizado, e iba con unos pantalones de poliéster rosa, una camisa hawaiana y zapatillas de deporte.


–Señor Dilson –dijo, sonriendo de manera cariñosa–. Me alegro de que haya vuelto.


–Y yo de estar aquí –respondió él dándole un abrazo y un beso en la mejilla. Luego se giró hacia Paula–. Elisa, esta es Paula Chaves. Paula, Elisa Williams. Ha sido el ama de llaves de Copper Run desde antes de que yo naciese.


–Encantada de conocerla, señorita Chaves –dijo Elisa, dándole un fuerte apretón de manos–. ¿Les preparo algo de comer? Hay unos restos de estofado de la cena.


–Hemos cenado antes de salir –le respondió Pedro.


–¿Y si preparo algo de beber mientras se instala su invitada? –preguntó Elisa.


–Yo me tomaría una cerveza –le contestó él–. ¿Y tú, Paula? Estoy seguro de que hay alguna botella de chardonnay en la despensa.


Ella pensó que sería abusar demasiado de la amabilidad de su jefe.


–Con un vaso de agua me conformo –respondió.


–De acuerdo –dijo Elisa, abriéndoles la puerta–. He preparado la habitación que hay al lado de la del señor.




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