sábado, 16 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 43

 


–¿Seguro que Pedro y tú estáis bien? –susurró Beatriz, tomando la copa vacía de champán de Paula para darle otra llena–. Esta noche apenas os habéis mirado.


–Esa es la cuestión –afirmó, bebiendo un poco del líquido espumoso.


Pedro y ella ya habían arreglado quedar cerca de la medianoche en una de las habitaciones de invitados de arriba para compartir un beso de Año Nuevo Y quizá algo más.


Desde la Nochebuena, él prácticamente había pasado cada noche en su casa. Cada día traía más cosas personales y había arreglado con el servicio de lavandería que le recogiera y entregara la ropa en su casa en vez de seguir haciéndolo en el piso de él.


De repente se acercó uno de los camareros para informarle de que se habían acabado las servilletas. Mientras Beatriz iba a la despensa para encargarse de la reposición, Paula se acercó al árbol que hacía que el suyo pareciera enano.


–Este sí que es un árbol –comentó Pedro al situarse junto a ella, como si mantuviera una conversación cortés con una invitada.


–Desde luego –convino Paula.


Se inclinó y musitó:

–Deja el nuestro como si fuera un arbusto.


–Es gracioso, pero yo estaba pensando lo mismo.


–El año próximo –dijo él.


–Como queramos uno tan grande, necesitaremos una habitación con un techo abovedado.


–¿Lo añadimos a la lista?


Como preparativo para la búsqueda de la casa, habían empezado a redactar una lista con todas las cosas que querían en un hogar. Pedro ya había encontrado algunas potenciales en Internet. Paula desearía poder desterrar la sensación de que avanzaban demasiado deprisa.


¿Temía confiar por todas las veces que la habían herido o porque su instinto le decía que algo iba mal? No estaba segura.


–¿Paula Chaves? –dijo alguien a su espalda.


Se volvió y vio a una mujer baja, regordeta y vagamente familiar. Tenía el pelo rubio y ahuecado que acentuaba su rostro redondo, con un vestido quizá demasiado ceñido para alguien de su tamaño.


–¿Sí?


–¡Soy yo, Wanda Morris! –anunció entusiasmada–. ¡Del St. Mary’s School para chicas!


Paula tardó un segundo en recordar a una aspirante regordeta a animadora que siempre estaba tan desesperada por ser aceptada por las chicas populares que terminaba por resultar pesada y molesta.


–Santo cielo, Wanda, ¿Cómo estás? Hace siglos que no te veo.


Un hombre que parecía de la edad de Pedro, con pelo escaso y gafas redondas, enfundado en un esmoquin que no terminaba de encajar en su complexión fornida, cruzó la habitación. Wanda pasó un brazo por el suyo.


–Es David Brickman, mi marido. David, te presento a Paula Chaves, mi buena amiga del instituto.


Más bien conocidas, aunque Paula no la corrigió. Aceptó la mano extendida de David. Estaba caliente y húmeda.


–Encantado de conocerte –dijo él, aunque ni siquiera la miraba. Tenía la vista clavada en Pedro.


Wanda alzó la vista hacia Pedro y le preguntó a Paula.


–¿Y este es tu…?


Pedro Alfonso –intervino él, estrechándole la mano antes de extenderla hacia David.


Este la miró y luego miró furioso y con la cara enrojecida a Pedro.


Paula no entendió nada.


–No tienes idea de quién soy, ¿verdad? –preguntó David.


Pedro parpadeó y ella vio que hurgaba en su memoria.


–Fuimos juntos a la escuela preparatoria –explicó David con tal veneno en la voz que desconcertó a Paula.


¿Quién era ese sujeto y por qué se mostraba tan abiertamente grosero?




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