sábado, 16 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 46

 


Pedro se hallaba en la sala de conferencias con su equipo repasando el horario final para un anuncio televisivo que comenzaría a rodarse al día siguiente cuando recibió una llamada de Adrián.


–Necesito hablar contigo –le dijo y algo en su tono le indicó que no se trataba de buenas noticias.


–¿No puede esperar? Ya casi hemos terminado aquí.


–No, no puede.


–Voy ahora mismo.


Mientras subía en el ascensor, esperó que no tuviera nada que ver con Julián y que no hubieran descubierto más pruebas que lo incriminaran. Después de la Navidad y de ver a su hermano jugando con Matías, albergaba la esperanza de que su relación dañada pudiera repararse. Desde luego, aún no estaba seguro de qué era lo que la había dañado en primer lugar, pero las cosas ya no parecían tan tensas como en el pasado.


–Entre directamente –le indicó la secretaria de Adrian.


Adrian estaba sentado detrás de su escritorio, con el sillón de cara al ventanal. Debió de oírlo pasar, porque sin volverse dijo:

–Cierra la puerta –y añadió–: Siéntate.


Hizo lo que le pidió. Lo sorprendió que no estuviera Emilio y que Adrián no dijera nada más. Tras un minuto de silencio, Pedro expuso:

–¿Se supone que he de adivinar por qué estoy aquí?


Finalmente el otro se volvió para mirarlo con cara pétrea.


–Hoy he recibido unas noticias perturbadoras.


–¿De la agencia de investigación?


Adrian movió la cabeza.


–De otra fuente. Pero tiene que ver con la investigación.


–¿Es sobre Julian?


–No, sobre ti.


–¿Sobre mí? –el corazón le dio un vuelco.


–Me han informado de que tienes vínculos con Chaves Energy. Que tienes una conexión con la hija del dueño y que recientemente mantuviste una reunión con el mismo Walter Chaves. Dime que no es verdad.


Era Julian. No podía ser otro. ¿Esa era su idea de una lucha justa?


Cerró las manos con fuerza. Si iba a explotar, no podía hacerlo allí. Y no le quedaba otra alternativa que contarle a Adrian todo.


–No tuve una reunión con Walter Chaves. Los dos pasamos el día de Navidad en la casa de su hija.


–¿Por qué? –Adrian enarcó las cejas.


–Tengo una relación con Paula Chaves –repuso–. Y tenemos un hijo.


Adrián se mostró realmente sorprendido.


–¿Desde cuándo?


–Yo acabo de enterarme de que es mío –contestó–. Aproximadamente hace un mes. Antes de eso, no vi ni hable con Paula en un año y medio.


–Así que no estabas en contacto con ella en el momento del accidente –quiso saber Adrian.


–No, no lo estaba.


Adrián se mostró aliviado.


–La fuente no dijo abiertamente que tú fueras el saboteador, pero sí lo insinuó con fuerza.


Hasta ahí llegaba la devoción fraternal.


–No pienses ni por un segundo que no sé quién es esa «fuente». Además de Walter Chaves, mi hermano es la única persona que sabe de mi relación con Paula. Estaba en la casa en Navidad durante mi supuesta reunión.


–Esa persona parecía auténticamente preocupada, Pedro.


–No lo está. Solo quiere ganar. Y al parecer hará cualquier cosa para que así sea, incluyendo acusaciones falsas contra su propio hermano –y después de que él lo hubiera defendido. Nunca más. Habían acabado. En cuanto terminara con Adrián, su hermano menor y él iban a mantener una conversación. La última.


–¿Es una relación seria? –preguntó Adrian.


–Planeamos casarnos. Pero eso no disminuirá de ninguna manera mi lealtad a Western Oil.


–Lo creo, pero convencer al resto de la junta no será fácil.


–¿Me estás diciendo que mi trabajo está en juego?


–Mientras yo sea presidente, tu trabajo está seguro. Pero si el resto de la junta se entera, podrías quedar fuera de la carrera por la presidencia. De hecho, casi puedo garantizarlo.


–Lo que me estás diciendo es que estoy fastidiado.


–He dicho si la junta se entera. Yo no pienso contárselo, pero tampoco puedo impedir que alguien filtre la información.


–¿No crees que la junta vea sus intentos de desacreditarme?


–En vista del sabotaje, creo que la junta lo considerará una preocupación legítima. La reunión es el miércoles próximo. Si surge, haré lo que pueda para mitigar la situación. Pero no puedo prometerte nada. Lo único que puedo decirte es que a menos que haya pruebas de una violación directa de los términos del contrato, tu actual posición está asegurada. Y por lo que a mí respecta, no existe base alguna para la cancelación de dicho contrato.


Pero sus posibilidades de alcanzar la presidencia prácticamente se habían ido por el retrete.


Abandonó la oficina de Adrián y fue directamente al despacho de Julián, su ira crecía con cada paso que daba.


Se saltó las protestas de la secretaria y entró directamente.


–¿Puedo llamarte en unos momentos? –le dijo Julián a la persona con quien estuviera hablando antes de colgar–. Cielos, Pedro, ¿nunca has oído eso de llamar antes de entrar?


Pedro cerró de un portazo.


–Canalla hijo de…


–¿Hay algún problema? –Julian enarcó las cejas.


–¿De verdad pensaste que no me enteraría de que fuiste tú quien me había delatado? ¿Es esta tu idea de un combate justo?


–Tal como yo lo veo, no hay nada injusto en lo que he hecho.


–¿Y no te molesta en absoluto haber traicionado a tu hermano?


El otro rodeó el escritorio con indiferencia.


–Esto no tiene nada que ver con que seamos parientes. Son negocios. Pensé que conocerías la diferencia.


–Me miraste a los ojos y me mentiste –se acercó a su hermano–. Después de todos los años que cuidé de ti y te protegí…


–¿Quién te lo pidió? –gruñó Julián con vehemencia–. Jamás necesité ni quise tu protección.


–No te importa nadie más que tú, ¿verdad?


–Voy a vencerte, Pedro. Y no tiene nada que ver con la experiencia, la cultura o quién es más fuerte. La cuestión es que yo no me acuesto con la hija de nuestro competidor directo, y tú sí –se acercó más, hasta quedar cara a cara–. Aunque por lo que he leído, probablemente tú no eres el único.


Antes de darse cuenta de lo que hacía, impactó el puño con solidez en la mandíbula de Julian, haciéndolo retroceder varios metros. Así era su temperamento. Surgía de la nada y lo cegaba. Y después de pasar gran parte de su infancia protegiendo a su hermano menor, jamás imaginó que sería él quien lo golpeara.


Julian apretó un pañuelo que sacó del traje contra la boca sangrante.


–Tanta terapia, y has terminado como él.


Las palabras de su hermano llegaron hasta el fondo de su ser… porque tenía razón.


¿Y si algún día Paula lo irritaba? ¿O Matias? Se largó de la oficina de Julián hacia los ascensores. ¿Qué clase de hombre sería si ponía a su propio hijo y a la madre de este en peligro?


Un monstruo.




AVENTURA: CAPITULO 45

 


La dejó sola y regresó abajo. Casi choca con Pedro mientras éste subía las escaleras.


–¿Dónde has estado? –susurró él, a pesar de que no había nadie cerca que pudiera oírlos.


–En el dormitorio. Tenemos que hablar. No te vas a creer lo que ha pasado.


–En realidad, me iba.


–¿Te ibas? ¿A casa? Pero… Juana tiene a Matias toda la noche. Podemos trasnochar.


–No estoy de humor para celebraciones.


«¿Qué diablos?», pensó. «¿Cómo una noche que ha empezado tan bien puede hundirse de semejante manera?»


–¿Es por David Brickman? ¿Por qué fue tan grosero contigo?


–Es una historia larga.


–Que me encantaría oír –lo condujo de vuelta hasta la habitación de invitados de arriba, donde habían planeado encontrarse.


Una vez dentro con la puerta cerrada, él preguntó:

–¿Qué ha pasado contigo?


–Conmigo, no. Con Beatriz. Sorprendió a Leo en la despensa con una mujer de su trabajo. Me ha dicho que lleva años engañándola. Incluso desde la universidad, antes de casarse.


–Lo sé.


–¿Lo sabes? –repitió boquiabierta.


–Viví en la misma casa que él durante dos años. No se puede afirmar que intentara ocultarlo.


–¿Por qué jamás lo mencionaste?


–¿Qué se suponía que debía decir? ¿Quién soy yo para juzgar a alguien?


–¿O sea que piensas que esa clase de comportamiento es aceptable?


–Claro que no –suspiró.


–Ni siquiera entiendo cómo puedes ser amigo de alguien así.


–A mí no me engañó. Lo que Leo haga o deje de hacer, y con quién lo haga, no es asunto mío.


Paula respiró hondo y soltó despacio el aliento.


–Tienes razón. No pretendía saltar sobre ti. Lo que pasa es que me siento tan enfadada ahora. Con Leo por herir a Beatriz, y con Beatriz por permitirlo.


–Lo sé –la abrazó largo rato.


Justo lo que ella necesitaba. Cuando se separaron, volvió al tema que más le preocupaba en ese momento.


–Bueno, ¿qué pasa con ese David Brickman? ¿Por qué fue tan grosero contigo? Oh, y para que quede constancia, yo no era «una buena amiga» de Wanda en el instituto. Apenas la conocía. Y es evidente que tiene un gusto deplorable para elegir marido.


–En realidad, la actitud de él estaba completamente justificada.


–¿Qué? ¿Qué llegaste a hacerle?


–Hay cosas sobre mí de las que no te he hablado. Cosas que preferiría olvidar.


–¿Como cuáles?


–Ya sabes que en el colegio siempre está ese chico que abusa de los más pequeños y débiles, ¿no? El que siempre se mete en problemas, en peleas.


–Por supuesto. ¿Era ese hombre? Aunque no creo que diera la talla.


–No, era yo.


Ella se quedó boquiabierta.


Pedro, tú eres el hombre más amable, paciente y cariñoso que jamás he conocido.


–No siempre ha sido así. Mi padre abusó de mí, de modo que yo fui al colegio y abusé de los chicos más pequeños y débiles que yo. El terapeuta al que veía dijo que eso me hacía sentir fuerte y potenciado.


–¿Veías a un terapeuta?


–En el instituto. Fue una resolución judicial como parte de mi libertad condicional.


–¿Libertad condicional?


–Después de enviar a mi padre al hospital.


–¿Qué pasó? –inquirió con aliento contenido.


Se sentó en el borde de la cama y ella lo hizo a su lado.


–Me habían vuelto a suspender por pelearme, y como de costumbre, eso significaba una paliza de mi padre. Pero no sé, algo dentro de mí se quebró y por primera vez le planté cara. Lo tumbé de un puñetazo y al caer se abrió la cabeza con la cómoda. Me arrestaron por agresión.


Por fin había sido capaz de hablar de ello.


Paula añadió:

–A mí me parece más a defensa propia.


–La policía no creyó lo mismo. Por supuesto, no escucharon toda la historia. Mi madre se puso del lado de mi padre, claro. Aunque el lado bueno es que fue la última vez que me puso la mano encima, así que no fue una pérdida total. Y la terapia me ayudó mucho a tratar con mi ira. Aunque hasta la actualidad puede ser un desafío.


Lo peor era que recibía la clara impresión de que, a pesar de todo lo que había superado y logrado, Pedro aún creía que, de algún modo, tenía una fallo grave.


Y temía que no hubiera nada que ella pudiera hacer.


Absolutamente nada.




AVENTURA: CAPITULO 44

 


Pedro debió de reconocerlo, porque de repente palideció.


–David, por supuesto –dijo, pero daba la impresión de estar asqueado.


–Vámonos, cariño –dijo David, arrastrando a su desconcertada esposa en la dirección opuesta.


–¿Qué diablos ha sido todo eso? –susurró Paula.


–Luego –repuso Pedro antes de marcharse también él.


No podía ir tras él sin despertar sospechas, pero quería saber qué estaba pasando. Quizá Beatriz tuviera alguna idea.


Al no encontrarla abajo, se dirigió al dormitorio principal de la planta de arriba. La puerta estaba cerrada, así que llamó con gentileza.


–¡Bajo en un minuto! –anunció Beatriz.


–Soy Paula. ¿Estás bien? –preguntó.


Después de un silencio, la puerta se abrió. Y pudo ver que su prima había estado llorando.


–Beatriz, ¿qué sucede?


Metió a Paula en la habitación y cerró la puerta.


–No es nada.


–Evidentemente es algo o no estarías llorando.


–Se trata de Leo –se encogió de hombros–. Ya sabes cómo son los hombres.


–¿Qué ha hecho?


–Fui a la despensa en busca de servilletas y él estaba allí –con voz trémula añadió–: Con una asistente legal de su bufete.


–Ese canalla –dijo Paula, furiosa en nombre de Beatriz. Lo había visto hacía unos minutos y no había parecido arrepentido en absoluto. Siempre había creído que Leo era el marido y el padre perfectos y que Beatriz y él tenían el matrimonio ideal. La fantasía se había esfumado–. ¿Crees que ha sido una indiscreción menor o mantiene una aventura?


–En el último mes se ha quedado siempre hasta tarde en el bufete y ha recibido llamadas al móvil que ha tenido que contestar en su despacho. Y nuestra vida sexual ya es inexistente, así que conjeturo que ella es el nuevo sabor del mes.


–¿Del mes? ¿Quieres decir que ya ha hecho lo mismo otras veces?


–Por lo general es mucho más discreto. Jamás ha traído a una a casa. Al menos que yo sepa– Siempre dice que lo lamenta y que no se repetirá, pero nunca es así. Pensé que cuando nos casáramos sentaría la cabeza, que yo sería suficiente.


¿Ya lo hacía desde la universidad y a pesar de ello Beatriz se había casado con él?


–¿Por qué dejas que te trate de esta manera?


–Lo amo. Además, ¿qué alternativa tengo? No quiero ser una madre soltera divorciada. Mis padres adoran a Leo. Es de una buena familia y tiene la carrera perfecta. Quedarían horrorizados.


Paula quería a sus tíos, pero siempre le habían dado demasiada importancia a las apariencias.


–Al cuerno tus padres. Debes hacer lo correcto para ti.


–No soy como tú, Paula –se limpió los ojos con un pañuelo–. No soy fuerte. No me gusta estar sola.


–No soy fuerte… soy la persona más insegura del mundo. Pero es mejor estar sola y desdichada que con alguien que muestra tan poco respeto por ti. Mereces algo mucho mejor. Y piensa en el mensaje que le transmites a tu hija.


–Parecía realmente arrepentido y dijo que le pondría fin, y que no se repetiría. Quizá esta vez habla en serio.


¿Por qué iba a parar cuando sabía que podría librarse sin siquiera una reprimenda?


–Beatriz, necesitas hacer algo. Si no quieres dejarlo, entonces dile que quieres ir a un consejero matrimonial.


–Pero mis padres…


–Olvídate de tus padres. Haz lo mejor para ti y para Paulina –tomó la mano de Beatriz y se la apretó–. Yo estaré a tu lado y te ayudaré en todo lo que pueda.


–Lo pensaré –irguió los hombros–. He de arreglarme la cara y volver junto a los invitados. Falta poco para el año nuevo.


Y Paula temió que para Beatriz sería un año desdichado. Sin importar lo que decidiera.




AVENTURA: CAPITULO 43

 


–¿Seguro que Pedro y tú estáis bien? –susurró Beatriz, tomando la copa vacía de champán de Paula para darle otra llena–. Esta noche apenas os habéis mirado.


–Esa es la cuestión –afirmó, bebiendo un poco del líquido espumoso.


Pedro y ella ya habían arreglado quedar cerca de la medianoche en una de las habitaciones de invitados de arriba para compartir un beso de Año Nuevo Y quizá algo más.


Desde la Nochebuena, él prácticamente había pasado cada noche en su casa. Cada día traía más cosas personales y había arreglado con el servicio de lavandería que le recogiera y entregara la ropa en su casa en vez de seguir haciéndolo en el piso de él.


De repente se acercó uno de los camareros para informarle de que se habían acabado las servilletas. Mientras Beatriz iba a la despensa para encargarse de la reposición, Paula se acercó al árbol que hacía que el suyo pareciera enano.


–Este sí que es un árbol –comentó Pedro al situarse junto a ella, como si mantuviera una conversación cortés con una invitada.


–Desde luego –convino Paula.


Se inclinó y musitó:

–Deja el nuestro como si fuera un arbusto.


–Es gracioso, pero yo estaba pensando lo mismo.


–El año próximo –dijo él.


–Como queramos uno tan grande, necesitaremos una habitación con un techo abovedado.


–¿Lo añadimos a la lista?


Como preparativo para la búsqueda de la casa, habían empezado a redactar una lista con todas las cosas que querían en un hogar. Pedro ya había encontrado algunas potenciales en Internet. Paula desearía poder desterrar la sensación de que avanzaban demasiado deprisa.


¿Temía confiar por todas las veces que la habían herido o porque su instinto le decía que algo iba mal? No estaba segura.


–¿Paula Chaves? –dijo alguien a su espalda.


Se volvió y vio a una mujer baja, regordeta y vagamente familiar. Tenía el pelo rubio y ahuecado que acentuaba su rostro redondo, con un vestido quizá demasiado ceñido para alguien de su tamaño.


–¿Sí?


–¡Soy yo, Wanda Morris! –anunció entusiasmada–. ¡Del St. Mary’s School para chicas!


Paula tardó un segundo en recordar a una aspirante regordeta a animadora que siempre estaba tan desesperada por ser aceptada por las chicas populares que terminaba por resultar pesada y molesta.


–Santo cielo, Wanda, ¿Cómo estás? Hace siglos que no te veo.


Un hombre que parecía de la edad de Pedro, con pelo escaso y gafas redondas, enfundado en un esmoquin que no terminaba de encajar en su complexión fornida, cruzó la habitación. Wanda pasó un brazo por el suyo.


–Es David Brickman, mi marido. David, te presento a Paula Chaves, mi buena amiga del instituto.


Más bien conocidas, aunque Paula no la corrigió. Aceptó la mano extendida de David. Estaba caliente y húmeda.


–Encantado de conocerte –dijo él, aunque ni siquiera la miraba. Tenía la vista clavada en Pedro.


Wanda alzó la vista hacia Pedro y le preguntó a Paula.


–¿Y este es tu…?


Pedro Alfonso –intervino él, estrechándole la mano antes de extenderla hacia David.


Este la miró y luego miró furioso y con la cara enrojecida a Pedro.


Paula no entendió nada.


–No tienes idea de quién soy, ¿verdad? –preguntó David.


Pedro parpadeó y ella vio que hurgaba en su memoria.


–Fuimos juntos a la escuela preparatoria –explicó David con tal veneno en la voz que desconcertó a Paula.


¿Quién era ese sujeto y por qué se mostraba tan abiertamente grosero?




AVENTURA: CAPITULO 42

 


El padre de Paula se marchó a las siete y media y Julián se quedó jugando con Matías hasta que a éste le llegó la hora de irse a la cama. Al menos daba la impresión de que sería un gran tío.


–Es un chico estupendo –dijo después de que Paula se lo llevara a su habitación y Pedro lo acompañara a la puerta–. ¿Qué pasa con los niños últimamente? Debe de ser algo que flota en el aire. Primero tú, luego Adrián y ahora Emilio.


–¿Qué pasa con Emilio?


Se puso el abrigo.


–Cierto… ayer te fuiste de la fiesta antes de que diera la noticia. Su novia está embarazada. Se acaban de enterar. No pensé que nada pudiera sacudir a ese hombre. Es como el granito, pero juraría que tenía los ojos un poco empañados.


–Decididamente hay algo a favor de encontrar a la mujer adecuada –le dijo Pedro–. Tal vez tú seas el siguiente.


Julian sonrió y movió la cabeza.


–El problema que encuentro es que hay tantas mujeres adecuadas, que no sé dónde elegir.


–Sucederá. Probablemente, cuando menos te lo esperes. Conocerás a alguien y lo sabrás.


–¿Fue así con Paula? Porque recuerdo que tú mismo dijiste que habías roto la relación.


–Y podría haber sido el peor error de mi vida. Tengo suerte de que estuviera dispuesta a darme una segunda oportunidad.


–Te estás volviendo sentimental, lo que solo puede significar que has bebido demasiado.


De hecho, se sentía muy sobrio, pero no lo discutió.


Julián le dio una palmada en el brazo.


–Ve a dormir la mona. Y Feliz Navidad.


Calentaron tazas de sidra con especias en el microondas y luego se acurrucaron en el sofá delante de la chimenea. Paula apenas había hablado desde que se marcharan todos y Pedro empezaba a preguntarse si pasaba algo.


–¿Va todo bien? –le preguntó–. Has estado muy silenciosa.


Ella suspiró y apoyó la cabeza en su pecho.


–Solo estoy cansada. Ha sido un día muy largo.


–Lo ha sido.


–No salió exactamente como lo planeamos, pero creo que fue bien.


–Mejor de lo esperado, teniendo en cuenta la lista de invitados.


Probablemente, esta sea una pregunta horrible, ya que se trata de tu hermano, pero no le va a contar nada a la junta de Western Oil, ¿verdad? Sé que a ti te preocupaba que él lo averiguara.


–Dijo que no lo haría. Que quería una lucha limpia.


–¿Y confías en él?


–¿Tú no?


Paula se encogió de hombros.


–Quizá es por las cosas que me has contado, o por un pálpito, pero da la impresión de que realmente está resentido contigo.


–No tiene motivo para ello. Le salvé el pellejo más veces que las que puedo contar. En todo caso, está en deuda conmigo.


Ella alzó la cabeza.


–¿Se lo salvaste de quién?


–De nuestro padre. Le encantaba recalcar las cosas con un cinturón, o con el dorso de la mano, a veces incluso con los puños.


–¿Tu padre os golpeaba? –abrió mucho los ojos, le tocó la mejilla–. Deberías haber tenido una infancia mejor. No está bien que tus padres te fallaran de esa manera.


–Puede, pero el mundo no siempre funciona como debería.


–Y a pesar de ello, mira lo que has hecho con tu vida. Eres el aspirante a presidente ejecutivo de una empresa multimillonaria. Es un logro enorme.


–¿Quieres oír algo extraño? Tu padre prácticamente me ofreció un trabajo.


Ella rio.


–¿En serio?


–Me dijo que no le gustaba la idea de que su yerno trabajara para la competencia.


–¿Le recordaste que no eres su yerno?


–Bueno, aún no. Él hablaba del futuro no tan lejano.


Ella frunció el ceño.


–¿Es que planeamos casarnos en un futuro no tan lejano? Porque creo que el memorando con esa noticia no llegó a mi mesa.


–A menos que no quieras casarte conmigo –dijo él.


Ella se sentó y dejó la taza en la mesita.


–No he dicho eso. Simplemente, no sabía que tú quisieras casarte. En realidad jamás hemos hablado del tema.


–Te dije que quería que esto funcionara, que quería estar contigo. Tengo una idea que quería contarte –dijo él.


–Te escucho.


–He estado pensando que con el tiempo vamos a necesitar una casa más grande. Algo familiar, con un patio amplio para Matías. Debido al trabajo, creo que sería mejor que esperáramos, pero no nos vendría mal empezar a buscar ahora.


–¿Estás seguro? ¿Y si encontramos algo de inmediato?


–En el peor de los casos, podríamos mudarnos y yo mantener mi antiguo piso como dirección formal de correo. Aunque dudo que alguien cuestione que compre una casa. Emilio, nuestro director financiero, tiene un montón de propiedades como inversión.


Todavía se la veía insegura.


–Si no quieres, podemos esperar –indicó él.


–No se trata de eso. Lo deseo. De verdad. Es que… todo va tan deprisa.


–Y a mí me parece que lleva un año y medio de retraso.


–No quiero que nos precipitemos. Quiero que tú estés seguro.


–Lo estoy –de hecho, hacía mucho tiempo que no estaba tan seguro de algo. Sería un necio en volver a dejarla ir.


–De acuerdo, entonces. Busquemos una casa –sonrió.


–Después de las fiestas, llamaré a un agente inmobiliario.


Ella volvió a apoyarse en su pecho y suspiró.


–Estoy agotada.


–¿Por qué no te metes en la cama? Yo apagaré y comprobaré cómo está Matías.


–Nos vemos arriba.


Mientras se marchaba, bostezando y frotándose los ojos, Pedro apagó todas las luces de la casa y del árbol de Navidad. Luego se asomó a la habitación de Matías. Dormía boca abajo y como de costumbre se había destapado.


Lo arropó y luego le dio un beso en la mejilla. Cuando los tres vivieran juntos, podría hacer eso todo el tiempo. Cerró la puerta y fue al dormitorio, preguntándose si Paula estaría demasiado cansada para hacer el amor.


Al llegar obtuvo su respuesta: estaba completamente dormida.




viernes, 15 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 41

 


Mientras estaba en la ducha, le pareció oír el timbre, pero no podía imaginar quién podía pasar por allí en semejante día. Quizá fuera el chófer con más regalos para Matías.


Se afeitó, se puso un polo y unos pantalones informales y luego fue a ayudar a Paula. En cuanto entró en el salón, vio que había realmente otra persona allí y se quedó de piedra al ver que el hombre sentado en el suelo jugando con su hijo era su hermano Julián.


En ese instante, pasó de ser una de las mejores navidades de su vida a las fiestas del infierno.


Cuando Julián lo vio, se puso de pie.


–Hola, hermano. Feliz Navidad.


–¿Qué diablos haces aquí? –preguntó Pedro.


–Vino cuando estabas en la ducha –explicó Paula al entrar en el salón. Sentado en el sofá, el padre de Paula parecía divertido con toda la situación 


–¿Qué tiene de malo querer pasar la Navidad con mi hermano? Y mi sobrino –añadió Julián.


Pedro miró a Paula.


–No he dicho nada –repuso ella–. Él ya lo sabía.


Pedro miró a Julián con curiosidad.


–Llevas semanas comportándote de forma extraña. Luego me das esa excusa blanda del crucero. Insultas mi inteligencia, Pedro.


Tenían que mantener una conversación, pero no delante de Paula y su padre.


–¿Por qué no vamos fuera? –dijo.


Julian frunció el ceño.


–Hace frío y está lloviendo.


–No seas tan delicado –espetó.


Julián fue hacia la puerta y se puso el abrigo. Pedro hizo lo mismo y lo siguió al porche. Hacía frío y humedad y del cielo caía lluvia helada.


–¿No te parece acogedor? –Julian abandonó toda pretensión de alegría navideña–. Tú pasando la Navidad con Paula Chaves y su padre. Creo que ya sabemos a quién culpar del sabotaje.


–Julian, ¿de verdad crees que yo podría hacer algo así?


–No puedes negar que la situación resulta bastante sospechosa.


–No es asunto tuyo ni siento que deba justificar mis actos bajo ningún concepto, pero su padre no debía estar aquí. Acaba de aparecer, algo que sé que puedes entender. Además, ni siquiera veía a Paula cuando sucedió. Hasta hace unas semanas atrás ni siquiera sabía que tenía un hijo. Rompí con ella antes de que Paula supiera que estaba embarazada. De hecho, pensaba criar al niño sola.


–¿Y si fue ella la responsable del sabotaje?


–¿Paula? –era lo más ridículo que jamás había oído–. Imposible.


–¿Por qué no? ¿Y si la dominaba la amargura y quería vengarse de ti por abandonarla? O quizá lo hizo por su padre.


–No se puede decir que anhelara venganza. Si alguien tenía derecho a estar molesto, era yo. Y en cuanto a su padre, no mantienen la mejor de las relaciones.


–Es su bono de comida.


–Ella vive de un fondo que le dejó la madre. No recibe un céntimo de Chaves Energy. Y aunque lo recibiera, no posee ni un atisbo de maldad en todo su cuerpo –tuvo que preguntarse si no sería Julián el responsable de todo el sabotaje por la vehemencia que mostraba en tratar de culpar a otra persona. ¿O era su modo de distraer las sospechas de él? ¿Se habría enterado de que lo estaban investigando?


A pesar de que había defendido con presteza a su hermano, ya no estaba tan seguro.


–¿Cómo te enteraste que estaba viendo a Paula? –le preguntó.


–Te seguí, genio. No eres precisamente 007.


Al parecer no lo era, pero no esperaba que nadie lo siguiera.


–¿Y cómo supiste que Matías era mi hijo?


–No lo supe hasta verlo de cerca. Es como tú, aparte de que la marca de nacimiento lo delató –se sopló las manos y las metió en los bolsillos–. ¿Vas a casarte con ella?


Era la segunda vez que le hacían esa pregunta ese día.


–Diría que existe una gran posibilidad.


–Sabes que eso va a significar una oferta de trabajo del viejo Chaves.


Otro tema que salía por segunda vez.


–¿Por qué voy a querer trabajar para él cuando soy presidente ejecutivo de Western Oil.


Julian sonrió.


–Primero tendrás que pasar por encima de mí.


–Pienso hacerlo.


–Aquí hace un frío de mil demonios. ¿Es posible que volvamos dentro?


Se abrió la puerta de entrada y Paula asomó la cabeza.


–Lamento molestaros, pero todo está listo. Necesito a alguien que trinche el pavo.


Julián lo miró con curiosidad.


–¿Te importa si mi hermano se queda a cenar? –le preguntó Pedro a Paula.


–Tenemos comida suficiente –dijo, luego añadió con severidad–. Pero no quiero que la primera Navidad de mi hijo se convierta en la tercera guerra mundial. Mientras todo el mundo se comporte con civismo, por mí no hay problema.


–Yo siempre juego limpio –comentó Julián con demasiada amabilidad.




AVENTURA: CAPITULO 40

 


Paula contuvo el aliento y el temperamento de Pedro se disparó. De no haber estado sosteniendo a Matías, probablemente le hubiera dado un puñetazo. Pero por el bien de su hijo, se controló. Se plantó delante de Paula y habló con tono muy sereno y ecuánime:

–Estás hablando de la mujer que amo. Y es la última vez que le hablarás de esa manera. ¿Entendido?


Quizá el otro comprendió que se había excedido, porque retrocedió.


–Tienes toda la razón, ha sido algo injustificado. Lo siento, no era mi intención.


–Voy a vestir a Matias –dijo Paula con voz baja, quitándoselo a Pedro, dejándolo a solas con su padre.


Pedro sabía que eso era algo que Paula probablemente nunca olvidaría y tuvo la sensación de que su padre lo sabía. Aunque creía que estaba recibiendo exactamente lo que se merecía, una parte de él sintió simpatía por el otro. Sabía lo que era perder los nervios y decir o hacer algo que luego se llegaba a lamentar. La diferencia era que había sido lo bastante hombre como para controlarlo. Quizá representara el toque de alerta que el padre de Paula necesitaba. Quizá los ayudara a sanar la relación fracturada.


Después de un silencio incómodo, el padre de ella dijo:

–Traigo regalos para Matías. ¿Los entro?


¿Es que le pedía permiso a Pedro? Quizá suponía que tendría mejores posibilidades con él antes que con Paula. Y a menos que hubiera algún peligro, Pedro no consideró su lugar interponerse entre abuelo y nieto.


–Claro, tráelos.


Abrió la puerta y le hizo una señal al hombre que había de pie en la acera. Había estado esperando en el frío con los brazos llenos de paquetes. Hicieron falta tres viajes para entrarlo todo. Decididamente, esa no era la manera en que Pedro había soñado con pasar la Navidad. Las familias tenían un modo peculiar de fastidiar los planes.


–Y bien –comentó el padre de Paula cuando terminó–, ¿tienes planes para casarte con mi hija?


Debería haber esperado algo así, pero la pregunta lo sorprendió un poco.


–La idea me ha pasado por la cabeza.


–Supongo que es demasiado esperar que pidas mi permiso.


En ese punto tendría suerte de recibir una invitación para la boda.


–No veo que eso vaya a suceder.


–Supongo que esperarás un trabajo en mi empresa, con un despacho que haga esquina.


¿Es que ese sujeto podía ser más arrogante?


–Ya tengo un trabajo –respondió.


El otro frunció el ceño.


–No estoy seguro de que me guste la idea de que mi yerno trabaje para la competencia.


Pedro le importaba un bledo lo que le gustara o no. Sin contar con que tendría serios problemas trabajando para alguien como el padre de Paula, en particular si terminaba resultando ser el responsable del sabotaje.


Paula apareció en el vestíbulo con Matías en brazos. Lo había vestido con un disfraz navideño.


–¿Has comido ya? –le preguntó a su padre.


–No.


–¿Querrías quedarte a cenar con nosotros?


El otro miró a Pedro.


–Si no es una imposición.


¿De repente veía a Pedro como el hombre de la casa o solo temía realizar el movimiento equivocado?


–¿Por qué no te llevas a Matias mientras yo termino la cena y Pedro se ducha? –dijo Paula.


Se quitó el abrigo y tomó al pequeño en brazos, llevándoselo al salón. Paula le hizo un gesto a Pedro para que fueran pasillo abajo y este la siguió al dormitorio. Cerró la puerta y se apoyó en él, le rodeó la cintura con los brazos y enterró la cara en su pecho.


–¿Estás bien? –le preguntó él, frotándole la espalda.


–Después de lo que me dijo, ¿estoy loca por invitarlo a quedarse?


–Si iba en serio, quizá; pero no creo que lo pensara. Creo que se sentía amenazado y atacó sin pensar. Los hombres como él están acostumbrados a tener el control. Quítaselo, y dicen y hacen cosas estúpidas.


–Supongo que eso tiene sentido –alzó la cara y lo miró–. Gracias por defenderme.


–Tú me defendiste primero. ¿Hablabas en serio?


–¿A qué parte te refieres?


–Al decir que soy el hombre al que amas –le acarició la mejilla.


–Sí –se puso de puntillas y le dio un beso, susurrándole a los labios–: Te amo, Pedro.


–Te amo, Paula.


Ella sonrió.


–Será mejor que vuelva a la cocina antes de que se queme la cena.


–En un minuto estaré allí para ayudarte.