lunes, 11 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 29

 


Aunque al regresar a su despacho, se preguntó si el hecho de que investigaran a Julián significaba que también hacían lo mismo con él. Pero no veía el motivo. Podía contar con los dedos de una mano las veces que había estado en la refinería. Sin embargo, como saliera a la luz la relación que tenía con Paula y Matías, no solo podría socavar sus posibilidades para llegar a ser presidente ejecutivo, sino que también lo colocaría en una posición dudosa.


Si pudiera ocultar a Paula solo unos meses más, hasta que hubiera tenido tiempo de considerar de verdad lo que hacía, al menos hasta que se hubiera tomado la decisión de la sucesión…


Al volver a su despacho vio que en el teléfono móvil que había dejado sobre la mesa tenía dos llamadas perdidas. Una de un número que no reconocía y otra de Paula. Sin mensajes.


Marcó el número de ella y contestó a la segunda llamada. De fondo podía oír los balbuceos felices de Matías. En apenas una semana el pequeñajo se había ganado el camino hacia su corazón.


–¿Has llamado? –le preguntó a Paula.


–Sí. Lamento molestarte mientras trabajas, pero había algo que quería preguntarte. ¿Tienes un minuto?


–Claro.


–Se puede decir que necesito un favor, pero quiero dejarte bien claro que nada te obliga a hacérmelo. No se lo puedo pedir a Juana. Pensé que tal vez querrías hacerlo tú a cambio.


–¿Hacer qué?


–Cuidar de Matías el sábado por la noche. Me han invitado para una noche de chicas con Beatriz y algunas amigas.


–¿Te refieres a estar él y yo solos?


–Sí. Yo no me marcharé hasta las siete y media y él se acuesta a las ocho y media, de modo que estará dormido casi todo el tiempo.


El hecho de que le confiara a Matías lo dejó sin habla unos momentos.


–Si no quieres… –agregó ella.


–No es que no quiera. Es que… estoy un poco sorprendido de que me lo pidas, teniendo en cuenta mi amplio desconocimiento de los niños.


–Bueno, Matias te adora y tú ya conoces su rutina. Además, es fácil de llevar. No puedo imaginar que te dé algún problema. Y si decides formar parte permanente de su vida, no puedes estar de visita para siempre. Tendrás que acostumbrarte a estar a solas con él. A veces por la noche.


La idea lo fascinaba y al mismo tiempo lo aterraba. No eran cosas que hubiera tomado en consideración.


–Me gustaría hacerlo –dijo al final, y a pesar de todas sus dudas, era verdad.


–¡Estupendo! ¿Puedes pasar por mi casa a las siete y media? Eso me dará tiempo de mostrarte dónde está todo antes de que Beatriz pase a recogerme.


–Sí.


–No sé lo que haréis esta noche, pero Matías y yo íbamos a decorar el árbol a eso de las siete.


Con una cena programada con su equipo de trabajo para las seis y media era imposible que pudiera terminar antes de las ocho. De modo que tal vez solo lo viera diez minutos antes de que se fuera a acostar. Lo que significaba que iría a verla a ella, no a Matías, lo que no creía que fuera una buena idea después de lo sucedido la noche anterior.


–Hoy me es imposible ayudaros con el árbol, pero tal vez pueda pasarme mañana al mediodía.


–Claro. Sería estupendo. A propósito, ¿has recibido alguna carta de Leo y Beatriz ya?


Echó un vistazo al correo del día y vio un sobre con el remitente de Leo y Beatriz. Lo abrió, pero no se trataba de una tarjeta. Era una invitación para su fiesta anual de Fin de Año. Pedro iba cada año, salvo el anterior, y solo porque supuso que se toparía con Paula. Sabía que estaba embarazada, y la idea de verla preñada con el bebé de otro hombre…


De haber sabido que era su hijo, quizá hubiera actuado de otra manera.


–Doy por hecho que tú también has recibido una invitación –comentó.


–Sí. Me preguntaba si pensabas ir.


–No podemos eliminar nuestra vida social solo por el hecho de que nos vamos a encontrar el uno con el otro. No es justo para ninguno de los dos.


–Supongo que no. Entonces, ¿vas a ir?


–Sí, iré –aunque solo fuera para probar que eso que había entre ellos no tenía por qué ser nada del otro mundo.


–Entonces, yo también –confirmó ella.




AVENTURA: CAPITULO 28

 


A la mañana siguiente, Pedro estaba sentado en su despacho sintiéndose más relajado y feliz que en mucho tiempo. Dieciocho meses, para ser exactos.


El único problema radicaba en que la felicidad jamás duraba. Dejar que esa situación fuera más lejos sería un error. De modo que la próxima vez que ella se le insinuara, y conociendo a Paula, probablemente habría una próxima vez, él sería la persona racional. Sin importar que quisiera creerlo o no, él sabía lo que era mejor para ella.


Sonó el interfono.


–El señor Blair necesita verlo en su despacho.


Se levantó y fue a la oficina de Adrian.


–Lo están esperando –le indicó la secretaria de este, indicándole la puerta abierta del despacho.


Entró algo desconcertado, ya que no tenía ni idea de esa reunión y su secretaria no le había informado de nada al respecto.


Adrian estaba sentado ante su mesa y lo sorprendió ver a Emilio de pie junto a los ventanales. Si era una reunión planeada, Julian aún no había llegado.


–Cierra la puerta –pidió Adrian.


–¿Y Julián?


–Lo envié a la refinería.


Solo había una razón por la que Julian pudiera ser excluido de una reunión. Se había descubierto algo acerca de la explosión.


Cerró la puerta y se sentó frente a la mesa de Adrian.


–Así que doy por hecho que hay novedades.


Adrian y Emilio intercambiaron miradas.


–Algo así –confirmó el segundo.


No estaba seguro de que le gustara que Adrián lo hablara con Emilio presente. Hasta que el puesto de presidente ejecutivo no se llenara, se suponía que todos estaban al mismo nivel.


Se sentó más erguido en el sillón y miró a uno y luego al otro.


–Sea lo que sea, veo que ya lo habéis hablado sin mí.


–Teníamos algunas preguntas para ti –dijo Adrian con solemnidad.


–Pues formuladlas –indicó.


–Sé que Julián y tú no sois muy cercanos –dijo Emilio–. Pero, ¿sabes algo acerca de sus finanzas personales?


–No compartimos precisamente consejos bursátiles. ¿Por qué?


–¿Eres consciente de algún motivo por el que tenga que depositar o retirar alguna suma importante de dinero en efectivo?


¿Estaban investigando las finanzas de Julián? ¿Habrían hecho lo mismo con las suyas? A pesar de toda la animosidad que sentía hacia Julián, el instinto arraigado de defender a su hermano salió a la superficie.


–¿Estáis acusando a mi hermano de algo?


–Una semana antes del accidente, alguien depositó doscientos mil dólares en la cuenta de Julian, y unos días después él transfirió treinta mil.


–¿A quién?


–Me temo que no tenemos acceso a esa información –expuso Emilio.


–Pero lo que estáis diciendo es que lo consideráis responsable del sabotaje.


–No puedes negar que parece sospechoso.


Los estudió.


–¿Creéis que alguien le pagó y que él pagó a alguien para que manipulara el equipo?


–Es una posibilidad –confirmó Adrián.


–¿Por qué?


–Julián es ambicioso –expuso Emilio–. Sucedió antes de que todo el mundo supiera que el puesto de presidente ejecutivo quedaría vacante. Quizá creyó que había llegado a su techo.


–Su entrega a la empresa y su dedicación a los hombres en la refinería han sido ejemplares –les recordó Pedro . De hecho, era realmente notable, a pesar de las diferencias sociales y económicas, lo mucho que los hombres de la refinería respetaban y confiaban en Julian. Era uno más del grupo.


–Quizá alguien le hizo una oferta que no pudo rechazar –dijo Emilio–. Pero primero esperaba algo a cambio.


–Sea o no ambicioso, no lo veo poniendo la vida de alguien en peligro para impulsar su carrera.


–Quizá nadie tenía que resultar herido, pero algo salió mal –sugirió Adrian–. Tienes que admitir que él fue quien peor encajó lo sucedido. Tal vez se siente culpable.


–Si es así, ¿por qué sigue aquí?


–¿Para evitar sospechas? O quizá ahora que el puesto de presidente ejecutivo va a quedar vacante tiene una razón para quedarse.


–O tal vez –aportó Emilio–, al haber heridos, eso rompió el trato al que había llegado.


–Escuchad, ya sabéis que mi hermano y yo no mantenemos la mejor de las relaciones, pero me está costando mucho aceptar algo así –o tal vez no quería creer que su propio hermano podía ser responsable o tan egoísta.


–Créenos, a nosotros tampoco nos gusta –convino Adrian–. Pero no podemos soslayar la posibilidad. Si de algún modo ha estado involucrado, y luego sale a la luz que teníamos pruebas y no hicimos nada al respecto…


–Podéis planteárselo a él –sugirió Pedro .


Emilio rio.


–Estamos hablando de Julian. Si es culpable, ¿de verdad crees que iba a reconocerlo?


Era verdad. Antes se cortaría un brazo.


–Su secretaria va a iniciar su permiso de maternidad en unas semanas y la agencia de investigación ha sugerido que pusiéramos a una agente de incógnito en el despacho de Julián –dijo Adrian–. Él va a pensar que solo se trata de una empleada temporal.


–Como se enteré, se va a irritar.


–Así que debemos cerciorarnos de que no se entere –dijo Adrián–. Y hasta entonces debemos encontrar otra manera. Quizá tú podrías tratar de hablar con él. Tal vez se le escape algo.


–Con sinceridad, yo soy la última persona con la que se abriría. No hablamos. Nunca. De hecho, eso solo ayudaría a despertar sus sospechas.


–Hemos corrido un riesgo al confiarte esto –expuso Emilio–. Yo también tengo hermanos, así que sé que es mucho pedir. Pero solo podemos llevar a cabo esto si estás con nosotros en un cien por cien.


Sabía que tenían razón. Y bajo la necesidad de defender a su hermano, estaba la persistente sospecha de que podía ser verdad. Fuera como fuere, necesitaban saberlo.


–Estoy dentro –afirmó.


Sabía que hacía lo correcto, pero lo sentía como una traición.




AVENTURA: CAPITULO 27

 


Lo que le daba a esa situación el potencial no solo de volverse demasiado complicada, sino también peligrosa. Y cuando Paula aferró su erección y lo acarició lentamente, su autoimpuesta insensibilidad se desvaneció. Las palabras no podían describir de forma apropiada lo fantástico que era.


–Bien, ¿qué va a ser? –preguntó ella sin dar una impresión vulnerable–. ¿Sexo o un potencial traumatismo físico?


Concisa y al grano. Siempre le había gustado eso en ella. Jamás había contenido sus sentimientos. No le había dado miedo.


Pedro sacó su cartera del bolsillo de atrás de los vaqueros y extrajo un preservativo. Ella se lo arrebató y abrió el envoltorio.


–¿Tienes prisa? –le preguntó.


–¿Qué parte de no he tenido sexo en dieciocho meses no has entendido?


Quizá también a Paula le hubiera sorprendido saber que después de ella solo había habido otra mujer para él. Y eso había sido hacía un año. Una relación de rebote que había sido breve y, francamente, poco excitante. Desde luego, comparadas con Paula, pocas mujeres lo eran. Esa había sido la clase de mujer que había preferido. Alguien que no lo excitara ni lo estimulara. Pero estar con Paula lo había cambiado. Más o menos, lo había estropeado para estar con otras mujeres, dentro y fuera del dormitorio.


–Eso no significa que no podamos tomarnos nuestro tiempo –dijo él.


Ella pasó una pierna por encima de sus muslos y se puso a horcajadas sobre Pedro. Este supo entonces que no tenía sentido discutir. Paula sacó el preservativo del envoltorio y él se preparó, porque sabía lo que sucedería a continuación. Ella lo había hecho docenas de veces con anterioridad.


Con una sonrisa traviesa, ella dijo:

–Entra mejor húmeda –entonces se inclinó y lo tomó en la boca. Él gimió y apretó la manta mientras Paula usaba la lengua para humedecerlo desde la punta hasta la base.


Como siguiera de esa manera, todo se terminaría en diez segundos.


Ella se apoyó sobre los talones y exhibió esa sonrisa que daba a entender que sabía muy bien lo que hacía y que era hora de la retribución. Le puso el preservativo como una profesional, luego se centró sobre él. Su cuerpo era un poco más curvilíneo que antes, los pechos más plenos y las caderas más suaves, y no creyó haberla visto alguna vez más hermosa.


–¿Listo? –preguntó ella.


Como si dispusiera de elección.


Paula apoyó las manos sobre su torso y bajó despacio, centímetro a atormentador centímetro. Pedro soltó un suspiro cuando las paredes calientes y resbaladizas se cerraron en torno a él. Aunque habría considerado que lo opuesto sería lo normal. Mantener incluso un vestigio de control iba a ser prácticamente imposible.


–Oh, Pedro –gimió ella con los ojos cerrados al tiempo que lo montaba–. No te creerías la sensación asombrosa que me produce esto.


Quiso decirle que en realidad sí lo creía, pero apenas estaba aguantando. Como emitiera un simple sonido, perdería al poco control que aún le quedaba.


La situó debajo de él. Ella soltó un jadeo sorprendido cuando su espalda contactó con el suelo. Abrió la boca para protestar, pero a medida que se hundía en ella, solo fue capaz de emitir un gemido de placer. Arqueándose hacia ese embate, con las piernas rodeándole la cintura, le clavó las uñas en la espalda. Él apenas tuvo la posibilidad de establecer un ritmo antes de que el cuerpo de Paula comenzara a temblar, cerrándose en torno a la enorme erección, y no habría sido capaz de contenerse ni aunque en ello le fuera la vida. En ese instante el tiempo se detuvo y solo hubo conciencia de placer.


Cuando el tiempo se reanudó, la miró, tumbada debajo de él con los ojos cerrados, respirando con dificultad, el cabello como un abanico abierto sobre la almohada. Esa mujer era puro sexo.


–¿Estás bien? –le preguntó.


Ella abrió los ojos lentamente, en esa ocasión sin un atisbo de lágrimas, sino de una satisfacción que se reflejaba en la mirada de él. Asintió y casi sin aliento dijo:

–Sé que probablemente no deberíamos haberlo hecho, y que va a complicar mucho las cosas, pero… maldita sea… ha valido la pena.


Él bajó la vista y ella siguió la dirección a su entrepierna.


Bueno, no era un gran problema. Ya estaban tumbados desnudos, así que Paula no veía ningún daño en hacerlo una vez más. O dos si era lo que hacía falta. Y como Pedro solía tener la libido de un joven de dieciocho años, algo que parecía no haber cambiado, era una clara posibilidad.


Pero pasada esa noche, el fin sería definitivo.




domingo, 10 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 26

 


Se apartó de él, tomó una manta del sofá y la extendió sobre la alfombra delante de la chimenea. Pedro la observó mientras se quedaba únicamente en braguitas y sujetador y se echaba sobre la manta. El pulso se le desbocó al ver que la miraba como si quisiera devorarla.


Él se quitó el polo y luego se desprendió de los vaqueros. Era perfecto.


Delgado, fuerte y hermoso. El resplandor del fuego danzó en su piel al tumbarse y extenderse a su lado. Se apoyó en un codo y la miró.


–Mi cuerpo es un poco diferente que la última vez que lo viste.


Él le acarició el estómago y sintió el aleteo de la piel bajo los dedos.


–¿A ti te molesta? –preguntó.


Se encogió de hombros.


–Es un hecho.


–Bueno –se inclinó y le besó la parte generosa que sobresalía del pecho por encima del encaje del sujetador–, creo que incluso eres más sexy que antes.


Mientras siguiera tocándola, no le importaba su aspecto. Pedro apartó la copa del sujetador y dejó el pecho al aire, haciendo que el pezón se contrajera. Lo provocó levemente con la lengua, luego lo tomó con la boca y succionó. Paula gimió débilmente y cerró los ojos. Él la rodeó con los brazos para quitarle la prenda con dedos hábiles.


Durante un tiempo pareció satisfecho solo con tocarla, besarla y explorarla, haciendo cosas asombrosas con la boca. El problema era que solo las hacía por encima de la cintura. Lo deseaba tanto que se salía de su propia piel. Pero cada vez que ella intentaba avanzar las cosas, él la detenía.


–Sabes que me estás volviendo loca con tanta estimulación sexual –le dijo.


La sonrisa que esbozó reveló que sabía exactamente lo que hacía.


–No hay prisa, ¿verdad?


–Yo no llamaría a esto velocidad, Pedro.


–Porque sé que en cuanto te toque, tendrás un orgasmo –como si quisiera demostrar lo que afirmaba, deslizó la mano por el estómago e introdujo los dedos unos centímetros por debajo de las braguitas.


Ella se mordió los labios para no gemir y le clavó las uñas en los hombros.


–Bueno, ¿qué esperas después de tres horas de juego amoroso?


Él rio.


–No han sido tres horas.


Desde luego que lo parecía.


–Solo me gustaría hacer que esto durara –musitó él.


–¿Te he mencionado que han sido dieciocho meses? Francamente, creo que ya he esperado bastante.


Clavó los ojos en los de ella y volvió a introducir la mano bajo las braguitas. En cuanto sus dedos se deslizaron en el calor resbaladizo, ella quedó en el borde del precipicio y lista para caer al vacío. Solo necesitaba un empujoncito…


–Aún no –susurró Pedro, retirando la mano.


Ella gimió como protesta. Él se sentó y le quitó las braguitas, haciendo que casi sollozara de tan preparada que se encontraba. Le separó los muslos y se arrodilló entre ellos. Le aferró los tobillos y lentamente subió las manos por las piernas, acariciándole la parte posterior de las rodillas, luego más arriba, abriendo aún más los muslos. Con las yemas de los dedos pulgares rozó el pliegue donde la pierna se unía con su cuerpo, luego se lanzó dentro…


–Estaba tan cerca… cayendo…


Con las piernas de ella aún separadas, bajó la cabeza… y Paula sintió su aliento cálido… el calor húmedo de la lengua…


Su cuerpo se cerró en un placer tan intenso, tan hermoso y perfecto que de su garganta se escapó un sollozo. Pedro la miró preocupado.


–¿Estás bien? –preguntó–. ¿Te he hecho daño?


Ella movió la cabeza.


–No, ha sido perfecto.


–Entonces, ¿qué sucede?


Ella se secó los ojos.


–Nada. Creo que, simplemente, fue muy intenso. Quizá porque hace mucho. Ha sido como una enorme liberación emocional, o algo parecido.


No dio la impresión de creerle.


–Tal vez deberíamos parar.


¿Iba a parar en ese momento? ¿Es que hablaba en serio?


–No quiero que pares. Estoy bien –se irguió y lo miró fijamente a los ojos–. Digámoslo así. Si no me haces el amor de inmediato, voy a tener que hacerte daño.


Tendría que ser un absoluto idiota para no darse cuenta de que Paula se sentía emocional y vulnerable. Estaba llorando. Habían tenido un sexo bastante intenso en el pasado y jamás había soltado una lágrima. Quizá fuera un canalla insensible, pero le estaba costando decirle que no. O quizá le costaba pensar con claridad si Paula le metía la mano dentro de los calzoncillos.


–Te deseo, Pedro –susurró ella, poniéndose de rodillas a su lado.


Y cuando él la besó sabía salada, a lágrimas. A pesar de ello, no trató de pararla cuando lo tumbó sobre la manta. Quizá estuviera mal, pero por primera vez en mucho tiempo, no sentía que debía ser el chico bueno y responsable. Estar con Paula hacía que solo quisiera sentir.


Siempre había sido así.




AVENTURA: CAPITULO 25

 


Paula giró para mirar a Pedro, insegura de si bromeaba o hablaba en serio, de si reír o darle un puñetazo. Y fuera cual fuere su intención, dolía.–¿De verdad eso es todo lo que fue para ti? –preguntó–. ¿Un sexo estupendo?


Solo después de soltar las palabras se dio cuenta de lo pequeña y vulnerable que sonaba.


–¿Qué diferencia marca? –preguntó con ojos intensos–. Tú solo me usabas para desafiar a tu padre.


Debería haber imaginado que ese comentario regresaría para morderla.


–Y para que quede constancia –él se acercó y la atrapó contra el borde de la encimera–, no fue solo por sexo. Tú me importabas.


Sí, claro.


–Desde luego, dejarme fue un modo interesante de demostrarlo.


–Le puse fin por lo que sentía por ti.


–Eso carece de sentido –comentó desconcertada–. Si alguien te importa, no rompes con esa persona. No la tratas como si fuera lo mejor de tu vida un día y al siguiente le dices que se ha acabado.


–Sé que para ti no tiene sentido, pero hice lo que tenía que hacer. Lo mejor para ti.


¿Es que encima bromeaba?


–¿Cómo diablos sabes lo que es mejor para mí?


–Hay cosas sobre mí que no entenderías.


Justo cuando pensaba que no podía empeorar, él tenía que soltarle lo típico de no es por ti, sino por mí.


–Esto es estúpido. Ya lo hablamos hace dieciocho meses. Se acabó –pasó a su lado pero él le aferró el brazo.


–Es evidente que no se acabó.


–Para mí sí –mintió al tiempo que intentaba liberar el brazo.


–¿Sabes? Tú no fuiste la única en salir herida.


Emitió un sonido indignado.


–Estoy segura de que tú te quedaste devastado.


Los ojos de él centellearon con furia.


–No hagas eso. Jamás sabrás lo duro que fue dejarte. Las veces que estuve a punto de llamarte –se inclinó hasta dejar los labios a unos centímetros de los de ella–. Lo duro que es ahora verte, desearte tanto y saber que no puedo tenerte.


El corazón le dio un vuelco. No solo le decía justo lo que quería oír, sino que sus palabras eran sinceras. Todavía la deseaba. Y entonces hizo algo monumentalmente más estúpido que decirle que a ella le pasaba lo mismo.


Se puso de puntillas y lo besó.


Pedro la rodeó con los brazos y su lengua buscó la de ella hasta que ambas se fundieron.


Se le aflojaron las rodillas y todo en ella gritó ¡Sí!


Pedro quebró el beso y se echó atrás para mirarla mientras le enmarcaba el rostro entre las manos, estudiando sus ojos.


A ella se le hundió el corazón.


–¿Qué? ¿Ya te arrepientes?


–No –sonrió y movió la cabeza–. Solo saboreo el momento.


Porque sería el último. Ella lo sabía y podía verlo en sus ojos. Pasarían juntos esa noche y luego las cosas volverían a la situación anterior. Únicamente serían los padres de Matías. No había otra manera. Al menos no para él. Apestaba, y dolía… pero no lo suficiente como para decirle que no.


–¿Estás segura de que esto es lo que quieres? –preguntó él, siempre caballeroso, siempre preocupado por sus sentimientos y su corazón, incluso cuando se lo estaba rompiendo.




AVENTURA: CAPITULO 24

 


Sentada en el sofá, Paula escuchaba música navideña en la televisión por cable mientras observaba a Pedro montar el árbol.


Se dijo que probablemente había sido una mala idea invitarlo a ir a buscar árboles con ellos. Cuanto más lo veía, más le costaba mantener a raya sus sentimientos, pero Matías se había mostrado tan feliz de verlo, y también Pedro al pequeño. No tuvo el valor para decirle que se fuera.


Pero al final tuvo que preguntarse si lo hacía por Matias o por ella. De vuelta a casa el pequeño se había quedado dormido en el coche y nada más llegar se había ido directo a la cama, de modo que no había un motivo real para que Pedro estuviera allí. Ella era perfectamente capaz de montar el árbol. Entonces, ¿por qué cuando él se ofreció para hacerlo había aceptado?


Porque quería que fueran una familia, lo anhelaba tanto que había dejado de pensar de forma racional.


–Y bien, ¿qué te parece? –preguntó él, bajando para admirar su trabajo–. ¿Está recto?


–Está perfecto.


Pedro recogió la taza de chocolate de la cómoda donde la había dejado y se sentó junto a ella. Apoyó un brazo en el cojín detrás de la cabeza de Paula. Y estaba sentado de tal manera que sus muslos casi se tocaban. ¿Por qué no se marchaba? ¿Sería grosero pedirle que se fuera?


–Me he divertido esta noche –dijo él, sonando sorprendido.


–¿Significa eso que estás cambiando de parecer acerca de las fiestas?


–Tal vez. Al menos es un comienzo.


–Bueno; entonces, quizá debería dejar que nos ayudaras a decorar mañana el árbol.


¿De verdad acababa de decir eso? ¿Qué le pasaba? Era como si su cerebro funcionara de forma independiente que su boca.


Pedro sonrió.


–Puede que te tome la palabra.


–¿Qué es lo que te desagradaba tanto de la Navidad?


–Digamos que nunca fue una experiencia familiar cálida.


–¿Sabes?, en todo el tiempo que te he conocido, ni una sola vez has hablado de tus padres –comentó ella–. Doy por hecho que hay una razón para ello. Quiero decir, de haber sido unos padres fantásticos, probablemente habría oído hablar de ellos, ¿no?


–Probablemente –convino. Luego silencio.


Si quería saber más, era obvio que tendría que sonsacárselo.


–Y bien, ¿siguen juntos?


–Están divorciados –Pedro se adelantó para dejar la taza en la mesita–. ¿Por qué ese súbito interés en mis padres?


–No sé –se encogió de hombros–, supongo que sería agradable saber algo sobre la familia del padre de mi bebé. En especial si el pequeño va a pasar tiempo con ellos.


–No lo hará.


–¿Por qué no?


–Mi madre es una elitista esnob y mi padre es un bravucón arrogante. Los veo dos o tres veces al año, y no he hablado con mi padre en casi una década.


Su padre jamás sería padre del año, pero no podía imaginar que no formara parte de la vida de ellos dos.


–Además –agregó Pedro–, no les gustan los niños. A Julian y mí nos crio la niñera.


–Creo que si mi madre viviera, mis padres aún seguirían juntos –dijo–. Los recuerdo siendo realmente felices juntos.


De hecho, su padre jamás había superado el hecho de perder a su madre.


–Creo que los míos jamás fueron felices –reveló Pedro.


–Entonces, ¿por qué se casaron?


–Mi madre buscaba un marido rico. Yo nací siete meses después de la boda.


–¿Crees que se quedó embarazada a propósito?


–Según mi abuela, sí. De niño escuchas cosas.


Creía amar a Pedro, pero la verdad era que apenas conocía algo de él. Pero no le extrañó que la dejara. Si fuera él, ¡también lo habría hecho!


–Soy una persona horrible –dijo ella.


Él se mostró sinceramente desconcertado.


–¿De qué estás hablando?


–¿Por qué nunca antes te pregunté por tu familia? ¿Por qué no sabía nada de esto?


Él rio.


–Paula, no tiene importancia. En serio.


–Claro que la tiene –se tragó el nudo que se formó en su garganta–. Me siento fatal. Recuerdo hablar de mí todo el tiempo. Tú lo sabes casi todo de mí. ¡Mi vida es un condenado libro abierto! Y aquí tú, arrastrando todo este… equipaje sin que yo tuviera idea de ello. Podríamos haber hablado de ello.


–Quizá yo no quisiera.


–Claro que no. Eres un chico. Era mi responsabilidad sacártelo a la fuerza. Ni siquiera llegué a preguntártelo jamás. Nunca intenté conocerte mejor. Fui una novia horrible.


–No fuiste una novia horrible.


–Técnicamente, ni siquiera fui tu novia –se puso de pie y recogió las tazas vacías–. Solo fui una mujer con la que tenías sexo y que no paraba de hablar constantemente de ella.


Pedro la siguió a la cocina.


–No hablaste de ti tanto como crees. Además –añadió–, fue un sexo estupendo.



sábado, 9 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 23

 


Después de colgar, sopesó todo el trabajo que debía llevar a cabo esa tarde con pasar el tiempo con Matías y Paula. Ellos ganaron.


Apagó el ordenador, se levantó y recogió el abrigo. Su secretaria, Laura, alzó la vista cuando pasó al lado de ella, sorprendida de verlo con el abrigo puesto.


–Hoy me voy temprano. Por favor, ¿podrías cancelar mis citas para el resto del día?


–¿Va todo bien? –preguntó preocupada.


Era triste que estuviera tan atado al trabajo que su secretaria no pudiera dejar de pensar que algo iba mal si se marchaba temprano.


–Perfecto. Tengo algunas cosas personales de las que ocuparme. Mañana llegaré temprano. Llámame si surge algo urgente.


De camino al ascensor, se encontró con Adrian, el presidente ejecutivo.


Adrián miró su reloj de pulsera.


–¿Me he quedado dormido sobre mi escritorio? ¿Ya son las ocho pasadas?


Pedro sonrió.


–Me voy temprano. Tiempo personal.


–¿Va todo bien?


–Solo unas pocas cosas de las que necesito ocuparme. A propósito, ¿cómo está Katie? –la esposa de Adrián, Katie, vivía a dos horas de distancia en Peckins, Texas, una pequeña comunidad agrícola, donde Adrián y ella estaban construyendo una casa y esperando el nacimiento de su primer hijo.


–De maravilla. Ya empieza a ponerse enorme.


Estaba seguro de que la relación a larga distancia debía de ser dura, pero la sonrisa radiante de Adrián le indicó que estaban logrando que funcionara.


–De hecho, esta semana se encuentra en la ciudad –indicó Adrián–. Estaba pensando en organizar una pequeña reunión el sábado. Solo para unas pocas personas del trabajo y un par de amigos. Espero que puedas venir.


Había pensado en pasar el sábado por la noche con Paula y Matías, pero con el puesto de presidente ejecutivo en juego, no era el momento de rechazar invitaciones del jefe.


–Comprobaré mi agenda y te lo comunicaré.


–Sé que es una invitación de último minuto. Intenta venir si puedes.


–Lo haré.


En un abrir y cerrar de ojos aparcó ante la casa de Paula. Al ir al porche, lo envolvió una ráfaga de viento frío del norte. Llamó a la puerta, con la esperanza de que no se enfadara por presentarse sin haberse anunciado con antelación.


Abrió con Matías apoyado en una cadera, claramente sorprendida de verlo.


Pedro, ¿qué estás…? –calló, notando su pelo revuelto y la ropa informal–. Vaya. Eres tú, ¿verdad?


Pero el pequeño no mostró ninguna confusión ni sorpresa. Chilló encantado y se lanzó hacia él. Paula no tuvo más opción que entregárselo.


–Hola, amigo –saludó Pedro, besándole la mejilla, y le dijo a Paula–: Hoy he salido temprano, así que pensé que podría pasarme para ver qué hacían.


Ella retrocedió para dejarlo pasar y cerrar ante el frío. Llevaba puestos unos vaqueros ceñidos y una sudadera, descalza y con el pelo recogido en una coleta. «Es bonita», tuvo que reconocerse él. El deseo de tomarla en brazos y darle un beso fue tan fuerte como lo había sido hacía un año y medio.


–¿Que has salido temprano? –repitió Paula–. Creía que estabas agobiado de trabajo.


Se encogió de hombros.


–Pues mañana llegaré antes.


–Pero no teníamos organizada una visita.


–Quería ver a Matías. Supongo que lo echaba de menos. Pensé que valía la pena correr el riesgo y comprobar si estabas ocupada.


–Se puede decir que tenemos planes. Íbamos a tomar una cena temprana y luego ir a comprar un árbol de Navidad.


–Suena divertido –dijo, más o menos invitándose.


–Tú odias las fiestas –afirmó ella.


–Bueno, quizá ya es hora de que alguien me haga cambiar de parecer. ¿Sigue abierto ese local tailandés que tanto te gustaba?


–Sí.


–Pues pediremos que nos traigan algo.