La dejó sola y regresó abajo. Casi choca con Pedro mientras éste subía las escaleras.
–¿Dónde has estado? –susurró él, a pesar de que no había nadie cerca que pudiera oírlos.
–En el dormitorio. Tenemos que hablar. No te vas a creer lo que ha pasado.
–En realidad, me iba.
–¿Te ibas? ¿A casa? Pero… Juana tiene a Matias toda la noche. Podemos trasnochar.
–No estoy de humor para celebraciones.
«¿Qué diablos?», pensó. «¿Cómo una noche que ha empezado tan bien puede hundirse de semejante manera?»
–¿Es por David Brickman? ¿Por qué fue tan grosero contigo?
–Es una historia larga.
–Que me encantaría oír –lo condujo de vuelta hasta la habitación de invitados de arriba, donde habían planeado encontrarse.
Una vez dentro con la puerta cerrada, él preguntó:
–¿Qué ha pasado contigo?
–Conmigo, no. Con Beatriz. Sorprendió a Leo en la despensa con una mujer de su trabajo. Me ha dicho que lleva años engañándola. Incluso desde la universidad, antes de casarse.
–Lo sé.
–¿Lo sabes? –repitió boquiabierta.
–Viví en la misma casa que él durante dos años. No se puede afirmar que intentara ocultarlo.
–¿Por qué jamás lo mencionaste?
–¿Qué se suponía que debía decir? ¿Quién soy yo para juzgar a alguien?
–¿O sea que piensas que esa clase de comportamiento es aceptable?
–Claro que no –suspiró.
–Ni siquiera entiendo cómo puedes ser amigo de alguien así.
–A mí no me engañó. Lo que Leo haga o deje de hacer, y con quién lo haga, no es asunto mío.
Paula respiró hondo y soltó despacio el aliento.
–Tienes razón. No pretendía saltar sobre ti. Lo que pasa es que me siento tan enfadada ahora. Con Leo por herir a Beatriz, y con Beatriz por permitirlo.
–Lo sé –la abrazó largo rato.
Justo lo que ella necesitaba. Cuando se separaron, volvió al tema que más le preocupaba en ese momento.
–Bueno, ¿qué pasa con ese David Brickman? ¿Por qué fue tan grosero contigo? Oh, y para que quede constancia, yo no era «una buena amiga» de Wanda en el instituto. Apenas la conocía. Y es evidente que tiene un gusto deplorable para elegir marido.
–En realidad, la actitud de él estaba completamente justificada.
–¿Qué? ¿Qué llegaste a hacerle?
–Hay cosas sobre mí de las que no te he hablado. Cosas que preferiría olvidar.
–¿Como cuáles?
–Ya sabes que en el colegio siempre está ese chico que abusa de los más pequeños y débiles, ¿no? El que siempre se mete en problemas, en peleas.
–Por supuesto. ¿Era ese hombre? Aunque no creo que diera la talla.
–No, era yo.
Ella se quedó boquiabierta.
–Pedro, tú eres el hombre más amable, paciente y cariñoso que jamás he conocido.
–No siempre ha sido así. Mi padre abusó de mí, de modo que yo fui al colegio y abusé de los chicos más pequeños y débiles que yo. El terapeuta al que veía dijo que eso me hacía sentir fuerte y potenciado.
–¿Veías a un terapeuta?
–En el instituto. Fue una resolución judicial como parte de mi libertad condicional.
–¿Libertad condicional?
–Después de enviar a mi padre al hospital.
–¿Qué pasó? –inquirió con aliento contenido.
Se sentó en el borde de la cama y ella lo hizo a su lado.
–Me habían vuelto a suspender por pelearme, y como de costumbre, eso significaba una paliza de mi padre. Pero no sé, algo dentro de mí se quebró y por primera vez le planté cara. Lo tumbé de un puñetazo y al caer se abrió la cabeza con la cómoda. Me arrestaron por agresión.
Por fin había sido capaz de hablar de ello.
Paula añadió:
–A mí me parece más a defensa propia.
–La policía no creyó lo mismo. Por supuesto, no escucharon toda la historia. Mi madre se puso del lado de mi padre, claro. Aunque el lado bueno es que fue la última vez que me puso la mano encima, así que no fue una pérdida total. Y la terapia me ayudó mucho a tratar con mi ira. Aunque hasta la actualidad puede ser un desafío.
Lo peor era que recibía la clara impresión de que, a pesar de todo lo que había superado y logrado, Pedro aún creía que, de algún modo, tenía una fallo grave.
Y temía que no hubiera nada que ella pudiera hacer.
Absolutamente nada.
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