Pedro no podía decir lo mismo. Asintió y se metió las manos en los bolsillos.
–¿Así que ese es tu jefe? –le preguntó a Paula cuando Rafael se hubo marchado.
–En realidad, no –respondió ella–. Yo soy mi propia jefa. Aunque sí se puede considerar mi cliente. No obstante, no suelo tratar con él, sino con Ana Rodríguez. ¿Por qué me lo preguntas?
–Porque me ha parecido un cretino.
Paula frunció el ceño.
–¿Por qué dices eso?
Pedro se encogió de hombros.
–Es solo una opinión.
–Pensé que le dabas a todo el mundo el beneficio de la duda.
¿Eso le había dicho? Lo que no podía contarle era que ya conocía a Rafael Cameron.
–Te ha mirado el trasero cuando te has girado –comentó–. Me parece poco profesional y chabacano.
Ella sonrió.
Pedro la miró callado.
–Pedro, ¿estás celoso?
–No. Bueno, tal vez un poco.
–Bueno, pues por si te quedas más tranquilo, Rafael Cameron no es mi tipo. Es demasiado… estirado. Ya te he dicho que me gustan más los chicos malos, ¿recuerdas?
Él olió su perfume y deseó besarla, pero se contuvo.
–El señor Cameron es muy exigente y ha estado dos horas repasando todos los detalles de la gala –añadió ella.
–¿Y está satisfecho con tu trabajo?
–Con casi todo. Ha realizado un par de pequeños cambios en el menú. Y me ha repetido un montón de veces que quiere que todo salga perfecto.
Pedro se preguntó qué cara pondría Rafael cuando destapase su engaño en la gala.
No tardaría mucho en saber exactamente qué era lo que ocurría. Tenía un amigo de la universidad experto en acceder a información de sistemas informáticos y, si todo salía bien, no tardaría en enviarle una copia de los archivos contables de la fundación. Luego se los pasaría a un conocido que era contable, que los analizaría y le diría si había algo sospechoso en ellos.
No iba a ser barato, y a Pedro no le gustaba hacer cosas que no fuesen legales, pero merecía la pena.
Lo único que le preocupaba era afectar a Paula, aunque era posible que nadie la culpase de algo que estaba completamente fuera de su control.
Eso no significaba que ella no fuese a enfadarse cuando se enterase de la verdad. O, tal vez, teniendo en cuenta que también había tenido un pasado complicado, comprendería su necesidad de enmendar sus errores. Y apreciaría sus esfuerzos por salvar la ciudad y el modo de vida de todas las personas que dependían de la fábrica. Si los rumores eran ciertos, Rafael tenía planeado dividir Industrias Alfonso y venderla por partes, lo que sería muy perjudicial para la economía local. Por eso él tenía que hacer algo, y pronto. Si le demostraba a toda la ciudad que la fundación era un fraude, tal vez esta se levantase contra Rafael y luchase para salvar la fábrica. Así, no solo saldría ganando la ciudad, sino que su propia familia se vería vengada.
No quería hacerle daño a Paula, pero aquello lo superaba. Los superaba a ambos, y tenía que hacérselo entender.
–Bueno –empezó Paula, girándose hacia los ventanales que daban al mar–, ¿qué te parece el salón? ¿No es perfecto?
–Bonitas vistas –respondió Pedro.
La última vez que había estado allí había sido en un baile del instituto. Su último año en el instituto. Después, su padre lo había mandado a un internado en la costa este. Era cierto que había sido un muchacho complicado, que incluso había estado al borde de la delincuencia juvenil. Había sentido resentimiento por su padre, por haber hecho que su madre se suicidase y por eso había querido ponerle las cosas difíciles.
Había pedido a gritos que le dedicasen atención, pero su padre ni siquiera había intentado acercarse a él. Solo había tenido tiempo para su princesa, Emma.
De hecho, le había dicho a Pedro que ella era el motivo por el que lo mandaba a un internado, para que su comportamiento no la afectase.
Así que casi no había tenido tiempo de llorar la pérdida de su madre cuando lo habían separado de su familia y le habían obligado a hacer amigos nuevos. Cosa que, hasta entonces, siempre le había resultado fácil.
No obstante, la adaptación había sido muy dura. Por eso no había vuelto a ver a su familia en todos aquellos años. Y desde que había comprado el rancho, ocho años antes, ni su padre ni su hermana habían ido a verlo a él. Ni siquiera los había invitado a la boda. Por desgracia, en la gala tendría que verlos a ambos, y no tenía ningunas ganas.
Deseó poder hablar con Paula y contarle todo aquello. No era de los que hablaban de sus sentimientos, pero sabía que ella lo comprendería. Al fin y al cabo, su madre también la había abandonado al entregarse al alcohol en vez de pensar en su hija.
Si él tenía hijos alguna vez, haría las cosas de otra manera. Aprendería de los errores de sus padres. El bienestar de sus hijos sería su prioridad, pero antes tenía que encontrar a la persona adecuada para tenerlos. Alguien con quien pudiese pasar el resto de su vida.
¿Podría ser Paula esa mujer?
–¿Por qué no damos un paseo por el exterior antes de empezar? –le sugirió esta, señalando hacia las puertas de cristal que daban a un porche con vistas a la cala.
Pedro asintió y la siguió. La brisa era fresca y la cala estaba prácticamente vacía. Había un par de niños jugando en la arena, bajo la atenta mirada de unas mujeres jóvenes que debían de ser sus niñeras, no sus madres, pero el agua estaba demasiado fría para meterse.
Qué despelote se va a armar me parece. Está buenísima esta historia.
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