El aire le soltó varios mechones del pelo a Paula y ella se los metió detrás de las orejas.
–Cuando veo tu pelo así me entran ganas de despeinarte –le dijo él.
–De eso quería hablarte –le dijo ella–. No de mi pelo, sino de nuestra… relación.
–De acuerdo.
–Sé que ya hemos hablado del tema, pero quiero dejar las cosas claras. Es una relación informal, ¿verdad?
–Ese era el plan, sí.
Paula parecía aliviada.
–Bien. Es solo… que no estaba segura de haber sido lo suficientemente clara.
–Sí, ya lo fuiste la primera vez.
Era irónico, que en la mayoría de las relaciones que había tenido, siempre hubiese sido él quien hubiese querido dejar claro que eran relaciones sin compromiso.
Había estado más de un año con Alicia antes de considerar que su relación era una relación seria. Y cuando por fin encontraba una mujer que lo veía tal y como era, alguien con quien quizá desease tener algo serio, era ella la que tenía problemas con el compromiso.
Aunque él tampoco estuviese preparado para comprometerse en esos momentos, sabía que podía llegar el momento y, si así era, haría todo lo que estuviese en su mano para convencer a Paula de que era lo mejor. Porque aunque se hiciese la dura, en realidad era frágil y vulnerable.
–No tiene mucho sentido pensar en una relación seria si voy a marcharme de la ciudad el día después de la gala –le dijo él.
Lo que le daba dos semanas y media para decidir adónde iba a ir a parar su relación.
–Entonces, divirtámonos hasta entonces.
Él sonrió.
–Encantado, sobre todo, si nos divertimos sin ropa.
–Sí –admitió ella, avanzando un paso y humedeciéndose los labios, como si fuese a darle un beso, pero antes de hacerlo, retrocedió–. Aquí no podemos hacerlo.
–¿Hacer el qué? –le pregunto Pedro, acercándose más.
Paula volvió a retroceder.
–Lo que estás pensando. Besarnos, tocarnos.
–Meter la mano debajo de tu falda y…
–Exacto.
–¿Llevas liguero, como el otro día?
Ella frunció el ceño.
–¿Cómo sabes que lo llevaba?
–Porque se te levantó la falda al subir a la camioneta y lo vi. Resulta que es una de mis prendas favoritas.
–Pues tal vez lo lleve hoy también.
–Necesito comprobarlo.
–Aquí, no.
–No nos ve nadie –le dijo él, abrazándola por la espalda y metiendo la mano debajo de su falda.
–Pedro, por favor –le rogó ella, aunque no quisiese que parase.
Él le dio un beso en el cuello y le subió un poco más la falda. Entonces vio que llevaba un liguero de encaje rojo.
Supo que debía parar, pero le metió la mano entre los muslos y la hizo gemir. Le acarició el sexo y notó cómo se le entrecortaba la respiración y apretaba las piernas.
Iba a meter los dedos por debajo de las braguitas de encaje cuando oyó voces acercándose desde el aparcamiento, así que sacó la mano y retrocedió.
Paula se giró a mirarlo, se alisó la falda y le dijo en voz alta:
–¿Volvemos dentro, señor Dilson?
Pedro sonrió. Paula tenía las mejillas sonrojadas y los ojos de un color violeta muy intenso.
–Por supuesto, señorita Chaves.
Pasó delante de ella para abrirle la puerta y una vez dentro, Paula le dijo en un susurro:
–No puedo creer que te haya permitido hacer eso. No sé lo que me pasa.
–¿Te ha gustado?
–Claro que sí.
–Pues asúmelo, guapa, en el fondo eres una chica mala. Tan mala que deseas que te lleve a algún lugar donde pueda desnudarte.
Supo que Paula quería darle la razón, pero se resistió.
–Tengo que prepararte para la gala. Se nos está acabando el tiempo.
–Estoy seguro de que, siendo creativa, podrías enseñármelo todo en tu cama.
–No.
Él alargó la mano para acariciarle la mejilla.
–Piensa en lo mucho que nos divertiríamos.
Ella miró hacia el otro lado del salón, donde debía de tener pensado trabajar con él y luego, hacia la puerta. Luego suspiró y dijo:
–Eres una mala influencia para mí.
Pedro sonrió.
–Y eso te encanta.
Ella le dio la razón con una sonrisa.
–Voy a por mi maletín y marchémonos de aquí.
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